Joaquín Jiménez Sánchez

Por Juan Pedro Jiménez Rodríguez

Joaquín, entre su abuelo y su madre acompañados de su padre y hermanos. Colección: Joaquín Jiménez

Cantoria. Se inicia del círculo

Joaquín Jiménez Sánchez, originariamente conocido como Ringrong o más tarde llamado cariñosamente como Marqués o Zopas (mote de su hermano pequeño Jose y que al final recayó en él), nació el 5 de abril de 1952 en un cortijo de Cantoria. Sin embargo, por aquellos tiempos, eso suponía que los registros de nacimientos podían demorarse, y en su caso no se le hizo la partida de nacimiento hasta dos días después, el día 7, fecha que hoy en día es la oficiosa.

Nació y creció en una familia humilde, pero muy rica en valores. Su padre, llamado Joaquín, como indica la tradición familiar, tuvo que emigrar a Venezuela siendo Joaquín un bebé y allí trabajó unos tres años. Estando allí nació Antonio. Volvió a España y volvió a emigrar, esta vez a Alemania. A los nueve meses de irse nació José, y tras cuatro años en ese país, regresó definitivamente, cuando consiguió los ahorros suficientes para comprar tierras de cultivo y animales para labrar un porvenir a su familia.

Su relación con su madre Isabel fue muy estrecha, era su ojito derecho, y Joaquín, con su padre ausente los primeros siete años, tuvo que asumir ciertas responsabilidades al ser el mayor. Una vez que este regresó, fue a quien se dirigiría a pedir ayuda cada vez que tenía un problema que resolver.

Joaquín siempre ha tenido muy presente su rol de hermano mayor protector con sus hermanos, desde que nacieron hasta nuestros días, siempre estuvo pendiente de ellos aunque estuviera fuera, y en especial con José, recientemente fallecido y que supuso un duro golpe. Con Antonio, el mediano, su afinidad con siempre ha sido muy grande, tal vez por la poca diferencia de edad.

Siempre han tenido una relación muy especial,  y a pesar de ser Joaquín el mayor, Antonio era más de acción, no dudando en plantar cara y pelearse si era necesario cada vez que alguien se metía con su hermano mayor. Como ejemplo podemos contar una situación que generó un vecino, cuyo nombre no quiero acordarme, de su misma edad, muy travieso, que los llevaba por el camino de la amargura cada vez que se despistaban colándose al gallinero y alborotando a las gallinas hasta situaciones límites. Antonio y Joaquín iban a buscarle para ajustar cuentas, pero era Antonio el que hacía de escudo a Joaquín y encajando y devolviendo los puñetazos.

Los dos hermanos coincidieron en la época del colegio en la escuela de la Hojilla, una pequeño cortijillo donde, como en la mayoría de los pueblos de España en esa época, se juntaban todos los niños sin diferenciar las edades y aprendían las materias de enseñanza al mismo tiempo y en el mismo aula. Podéis imaginar el alboroto de treinta criaturas mezclados de distintos niveles educativos. Para el profesor era imposible mantener la atención de todos los alumnos a la vez, y en cuanto se despistaba, los más revoltosos se entretenían haciendo fechorías. Joaquín y Charly, su amigo de la infancia del que estaba muy unido y con el que nos encontraremos varias veces en este relato, se llevaban la medalla de oro. Y con esa medalla, se cubrieron de capones, tirones de orejas, castigos y hasta algún bofetón por parte del docente. Y esto era casi a diario.

Todos esos años, eran cole por las mañanas y ayuda a los abuelos en el cortijo por las tardes, labranza y cuidado de animales, especialmente a su mula “Cordera” que era su preferida.

Esta infancia rodeada de huertos y animales le marcó, y desde entonces, continuamente busca y encuentra la oportunidad de rodearse de frutales y hortalizas. En sus segundas residencias ha hallado el hueco para incluir un huerto y varios árboles que décadas después siguen en pie y floreciendo cada primavera. Siempre le hicieron sentirse un poquito más cerca de su tierra, de sus orígenes.

Los estudios

Cuando acabaron la escuela, Joaquín se apuntó a la academia de doña Lola para prepararse para acceder al instituto del Valle del Almanzora de Cantoria que se inauguraría el año siguiente. Él y su hermano Antonio, atravesaban en bici todos los días Cantoria para acudir a la academia. Como sólo disponían de una bici, y sin negociación, Joaquín como hermano mayor, se hizo dueño del manillar y de los pedales, llevando al pequeño Antonio de paquete todos los días.

Joaquín accedió al instituto, formando parte de la primera promoción de las muchas que hasta hoy en día han pasado.

Siendo ya adolescente, trabajó durante varios veranos en la construcción para ganarse unos dinerillos con el padre de Charly, el Taquillero. Esta oportunidad, además de aportarle algo de independencia económica, le dio la oportunidad de aprender muchísimas cosas sobre construcción, electricidad y fontanería.  El Taquillero fue su mentor y el responsable de que se convirtiera en un manitas con solución para casi todo.

Deseando acabar la etapa de estudios, a los 18 años se presentó a unas oposiciones de Telefónica, empujado por su madre Isabel que veía mucho potencial en el chiquillo, y así conseguir un buen trabajo que le solucionase la vida.

