Juana Aránega la tía Esparterilla

(1908 - 2003)

En la imagen superior la imagen utilizada para su último DNI y en la inferior, con su biznieto en la puerta de su casa en la calle san Cayetano. Colección: Ana Tortosa

la tía Esparterilla, la segunda por la derecha un día de meriendas. Colección: Ana Tortosa

Juana Aránega García

Anque era natural de Oria, vivió casi toda su vida en Cantoria. Era hija de Lorentina y Pedro y en Cantoria era conocida como la tía Esparterilla porque su marido, José Tortosa se dedicaba a la recogida de esparto. Mujer menuda y amable, que dedicó casi toda su vida a "curar" los males populares mediante la oración, una "gracia" heredada de su bisabuela Flora. Maldeojo, erisipela, carne cortada, culebrina, pintas en los ojos y el sol en la cabeza, eran los males más comunes que los médicos rurales no tenían cura y eran ellos mimos los que derivaban a los enfermos a casa de la tía Juana.

Cuando algún peque se le veía triste, sin ganas de comer, con pocas fuerzas, los padres ya sabían que "alguien" le había echado el temido maldeojo. Arreaban con alguna prenda del niño a casa de la tia Esparterilla para que le confirmase si así era o no. Si era afirmativo, ella rezaba sus oraciones sin necesidad de que estuviera delante, y la mejoría era instantánea.

Siempre disponible y dispuesta a ayudar, nunca cobró a nadie, pero los bien agradecidos siempre tenían algún detalle con ella, en forma de café, azúcar, galletas... 

Cuentan y como curiosidad para ayudarnos a realizar una estampa sobre su figura, que la tía Esparterilla nunca le cerró la puerta a nadie y era raro que saliese de su boca un NO como respuesta a una peticion. Y como para muestra un botón, en este caso tendríamos para llenar una chaqueta entera. Un día, apareció un señor joven, navarrico para mas señas, que se vio por circustancias de la vida en nuestro pueblo en total desamparo. Fue pidiendo ayuda por diferentes casas y la única respuesta que obtenía era un portazo en sus narices. Ella no sólo lo le dio comida, sino que lo acogió durante unos días, lo sentó en su mesa, consiguió un dinero prestado del carpintero y prestamista local, Baltasar el del loro y así este muchacho pudo regresar a su tierra con los suyos. Unos 15 años despues volvió con su mujer en el viaje de novios a devolverle el dinero y agradecerle eternamente este favor. 

Otra de las anécdotas que nos cuenta su hija Ana, es que cuando ella contaba con unos 4 años, su madre se tuvo que quedar con el niño de María la gorda, que contaba con unos 2 años durante 15 días. El padre se encontraba haciendo la mili y la madre se tuvo que ir a los campos de Huéscar a la siega, para conseguir un dinerillo que tan bien venía para poder sobrevivir en esos tiempos tan duros de posquerra. Este matrimonio no era del pueblo, así que no podía contar con la ayuda de la familia para hacerse cargo del bebé. 

El marido de la tia Juana hizo entonces una cuna con ramas de azabaras y guita para poder acostar a los dos niños. Ana recuerda los tirones de pelos que le tiraba al podre vecino que lo veía como un intruso, y quien le iba a decir a ella que unos tantos años despúes, sería su marido. El destino, caprichoso muchas veces, quiso jugar con ellos dando pistas de un futuro que estaba a la vuelta de la esquina.

Poesía Dedicada a Juana por Antonio Sáez

A la Sra. Juana (la tía esparterilla)

en una mañana de enero frío

y presagios de vientos y nevadas,

la tía esparterilla se despidió de todos

entregándole a Dios su alma.

 

El campo alegraba sus salidas

y en los bancales su vida la pasaba,

escardaba el temprano trigo

y al mismo en julio lo segaba.

 

Como gacela corría por los campos

sin temor de que un brinco le fallara,

y el viento refrescante de la sierra

mantuvieron los colores de su cara.

 

Era el riego sus delicias,

las siegas, las sementeras,

el maiz, las hortalizas

y cuanto sembrar pudiera.

 

¡Cuánto bien a todos hizo!

¡cuantas oraciones les rezaba

a las personas que pidiendo iban

a que la tía esparterilla les curara!

 

No la conocí, pero estuve un rato

contemplándola dormida en la caja,

en ese sueño eterno que los justos tienen

cuando Dios entregaron ya su alma.

 

Con sus hierbas y oraciones

a las personas curaba.

¡Cuanta fe en ello puso!

¡Cuánto a Dios le suplicaba!

 

A nadie daño le hizo

aquella persona amada,

su distracción, los bancales,

su nido, siempre su casa.

 

Sus hijas le devolvieron

Todo el amor que ella daba.

y un día a las mismas dijo,

¡yo no salgo de mi casa!

 

Acordándome de ella

a mi madre la recuerdo,

las dos fatigas pasaron

las dos subieron al cielo.

 

Cantoria, Enero del 2003