Una carta para el Rey... desde Cantoria

Antonio Luis Molina Berbel

Una Carta desde Cantoria a Felipe II, el rey en cuyos dominios nunca se ponía el sol

Corrían los primeros días del mes de abril, de 1570. Felipe II, rey de España, era poseedor de uno de los más vastos imperios que jamás recuerda la Historia. Bajo sus dominios se encuentra gran parte del mundo conocido, el imperio donde "nunca se pone el sol": Sudamérica, el sur de Italia, las islas del Mediterráneo, Inglaterra y los Países Bajos, además de las Indias o Filipinas en el Pacífico, se rendían todas ellas ante la soberanía de este monarca al que algunos llamaban El Rey Prudente.

Por su cabeza, y durante esa días, rondaban miles de inquietudes debidas gran parte de ellas a esta inmensidad de tierras sometidas: el avance de los turcos por el Mediterráneo, las recientes guerras con Francia o la crisis religiosa producida en los Países Bajos, entre muchas otras..

Pero entre todas estas rondaba desde hacía ya algunos años una creciente preocupación más, fruto de la cual había decidido su traslado en persona hacia tierras andaluzas: la sublevación morisca en las Alpujarras. Originada a finales de 1568 y encabezada por el rey morisco Aben Humeya (o Fernando de Válor) dicha guerra continuaba aún abierta en abril de 1570 a pesar de la muerte del rey morisco, a manos de sus súbditos, meses atrás.

Tales eran todas estas preocupaciones cuando el rey Felipe, probablemente ya en tierras cordobesas, recibió una carta de su hermanastro, Don Juan de Austria. En esta carta Don Juan le informaba del estado de la guerra contra los moriscos, de la moral de las tropas cristianas y del retroceso de la sublevación morisca. Esta carta había sido escrita y enviada por Don Juan desde un pequeño pueblo al pie de la Sierra de los Filabres, en el pleno valle del Almanzora: este pueblo se llamaba Cantoria.

Justo un año antes de todo esto, en abril de 1569, Don Juan había llegado a Granada enviado por su hermano Felipe para controlar y sofocar la rebelión morisca. Desde Granada había emprendido su ofensiva hacia el Este, liderando un amplísimo ejército de más de diez mil hombres compuesto principalmente por Tercios venidos de Flandes e Italia. Pasando por Guadix y Baza, fueron poco a poco sometiendo a todas y cada una de las poblaciones rebeladas contra el poder cristiano. Especial mención merecen, por su crueldad, las batallas de Galera (cerca de Huéscar) y las de Tíjola y Serón.

Todas ellas supusieron una gran pérdida de vidas en ambos bandos además de que para el ejército cristiano, y a pesar de resultar victorioso de todas ellas, produjeron una gran merma de tiempo, de dinero y de moral.

Según las Crónicas de Mármol y Carvajal, todas ellas supusieron una horrible matanza de hombres, mujeres y niños moriscos. Un hecho “impropio de un país civilizado" que revelaba, según algunos críticos, la incapacidad de Don Juan de Austria de someter a un pueblo que "ante la sofisticación de las armas más modernas empleadas por el ejército cristiano, no podían oponer sino piedras, ballestas y escopetas."

En la primera edición de esta revista se narraba la batalla que meses antes de la llegada de Don Juan a Cantoria se había producido en Peñón del Lugar Viejo, entre los Tercios de Lorca y los moriscos de Cantoria. Esta batalla había supuesto la derrota y expulsión de todos los moriscos que hasta ese momento "ocupaban" la fortaleza que en el Peñón se levantaba.

Pocos meses después, en abril de 1570, la fortaleza se hallaba ya abandonada. Saqueada e incendiada por los Tercios tras la batalla, sólo algunos pocos cristianos viejos permanecían aún en la población.

Según los Libros de Apeo, esta disponía de “dos hornos de cocer pan, dos molinos harineros, dos almazaras a la morisca, una herrería y una cárcel en la plaza”. Aún no se había producido el traslado oficial de la ubicación del pueblo a su actual emplazamiento, decretado años más tarde, en 1577 (ver artículo "Bajada de Cantoria a su nuevo emplazamiento", en la 3ª edición de esta revista)

De este modo el panorama que se encuentra Don Juan de Austria en tierras cantorianas es desolador. A pesar de que las, años atrás, temidas fortalezas de Cantoria y Purchena habían sido ya abandonadas por los moros y no encontró en ellas el ejército cristiano resistencia alguna, la dilación de la guerra, la merma de tropas y la escasez de los botines obtenidos de las sacas moriscas iban debilitando día a día las fuerzas y moral del ejército de Don Juan.

A todos estos hechos había que sumarles las crecientes tensiones internas que se habían producido entre altos mandos del ejército (patentes todas ellas en la propia carta) y que agravaban si cabe aún más la situación en el campamento cristiano.