Como bien intuía Isabel, con ese sexto sentido que tienen las madres, Joaquín las aprobó comenzando una etapa de formación en una sede que la empresa tenía en Sevilla. Allí se afincó por seis meses y comenzó su romance con el Real Betis Balompié, del que aún es un loco enamorado, amor que heredó su hijo Juan Pedro, pero de eso quizás hablemos más adelante.

Cuando terminó el curso de formación, Telefónica le ofreció elegir destino para empezar a trabajar y entre las opciones que tenía se decantó por Barcelona. Nuevo cambio de rumbo en su vida. Aunque ya sabía lo que era vivir fuera de su Cantoria, nunca había estado tan lejos de su tierra y su familia.

Joaquín con su madre, su hermano José y sus primas. Colección: Joaquín Jiménez

Barcelona, su primer destino

Las cosas empezaron a irle bien y en Barcelona se compró su primer coche: un Seat 127 azul oscuro. Nuevo. Siempre reluciente. Algunos fines de semana, cogía carretera y manta (y nunca mejor dicho, porque tardaba más de once horas en recorrer cerca de 800 kilómetros) y se marchaba a Cantoria.

Antonio, en uno de esas escapadas al pueblo, le pidió que le prestase el coche para intentar impresionar a una muchacha del pueblo vecino que le gustaba. Y así fue. La muchacha nunca olvidaría ese viaje, porque Antonio se emocionó, con su coche, la chica en el asiento de al lado… se puso nervioso y en una curva confundió el pedal del freno y el del acelerador y se salió de la carretera empotrándose contra un olivo.

No sabía qué hacer, dónde meterse, ¿cómo decirle a su hermano que el coche estaba destrozado?. Joaquín, que había cuidado al vehículo como si un hijo se tratase, al verlo destrozado entró en cólera.

Ahí acabo la existencia de su primer coche, que aunque breve, no dejó de ser intenso. Cogiendo el relevo de su predecesor, se compró un Talbot marrón, que tiempo después sería su primer coche familiar.

Y como decía Groucho Marx, el bigotazo más famoso detrás del de nuestro protagonista “Detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer”.

Y aquí es donde aparece Juana, una madrileña con orígenes de Valdeverdeja, un pueblo de Toledo, el cuál en breve conquistaría a Joaquín por sus sendas esparragueras, su gente y su cultura del picoteo y vermut.

Joaquín en el servicio militar. Colección: Joaquín Jiménez

Madrid, una nueva oportunidad

Juana estaba trabajando de mensajera en Madrid, pero tras formarse como administrativa preparó maleta y se mudó a Barcelona, cayendo casualmente en la residencia de Telefónica, donde el destino la hizo coincidir con nuestro biografiado.

Aquello fue un flechazo que les unió por 40 años. Tras un año de noviazgo, cogieron las riendas de sus vidas de nuevo, con valentía, empaquetaron sus cosas y decidieron empezar una nueva vida en la capital. Aunque Joaquín tuvo que volver a Barcelona para continuar con su trabajo y cerrar su traslado de forma definitiva, fue sólo por un breve espacio de tiempo. Ya instalados en Madrid, se casaron en una iglesia cerca de la plaza Elíptica. Para Juana, esta ciudad era territorio conocido donde tenía a sus padres Margarita y Juan. Ella se vino de avanzadilla, sola, embarazada de su primer hijo que llevaría el nombre de su padre. Joaquín se mudó dos días antes de que naciera el pequeño.

Su incorporación fue inmediata a la oficina de Ventas, donde estuvo seis años trabajando. Se encontró un ambiente poco agradable, muy competitivo, con poca mentalidad del trabajo en equipo. Sin embargo, poco a poco Joaquín supo ganarse a los compañeros más cercanos mas o menos de la misma quinta, entablando amistad hasta formar un grupete de amigos, a los que llamaban “los jóvenes”, que por cierto no eran muy aceptados por los más antiguos de la empresa, a los cuales Joaquín se refería como “los ferritas”.

En la última comida de empresa de Navidad antes de mudarse definitivamente a la Moncloa, en un restaurante de la Elipa, Fernando, un compañero y amigo de Joaquín, comentó que tenía que irse a su pueblo Mayorga, un municipio vallisoletano limítrofe con León, a pasar las fiestas con la que entonces era su novia. Tras la sobremesa, y habiendo brindado más de una vez con vino, y en plena exaltación de la amistad, Joaquín, y los compañeros oficina, Pedro, Campos, Cuesta y Mariano se ofrecieron a llevar a Fernando hasta el pueblo en el coche de Campos, cenar cordero allí todos juntos, continuar la fiesta navideña y volverse a Madrid. Fernando, se lo tomó como una broma y cuando llegó el momento cogió el autobús y se marchó al pueblo. Joaquín se despidió de él con un “esta noche nos vemos”.

Fernando llegó a Mayorga, fue a buscar a su novia para salir a cenar, y cuando salieron del restaurante, con una niebla espesa y con – 3 grados bajo cero, se toparon con un Ford Sierra aparcado en la calle, con las luces puestas y cinco hombres dentro. Campos al volante, Joaquín de copiloto, y el resto en los asientos detrás.

Así cumplieron su “amenaza” de ir a cenar cordero como habían propuesto durante la comida. Fernando y su novia tuvieron que cambiar sus planes de enamorados, abrieron la bodega, encendieron la chasca, fueron a buscar al carnicero del pueblo al Casino, donde el hombre estaba tranquilamente echando una partida al gilé, y pedirle que les vendiese un cordero ya que la situación lo merecía. Estamos hablando que eran la una de la mañana de un gélido mes de diciembre.

