Viaje del X Marqués de los Vélez a Cantoria

Julián Pablo Díaz, José Domingo Lentisco y con notas de Francisco Martínez

Escudo de armas del X Marqués que se encontraba en la antigua Almazara. Colección: Decarrillo

Viaje del X marqués a sus estados

En octubre de 1769, el opulento D. Antonio Álvarez de Toledo, X marqués de los Vélez, inicia un viaje por el Sureste para recorrer sus posesiones de los reinos de Murcia y Granada, teniendo como objetivo fundamental la inauguración del templo parroquial de Vélez Rubio, construido a sus expensas. Durante el itinerario, que durará 3 meses (octubre, 1769-enero, 1770), visitará, además las villas y lugares que componían sus Estados (a excepción de Albanchez y Benitagla), poblaciones tan importantes como Lorca, Murcia, Cartagena, Alicante, Albacete, etc,. Entre su numeroso séquito (sacerdotes, ayudas de cámara, siervos, lacayos, caballerizos, etc), se hizo acompañar de un secretario con el encargo expreso de confeccionar un diario donde iría anotando de forma minuciosa cada paso, mirada o recomendación de su señor. Por su grado de descripción y detalle, el texto resulta una pieza excepcional para conocer la sociedad dieciochesca en todos sus ámbitos: caminos, comunicaciones, costumbres, canciones, protocolos, ceremoniales, construcciones, gastronomía, festejos, climatología, negocios de la casa nobiliaria, caza, etc.

Entre los pueblos visitados de su marquesado en el sector nororiental del Reino del Granada (actual provincia de Almería) se hallaba Cantoria, donde, procedente de Oria-Partaloa, y tras un apoteósico recibimiento, se alojará durante dos noches (19 y 20 de noviembre), entrará en los edificios públicos y religiosos más destacados, se acercará a Partaloa, inspeccionará sus propiedades rústicas y urbanas (almazaras, mesón, granero y hornos), se reunirá con los principales para tomar decisiones, comprobará los estragos del última riada del río Almanzora, se expansionará cazando y se divertirá o bailará por las noches en los saraos organizados en la mansión de Antonio Sánchez Abellán, para, finalmente, despedirse de sus vasallos con grandes festejos y aclamaciones, como durante todo el viaje, en dirección a Albox, desde donde se desplazaría en dos ocasiones el anejo de Almanzora.  

Personalidad de D. Antonio Álvarez de Toledo

Nació en Madrid en 1717, hijo de don Fadrique Vicente Álvarez de Toledo, mayordomo mayor de Fernando VI, y de doña Juana Pérez de Guzmán el Bueno; en 1747 obtuvo el título de duque de Fernandina y fue nombrado Gentilhombre de Cámara del Rey Fernando VI, caballero de la Orden del Toisón de Oro y de la Orden de Carlos III, consiguiendo en 1761 la Grandeza de España de primera clase. Heredó, además de muchos otros, los títulos de duque de Montalto, de Fernandina y de Bivona, marqués de Villafranca del Bierzo, de los Vélez (décimo), de Molina, de Martorell y de Villanueva de Valdueza. De su matrimonio con doña María Antonia Gonzaga Carracciolo, hija de don Francisco Gonzaga, I duque de Solferino y doña Julia Carraciolo, celebrado en el Real Palacio del Buen Retiro en 1754, tuvo como hijos a: José María, el primogénito (que reunió en su persona las casas de Villafranca y de Medina Sidonia), Francisco de Borja, Pedro Alcántara, Buenaventura, María de la Encarnación y María Ignacia.

A lo largo de su no dilatada existencia, puesto que únicamente vivió 57 años (+1774), no brilló en la Corte ni destacó en la carrera de armas. Su existencia estuvo dedicada a la gestión de sus Estados, desde que, a principios de la década de los cincuenta, asumió la responsabilidad del señorío. Así, cuando tuvo lugar el terremoto de 1751, recabó informes puntuales sobre los daños causados en todos los pueblos del marquesado y cuánto importaría la reconstrucción de los edificios arruinados o dañados. En este contexto se decidió la construcción de una iglesia de nueva planta en Vélez Rubio (1753-1769).

