Juan Peña Tapia

Por Carmen Peña 

El Taller de Juan Peña, escuela de marmolistas

Juan Peña Tapia nació en Olula del Río, hijo del maestro D. Juan Peña Escobar y de D. Carmen Tapia Juárez, fue el mayor de 7 hermanos.

Aunque no nació en Cantoria, aquí vivió y ejerció su profesión gran parte de su vida, montó su negocio y crió a su familia. Pero vayamos por partes, su relación con este pueblo nace en los años 20 cuando D. Avelino Fernández, un señor de procedencia gallega, instaló cerca de la estación de ferrocarril un aserradero mármol y contrató a nuestro protagonista de encargado. En ese momento decide trasladarse con su familia para estar más cerca de su trabajo. Al cabo de unos años enviudó y se casó en segundas nupcias con Soledad Gea Sánchez, natural de Cantoria y modista-sastra de profesión. Su nueva esposa era huérfana desde muy joven y vivía con otra hermana soltera en la calle larga, número 13. Allí se fue a vivir con los tres hijos del matrimonio anterior, Juan, Dolores y Francisco. En 1927 nació Carmen, la cuarta de sus hijos y en 1931 nació Ana, la última. A pesar de la numerosa prole, su mujer no dejó nunca de trabajar de costurera e incluso con ayudantes a su cargo, contribuyendo con su sueldo en buena medida a la economía familiar.

Pasado algún tiempo, decide instalarse por su cuenta y montar un taller en la cuadra que tenía la casa unida a un gran descubierto. Para esta nueva industria tuvo que contratar a varios aprendices. Los clientes llegaron pronto y con ellos la buena marcha del negocio que no paraba de crecer con los años. Poco a poco el espacio se le quedaba pequeño y las condiciones para desarrollar su trabajo no eran las idóneas y por eso decide en 1930 comprar una vivienda en la calle de la Ermita que hacía esquina con la calle San Antón. Hizo una gran reforma, adaptando la planta baja y el fondo que tenía la vivienda, consiguiendo así una gran nave de unos 16-18 metros independiente de la zona para vivir, adquiriendo nuevas y más eficaces herramientas necesarias para su trabajo.

Jóvenes con ganas de aprender el oficio no le faltaban, y más en una zona donde las salidas laborales se reducían al campo, y claro está, esta nueva industria ofrecía perspectivas profesionales nunca vistas hasta entonces. De los muchos que pasaron cabe recordar a Andrés Fernández Fiñana, Ramón Sánchez, Diego (el del cortijillo), los hermanos Francisco y Pedro López, José Cerrillo Calandria, Antonio y Sebastián López Rubí (los zoríes), Ramón Balazote Mateos, Juan Antonio Segovia, Antonio Mirón, etc. y por supuesto a sus hijos Juan y Paco que como veremos más adelante, hicieron del mármol su medio de vida.

Su trabajo abarcaba gran parte del día e incluso de la noche, porque periódicamente se tenía que levantar a primeras horas de la madrugada para irse a pie a las canteras de Macael y allí preparar los bloques de piedra que necesitaba. Luego algún transportista como José el Sixto y su hijo, con un carro tirado por dos mulas y un burro lo trasladaban a Cantoria, hiciera sol, viento o lluvia. Cuando la pieza era demasiado grande, entonces contrataba algún carruaje de bueyes para bajarla hasta la estación de Fines-Olula donde se facturaba hasta la de Cantoria.

Se hacían toda clase de trabajos, como fregaderos, morteros, pilas bautismales, cruces, pilastras, panteones, jarrones y lápidas sobre todo. Las inscripciones las realizaba con gran maestría, señal de que sabía el oficio desde chico. Y para darle una nueva orientación al negocio, mandó a su hijo Juan a Murcia a que aprendiera dibujo y escultura, ya que había visto buenas dotes para estos oficios. Y Supo aprovechar el tiempo, ya que las primeras cruces de paño, cruces redondas con ramas de yedra a relieve fueron diseños suyos.

Una vez esculpidos los trabajos, pasaban a manos de unas mujeres que se encargaban de pulirlas ya que era una labor que sólo requería tiempo y no tanta pericia como la de los escultores. Una vez finalizados, se embalaban con albardín, que le suministraba Luis el Negro y unas guitas. Este trabajo solía hacerlo sólo, unas veces de pie, otras de rodillas, como buenamente podía, pero muy meticuloso para que en su transporte por ferrocarril no sufriera ningún desperfecto. Todo hecho a mano, porque no había maquinaria y las herramientas eran muy básicas, como el mazo, puntero y cincel. Para mover las piezas utilizaban palancas y unos rulos de madera, y los trabajos más voluminosos los tenían que hacer en la calle.