Y empezaron a cocinar un carril de chuletas, bien regadas con doce botellas de vino, café, copa y puro y a las 9 de la mañana, sin dormir, sin hambre ni sed, se volvieron a Madrid en ese Ford Sierra. Todavía hoy los participantes se preguntan cómo Campos tuvo la capacidad de conducir más de 300 kilómetros por carreteras comarcales, con niebla, y sin el Google Maps.

Poco a poco, todas estas cosas que compartían, les hacía ser más cómplices también en el trabajo. Se hizo costumbre bajarse al bar a tomar café juntos, y los días que había poco trabajo, jugarse el café en una partida de tute en un salón del mismo bar que estaba a pocos metros de la oficina.

En ese momento su jefe era Molinera, un señor mayor, recto y muy serio. Una tarde, bajó al bar y preguntó al camarero por ellos, y este le indicó que estaban al fondo del local. Molinera se asomó y los vio cantando las 20 en bastos. Se les cayeron las cartas de las manos. Ninguno fue capaz de articular palabra. Estaban expectantes esperando a que Molinera les cantase las 40. En ese silencio que parecía eterno, les dio tiempo a verse en la calle buscando trabajo, explicando a las familias las razones de su despido. ¿Qué escusa pondrían?

Pero Molinera, sin decir una palabra, se dio la vuelta y se fue del bar. Lógicamente y como podéis imaginar, cuando él quiso llegar a la oficina, ellos ya estaban en sus puestos de trabajo a cuál más profesional y trabajador. Intentando aparentar normalidad para ser indultados de un desenlace que para ellos estaba asegurado.

Nunca jamás hubo una conversación con Molinera o algún superior. Estuvieron esperando semanas que alguien los llamase a su despacho para despedirles o pedirles explicaciones, algo que nunca sucedió. Molinera, por alguna razón, hizo la vista gorda. Ellos nunca volvieron jugarse el café al tute en hora de trabajo.

Juana, Joaquín con el primer hijo de ambos en Madrid. Colección: Joaquín Jiménez

Sus hijos

En el apartado familiar, los hijos empezaron a llegar, hasta tres, familia numerosa. Joaquín, Juan Pedro y Jaime, tres cabezones que ya nunca les dejarían recuperar la tranquilidad de antes. Los criaron como prioridad, con devoción, dándoles la mejor de las educaciones y los valores que les caracterizan.

Joaquín, el primogénito, es el más parecido en carácter a su padre. Pinto y puro. Eso, les ha hecho entenderse mejor que nadie en algunas cosas y chocar en otras. Según se iban desarrollando los acontecimientos, todos en la familia tenían que arrimar el hombro, asumiendo cada uno sus tareas. Pero al ser Joaquín el mayor, le tocó un grado mayor de responsabilidades. A veces, cuando la cuidadora no podía recogerlos del cole, era él el que se hacía cargo y volver a casa en metro o en autobús. Se esperaba mucho de él, y puedo decir que siempre intentó estar a la altura. Sus padres le enseñaron a ser feliz con lo que uno tiene y le dieron con su ejemplo, las herramientas para poder salir de cualquier situación.

Desde muy pequeño quiso jugar al fútbol y su padre le acompañó en cada uno de los partidos dando igual los kilómetros que se tuvieran que hacer. A Joaquín se le iluminaba la cara cada vez que la gente le felicitaba por el buen partido que había hecho su hijo. Las mañanas de domingo eran esa burbuja donde se olvidaban juntos por un rato de obligaciones y problemas. Bueno de todos no, porque el indomable flequillo de Joaquín hijo, hacía que no dejara de soplárselo y peinárselo durante todo el partido, y eso tumbaba la paciencia de su padre que se tiraba medio partido amenazándole con que se lo iba a cortar.

Por aquella época empezó a acompañar a su padre al mercado, a visitar los puestos, aprender a diferenciar cuando el pescado era fresco, los tipos de carne y cuál era la mejor forma de cocinarla, y que siempre hay que comprar el producto según la calidad y no el precio.

Joaquín, con su experiencia en el mundo de las comunicaciones y viendo como avanzaba la tecnología, quiso que el primogénito se decantase por estudiar algo relacionado con la informática. Sin embargo el ya tenía sus propios planes, y para ello decidió seguir el camino que le gustaba, que era el de la docencia. Terminó estudiando y ejerciendo el magisterio. Al poco de empezar a trabajar, conoció a la que hoy es su compañera de vida, trasladándose juntos a vivir no muy lejos de sus padres (por si acaso…).

Y lo más bonito y prueba de la admiración que Joaquín hijo tiene a sus padres y a la educación que recibió, es que ahora su hijo Marco, un bombón de cuatro años, va al mismo colegio que eligieron Joaquín y Juana para él y sus hermanos.

Y los sábados por la mañana es ahora él el que lleva a su hijo al mercado a enseñarle a disfrutar de los puestos, amar la cocina y la buena comida casera.