El X marqués de los Vélez tuvo que ser un hombre convencido de los ideales ilustrados, como se manifiesta de forma clara en sus planteamientos sobre la gestión de sus Estados y en la preocupación por estar informado. En 1753 aprobó unas Ordenanzas para la administración del Estado para reorganizar los cargos del territorio, racionalizar la gestión del cobro de los impuestos y mejorar el control de los nombramientos de los empleos fundamentales; mandó realizar una serie de inventarios de los bienes y alhajas que había en los diferentes castillos de la familia, como el de Vélez Blanco o el de Mula, con objeto de saber el valor de lo poseído y de poner a la venta o en subasta algunos de esos bienes. Tuvo en su mesa cumplida y exhaustiva información de los municipios (datos sobre demarcación, población, producciones, cargos o riquezas forestales), o el estado de las obras públicas que se realizaban en sus territorios: iglesias de Cuevas y Oria, o las reparaciones y ensanches que se realizaban en las demás del marquesado en 1767.

Posiblemente, el único retrato humano que poseamos sea el que realizó el párroco de Vélez Rubio, Antonio José Navarro, precisamente al conocerlo durante la visita a esa localidad. Lo describe como “de talla regular, su rostro hermoso, su aire garboso y todas las prendas corporales especialmente privilegiadas de la naturaleza eran superadas por las de su espíritu naturalmente benigno y compasivo”[1]. Aficionado a la caza, aprovechaba cualquier ocasión para desplazarse e incluso detener su coche en medio del camino dedicando un rato a esta actividad. Apasionado admirador de la naturaleza, lo podemos ver disfrutando de un paisaje, contemplando una puesta de sol o maravillándose ante una ladera boscosa o una fuente cristalina. Profundamente religioso, acudía a diario a misa y a diversas funciones religiosas, aunque en algunos casos no dudaba en asistir a una visita a alguna de sus fincas o en acercarse a la costa, en lugar del rato de oración o la presencia en la ceremonia sagrada. Generoso, puesto que lo podemos ver a lo largo de todo el viaje regalando a las personas que lo alojan o acogen en sus casas, entregando limosnas a los clérigos o conventos para que las repartan entre los necesitados, dando propinas a todos aquellos que colaboran en la realización del viaje (guardias, actores, criados, toreros, danzarines...), e incluso indicando claramente que se socorriese alguna penalidad de la que era testigo.

Su personalidad era “afable sin bajeza”, según la descripción de don Antonio José Navarro, no exenta de la profunda admiración personal. Debió ser un hombre que rompía los moldes que sobre la nobleza se tenían en la segunda mitad del siglo XVIII, puesto que, como dice Navarro, cuando los súbditos esperaban que su “grandeza les haría acercarse temblando a su presencia”, al verlo en persona “se borraron aquellas ideas de majestad temible y sucedieron las evidencias de humanidad”. Una idea que no es producto de la lisonja, puesto que la podemos seguir a lo largo de todo el desarrollo del viaje. En múltiples ocasiones lo vemos preocupado por los pobres, por acudir en socorro de los desvalidos, por ayudar a los diferentes conventos o parroquias que visita dejando importantes sumas en metálico para la caridad. Es, además, un buen conversador, como nos cuenta el autor del Diario, que “pasó la noche en conversación” en la casería de los Jerónimos, en el recorrido entre Cartagena y Orihuela, o cuanto platica con los religiosos de los diversos conventos y con todos aquellos que le visitan y cumplimentan.

