Peripecias de los viajes a los Baños

Ana Guerrero Marín y Antonio Berbel Fernández

Los Baños en los años 40-50

El pregonero, tocando una corneta voceaba: -“¡Se hace saber que el domingo próximo, vamos de baños a Garrucha en el camión de los Gómez, a tres duros el viaje, pal que  quiera venir...!”-

Así se pregonaba por el pueblo de Cantoria para que todo el que quisiera ir de baños se apuntara.

El viaje se hacía en la caja del camión, de pie o sentado en el suelo, pues no se ponían sillas, iban a la intemperie, como ellos decían. Salían el domingo por la mañana antes que saliera el sol y regresaban cuando se ponía.

Mi padre que se apuntaba a un bombardeo, no se perdía uno y me contaba historias que les ocurrían, como la de una vez cuando el camión circulaba por la carretera antigua de Arboleas, justo cuando pasaban por encima de los raíles de la vía férrea, donde hoy todavía queda la casilla de Arboleas a la derecha, había un cortijo en alto a la izquierda que estaban sacando estiércol con una pala, alguien del camión gritó:  -“¡Nosotros a bañarnos y vosotros, joderos y trabajad!”-, no terminó de cerrar la boca , cuando el del estiércol había cogido una leva y la lanzó tan rápidamente que fue a impactar en toda “la trompa” de la tía María “la bodega”, que era la abuela de los Picazos y fueron apestando a estiércol todo el camino.

Pero otras veces, la gente iba de veraneo a Águilas en el tren, este es el caso de Anita Castejón, Mª Huertas Rodríguez, Nemesia, Soledad y Mª Josefa “la judas”, “los Lalos”, la tía Ana Josefa de “la posá” y otras más.

Se iban por una semana a una casa que alquilaban entre todas. Para Águilas, cogían el correo hasta Almendricos, donde cambiaban a otro tren y los bultos los facturaban para ir libres de equipaje. Mi madre tenía el kilométrico de 2ª, por ser hija de ferroviario, pero como las demás iban en clase 3ª, pues se iba con ellas.

El correo tenía unos asientos que podían meter paquetes debajo, así que, para ahorrarse el billete del chiquillo, Soledad llevó hasta Almendricos a su hijo debajo del asiento y al cambiar de tren el revisor, se percató de que el angelico iba chorreando de sudor y con la cara tiznada y oliéndose el asunto preguntó: -“¿Este niño , de quién es?”- Y contestaron….  –“¡No sabemos, se ha montado aquí!”-, a lo que el revisor dijo: -“¿Niño, cuál es tu madre?”- Y el chiquillo señaló a Soledad. Esta se quedó blanca y entonces el revisor le dijo: -“Ahora por engañarme, le voy a cobrar el billete doble”-.

Mi madre iba en el asiento de la ventanilla y su amiga Anita en la otra. Cuando se fue el revisor, había que ver a Soledad con los brazos en jarras y cabreada por el sablazo que le habían dado a su bolsillo y mirándolas fijamente a los ojos les increpó diciendo:

-“¡vamos las señoritingas, la una que va de balde en una ventanilla y la otra marquesa en la otra!”- y mirando a su hijo le dice: -“¡y tú que has pagao el doble, no vas a ir en el peor sitio, venga ahora mismo te pones en una ventanilla, ya lo creo que sí!”-.

Al llegar a Águilas, los hombres que portaban los equipajes a las casas de alquiler, llevaban un sombrero de paja con una cinta ancha que decía: Alquileros de casas. Cargaban los bultos y cestos en los burros y les arreaban para ver si podían perder de vista a sus clientas y así registrar los cestos de comida, por si les interesaba apropiarse de algo.

Llevaban también los colchones si las casas no tenían suficientes, que unas veces eran de perfollas y otras de lana, según la economía de la dueña.

Ellas iban andando detrás de los tíos y cuando llevaban un tramo, la tía Ana  Josefa, que era vieja dice: -“Yo no puedo andar más, me duelen mucho los pies”-. Así que mi madre que por entonces tendría veintipocos años, se la echó a cuestas y tan a gusto iba la pobre mujer que se le meó encima.

Ya en la casa se repartían las habitaciones, las más listas cogían donde había camas y las otras, en el suelo.

Por las mañanas iban a bañarse y por la tarde paseaban, se tomaban un helado y para regresar por la noche, tomaban churros con chocolate.

Mª Huertas tenía un primo en Águilas y este le presentó a dos guardias civiles de la misma edad que Huertas y Anita, entablaron amistad y un día ellos les preguntaron que si podían ir a hacerles una visita a la casa donde se alojaban y si había alguien con ellas.

Anita y Huertas se lo pensaron y decidieron gastarle una broma a Soledad y Mª Josefa con los guardias, así que una vez acordado lo que debían decir y la hora a la que tenían que ir, les dieron la dirección de la casa.