Juan Pedro es el mediano. El mediano y el mediador de todos ellos y en todas las situaciones. Seguro que muchos lectores sabrán a lo que me refiero cuando digo que ser el del medio no es fácil. Nunca eres como tu hermano mayor, ni recibes las atenciones del pequeño. En este caso Juan Pedro era un niño muy noble y con sentimiento de ser protector de todos, y al mismo tiempo era muy inquieto, un torbellino que se hacía notar fuese donde fuese. Buscaba su hueco en esa familia donde sentirse cómodo. Juan Pedro forjó una alianza sagrada con su hermano pequeño Jaimito, desarrolló ironía y humor negro con él, pero sobre todo, fue sus pies y sus manos durante muchos años. Un tándem que a los dos los completaba. Amor puro, noble e incondicional, exactamente tal y como es él. Supo ver y sentir la importancia de las emociones, y poco a poco fortaleció su espalda para poder convertirse en el apoyo de quien lo necesitase.

Juampe, como habitualmente le han llamado en casa a no ser que fueran a regañarle, heredó su pasión Bética “manquepierda”, aprendió de su mano a admirar la naturaleza y  encontrar en ella un lugar donde perderse cuando necesita desconectar. Su gusto por los chumbos recién salidos de la nevera y por el olor a azahar.

Recuperando el papel de padre de Joaquín, sus vástagos mayores remarcan su “gran tacto” para temas delicados como la prevención de enfermedades sexuales. Os cuento, un día apareció en casa con un puñado de condones y los tiró al sofá donde estaban Joaquín y Juan Pedro sentados viendo tranquilamente una película. Tras un cruce de miradas, cortó el silencio con unas palabras más que sabias y directas: “no hagáis el gilipollas”. Ahí se acabó la conversación sobre los riesgos del sexo sin protección.

El mayor contaba con 17 años y el mediano 15, y como entenderéis, tardaron un buen rato en reponerse de la vergüenza que les dio tener esa “conversación” sobre sexo con su padre. Nunca supieron como acabó la película.

Otra frase mágica de padre que Joaquín usaba de forma socorrida en algunos incidentes era  “buaaa.. eso no es nada” como nos relata Juan Pedro:

“Nunca olvidaremos ni él ni yo, un día de mis primeros pasos como portero de fútbol. Estábamos jugando mi hermano Joaquín y yo, Joaquín tiraba y yo paraba, él tiraba y yo paraba, una y otra vez, y nos fuimos emocionando poco a poco hasta que Joaquín tiró y yo, al puro estilo Zubizarreta salté y conseguí despejarla, pero sentí un calambre que me recorría todo el cuerpo y después le siguió un dolor frío en el brazo. Y entonces llegó mi padre. Tranquilo, con ese semblante y me dijo: -buaa, eso no es nada-. Y la verdad es que casi me convenció, hasta que cinco horas más tarde, en el hospital, me diagnosticaron que tenía el radio roto. El fútbol es así y los padres algunas veces también”.

Joaquín, Jaime y Juan Pedro de vacaciones en Caspe. Colección: Juan Pedro Jiménez

Jaime

Y ahora toca el turno al peque, a Jaime (Ver biografía). Es imposible hablar de Joaquín y de su vida sin vincularla directamente con su ALIADO de vida, su hijo Jaimito. Inseparables. Cómplices. Protectores mutuos. Uno inspiraba y el otro espiraba.

Lo que aprendieron juntos, lo que se enseñaron mutuamente es impagable. Esa manera de compartir días y trasnochar viendo la tele. Esa manera de reírse de la vida, de llevarla la contraria. Esa forma de desafiar lo estándar. Ese apego al disfrute. A ignorar lo que no se podía cambiar, y cambiar los días por otros que fueran mejores. Esa pasión por entenderse y no tener que dar más explicaciones que las necesarias. Y mirad que tenemos uno de los idiomas más ricos en palabras del mundo, pero ni así es posible encontrar la manera de describir esta unión. Esta vida.

Un superpadre, un superhombre que se levantó y se acostó con el propósito de que Jaimito fuera feliz.  Que su familia fuese feliz. De poder disfrutar del tiempo. De aceptar la realidad y moldearla para Jaimito. Se hizo abanderado de que hay menos cosas imposibles de las que pensamos, que los límites que nos imponen no cuentan y que la vida hay que vivirla, cueste lo que cueste. Y así lo hicieron.

Sin ningún tipo de duda, Jaimito fue, es y será siempre esa fuerza y esa capacidad que le hace ser invulnerable ante las adversidades. Con Jaime se fue un trozo de Joaquín, pero de igual manera Joaquín mantiene y custodia un trozo de Jaimito.

Entre Joaquín, Juana y sus tres hijos aprendieron a reírse de las situaciones como la que relata su hijo Juan Pedro:

“Mónaco. Agosto 2010.  Final de la Supercopa de Europa entre El Atlético de Madrid y el Inter de Milán.

 Jaimito, hincha y enamorado rojiblanco, no se perdía un partido de su equipo del alma y siempre los disfrutó y sufrió con su fiel y leal compañero, su padre.

Para esa final conseguimos cuatro entradas, dos de minusválidos y dos de acompañantes. Teníamos que hacer la repartición de las entradas entre mis padres, Jaimito y yo.

 Jaimito ocuparía una entrada de discapacitados, pero nos faltaba el otro. Imaginaos la situación.

En un principio decidimos que iba a ser yo, que, ataviado con una muleta y una puesta en escena de lo más hilarante, intentamos que no se notase que no era real esa situación.

Pero los acontecimientos hicieron que el plan A, pasase al plan B, ya que el día anterior tuvimos que ir al campo de fútbol a asegurarnos de la zona de entrada, localidades etc.…y eso me llevó a tener que hablar con los organizadores del evento en inglés y supuso que el día del partido no podía simular una discapacidad repentina.