También se manifiesta ese carácter ilustrado del X Marqués en el retrato preciso de Navarro cuando afirma: “es sumamente cuidadoso en los negocios que interesan y por sí mismo quiere inspeccionarlo todo”. En todos los lugares que recorre durante su dilatado trayecto podemos verle acercándose a una fuente para ver cómo se pueden mejorar los regadíos, planificando la construcción o la mejora de fábricas artesanales, entrando en una almazara o en un molino para analizar cómo se pueden arreglar para mejorar su producción, visitando una hospedería en compañía del arquitecto fray Pedro de San Agustín para impulsar algún proyecto de mejora; e, incluso, interesado en la adquisición de diversos bienes procedentes de la extinta Compañía de Jesús en esos años. No es extraño, pues, que en la oración fúnebre que pronuncia don Salvador Puig afirmase: “una vez que llegase a entender la utilidad o ventajas de alguna arte o industria, o de alguna manufactura provechosa que pudiese dar de comer a muchas familias del reino, él mismo se producía a su favor, él mismo se dedicaba a imponerse en los productos de su utilidad; consultaba expertos, mandaba hacer pruebas a sus costas, combinaba especies, formaba estados; y hecha la prudente averiguación, no solamente ofrecía caudales y daba caminos para hacer efectivos los proyectos”[2].

Don Antonio es también un hombre de su tiempo por su afición al teatro y al baile. No duda en asistir a cuantas representaciones teatrales tienen lugar en las ciudades más importantes y que disponen de espacios escénicos como Murcia o Cartagena. Además, en casi todos los lugares que visita asiste a los bailes de salón al que es invitado. En ellos participa e incluso critica las tradiciones que impedían asistir a las viudas recientes. También lo podemos ver como un hombre encariñado con las tradiciones y los festejos populares, puesto que asiste y admira todos los que se organizan en su honor, sean castillos de fuegos artificiales, bailes populares o espectáculos taurinos.


[1] Memoria de las célebres fiestas que hizo la villa de Vélez Rubio en la traslación del Santísimo Sacramento a la nueva Iglesia Parroquial, construida a expensas del Excmo Sr. Marqués de los Vélez y Villafranca, el año de 1769, 1770, A. J. Navarro; edición de Revista Velezana, 1, 1997, pág. 43.

[2] Oración fúnebre que en el primero de los tres días de exequias que se celebraron a 10, 11, 12 de marzo de 1774 en la Real Capilla de Nuestra Señora de la victoria del Palau de la Condesa de Barcelona, para su Excmo. Patrón y Señor, el Excmo. Sr. Don Antonio Álvarez de Toledo Osorio..., Imprenta de Thomas Piferrer, Barcelona, 1774.

Portada del libro "El Señor en sus Estados, donde narra la visita del X marqués a sus estados de Murcia y del antiguo reino de Granada.

Diario del Viaje

19 de noviembre, domingo. De Oria a Cantoria

Luego encontró una gran cabalgata de la villa de Cantoria y los comisionados de Cobda [Cóbdar] y Líjar, de la jurisdicción del duque del Parque, que, apeándose y presentados por don Manuel de Lejarza, administrador de aquel partido, hizo cada uno su arenga, correspondiéndoles S.E. a todos con agradecimiento. Montaron a caballo y siguieron a S.E. hasta el pueblo con las villas de Oria y Partaloba, que pidieron a S.E. con instancias les permitiese acompañarles, por lo que se formó una cabalgata numerosísima. 

A breve camino, que lo más fue rambla pero cuesta abajo, encontró una soldadesca de dos compañías de mosqueteros con sus grandes banderas muy pintadas y dos tambores, que, poniéndose en dos alas, al pasar S.E. por medio, presentaron las armas, tremolaron las banderas y tocaron la marcha; y hechos estos honores tomaron una veredita que, acortando el camino, pudieron entrar delante del coche en la villa, en donde le recibió el pueblo con aclamaciones festivas, siguiéndole hasta casa de don... [hueco sin el nombre], vicario eclesiástico, en donde se alojó y recibió los cumplidos del clero, y luego de las nombradas villas y comisarios. Salió al instante a la iglesia, con la villa, familia y soldadesca delante. Ésta hizo su descarga porque tuvieron orden de no hacerla antes.

Restituyóse a su alojamiento y dio varias providencias, y a cosa de las ocho, acompañado de la villa, de la soldadesca, familia y otras personas visibles del pueblo, fue a la plaza y desde el balcón de la casa de don Matheo de Egea vio la función de pólvora de mano de todos géneros, las descargas de los mosquetes y disparo de los morteretes al tremolar las banderas. El pueblo correspondía con un sinnúmero de vítores.

