Volverás

Por Remedios Martínez Anaya

Pedro, hijo mío, todos los días te espero, me asomo a la terraza, salgo al jardín y no ceso de mirar al camino por donde sé que vas a venir. Cada vez que oigo un trote de caballos, imagino que eres tú y salgo corriendo, aunque esté sin peinar, aunque tu padre me regañe porque dice que lo pongo en evidencia delante de sus amigos, o de cualquiera que llegue a la casa. Pero es que nadie que llegue a la casa me importa, aunque fuera el mismo rey. Sólo me importas tú… Y luego lloro y me siento en el suelo, en cualquier sitio, aunque haya barro, aunque me ensucie la ropa. ¿Qué me importa la ropa? Si me ensucio, me cambio, pero cuando se me antoje, no cuando las criadas quieran. ¿Qué se creen, que van a mandar en mí? ¡Soy Catalina Casanova Navarro, Condesa de Algaida y mando en mi casa!

He ordenado arreglar tu habitación y acabo de poner un ramo de margaritas que es la flor que más abunda en este tiempo y la que me recuerda una etapa de tu vida, cuando eras muy joven y te habías enamorado de una jovencita del pueblo, a la que no queríamos porque nos parecía poco para ti. Entiéndelo, tú eres como un príncipe, más que un príncipe para tu madre. En su día serás Marqués del Almanzora, no te puedes casar con cualquiera. Recuerdo que te sorprendí un par de veces deshojando margaritas y tú te ruborizabas como si hubieras hecho algo vergonzoso. Entonces te subías a tu habitación y te ponías a tocar el violín y yo te escuchaba embobada porque tu música siempre me ha parecido como venida del cielo.

Todos los días mando cambiar la ropa de tu cama porque quiero que cuando vengas la encuentres limpia y perfumada. Las criadas me miran con extrañeza y me dicen que no hace falta cambiarla. Algunas veces me engañan y cuando compruebo que no me han hecho caso, tiro con furia la ropa al suelo o por las escaleras o por la ventana, y grito, grito fuerte, muy fuerte… para que vean que no estoy tonta, que me doy cuenta de todo. No me importa que haya visita, me da igual, tú eres lo más importante y quiero que cuando vengas tu ropa esté en el armario, planchada y perfumada, la habitación sin una mota de polvo, las ventanas abiertas, los cristales limpios. ¿Piensan estas holgazanas que se van a reír de mí? Las voy a echar a todas de la casa y me voy a quedar sola; sola, para que no manden tanto, para que no se crean las amas. El ama soy yo. Se creerán que las necesito y no saben que me basto y me sobro. No necesito a nadie para pensar en ti, para arreglar tu habitación, para ponerte flores frescas…

Ayer trajeron al médico; no sé para qué… Me toma el pulso, me dice que me calme. Pero ¿por qué me tengo que calmar? Si yo no estoy nerviosa. Lo que pasa es que me pongo furiosa cuando me engañan. Quieren que crea que estás muerto y no saben que eso no me lo creeré en la vida. Yo sé que estás en París o en Roma o en Venecia… dando conciertos. A partir de ahora, voy a ir contigo a todos los viajes. Sí, lo he decidido; para que no puedan engañarme. ¿Cómo vas a estar muerto si eres joven,  si eres fuerte, apuesto, inteligente, si eres mi hijo, si tocas el violín como los mismos ángeles? ¿Cómo iba Dios a consentir que tú, mi joya, mi tesoro, mi alegría… te fueras de este mundo antes que tu madre? No, no me lo creo. Aunque se junten el cielo y la tierra. Todos están equivocados o todos quieren engañarme. Tal vez alguno de estos aduladores que rodean a tu padre quiera quedarse con tu herencia. Pero yo no lo voy a consentir. ¡Que sepan todos que esta casa es para ti, y las tierras y los caballos y las joyas…! Alguna de estas criadas que están todo el día fastidiándome querrán mis joyas… ¡Claro, eso es! Por eso quieren que me atonte, que me calme, que me duerma. Todos conspiran contra mí e intentan darme los potingues que prepara el boticario. Me paso el día registrando en los armarios y rompiendo todos los botes que me parecen sospechosos. ¿Y si quisieran envenenarme? No me puedo fiar de nadie. A partir de ahora voy a hacer como los emperadores romanos, no comer de un plato hasta que no lo haya probado una de las criadas. Sí, sí, muy bien pensado y que renieguen todo lo que quieran y que mi marido me diga chiflada. No me importa nada, sólo resistir hasta que vuelvas para que nadie te pueda arrebatar lo que es tuyo.