 La solución fue mi querida madre. Ella ejercería de portadora de la 2ª entrada para discapacitados. Tenía que meterse en el papel, pero no podía contener la risa nerviosa en los preparativos Bueno, ni ella ni nosotros, porque era una situación muy cómica. Su cara era lo mejor, avergonzada por la situación, cojeando, con una mano pegada al pecho como si de una parálisis se tratara y con la boca fija con gesto inmóvil.

El día del partido entramos en las oficinas y nos dijeron que aguardásemos unos minutos sentados en la sala de espera. Allí, mi padre, en su mejor versión de cuidador de mi madre, se acercó a ella despacio…y ¡le limpió la baba!

Todos nos echamos a reír y mi madre le dijo al oído: “cómo me vuelvas a limpiar la baba te voy a dar dos ostias”.

Ese momento fue insuperable.

Una vez nos dieron paso, accedimos al estadio por el anillo de atletismo que rodeaba al mismo y dimos prácticamente la vuelta al estadio admirando las gradas que ya estaban abarrotadas por los seguidores de ambos equipos.

Embriagados por el calor de ambas aficiones, que a nuestro paso nos saludaban y vitoreaban, habíamos recorrido más de 100 metros y cuando de repente, vimos que faltaba mi madre. Instintivamente miramos hacia atrás, y allí estaba 70 metros por detrás, muy profesional fingiendo su cojera la cual no la permitía ir a nuestro ritmo. Una situación dantesca, pero que aún hoy es inevitable no caer en un ataque de risa cuando hablamos de ello”.

Al llegar las vacaciones de verano, aprovechaban para perderse en Valdeverdeja unos días, olvidarse de horarios con sus cuñados, sus sobrinos y grandes amigos a los que siempre ha considerado su segunda familia.

Y después siempre que se podía, cargaban el coche y los cinco viajaban a algún punto de España para pasar unos días. Joaquín es un amante del saber, siempre se ha interesado por la historia, por el porqué de las cosas, siendo un auténtico placer visitar cualquier rincón con él. En uno de esos viajes, en Roquetas del Mar, coincidieron con una pareja en el hotel. Ángel y Maribel. Sin recordar cómo empezó la conversación y tras una hora hablando de distintas cosas resultó que también eran de Madrid y del mismo barrio. Entre sus casas sólo había un par de calles. Se dieron los teléfonos, y al llegar a Madrid, quedaron. A partir de ese momento se convertirían en unas de las personas más importantes para la familia. Con el paso de los años, su amistad se ha consolidado más aún, formando un equipo con Pedro y Pilar. Pedro. ¿Os acordáis de Pedro? El compañero de fatigas en la época en la que trabajaba en Ventas. Ya os lo adelanté que Joaquín tiene un don para cuidar y alimentar a sus amigos. Se hace querer donde vaya.

Juan Pedro con Jaime en un partido del Atlético de Madrid. Colección: Juan Pedro Jiménez

En recuerdo de Jaime en la 8ª Carrera, que se celebró a finales de Julio de 2019. Colección: Decarrillo

Sus vacaciones en Cantoria

Y por supuesto, el destino al que nunca faltaban era Cantoria. Verano, Semana Santa y puentes. Aprovechaban cualquier oportunidad, y por mucho que haya viajado Joaquín ha sentido que en Cantoria estaba su casa. Tuvo claro que una vez retirado volvería a sus orígenes.

Nunca faltaron a la Matanza. Una reunión donde se juntaban las tres generaciones de la familia Jiménez al completo. Era la gran cita. Para el evento se “disfrazaban” con atuendos lamentables y con suerte, un chándal de alguno de sus tíos cuando eran jóvenes (por no decir que el chándal tenía más años que todos nosotros juntos), y a los más jóvenes les daba tanta vergüenza que Joaquín tenía que aparcar la furgoneta en la misma puerta para que se metieran casi en marcha y evitar que les viese alguien.

Y a media mañana después de almorzar, cuando les daba un apretón en el campo, las piedras eran su “mejor aliado” y ellos, que eran más pulcros de lo que aparentaban, siempre buscaban los restos de alguna piedra de mármol que les parecían más limpias. Y para quien no lo sepa, no era la mejor de las ideas.

Si tienes el placer de conocer a Joaquín, no podrás discutir que otra de sus cualidades es lo rudo y auténtico que es. Pero para compensar, el Marqués es pura sensibilidad, protección y orgullo por y para los suyos. Bueno, a veces a su manera, eso a lo que hice alusión antes sobre su autenticidad. Podía llevar un zumo recién exprimido por las mañanas de resaca a alguno de sus hijos con todo su amor, pero abría las puertas como si de los GEOS se tratara.

Las mañanas en su casa eran paz y tranquilidad… hasta que el cabeza de familia se levantaba. Él era la persona más silenciosa y sutil del mundo. Se levantaba el primero y abría las puertas de par en par y entonces desde ese momento empezaba el concierto de colocar cacerolas, vasos, vajilla o cualquier cosa que hiciese ruido.

Profesional y práctico como pocos. Cuando se escapan en familia al río con sus amigos, la primera misión que ponían a los chavales era hacer pequeñas presas para que pudiesen meter las cervezas a enfriar. Importante lección que seguro con el tiempo sus hijos han entendido e imitado.