Retiróse a su alojamiento con el mismo acompañamiento, a sus despachos, y la familia fue a visitar a las casas de sus alojamientos y, después, a la de Antonio Sánchez Abellán, a un baile, en donde concurrió toda la gente de más principal, de que se llenó a su sala más espaciosa y bien adornada. Las señoras que asistieron fueron con todo lo mejor de sus galas, de trajes de telas de oro y plata, de tapicería, griseta o de otras telas ricas, con vuelos de encajes y bordados; delantales de finísimas mosolinas de flores o bordados, casacas galoneadas, ricos capotillos de terciopelo guarnecidos de oro o plata, y unas cofias engreidísimas. A más de las once se despidió la familia de S.E., pidiendo se sirvieran continuar el baile y que les aguardasen.

S.E. cenó con el vicario y prebendado; y los criados mayores, con los de siempre. Después de la cena volvieron al sarao, dignándose S.E. ir en su compañía y con el vicario y Tobar, y asistió bastante tiempo al baile. Restituyóse a su alojamiento con sus familiares, a los que les había prevenido el administrador en las casas muy principales y una gente cariñosísima. El prebendado y Machayn, en casa de don Joseph Medina; el mayordomo, en casa de don Matheo de Egea Sánchez; el secretario, en la del administrador; y los demás, en iguales honradísimas casas.

El día por la mañana, en Oria, frío. Por la tarde, en el camino, algo de calor. En Cantoria, templado y, por la noche, un poquito frío.

20 de noviembre, lunes. Cantoria

Por la mañana recibió los cumplidos del clero, la villa y de otras personas. Despachó sus cosas y dio varias providencias. Pasó, acompañado de la villa, soldadesca, familia y otros vasallos, a la parroquia, en donde le recibió el numeroso clero con sobrepellices. Fue al altar mayor a hacer oración y pasó a ocupar su sitial en el crucero al lado del evangelio. Su familia en un banco, detrás de su silla, la villa en dos bancos, a un lado y otro del crucero, el clero en el coro. Dijo la misa el prebendado asistido de tres acólitos y monacillos con sobrepellices. Dio a S.E. la paz un sacerdote y la soldadesca hizo su descarga al alzar.

Acabada la misa, se retiró a su alojamiento con el mismo cortejo. Continuó sus despachos y conferencias, y salió con las escopetas acompañado de algunos a ver tres almazaras, las dos andan, la otra no, por no ser necesario; los hornos públicos más buenos; el mesón; granero de tercias, todo propio de S.E. Luego fue a ver el gran estrago que el río Almanzora había hecho en sus haciendas y en la de los vecinos de aquella y de otras villas por su soberbia hinchazón con las aguas de los días atrás[1]. Vio también la mayor parte de sus olivas, que son de un extraordinario tamaño, como los nogales más robustos y copudos.

Retirádose a su alojamiento, comió con el señor vicario y prebendado; y la familia, con los de siempre. Envió a don Martín García Reynoso y a fray Pedro de San Agustín en un barrocho a reconocer más exactamente la fuente de los Arquillos, para ver si se podía hacer una obra que S.E. deseaba hacer.

[Visita a Partaloa]

Salió de aquella villa con repetidos vivas a S.E. y a la señora y se volvió con el mismo acompañamiento a su villa de Cantoria, a cuya entrada encontró a la soldadesca, que fue delante de su coche hasta su alojamiento. No obstante ser ya algo de noche, había gentes a esperarle y obsequiarle con sus festivos vítores; y en todas las casas sacaron luces. Y apeándose de su coche, recibió a las dos villas de Cantoria y de Partaloba, despidiéndose ésta como su padre cura. Después conferenció con don Francisco Martínez Meca y don Miguel de Serna, vecinos y regidores de Vélez Rubio, sobre la comisión que les encargó en Aspilla. La villa de Cóbdar[2] envió a su alcalde y escribano a cumplimentar por segunda vez a S.E.