Era de noche cuando tocaron a la puerta, Huertas y Anita, sabían que eran ellos y no salieron, así que fue Mª Josefa a ver quien llamaba. Se encontró enfrente de dos guardias civiles, que tras desearle buenas noches con voz firme,  preguntaron: -“¿es aquí donde están alojadas una tal Soledad y su hermana Mª Josefa, estraperlistas de aceite y de harina?”-.

Mª Josefa se puso blanca del susto y apenas si le salían las palabras de la boca. –“¡Mire usted Sr. Guardia, no sé quién le habrá contado eso, pero nosotros no somos estraperlistas, traemos para el gasto de la casa, pero si nos sobra algo para irnos, pues mire usted, lo vendemos!”-

Los guardias al ver el nerviosismo de la mujer, se echaron a reír y le dijeron, -“¡no se preocupe mujer!”-, que nosotros sólo venimos a  hacer una visita a Huertas y Anita que están en esta casa veraneando.

Cuál sería la impresión de Mª Josefa que se le descompuso el cuerpo y le dio diarrea. Pero cuando salieron las bromistas las puso a caldo a empujones y pellizcos.

Otro día, Nemesia y Huertas fueron a bañarse y hacía levante, entonces decidieron ir a otro sitio que estaba más tranquilo, pero como había hecho marejada la noche anterior salieron del agua llenas de algas. Ellas que se vieron como se habían puesto, pensaron que como iban a atravesar el paseo Parra de Águilas de esa guisa y liadas en unas sábanas que llevaban. Así que Nemesia vio colgados en una caseta unos albornoces, que sólo usaban la gente “de bien” y tomándolos prestados se los colocaron.

Otra noche la tía Ana Josefa, dice que llevaba varios días estreñida y que iba a la orilla del mar a ver si con la brisa y el paseo se le aligeraba el cuerpo. Total que como estaba oscuro, la pobre mujer vino a defecar encima de unos novios que estaban en la arena.

Soledad se había llevado consigo a los baños una gallina viva y la tenía con la pata amarrada a un alpargate en el patio de la casa, como se acercaba el día para finalizar los baños, mató la gallina y la frió para traérsela en una fiambrera.

Su hermana Mª Josefa le dijo a Huertas y Anita que hicieran lo que fuese, pero que la gallina no saliera de Águilas, así que a mordiscos se la comieron, aunque estaba más dura que una piedra.

No queráis saber cómo se puso Soledad cuando vio que apenas quedaba gallina frita:   -“¡Sinvergüenzas, bandidas, infames!”-.

Su hermana Mª Josefa, le dijo: -“¡No te pongas así, Soledad, se lo he mandado yo, que no te has gastado un duro en los baños y no has disfrutado de nada!”-.

A lo que Ella cogió un monedero negro con cierre de pellizco y abriéndolo, sacó un puñado de billetes y extendiéndolos sobre la mesa miró a su hermana y le dijo: -“¡Esto es lo que yo disfruto!, ¡ves, esto!”.

En la segunda década de siglo XX, aprovechando la bonanza económica en tiempos de la I guerra mundial, hubo un buen número de propietarios y profesionales liberales que se sumaron a la moda de ir a los baños cuando anteriormente estaba prácticamente restringida para unos pocos. Ese fue el motivo por el que la compañía de ferrocarriles de Lorca-Baza-Águilas vio oportunidad de negocio en este grupo de vecinos que podían permitírselo y empezaron a promocionar el “Tren de los Baños” que era un servicio especial que hacía la compañía en el mes de agosto, donde en una serie de días escogidos se hacía el trayecto hasta Águilas con origen en Baza, para que pasaran unos días en los baños. Desde la estación de Albox (Almanzora) salía el tren a las 9:12 h. y el de regreso llegaba a las 23:47 h. Los billetes no eran nada baratos puesto que valían 8,95 pts en 2ª clase y 4,85 pts en 3ª clase en 1917, y como es lógico, no todos los bolsillos podían hacer ese desembolso por cabeza. Cortesía de Miguel Ángel Alonso

Imágen de una cuadrilla de amigos en la playa de Águilas a finales de los 40. Colección: Familia Padilla Peña

Carmen la Turca con su marido Ramón, su hermano Juan Pedro, hijos y sobrinos en la playa de Águilas. Colección: Pedro Gilabert

Andrés Marín con unos familiares en la playa de Águilas portando una tortuga que arribó desorientada en la playa. Colección: Ana Guerrero Marín