Su sobrino David recuerda que durante años cuando preguntaban que iban a comer, y Joaquín les decía que alfalfa, apurando la broma hasta hacerlos rabiar. Les desesperaba. Sin embargo tanto a él como a Martita, su rubia favorita y a Eva les encantaban su forma de cocinar y su forma peculiar de aliñar las ensaladas.

Los padres, hermanos, su cuñada y su hijo Joaquín en la casa de los abuelos. Colección: Joaquín Jiménez

Sus primeros pasos en Moncloa

Pero bueno, retomemos por un momento sus andanzas laborales. Joaquín, acabó su etapa en Ventas en 1988, y aterrizó en el que sería su último destino laboral y el más longevo: La Moncloa.

No todo el mundo tiene la oportunidad, suerte o desgracia de trabajar tantos años como baluarte de telecomunicaciones en palacio de la presidencia del gobierno y tener relación directa con ministros como Rosa Conde, Miguel Ángel Rodríguez, Rubalcaba, o vicepresidentes tan dispares como Alfonso Guerra o Álvarez Cascos y a pesar de todo, llevarse bien, ser querido y respetado por cada uno de ellos.

En la Moncloa trabajaba codo con codo con Rufino y Ángel, y con los que sigue teniendo muy buena amistad. Rufino siempre recuerda que Joaquín era el que ejercía de relaciones públicas. Le encantaba relacionarse con la gente, y era capaz por segundos, de cambiar la conversación para adaptarla al interlocutor, fuese quien fuese. Cuando había alguna avería, y les avisaban, habitualmente preguntaban directamente por él. Era el más cercano, el que constantemente hacia agradables los ratos que podían ser incomodos. Eso sí, fumaba a todas horas como un carretero. Tenía un cigarrillo perenne en la mano hasta el punto de que le colocaron en su pared un poster con un burro que decía “DEJA DE FUMAR” porque era el único que fumaba.

Ángel decía que si un día tenía un accidente, le iban a meter en una furgoneta con un cigarro en la boca y un sombrero. Le llevarían a Cantoria en el asiento delantero con el cinturón puesto y allí le dejarían.

Fueron diecisiete años trabajando en ese trabajo hasta que consiguió una buena prejubilación a los 53 años. Un marqués no merece menos.

Joaquín, en su etapa de Moncloa, llegó a tener una relación cordial con todos los presidentes y ministros. Colección: Joaquín JIménez

La jubilación y Cantoria de nuevo. El círculo se completa

En esta nueva etapa coincidió en que Jaimito terminó sus estudios, dedicándole todo el tiempo a su hijo. Tenían la agenda más apretada que sus antiguos jefes de Moncloa, psicomotricidad, piscina y rehabilitación entre semana, partidos de fútbol, aperitivo pausado los fines de semana. Ver los partidos del Atlético de Madrid y del Betis era un asunto innegociable, les iba la vida en ello.  

Pero un día Jaime se fue, algo que se venía esperando pero que costaba de creer. Joaquín decide que el nuevo rumbó que tomará su vida irá en dirección a su pueblo, a disfrutar lo que pudiera de los últimos años de sus padres. Y así, poco a poco se asentó definitivamente en Cantoria. O casi…

Durante muchos años, Joaquín tenía una espinita que nunca se atrevía a sacarse. Como hemos comentado al principio, su padre emigró a Venezuela y Alemania, pero no fue el único de la familia, porque sus primos Juan y José también cruzaron el charco aterrizando en Brasil y allí plantaron su hogar definitivo. Todos ellos, de alguna manera siempre estuvieron presentes en la casa familiar y este prometió ir a verlos en algún momento. Ese momento fue provocado por sus hijos que le compraron un billete y le dieron la oportunidad de quitarse esa espinita.

Sabía que iba a ser un viaje muy importante, de ver la cara por fin a sus primos americanos con los que mantenía relación a través telefónica y por internet. Y quien le iba a decir a el que a miles de kilómetros de su pueblico tropezaría con alguien que le trastocaría los planes. La pieza que le haría dejar de ver en blanco y negro y engancharse al color de nuevo con una sonrisa de oreja a oreja. Un ciclón brasileño de aire fresco que le devolvería a la ilusión de la adolescencia al ritmo de la Bossa Nova. Simone llegó a su vida para quedarse.

Toda una dama que muchas veces choca con lo rudo de nuestro Joaquín, pero ya se sabe que en asuntos del corazón nadie puede decir “de esta agua no beberé”.

Cantoria siempre ha sido el lugar donde Joaquín se ha sentido seguro. Su hogar, aunque viviese a 600 km de distancia. Siempre quiso volver, impregnarse de su olor en primavera.  Pasear por sus cerros, por el sendero de la Jata o perderse por el de Las Lomas. Ver sus árboles florecer. Reencontrarse con sus gentes, sus costumbres, su cerveza en la plaza del pueblo. Recorrer el camino de chumberas y zabilones hasta el cortijo y de esas mismas chumberas coger cestos de chumbos frescos para comer de postre detrás de un buen plato de migas.

Y tras compartir estas pequeñas anécdotas de la vida de Joaquín, narradas, todas y cada una de ellas con la mayor de las admiraciones, amor y humor, nos gustaría ponernos algo más serios y decir, que por supuesto para su familia y sus amigos más cercanos, como para cualquiera que haya tenido la suerte de conocerle y formar parte de su vida, Joaquín es esa persona en la que siempre se pude confiar. La que siempre está ahí cuando necesitas y para lo que necesites. No tiene dobles caras, ni zonas oscuras. Es noble y muy amigos de sus amigos, a los que él considera la familia elegida.