Los muchachos de la escuela, con los demás de Cantoria, fueron con algunas luces al alojamiento de S.E. con un vítor muy pintado con flores y un letrero que decía: “¡Viva el Excmo. Sr. Marqués de Villafranca y de los Vélez!”, repitiéndolo todos con mucha algazara al toque de los tambores que llevaban consigo y el estallido de los cohetes que tiraban. Pasearon la villa y volvieron al alojamiento de S.E., en cuya portada fijaron su vítor.

Después, la villa, en una gran cabalgata con la soldadesca y hachas encendidas, sacaron el vítor muy bueno, vitoreando a S.E. y a su prole con gran alborozo del pueblo; tirando muchos cohetes y disparando los mosquetes, fueron al alojamiento de S.E. y recorrieron la villa, colocándole después en la casa de tercia, propia de S.E.

La familia fue a la misma casa de la noche antecedente, al baile, en donde concurrió igualmente todo lo más principal de la villa, las señoras con diferentes trajes igualmente decentes. S.E. concurrió también un buen rato, conversando con todos con gran familiaridad, y se retiró cerca de las doce, haciendo expresiones de agradecimiento y que le mandasen. Siguióle su familia. S.E. cenó con el vicario y el prebendado; la familia, con los de siempre, y volvieron al baile, desde donde se fueron a su alojamiento.

El día, muy templado, pero a mediodía calentaba el sol.

21 de noviembre, martes. De Cantoria a Albox

Por la mañana tuvo mil conferencias, quehaceres y visitas. Oyó misa en la parroquia sin ceremonia y recibió los cumplimientos de despedida del clero y de la villa.

Esta villa de Cantoria, del estado de los Vélez, es un hermosísimo pueblo. Sus calles, llanas y rectas a cordel, de manera que todas las principales se ven desde la plaza, excepto las que están en los extremos, pero aún éstas, buenas y espaciosas[3]. Sus casas, buenas y acomodadas; goza de buen cielo; su clima, templado; sus campos, fructíferos en toda especie de granos, olivas y legumbres; de manera que se presentó a S.E. un rábano de cuatro libras y cerca de media de peso; algunos huertos con naranjas y limones y flores, jazmines. Sus vecinos, amables; las mujeres, bien ataviadas y modestísimas (pero no muy hermosas) y laboriosas. Fabrican hermosísimas cubiertas para camas y alfombras. Hay una parroquia dedicada a la Concepción de Ntra. Sra., bastante capaz, de una nave, pero ésta no corresponde porque está cortada la obra con la capilla mayor, que es muy buena. Hay un vicario eclesiástico, dos curas, un beneficiado y otros sacerdotes y clérigos que compondrán el número de veinte y uno o veinte y dos. Hay dos ermitas, de San Antonio Abad y San Cayetano[4], que los festejan como patronos de aquella villa. El vecindario es de más de seiscientos vecinos.

Envió adelante a los administradores a Albox, regaló al vicario una primorosa caja de plata sobredorada y le dio una cantidad de dinero para repartir a los pobres vecinos, y dio de pronto limosna a los que pedían a la puerta; y despidiéndose con mucha urbanidad de todos, salió con los dos coches, el barrocho y dos carros, a su villa de Albox, acompañado de la soldadesca hasta fuera. Las gentes todas salieron a las ventanas y calles y dispararon sus mosquetes.

Después de salir S.E., se espantaron las mulas, cayó el mayoral del segundo coche y le cogió una rueda, pero hubo la fortuna de parar cuando sólo le llegó [sic], y salvar la vida de aquel hombre y aún de los de dentro, porque estuvo el coche cuasi volcado en el mismo lance, y con aquel nuevo tropiezo hubiera caído en un barranco.

La villa, a caballo, le acompañó hasta encontrarse con la de Albox, que en gran cabalgata salió a recibir a S.E. al término de su jurisdicción[5]. Hizo su cumplido a pie y, montando otra vez, le siguió hasta el pueblo. La villa de Cantoria pidió le permitiese acompañar también hasta su alojamiento, que condescendió agradecido, y caminó con las dos villas, que formaban una grandísima cabalgata.

