El Padre Federico Salvador y su obra de la Divina Infantita en Cantoria
Por Manuel Jaramillo Cervilla
Siento el amor arder aquí en mi pecho!
Siento herido tu honor por mano impía
es preciso vengarte pues manchado,
no ha de quedar tu honor, por vida mia!
Quieres acaso que al malvado impío,
la lengua arranque con mis manos mismas?
Pero, que es lo que digo, Reina Excelsa?
Yo te quiero vengar porque te amo
y el verdadero amor se sacrifica.
Por eso yo te ofrezco en represalias
mi lengua ruín, mi sangre con mi vida!
El Siervo de Dios
Federico Salvador
En desagravio de una ofensa a la Stma. Virgen.
Introducción
El P. Federico Salvador Ramón hizo de Cantoria el núcleo de las actividades apostólicas que llevó a cabo en las tierras del valle del río Almanzora. Allí predicó misiones y dio a conocer la devoción de la Divina Infantita, advocación nacida en México, que él había traído a España. Y ello, por tres razones: primeramente, porque en Cantoria residía su padre don Federico Salvador Alex con su segunda esposa doña Dolores López Jiménez; después, porque desde esta localidad, por su situación central en el valle del Almanzora, podía extender con facilidad su actividad misional a otros pueblos de la comarca y, finalmente, porque en Cantoria se le quería y había ganado un gran prestigio. Pensó, pues, fundar aquí un colegio y una escuela nocturna para obreras, de modo que, en 1923, adquirió una casa, que sería la sede del convento-colegio de las Esclavas de la Divina Infantita, congregación por él fundada. En este colegio se formaron varias generaciones de niñas y es posible que algunas de ellas, hoy mujeres de avanzada edad, conserven vivo su recuerdo. En definitiva, en el presente artículo hablaremos del P. Federico, de su obra de la Divina Infantita y de sus actividades misionales en Cantoria y otros pueblos vecinos, y también, si es posible, de los testimonios que sobre todo esto aporten algunas mujeres y hombres de la tierra.
¿Quien era el Padre Federico?
Había nacido D. Federico en Almería el día 9 de marzo de 1867, en una modesta casa de la calle Regocijos del entonces nuevo barrio de San Sebastián, en cuya iglesia parroquial fue bautizado. Su padre era impresor del periódico almeriense La Crónica Meridional y trabajaba como camarero en el Liceo de la ciudad; mientras que su madre, doña Francisca Ramón Visiedo, como era habitual en aquellos tiempos, estaba entregada a los trabajos domésticos y a la educación de sus hijos, el propio Federico y su hermano Francisco, que había nacido en 1872. Pertenecía, pues, a una modesta familia trabajadora, muy piadosa y de arraigadas costumbres cristianas. Fue su madre quien le enseñó las primeras oraciones y con ella se habituó a rezar a los pies del altar mayor de la Virgen Nuestra Señora del Mar en la cercana iglesia de Santo Domingo. Si ella fue la fautora de su formación espiritual, su padre hombre abnegado y trabajador, sería quien le inculcó su amor por el trabajo bien hecho y el ingenio para conseguir los objetivos que se proponía. Con semejantes padres, su infancia transcurrió feliz y niño inteligente y despierto, realizó con gran provecho sus estudios primarios, pero terminados éstos, dadas las limitaciones económicas familiares, además de ayudar a su padre en el Liceo, entró como aprendiz en una tienda de quincallas, en la que recibió un maltrato, violento muchas veces, por lo que su padre decidió sacarle de allí y que se preparara para ingresar en el cuerpo de telégrafos. Fue cuando el profesor del que recibía clases advirtió su talento y convenció a su padre para que ingresara en el instituto para realizar el bachillerato. Desde el principio fueron sus estudios brillantísimos, hasta el punto de conseguir culminarlos con la nota final de sobresaliente en 1885. También ganó becas para hacer menos gravoso el esfuerzo económico familiar. Por esta fecha, era un joven de 18 años, inteligente y de buena presencia, capaz de realizar cualquier carrera universitaria. Pero, colocado en este punto, nuevamente surgieron las limitaciones económicas familiares, por lo que buscó ayudas económicas, que le llevaron a entrevistarse con el obispo José Orberá; a resultas de la cual, sorpresivamente, despertó su vocación sacerdotal, dejó a su novia, e ingresó en el seminario conciliar de San Indalecio. Pero no todo fueron alegrías, el 26 de enero de 1886 moría su madre, víctima del cólera que había contraído, como él mismo, en el verano anterior. A pesar de este duro golpe, en el seminario, nuevamente se suceden los sobresalientes –meritissimus- en todas las asignaturas de los distintos cursos de la carrera eclesiástica –Plan Brunelli- que tuvo que cursar. Asimismo recibió menciones especiales y ganó becas que ayudaron a soportar los gastos familiares que su estancia y la de su hermano, también seminarista, ocasionaban; y como el seminario almeriense atravesaba un momento de esplendor, adquirió una gran formación, tanto eclesiástica como cultural y espiritual, Es así que participaba en todos los certámenes literarios y representaciones teatrales convocados en las principales fiestas -Santo Tomás e Inmaculada- y comenzó a escribir sus primeras obras literarias, de modo que, en este ambiente de estudio, cultural y espiritual, acabará forjándose un gran sacerdote.