Esperamos que os hayan gustado estas pinceladas sobre su vida, no obstante, si te has quedado con ganas de más, te recomendamos que veas el documental La huella de Jaime, si aún no lo has visto. Una huella que está impresa en Cantoria y que cada vez es más profunda gracias a todos los familiares y cantorianos. La participación en la carrera solidaria anual por Jaimito es cada año superior y tras varias ediciones ya se ha convertido en un evento a que acude gente de muchos puntos de España.

Queremos pedir disculpas a todas aquellas personas muy cercanas e importantes en la vida de Joaquín, a las que no hemos podido nombrar aquí. Sabemos que son cientos de personas las que completan su círculo cercano. Todas necesarias y en las que está muy agradecido. Pero nosotros, los redactores los únicos culpables de recortar para exponer una muestra de su vida, sus obras y sentimientos, porque de lo contrario, tendríamos para llenar una enciclopedia.

Cena de despedida de un compañero por jubilación.

Testimonio 1. Laura Heras

No tengo muchas anécdotas pero si agradecimientos a mi suegro, gracias a él he conocido cosas que por mi estilo de vida me he perdido desde pequeña: La vida en un pueblo y la vida de campo. Junto a él aprendí a recoger naranjas, olivas… Aunque parezca poco, para mi es mucho. Es un hombre lleno de vitalidad, patea el monte cómo una cabra montesa, buen corazón siempre atento a que estemos bien y no nos falte de nada, una persona culta que siempre te enseña cosas de la historia y súper buen cocinero. Es gruñón y pícaro como un niño pequeño que siempre está al fallo de los demás pero desde el cariño. Me considero afortunada por tenerlo en mi vida y poder seguir aprendiendo cosas a su lado.

Su hijo Juan Pedro y su nuera Laura. Colección: Juan Pedro Jiménez

Testimonio2. Andrés Carrillo Miras

El recuerdo que tengo de la familia de Joaquín es sobre todo de los hijos, que coincidíamos los veranos en los recreativos de Fina Carreras, en esas tardes eternas de campeonatos de billar o futbolín y en algún botellón ocasional en que la peña de los Vinagres y la de los Frigoríficos coincidíamos. A Jaime lo veíamos de peque siempre merodeando, pidiendo a sus hermanos que lo subieran a las maquinicas de los videjuegos porque no llegaba. Jaime fue creciendo y cada vez que volvía al pueblo, veíamos que andaba con más dificultad, ayudado  de aparatos y prótesis cada ver más sofisticados… hasta que dejó de hacerlo. A partir de ese momento todos los recuerdos son en esa silla de ruedas rodeado de los suyos como una piña.

Pasaron los años, llegó la universidad, el trabajo fuera, el perder el contacto con gran parte del pueblo hasta que Maribel la bibliotecaria me llamó para comunicarme que había salido la plaza de Guadalinfo. Ni sabía qué demonios era eso, pero total, no tenía nada que perder y mira tú por donde, el destino quiso que me seleccionaran, volviendo de inmediato a Cantoria. Llené mi maleta de nuevas ideas y mucha ilusión ante esta nueva etapa que me ofrecía la vida, y sobre todo, que iba a trabajar por mi pueblo, teniendo la oportunidad de poder poner mi grano de arena para que cada vez fuese un poco mejor.   

Esta fue la razón por la que me vi inmerso en casi todos los “potajes” que se cocían aquí. Un día desde el ayuntamiento me pidieron ayuda para preparar unas charlas sobre enfermedades raras y una fundación que recaudaba dinero para su investigación que iba a dar era el hijo del Zopas (yo lo conocía así, aunque realmente el zopas es su hermano pequeño).

Cuando llegué, la caseta estaba a rebosar, no cabía ni un alma, y yo cámara en mano dejando constancia de todo, ensimismado buscando el mejor encuadre, ajeno a todo lo demás… hasta que Jaime empezó a hablar, de manera directa, sin florituras, con un humor socarrón, riéndose del destino como nadie. Una hora en la que muchos aprendimos la lección de nuestras vidas.

Cuando bajó del pequeño estrado me acerqué a él y a su familia para tomar unas imágenes con el gobierno del ayuntamiento del momento y sobre todo, pedirle que escribiera su biografía para la revista Piedra Yllora, para la sección de “cantorianos en busca de la excelencia”. Todo eso que había escuchado debía de plasmarse en papel y que perdurara por muchos años. A partir de ese momento mi contacto con Joaquín y Juana se fue estrechando, hablando y quedando a menudo para colaborar en diferentes cuestiones y entre ellas, ayudar a la organización de la carrera.

Y una cosa llevó a la otra y por suerte, Joaquín se vino a vivir a Cantoria con mucho tiempo libre y yo unos cuantos proyectos en danza en el que toda ayuda era poca. Formé un equipo con él y Diego el Tostones para recorrer los pueblos de Almería y fotografiarlos (Cantorianos por los pueblos nos llamaban). Lo primero que hacíamos al llegar, era lo que se tiene que hacer si uno es curioso y le gusta saber los meollos del lugar, que es acercarse a la plaza e ir directamente al banco de los jubilados. Allí que se me iban los dos ayudantes, como si de don Quijote y Sancho Panza se trataran, a iniciar los interrogatorios pertinentes. A los 10 minutos parecían lugareños auténticos y a los 20 ya teníamos las puertas de medio pueblo para captar lo mejor de su esencia. No quiero imaginar si los hubiese dejado por lo menos media hora… Como un día en que fuimos a realizar el reportaje fotográfico a Dalías, haciendo una parada al medio dia en la Fonda Amalia, toda una institución en el poniente almeriense.