22 de noviembre, miércoles, 1ª visita a Almanzora desde Albox

Por la tarde fue S.E. con sus dos coches y barrocho, y en ellos parte de la familia, administradores y padre arquitecto, y a caballo otros, a ver los mayorazgos de Almanzora, comprada por S.E. con facultad real a la casa de Benavente. Tiene allí una casa con bastante habitación, parador, granero, almazara con una piedra y dos vigas, y otras oficinas. Hay una ermita pequeña dedicada a San Ildefonso, con capellán, para ahorrar que los que viven en aquellos cortijos vayan al pueblo, que distará cerca de una legua. Hay una huerta con naranjas, moreras y otros frutales como algarrobos y olivos. Son muchas las tierras que hay de pan llevar y muchísimas las que ha llevado este año el río Almanzora[6], que pasa a la orilla de esta hacienda.

S.E. recorrió toda la casa, mandó hacer muchas obras de acrecentar la almazara, hacer graneros, cobertizos para secar el maíz, derribar la ermita y hacer otra mayor y más permanente, demarcando al fondo sitios correspondientes para estas obras, pero dejando a fray Pedro de San Agustín y al agrimensor de todo el estado para que, el día siguiente, con más exactitud, tratasen de los asuntos, delineasen los terrenos y formasen un plan de la obra hecha y de las proyectadas. En el mayorazgo se presentó a S.E. el clero y su villa de Albanchez[7], y se despidió la de Cantoria, que le acompañó con fineza hasta entonces.

23 noviembre, jueves, 2ª visita a Almanzora desde Albox

Por la tarde, en los dos coches y en el barrocho y en caballos, fueron S.E. y familia a ver otra vez los mayorazgos de Almanzora y Almizaraques. S.E. montó a caballo y, con varios de su familia, recorrió ambos mayorazgos, que son dignos de verse muy despacio. Las tierras son de gran calidad, su extensión, de ochocientas fanegas, producen todo género de trigo, cebada, centeno y maíz. Hay cinco mil olivos de gran tamaño, más que nogales. Hay oliva llamada la mata del conde, que da de aceituna cuarenta y cincuenta fanegas, y de aceite, veinte arrobas. Hay aún otras matas cuando no mayores (que a la vista a lo menos lo parecen), tan robustos y copudos. S.E. puso a otras matas de olivos los nombres de la marquesa, del duque y del marqués. Hay dos casas en estas dos unidas haciendas para las gentes de labor, que son muchas. De la una, que está en Almanzora, ya se ha hablado; la otra está en Almizaraques[8], en donde también hay viñas y algunas huertas con verduras, melones, sandías, etc. y con árboles de moreras y de naranjas agrias, alguna dulce, y limones.


[1] Se trata de una catastrófica y célebre riada que tuvo lugar unos días antes; concretamente del 28 al 29 de octubre, conocida popularmente como “la ruina de S. Simón S. Judas”. Fuente: Archivo Histórico Municipal de Albox, Expedientes Civiles, 1834; Pleito de Joaquín García Cajal por las aguas de los Utreras.

[2] Cóbdar y Líjar eran, en ese año, señorío del duque del Parque.

[3] El diseño ortogonal de las vías del pueblo se debe a que su emplazamiento actual procede de 1584, una vez que las dificultades del antiguo asentamiento aconsejaron la fundación del pueblo en un lugar llano, abastecido de aguas y próximo a la zona de cultivo. Fuente: Archivo Histórico Municipal de Albox, protocolo 3.854, sf.

[4] Esta ermita subsistió hasta comienzos de los años 90 del s. XX y ella estuvo instalada la Escuela de Cristo. En su solar, actualmente, se halla el Club de Pensionistas.

[5] Junto al barranco de las Zorras, en la rambla de Albox.

[6] Véase nota anterior sobre la riada de San Simón y San Judas en octubre de 1769.

[7] Con toda probabilidad, debido a la fuerte riada del 28-29 de octubre (San Simón y San Judas), el río Albanchez, único acceso para llegar con carruajes a dicha villa y a las demás de Filabres, estaba interceptado e intransitable y, por tanto, es deducible que fuera ésta la causa por la que el Marqués no visitó Albanchez ni Benitagla. En esta época, Albanchez tenía 1.200 habitantes, y Benitagla, unos 160. Archivo Histórico Municipal de Albox, Padrones Vecinales, s. XVIII.