El día 20 de noviembre, cuando contaba 23 años de edad, el joven Federico fue ordenado presbítero por el obispo Santos Zárate en la iglesia de la Virgen del Mar, la Patrona del Almería, allí donde, de niño, había aprendido a rezar de labios de su madre. Ya sacerdote, después de realizar efímeras suplencias en las parroquias de la Rioja, Viator y Sagrario de Almería, fue nombrado capellán del convento de la Purísima Concepción –vulgo Las Puras- y profesor de Matemáticas del seminario, oficio que venía profesando desde que era seminarista, por su buena formación en esta materia. En la quietud y ambiente de oración de este monasterio, fue donde descubrió la vocación que iba a llenar toda su vida religiosa: la Esclavitud de la Inmaculada Concepción. La novedad de su carisma consistía en la renuncia a su propia voluntad –anonadamiento- a favor de los obispos y de los párrocos a cuyos servicios se sometía a cambio de nada.
Impelido por este afán, ingresa (1895) en la asociación de los Operarios Diocesanos fundada por el hoy beato mosén Manuel Domingo y Sol, cuya confianza gana, hasta el punto que le envía a Roma como vicerrector del recientemente fundado Colegio Español de San José llamado a formar a la elite del clero español, donde permanecería dos cursos (1896-1898). En este privilegiado lugar complementaría su formación como sacerdote y reafirmaría su vocación de Esclavo de la Inmaculada con la lectura de las obras del beato Grignion de Montfort. Al mismo tiempo que realizaba sus tareas como vicerrector y director espiritual de hecho en el colegio josefino, daba clases semanales en el Colegio Pío Latinoamericano, lo que le permitió conocer al obispo de Chilapas que se lo lleva a México en la Navidad de 1898 con otros dos operarios diocesanos.
Ya en México, en plena dictadura de Porfirio Díaz, realizaría una triple tarea: explicó en el colegio-seminario de San Joaquín, regentó la iglesia de San Felipe de Jesús en la propia capital y misionó por las tierras de Chilapas (Guerrero), Ocinalá y Puebla. Pero lo más decisivo ocurrió en 1900: por este año entra en contacto con la devoción de la Divina Infantita a través de la señorita Rosario Arrevillaga y hasta el punto le seduce que amolda su carisma de la Esclavitud a esta devoción y funda, con Rosario convertida en superiora, la Congregación de Esclavas de la Divina Infantita (1901), en sus dos ramas, masculina y femenina. Pero determinadas insidias y su salida de los Operarios Diocesanos, le obligan regresar a España. Inicia entonces, prevalido de una autorización del arzobispo de México, una serie de fundaciones en Granada y en el Cabezo de los Gázquez de Vélez Rubio, a la vez que redacta la Regla o Constituciones de su Congregación en Cantoria (1904). Pero las insidias referidas dieron su fruto: el 21 de marzo de 1910, fue emitido por Roma el Decreto de Suspensión de la Congregación, que supuso el desmoronamiento de toda su obra y el inicio de una dura travesía del desierto hasta conseguir recuperarla. En este sentido, dio una serie de respuestas de gran calado: se hizo cargo de la dirección del periódico almeriense La Independencia, al que remozó e hizo rentable; participó en el Congreso Mariano de Tréveris (agosto de 1912); creó un colegio-residencia de Segunda Enseñanza en Instinción, pueblo de su padre; fundó la revista mariana Esclava y Reina, con la pretensión de crear una gran editorial católica (15-VIII-1917) y se hizo cargo del colegio-residencia Virgen de las Angustias de Guadix, donde además gana una canonjía de la catedral y establece su residencia en esta ciudad, en cuya diócesis realizará una gran labor pastoral: impartió clases en el seminario de San Torcuato; predicó sermones; dio misiones y llevó un grupo de religiosas esclavas para hacerse cargo de la residencia, cocina del seminario y de las escuelas de las cuevas que había fundado el P. Pedro Poveda. Y siempre periodista, colaboró en el periódico local Patria Chica y, desaparecido éste, fundó y dirigió el también periódico de la mitra Guadix y Baza.