El otro día oí hablar a tu padre con el ama de llaves algo sobre un viaje. No pude entender toda la conversación porque hablaban en voz baja. Tal vez quieran llevarme al asilo de Cuevas, encerrarme allí, frente al castillo, como si estuviera loca, como si fuera ya una anciana. Pero no lo voy a consentir, aunque las monjas me atendieran bien, porque son buenas y sobre todo, porque debes de saber, hijo mío, para cuando te hagas cargo de tu patrimonio, que el asilo lo costeo yo. Te advierto esto para que no te olvides nunca de ayudar a esas buenas mujeres que se ocupan de los viejos y desamparados de la comarca. Ten caridad, hijo mío; yo he procurado siempre ayudar a los necesitados y tú debes hacer lo mismo. Pero, aunque las monjas sean buenas, no quiero ni pensar que me lleven allí, con tantos ancianos. No, yo quiero vivir en esta casa y poder pasear por el jardín para recoger flores con que adornar tu habitación y mirar el camino por donde vas a venir, bajo este cielo de mil colores cambiantes.

De pequeña me gustaba ir a Tíjola, a nuestra finca de Algaida, porque era alegre, llena de árboles y campos verdes, y había un ganado muy numeroso y me dejaban acariciar a los corderos. También había un nacimiento de agua y yo podía beber con mis manos el agua fresca y cristalina que bajaba de las montañas. Después de casada he ido menos, porque ya nacisteis vosotros, los veranos nos íbamos a Garrucha, junto al mar, y el resto del tiempo lo pasábamos principalmente en esta casa, hasta que os hicisteis mayores. La verdad es que es la que más me gusta de todas las que tenemos. La gente la llama palacio. ¡Y yo tengo tan buenos recuerdos de vuestra infancia y de mis primeros años de casada…! A pesar  de que tu padre ha viajado siempre demasiado. A Madrid sobre todo. Yo lo he acompañado en contadas ocasiones porque lo más importante para mí erais vosotros. Si, debo reconocer que ha tenido siempre muy buenas amistades, de lo principal de España, hasta la misma reina María Cristina es nuestra amiga. Por eso me nombró Condesa de Algaida. 

Hace unos días vinieron tus hermanos y yo estaba muy contenta porque ¡soy tan feliz cuando venís a verme! Pero se empeñaron en que me vistiera de negro para ir a misa; me dijeron que era una misa en memoria tuya. ¡Están todos chiflados! Yo, por no oír a tu padre, que se enfadó muchísimo porque me había puesto un vestido azul de seda, cedí, por no armar un espectáculo, y hasta consiguieron ponerme una mantilla negra. Accedí porque es muy bonita y porque al ir tu hermana también vestida de negro no me parecía adecuado vestir yo de color. Pero nunca más. No sé qué manía les ha entrado a todos con el luto. Esa ha sido la última vez que me van a ver de negro. Yo no tengo por qué ir de luto. Tengo que vestir de colores, llenar la casa de flores de todas clases, abrir las ventanas para que entre el sol hasta el último rincón… y abrir mi corazón y mis brazos… para tu llegada. Porque sé que volverás.

Pedro Abellán

Catalina Casanova, I Marquesa Almanzora

Representación de la obra teatral en el teatro Saavedra de Cantoria en 2015, escrita por Mateo Muñoz y basada en el relato de Remedios Martínez. Colección: Decarrillo