[8] Hoy se conoce como “el cortijo del Quemado”. Los límites de esta área agrícola eran: la rambla de Albox, a poniente; la rambla Honda, a levante; la mojonera de Arboleas, al norte; el río Almanzora, al mediodía.

Llegado a Cantoria, el Marqués se alojó en casa del Vicario, seguramente por presentar mejores condiciones, pero sorprende que no lo hiciera en la mansión de su administrador, a la entrada de la población. Detalle de la fachada interior y de la portada de la citada mansión. Colección: Encarnita Jiménez

“Esta villa de Cantoria, del estado de los Vélez, es un hermosísimo pueblo. Sus calles llanas y rectas a cordel...” Croquis del municipio de Cantoria, según el Catastro del Marqués de la Ensenada (1753).

Puerta principal del Palacio de Almanzora, reedificado sobre un gran caserón de administración del marquesado de los Vélez. Colección: Decarrillo

Cuando se cumplió el V centenario de la creación del marquesado ha sido motivo para que doña Isabel Álvarez de Toledo y Maura, XVIII marquesa de los Vélez -también duquesa de Medinasidonia- repitiera la aventura viajera de su antecesor 

·...y la familia fue a visitar a las casas de sus alojamientos y, después, a la de Antonio Sánchez Abellán, a un baile, en donde concurrió toda la gente de más principal, de que se llenó a su sala más espaciosa y bien adornada”. Una de las casas principales de Cantoria, conocida como “del Marqués de la Romana”, probablemente una de las visitadas por la comitiva o donde se celebraron bailes. Colección: Decarrillo

Casa del Administrador del Marqués de la Romana. En la parte superior de la puerta principal se encontraba enmarcado el escudo intencionadamente picado. Colección: Rafael Pozo Marín 

Antiguo mesón o parador de Almanzora, terminado en 1771, según reza una encalada placa en su exterior. Probablemente uno de los edificios que mandó levantar D. Antonio y diseñó fray Pedro de San Agustín, siendo Manuel Martínez de Lejarza administrador de las rentas del partido de Cantoria. Colección: Decarrillo

 “Tiene allí [Almanzora] una casa con bastante habitación, parador, granero, almazara con una piedra y dos vigas, y otras oficinas. Hay una ermita pequeña dedicada a San Ildefonso...” De todo aquello apenas si podemos reconocer la estructura de la antigua capilla y la almazara adjunta, integrado hoy en el conjunto del palacio del marqués del Almanzora (s. XIX). Colección: Decarrillo

Relación de ciudades, villas y lugares visitados por el marqués de los Vélez en 1769-70

Desde que salió de Madrid hasta su llegada, quedan reflejados el listado de pueblos por orden de visita.

MADRID

CASTILLA LA NUEVA-LA MANCHA

Valdemoro, Aranjuez, Ocaña, Villatobas, Corral de Almaguer, El Hinojoso, Villanueva del Cardenete, Belmonte, Las Pedroñeras, El Provencio, Minaya, La Roda.

REINO Y OBISPADO DE MURCIA

La Gineta, Albacete, Pozo de la Cañada, Venta Nueva, Jumilla, Venta de la Rambla, Molina, Librilla, Cañada Honda, Alhama, Azumaque, El Olmillo, Cortijo Ybarguen, Cortijo D. Alfonso De Guevara, Puerto Lumbreras.

REINO DE GRANADA

Vélez Rubio, Vélez Blanco, María, Chirivel, La Aspilla, Oria, Cantoria, Partaloa, Albox, Almanzora, Almizaraques, Arboleas, Zurgena, Cuevas, Portilla, Palomares, Villaricos, Vera, Garrucha, Guazamara, Pozo de la Higuera.

REINO Y OBISPADO DE MURCIA

Cortijo doña Ana Ruiz, Lorca, Cortijo D. García Barrionuevo, Totana, Alhama, Azaraque, Cañada Honda, Librilla, Venta de Marín, Mula, Puebla de Mula, Cortijos doña Theresa de Mesas, Alcantarilla, La Puebla de Soto, La Raya, Murcia, Espinardo, Algucén, Don Juan, Melgarejo, San Antón, Cartagena, Caserío de los Jerónimos.