Rehabilitada por Benedicto XV su congregación como “pía asociación” en 1921 y conseguida la paz en Marruecos con el desembarco de Alhucemas, funda en Melilla, ayudado por su hermano Francisco, también sacerdote, un colegio-residencia con la intención de evangelizar el alma magrebí y, desde allí, pasa a Nador (Marruecos). Con esto, había conseguido ser misionero en tres continentes, Europa, América y África. Pero, muerto su hermano, marcha a Granada reclamado por el cardenal Vicente Casanova, su antiguo obispo de Almería, para misionar en la ciudad y por tierras de El Ejido, por lo que decide renunciar a la canonjía accitana el 1 de marzo de 1926, para dedicarse plenamente a su carisma de la Esclavitud.
Otra faceta en la que también distinguió el P. Federico fue la de escritor. Actividad que ejerció desde que fuera seminarista hasta el final de su vida. Cultivó prácticamente todos los géneros literarios, poesía, teatro, novela, obras espirituales y devocionales, artículos de periódicos y ponencias en congresos. Destacamos, Los Carvajales, poema épico (1887), escrito cuando era seminarista, y el libro El culto a la Inmaculada (1907), que constituye el soporte teológico de la devoción a la Divina Infantita.
La llamada de México y la mejora de las relaciones de la Revolución mexicana con la Iglesia católica, le permiten volver a América en donde reemprende la actividad fundacional y misionera, con la mala suerte de enfermar de carbunco, extraña enfermedad que le ocasionará la muerte en San Diego de California el 31 de marzo de 1931. Sus restos reposan en la catedral de México y su proceso de beatificación se encuentra muy avanzado.
Padre Federico Salvador Ramón
Plaza dedicada al Padre Federico en Instinción, pueblo donde nació su padre y con el que tuvo mucha relación. Colección: Decarrillo
Imagen de la Divina Infantita en la iglesia de Instinción. Colección: Decarrillo
Misión en Fines antes de Marchar a México
Iglesia de fines en los años 40. Colección: Piedra Yllora
A mediados del mes de agosto de 1898, el P. Federico dio por finalizada su estancia en Roma y regresa a España. Desembarca en Valencia y descansa en Murcia, para reemprender su viaje camino de Almería. Pero, antes de llegar a esta ciudad, recala en Fines, pequeño pueblo situado en el valle del río Almanzora, donde era coadjutor su hermano Francisco. Aprovecha su estancia para predicar una memorable misión, que empezó el 21 de agosto de 1898, dando comienzo así, sin ser consciente de ello, su actividad evangélica en las tierras de este valle.
Desde el primer momento, la pequeña y austera iglesia –de una sola nave y airosa torre- se llenó de fieles, que, si católicos todos, tenían muy abandonadas las prácticas religiosas, especialmente la percepción de los sacramentos. El calor del verano y la gran afluencia de público obligaron al P. Federico a realizar los actos de la tarde-noche en la plaza de la iglesia y a predicar desde el balcón de la casa de D. Rosendo García, rico hacendado que había sido gobernador civil de Almería. Tal fue la expectación levantada por la misión que a ella asistieron los párrocos y sacerdotes de los pueblos vecinos. Uno de ellos, D. Leonardo López Miras, párroco de Cuevas de Almanzora, entusiasmado, decía que nunca había oído más elocuencia, ni más devoción y piedad en el decir y que lloraban hasta las piedras.
Por su parte, el inefable P. José Sirvent nos cuenta que, siendo él párroco de Fines entre 1927 a 1933, todavía permanecía vivo el recuerdo de esta extraordinaria misión en aquellas sencillas gentes. Testigos presenciales y oculares fueron el tío Tripiana y la tía María Jesús, viejo matrimonio que viviría hasta el año 1942, muy amigo de la familia del P. Federico, y que fueron los que contaron al P. Sirvent cómo el P. Federico repartió lo recaudado en la misión y dio una comida a las doce personas más pobres de la localidad. Habló después desde el ya citado balcón-púlpito y fue tal el entusiasmo despertado que las gentes, agradecidas, aplaudían y daban vivas y hasta “querían comérselo a besos”. El agobio fue tal, que el P. Federico se vio obligado a huir “et ascondit se in domum parentum”.