Allí comimos y después las hijas de Amalia nos dejaron husmear por las habitaciones y demás rincones del negocio hostelero. Cuando nos dimos cuenta Joaquín había desaparecido. Mira que lo llamamos y nada, desandando los pasos andados hasta que oímos unas risas en un rincón junto al comedor, en una habitación privada de la familia. Y allí estaba el con la señora Amalia, gran matriarca al frente de un histórico negocio a pesar de los casi 90 años que tenía, repanchigado en un sofá, hablando de lo divino y humano, de bancales y riegos, delante de un plato de croquetas y un tazón de sopa.

La llegada del verano trae consigo una nueva edición de la carrera, con los nuevos retos que traía consigo, peleas continuas por desacuerdos organizativos de dos cabezones “esnucaos” que al final, después de mucha briega, siempre encuentran un punto de inflexión. Kilómetros muchos kilómetros que se recorre desde su casa a los distintos puntos de pueblo y de la comarca a llevar las camisetas que se le encargan. Los días previos es muy curioso porque casi todo el mundo en la plaza a la hora del café, lleva ya la camiseta, siendo la mejor publicidad.

Nervios, muchos nervios hasta no ver llegar al último corredor, que no hubiera accidentes, ni demás contratiempos. Tiempo tendríamos por delante para debatir los puntos débiles, los fallos para tomar nota y mejorar para el año siguiente.

No quisiera finalizar mi relato, sin antes deciros que aunque no vi nacer a Jaime, si lo vi crecer cada verano, cada navidad, cada puente. Su ilusión por disfrutar la vida, su fuerza, el latido de su corazón que hacemos nuestro cada año, hace que abracemos su recuerdo cada final de julio. Y seguiremos otro año más callando sus secretos, pero aprendiendo siempre que hay otras formas de vivir, de querer, de amar.

Y a ti Joaquín, que eres un pilar de este pueblo, que más personas como tú nos hacen falta, que tu ejemplo es nuestro camino.

Diego el Tostones y Joaquín en la ermita, en una sesión de fotos para unas pancartas de los Patrones. Colección: Decarrillo

Una vida en imágenes

La familia de Joaquín en su cortijo de la Hojilla. Colección: Joaquín Jiménez

Su hermano José, del que siempre estuvo pendiente. Colección: Joaquín Jiménez

Joaquín y el Charly en el puente de hierro. Amigo desde la infancia, ha sido siempre un gran punto de apoyo. Colección: Joaquin Jiménez

Joaquín ha tenido el privilegio de ser pregonero en las fiestas de su pueblo, señal de que es profeta en su tierra. Colección Joaquín Jiménez

De vacaciones en Portugal. De fondo, la Torre de Belén. Colección: Juan Pedro Jiménez

Las tres generaciones juntas. Colección: Juan Pedro Jiménez

Junto con los abuelos en la residencia de Macael. Colección: Juan Pedro Jiménez

En la Geoda de Pulpí en 2020. Colección: Joaquín Jiménez

Entrega de Premios en la 8ª Carrera Jaime Jiménez. Colección: Decarrillo

Bajo el lema, "donde fueres, haz lo que vieres", se puso a lavar la ropa de esta buena señora en Berja en una visita a la localidad. Colección: Decarrillo

En la Balsica de Agua Salobre de Alboloduy, el día en que se hizo el reportaje fotográfico para Almería Pueblo a Pueblo. Colección: Joaquín Jiménez

Inauguración de la exposición "A la antigua usanza" en el Chirivel, donde colaboró activamente. En la imagen con el alcalde, Ail Guadalinfo y la Concejala de Cultura. Colección: Decarrillo

El mundo rural es la pasión de Joaquín y todo aquello que nos recuerde a nuestras raíces. Colección: Joaquín Jiménez

Joaquín vale tanto para un roto como para un descosido. En esta imagen de Cartero Real en el colegio Cerro Castillo en 2020. Colección: Decarrillo

El día de Andalucía con un gran amigo que nos dejó en 2020, Alfonso García. Colección: Decarrillo

El senderismo es otra de sus pasiones, y en general, con todo lo que suponga estar en la naturaleza. Colección: Joaquín Jiménez

Joaquín representando a Manuel García Ferre, el creador del Libro Gordo de Petete para la actividad Patrimonio Humano. Colección: Decarrillo

Y no es que sea falsa modestia, pero realmente fue José María Aznar quien pidió al fotógrafo que echara esta imagen con Joaquín. Colección: Joaquín Jiménez

Nunca Correras Solo. Es el lema de la carrera de Jaime. En la imagen la familia con la pancarta el día de la carrera. Colección: Joaquín Jiménez

En Tíjola con Simone, su nueva compañera. Esta brasileña que llegó para cambiarle la vida a Joaquín y hasta tuvo que aprender español viendo la serie de Isabel la Católica porque a Joaquín se le dan fatal los idiomas. Colección: Decarrillo

Joaquín el Jueves Santo de 2022 con los autores y colaboradores de esta biografía. Colección: Laura Heras