Así narra Luis de Coloma el paso del ejército de Don Juan por tierras cantorianas:

“…entró luego en Tíjola, Purchena, Cantoria y Tahal, y siguió bordeando el río Almanzora de triunfo en triunfo con tal pavor de los moros, que al solo anuncio de su llegada huían sin tino, abandonaron sin resistencia lugares y fortalezas, lo cual no sólo era debido al gran renombre, valor y energía adquiridos por Don Juan , sino debíase también a que aquel mozo de veintitrés años era ya de aquellos valientes y honrados caudillos que sólo hacen la guerra para llegar a la paz y mientras espantan por un lado al enemigo con el estruendo de sus victorias, le tienden, por otro, la mano en secreto para llegar a un acuerdo justo que economice la sangre, aunque pierda su gloria algunos rayos de relumbrón”

La estancia de Don Juan en Cantoria se prolongó durante varios días, desde finales del mes de marzo (había partido de Tíjola días antes, el día 25) hasta el día 3 de abril, durante los cuales fue redactada y enviada la carta que a continuación exponemos:

Carta de D. Juan de Austria a Felipe II. Campo junto a Cantarla, 30 de Marzo 1570:

«Señor: por importar tanto al servicio de V. M. (Vuestra Merced) tengo de ser importuno en suplicarle, como lo hago, de que V. M. sea servido en mandar al Alcalde Salazar que no se entremeta en la superintendencia del proveedor general, y a mí darme licencia que no se lo consienta, pues en ello, va tener el campo en pié y entero o deshacerse todo sin poderse remediar por ninguna vía, porque con las órdenes que da y los cas­tigos y justicias que hace en todos, sin comunicarlos con los ministros mayores, están los unos y los otros inhabilitados de hacer su oficio; y a esta causa yo, re­posando en Cantoria, esperando vitualla con que pa­sar adelante, y para comer aquí donde no la hay sino mucha hambre, y en su manera de proceder con todos y en ofrecer lo que no es posible cumplir, se entien­de claramente cuan fuera va del camino derecho.

Yo no le llevara, si á trueque de aventuras el parecer ino­bediente á lo que V. M. me tiene mandado, en este caso dejara de tratar una cosa tan importante á su servicio, sobre la cual escribirá á V. M. mas largo el Comendador mayor y D. Francisco de Córdoba y yo por mano agena; y entretanto que V. M. se resuelve en mandarme lo que fuere mas servido, no será pe­queño el trabajo que se terná en contemporizar con el Alcalde y juntamente ser bastecido.

También es muy grande la desorden que los soldados traen, sin ser posible poderse remediar con castigos ejemplares, porque como entienden que los moros se van á la Sierra y dejan sus designios de guardar las fuerzas, no basta remedio ninguno para reprimir que de seis en seis y de cuatro en cuatro, y desta suerte, se va­yan á robar y ejecutar la intención con que vienen á esta guerra; y desta manera, y con la hambre que agora pasan, son muchos los idos; pero bien creo que al arrancar de aquí, que será si pudiere mañana ó esotro dia, volverán la mayor parte dellos; entretanto castigarse han los que se pudieron haber culpados y acarrearse ha toda la mas vitualla que se pueda. Esta mañana me han avisado de Vera como se han reco­gido en Sorbas con intención de esperarme, á lo que se entiende, de 9 á 10.000 moros; no sé si hallaré tantos cuando esté mas cerca, y si aquella fuerza lo es tanto como esta de Cantoria por dentro y fuera del lugar. Yo trabajaré lo posible por hallarme presto á donde mejor se pueda juzgar, que espero en nues­tro Señor y en las buenas provisiones que V. M. hará ahora de nuevo, que será servido como desea.

Plege á Dios darme gracia para que yo acierte á hacerlo y que guarde, etc.

Del Campo junto á Cantoria á 30 de Marzo de 1570

Tres días más tarde de la redacción de esta carta Don Juan y su ejército prosiguieron con su marcha río abajo y rumbo a Zurgena. Dejó de presidio en Cantoria a Bernardino de Quesada con una compañía de infantería y otra de caballos, a la cual se unirían meses más tarde la guarnición que dirigiría el capitán Hernando de Quesada, con cuarenta y cuatro hombres, sargento, tambor y capellán, doce caballos más y la compañía del capitán Juan Ponce de León.

El miedo, el hambre y el cansancio de una guerra que duraba ya más de dos años hacen reducirse a los moriscos. Su situación es angustiosa y, finalmente, en ese mismo mes de abril de 1570, Felipe II publica el bando de reducción en el cual prometía clemencia para todos aquellos moriscos que se rindiesen. Con este bando concedía 20 días para entregarse y además de ello decide la expulsión de los moriscos del reino de Granada.

Los moriscos del Almanzora, alrededor de 3.000, son concentrados en Vera. Casi doscientos de ellos provienen de la fortaleza musulmana de Cantoria según nos revelan los libros de Apeo. Todos ellos deberían llevar “cosida sobre el hombro izquierdo, una cruz de paño o lienzo de gran tamaño para que los soldados al verlos desde lejos no les disparasen...

Con todos estos episodios se escribía el inmerecido punto y final de una etapa muy influyente en la historia de Cantoria, en particular, y de la historia de España, en general.

Atrás quedaban siglos de convivencia intercultural, progresos en casi todos los campos de la ciencia, la agricultura, la economía y las artes. Por delante: sombrías etapas de repoblaciones, de crisis socio-económicas y de alguna que otra deshonrosa venganza o limpiezas de sangre por parte de abusivos tribunales inquisitorios.

Ilustración sobre las guerras de las Alpujarras

Bibliografía