REINO DE VALENCIA

Orihuela, Albatara, Elche, Alicante, Monforte, Monóvar.

REINO Y OBISPADO DE MURCIA

Venta de las Quebradas, Cortijo don Joseph Díaz, Yecla, Montealegre, Venta de la Higuera, Venta Petrola, Horna, Nueva, Pozo de la Peña, Chinchilla, Albacete, La Gineta.

CASTILLA LA NUEVA- LA MANCHA

La Roda, Venta del Monte del Pinar, El Provencio, Las Pedroñeras, Pedernoso, Los Hinojosos, Villanueva de Alcardete, Corral de Almaguer, Ocaña, Valdemoro, Villatobas

MADRID

Capilla de los Vélez en la Catedral de Murcia. Colección: Decarrillo

Detrucción de la Almazara del Marqués

Sin la más mínima queja. Sin lamento alguno. Silenciosamente, alevosamente. Como si no hubiera pasado nada. La almazara más espectacular de Almería fue destruida hacia el mes de marzo-abril de 2007. Levantada a mediados del s. XVIII, en tiempos del X marqués de los Vélez, Antonio Álvarez de Toledo, junto al río Almanzora, con 6 vigas de madera y otros tantos rulos de piedra para moler. Primero fue despojada del escudo nobiliario (hoy, en el Ayuntamiento de Cantoria); luego, el abandono, la desidia y el desinterés; finalmente, el derribo sin contemplaciones. En esta ocasión no hay (parece) proyectos especulativos en la trastienda: la propiedad era pública; pero el Ayuntamiento, siempre preocupado por el desarrollo y el bienestar de sus vecinos, tenía magníficos y deslumbrantes proyectos e ideas para levantar un nuevo y espectacular edificio que traerá la prosperidad al municipio: nada menos que un hotel rural. ¡Qué mejor forma de celebrar el V centenario de Marquesado de los Vélez que ir liquidando los inútiles vestigios del pasado y erigir en su lugar los nuevos templos del lujo, la ostentación y el “progreso”!

Sabios y expertos arquitectos o ingenieros redactores de normas urbanísticas no la protegieron a tiempo (eso sí, nunca se olvidan de proponer nuevas recalificaciones de terrenos para construir); inteligentes políticos locales y avezados técnicos alegan que era muy vieja, que no valía para nada, que estaba en ruina, que era imposible su recuperación, que podía desplomarse y afectar a los vecinos. El Ayuntamiento, siempre velando por la seguridad de sus vecinos, ha tomado el camino más seguro y eficaz: demoler, hacer tabla rasa. “Muerto el perro, se acabó la rabia”.

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El vendaval del “progreso” y la “modernidad”, la insensatez de los responsables políticos, el silencio cómplice de la población, la incapacidad e impotencia de los “conservacionistas”, el olvido o la omisión de su incorporación a catálogos de protección, y la negligente abstención de otras instancias superiores, todos a una, estamos provocando o permitiendo la desaparición acelerada del patrimonio arquitectónico o etnográfico de nuestra provincia.

Los redactores de los PGOU, tan preocupados por las recalificaciones del suelo, deberían dedicar algunos esfuerzos, de manera seria, rigurosa y exhaustiva, y con la participación de expertos o conocedores del patrimonio local, a identificar e inventariar las piezas más destacadas y/o dignas de protección y proponer estrategias para su conservación. En su defecto, la administración regional competente (Cultura), o quien los adjudica y paga los planes (Obras Públicas y Urbanismo), en lugar permanecer sordas al estruendo de mamposterías y tapiales, deberían obligarles a mirar en la dirección adecuada.

José D. Lentisco Puche

Extracto del artículo publicado en La Voz de Almería en abril de 2007

Imagen y planos de la antigua y soberbia almazara (hoy tristemente desaparecida) que se levantó en 1783, en tiempos de su hijo el XI marqués de los Vélez y duque el Alba aunque el proyecto lo encargó su padre. Colección: Mari Felix Gea y Miguel Ángel Alonso