Fueron años de prosperidad hasta que en 1936 estalla la guerra civil dejando a Cantoria sin jóvenes, unos que se iban obligados y otros como voluntarios, hizo que Juan tomase la decisión de cerrar temporalmente el taller. En1940 reabre sus puertas en el mismo lugar, acogiendo de nuevo a los aprendices que habían logrado volver del frente y otros nuevos como Cecilio Padilla, Ventura Jiménez, Patricio López, Baltasar Fernández, Rafael Águila, los hermanos Antonio y Julio Gilabert, Antonio Chacón, etc., Una buena cantera de profesionales que luego por su cuenta montaron talleres propios o incluso alguna gran empresa, como el caso de Paco y Antonio Cuéllar, que comenzaron con un pequeño taller en la calle San Juan, luego ampliaron a una fábrica de grandes dimensiones detrás de la estación y que al separarse, Antonio fundó Cuellar Arquitectura del Mármol, un referente a nivel mundial en cuanto a los trabajos artísticos en piedra natural se refiere.

En 1951 le encargan a su hijo Juan el monumento a los caídos, que se instaló en la plaza de la Iglesia. Debido a su tamaño, el trabajo se realizó en el mismo emplazamiento, ayudado de Rafael Águila y del trabajo artístico de Cecilio Padilla. Después esta obra ha sufrido dos traslados, el primero a la explanada de la ermita y el segundo al cementerio.

En la década de los 50 Cantoria se va llenando de talleres, la mayoría gestionados por los que aprendieron con Juan, y otros llegados de fuera, como Pepe el Turronero, que aunque era zurdo, fue un gran maestro y a él se le deben las dos esculturas de la puerta de la Iglesia. Además, dominaba el arte de la fragua y creaba sus propias herramientas.

Años buenos en lo que apenas existía paro, hasta tal punto, que a pesar de ser históricamente un pueblo agrícola, esta se fue abandonando a favor de la nueva industria y de otras auxiliares como el trasporte de mercancías.

La jubilación llega para Juan en 1955, pasando el negocio a manos de su hijo Paco, ya que su primogénito se había establecido hacía unos años por su cuenta y no quiso hacerse cargo del taller y su yerno Cecilio Padilla se fue a Venezuela. El negocio se trasladó de lugar para poder ampliarlo y adaptarlos a las nuevas necesidades y la maquinaria moderna que empieza a surgir en los 60. El cambio fue muy grande, porque se pasa del trabajo manual al mecanizado. En los años 70 Paco y sus hijos instalan la industria en un gran taller fuera del pueblo creando muchos puestos de trabajo que se mantendrán con las terceras generaciones y hasta hace escasamente un par de años en que cesó definitivamente la actividad por jubilación de Ramón Peña.

Aquí acaba la tercera generación de Juan Peña Tapia, un olulense de nacimiento que nunca olvidó sus raíces, pero que se sentía tan cantoriano como si hubiera nacido aquí. Podemos decir que creó la mejor escuela de aprendizaje durante décadas, cuando no existía la formación específica reglada.

Quisiera acabar diciendo, que yo, Carmen Peña, hija de Juan, me he criado en un taller de mármol y que al casarme con Cecilio Padilla, un gran especialista en el oficio, puedo dar fe de todo cuando digo en este artículo y era mi deseo e ilusión que las nuevas generaciones conozcan los orígenes de este sector que tanta riqueza ha dado a nuestro pueblo y su comarca, siendo su seña de identidad y la base de su economía hasta el día de hoy.

Juan Peña Tapia. Colección: Carmen Peña

Taller de Juan Peña en la calle de la Ermita. Al fondo se puede observar los trabajos en mármol en la puerta del taller. Colección: Luis Oller

Dos trabajos que salieron del Taller de Juan Peña. En la imagen superior el monumento a los caídos que se realizó en la misma plaza de la iglesia donde iba a ir emplazado (después conocería dos ubicaciones mas, la de del mirador de la ermita y la actual, en el cementerio. En la parte inferior un panteón de los tantos que se hicieron en las décadas de funcionamiento del taller. En ambos trabajos se pueden observar los finos grabados que lo adornan. Colección: Decarrillo y Carmen Peña.