Rosario de Arrevillaga cofundadora de la Congregación
Cantoria, el pueblo escogido
Era Cantoria un pueblo rico, de pequeños y medianos propietarios agrícolas. Sus casas, pequeñas, tenían una o dos plantas con ventanas y balcones cerrados con sencillas rejerías. La iglesia parroquial, dedicada a San Ildefonso, fue elevada en el siglo XVIII, seguramente, sobre otra anterior. En el siglo XIX fue reconstruida, bajo la advocación de Nuestra Señora del Carmen. Tiene una magnífica portada muy clásica, de influencias herrerianas, jalonada por dos altísimas y gruesas torres. Se accede a ella desde la pequeña plaza del Ayuntamiento. Muy cerca de allí se encontraba la casa del padre de D. Federico, que se había ido a vivir, como sabemos, a esta localidad con su segunda mujer doña Dolores López Jiménez.
Llegó el P. Federico por primera vez a Cantoria el 18 de septiembre de 1902, procedente de Tortosa, después de haber presentado su renuncia como sacerdote Operario Diocesano a D. Manuel Domingo y Sol. Dada su situación central en el Valle del río Almanzora, el P. Federico hizo de esta localidad el núcleo de su actividad misional y pastoral por los pueblos de la comarca. Desde allí visitaba el santuario de Nuestra Señora la Virgen del Saliente, iba al Cabezo de los Gázquez de Vélez Rubio, y predicaba misiones, novenas, triduos y otros actos religiosos en los pueblos colindantes..
En Cantoria, el día 7 de octubre de aquel mismo año de 1902, antes de viajar a México por segunda vez, predicó una misión en la que puso tanta pasión que, en su transcurso, no salió de la iglesia y dormía en la sacristía. Los frutos fueron espléndidos: se confesó todo el pueblo menos un señor muy acaudalado, que se había excusado porque debía ir a Granada. Murió de camino en el tren, según leyenda popular. Dos años más tarde, en la Navidad de 1904, en la tranquilidad del hogar paterno, comenzó a redactar las primeras Constituciones de las Esclavas, apremiado por la necesidad que tenía de las mismas y por sugerencia del arzobispo de Sevilla Marcelo Spínola, si es que quería fundar en su diócesis, concretamente en Utrera. El gran entusiasmo que puso en la tarea propició que, a pesar de su dificultad, avanzara rápidamente, de modo que el 20 de diciembre pudo escribir a la M. Rosario Arrevillaga, su cofundadora en México: Todo va saliendo más suave para las Esclavas que para los Esclavos, en clara referencia a las Constituciones escritas para la rama masculina de la Esclavitud en el santuario de la Virgen del Saliente en 1902, como veremos más adelante. Pero, al mismo tiempo que se afanaba en la redacción del articulado de los estatutos femeninos, su incansable capacidad de trabajo le permitió diseñar un nuevo sello, en el que cambió la inscripción anterior “Esclavitud de la Divina e Inmaculada Niña” por la de “Esclavitud de la Divina Infantita”, más conforme con el mestizaje y carisma de su Congregación. También adoptó por primera vez el sobrenombre en religión de “José de la Divina Infantita”. Aquellas Navidades de 1904, vividas familiarmente en Cantoria habían dado los mejores frutos, de modo que satisfecho escribía el día 25 de diciembre: La Divina Infantita ha triunfado, y, al día siguiente, a las 7 de la noche daba por terminada la redacción de las primeras Constituciones.
También fue en Cantoria donde, el 31 de agosto de 1906, predicó la primera novena de la Divina Infantita en España y empezó a divulgar su devoción por las tierras colindantes. Se encontraba tan a gusto y tenía tal fe en las gentes que, en 1923, superadas las dificultades de su congregación, con la ayuda del alcalde D. Pedro Antonio Gea Rubí, fundó un Colegio y una Escuela Nocturna para obreros, al mismo tiempo que pensaba construir el gran templo, que, desde hacía mucho tiempo, deseaba levantar en España a la Divina Infantita: Te ruego –escribía a la M. Rosario Arrevillaga- por cuanto en esta fundación de Cantoria pueda ser que José de la Divina Infantita –o sea, él mismo- encuentre el lugar para la Basílica de la Divina Infantita en España.