Juan Cazorla Lozano, (el de tirantes Blancos), con un grupo de amigos de Almanzora en la playa de Águilas a mediados de la década de los 50. Lo más curioso de esta foto es que Juan fue presidente del Comité Revolucionario de Almanzora, y entre sus acompañantes de baños está el hijo de Ángel Alonso del Águila (de los tres hombres centrales, el de la izquierda), conocido derechista al que salvó la vida cuando los del S.I.M. llegaron a Almanzora con la orden de detener a 6 personas de derechas. Antes de la Guerra ejercía de ferroviario, y después tuvo que buscarse la vida y trapichear para sacar adelante a su familia, porque estaba siempre vigilado por los civiles que no dejaban que levantara cabeza, viéndose obligado a emigrar a Argentina. Colección: Amparo García García

Las hermanas Balazote, y la familia de Joselito en la playa de Águilas a principios de los 50. Colección: Ana Guerrero

Familia de los Barrenos en la playa de Águilas a finales de los años 50. Colección: Diego Gómez

Dolores Carreño y Juan Peña con sus hijos Juan y Ramón en la playa de Águilas. Colección: Familia Peña

Nita y Huertas en la Playa de Águilas a finales de los años 40. Colección: Anita García Castejón

Nita y Huertas en la Playa de Águilas a finales de los años 40. Colección: Anita García Castejón

Nita y Huertas en la Playa Amarilla de Águilas frente a la isla del Fraile a finales de los años 40. Colección: Anita García Castejón

Los Baños en Terreros

Hasta que llegó Juan Pedro el Caballista, el único medio para desplazarse eran las caballerías, y no a lugares muy lejanos. Quien deseara trasladarse a la playa se tenía que hacer en tren que llegaba hasta Águilas. Pero no era lo más común y la economía no daba para muchas alegrías. Pero cuando los hijos de estas familias de posguerra comienzan a emigrar y conocer el progreso de otros países, la cosa va cambiando.

Un vecino del Arroyo Albanchez, que en años anteriores había estado más de una vez desde su cortijo hasta San Juan de los Terreros, creía que no había más medio que el que te proporcionaba una mula. Este vecino tenía un hijo en los Estados Unidos y un verano que vino de vacaciones, acuerdan de ir a los baños. El padre se levanta temprano, empieza a aparejar la caballería cuando su hijo le regaña y le dice que hablará con el Caballista, para que los recoja en su taxi. A su regreso de una buena jornada, el padre se encuentra con un vecino que le narra así la experiencia:

"Hay que vé el adelanto que nos ha traío el pogreso. Lo digo por el atomóvil que es un invento que te causa fato na má verlo. Arreglamos por agosto ir a los baños a Terreros, me lie a aparejar las burras como es costumbre de viejos, pero mi zagal, mi Pedro, que desde que vino de América no sé ni cómo se ha guelto. A un duro lo llama peso, a traío dos u tres butacas y yo que sé cuántos enreos más, hasta un loro que murió de un susto que le dio un perro. Ayé va y me dice, padre me va usté a llevarme a Terreros, como en aquellos tiempos, cuando era yo pequeño.

Cuando se levantó y mi vió arreglar la burra con el aparejo, echó el grito en el cielo, ¿Pa qué está el adelanto, pa qué se quiere el pogreso? y yo que iba a decirle. Agarró y se fue a Cantoria y habló con el Caballista y aquella mesma mañana siento pararse en mi puerta un antromóvil. Me quedé como un gorrión cuando está delante de un cepo, que si pica, que si no pica, si me meto o no me meto.

¡A montar! grita mi Pedro, y amontar que nos amontemos. Empeza un fuerte ruío y así mesmo la emprendemos rio abajo. Empuña el chófe una ruea que lleva deante el pecho, le da güelta y más regüelta, luego apreta un guierro pa lante y pa trás.

Los palo del telegrafo, los olivos, las tomateras del fulgencio y hasta los cerros, tos pasaba por mi vista sin darme cuenta de ello.

Al tomarme una regüelta dice el tío, ¡una bujía!, y pensé yo mismamente pa mi adentros ¿será alguna vela que lleva adentro encendía?. Pero no, es una de las muchas piezas que tiene el juego delantero; la arregla en un santiamén y otra vez que la emprendemos.

Luego en otra recurva dice el tío ¡un punchazo!, ¡atiza!, ¿a qué se habrá arañao en el pecho con el hierro delantero?. Pero resulta que no, que el punchazo era en la ruea, la quita y la demonta y le pega un guen remiendo, le enchufa un pitorreo que la dejó más inflá que una morcilla cociendo.

Y asin llegamos a las playas de Terreros, y te digo amigo Juan, que no voy a dejar en mi casa naica que guela a un aparejo y si no tengo coche nuevo, compraré un cacharro viejo".

Las mismas cuevas casi 20 años después. Colección: Julio Rodríguez

Las hermanas Martos Miras en la playa de Terreros a principios de los años 70. Colección: María Miras