En este Colegio de Cantoria, creado con tanto amor, se aplicó la didáctica empleada en sus homólogos mexicanos, accitanos, granadinos y almerienses de Instinción y de El Ejido, mezcla de los métodos mexicanos y manjonianos, tan del gusto del P. Federico, en los que se perseguía una enseñanza activa e intuitiva, integral y humanista, que hiciera suyo el principio de “enseñar deleitando” y tuviera cabida el teatro. Así, sabemos que en el mismo se representó por vez primera el acto primero del drama El Mundo y la Honra (1930), del que era autor el P. Federico, que había sido copiado en Cantoria por la M. María de la Niña. Fue representado por jóvenes del pueblo posiblemente en los primeros meses de 1936. En el mismo, de acuerdo con la función educativa del teatro y en línea con las ideas regeneracionistas de la sociedad según los principios cristianos y la doctrina de la Iglesia, el P. Federico plantea como tema central la honra de la mujer casada y la limpieza del amor juvenil, que triunfan, armados por la fe y la moral cristiana, sobre las bajas pasiones humanas y los intereses materiales, establecidos en la sociedad moderna.
En ese mismo año de 1936, el colegio-asilo de Cantoria fue incautado por las autoridades republicanas y, después de la Guerra Civil, no pudo ser abierto y acabó por ser vendido con el fin de atender a otras necesidades de la Congregación. Desgraciadamente, pues, la casa-colegio de Cantoria de la Divina Infantita no ha tenido continuidad, pero, a pesar de todo, no se puede poner en duda que Cantoria fue una localidad muy querida por el P. Federico e íntimamente ligada a su vida y, por ende, a la de la Congregación de las Esclavas de la Divina Infantita por él fundada.
Convento de la Divina Infantita en Cantoria. Colección: Decarrillo
Casa de D. Pedro Gea donde se alojaba el Padre Salvador en Cantoria. Colección: Decarrillo
El Diario la Independencia del 12 de marzo de 1930 en su apartado de Necrologías menciona a la monja Sor María Carmelo de Jesús Marín, que fue la que fundó el colegio de niñas dentro de la congregación de Cantoria.
El Santuario de la Virgen del Saliente
Retablo del altar mayor del Santuario de la Virgen del Saliente antes de la Guerra Civil y en la actualidad
El P. Federico se dirigió por primera vez a este lugar el 22 de septiembre de 1902, acompañado de su padre, desde la cercana Cantoria, donde residía. Situado en el altísimo y áspero monte de El Roel, domina un paisaje verdaderamente grandioso e inconmensurable, integrado por el estrecho valle de la Rambla de El Saliente y las sierras colindantes, tras las cuales se adivina el mar. Serrano y agreste, aislado, llama a la oración y al recogimiento, por eso fue en su origen un centro de vida cenobítica, donde un grupo de eremitas hacía una vida religiosa sencilla y rudimentaria. A principios del siglo XVIII existía allí una comunidad de 10 ermitaños y, entre 1712 y 1717, se construyó una ermita precedente del templo actual, que data de 1762 y es producto del fervor religioso y la corriente de peregrinación que a él afluyó. Una bellísima leyenda popular explica el fenómeno: Lázaro Martos, sacerdote, a quien siendo pastorcillo de niño se le apareció la Virgen en la falda del monte Roel, cuenta su visión y es creído por el pueblo de Albox y especialmente por Juan de Alcaina, que funda la capellanía de El Saliente, y por Diego Tendero, también sacerdote y párroco de la población.
El Ayuntamiento de esta villa, entusiasmado por el milagro, comisionó a los dos sacerdotes para que se trasladaran a Granada y encargaran allí una imagen de la Virgen, igual a la que viera Lázaro Martos, para entronizarla en la ermita. Llegaron los viajeros a Guadix, en donde hicieron parada y fonda, y, en esa noche, en la posada donde se hospedan, entablan conversación con un misterioso sacerdote al que cuentan la visión de Lázaro y el propósito del viaje. El sacerdote les dice que tiene en su casa una imagen de la Virgen que puede corresponder a la que ellos andan buscando y deciden ir a verla. Su sorpresa fue mayúscula cuando comprobaron que, efectivamente, la imagen que se les mostraba era idéntica a la que se apareció a Lázaro en la falda de El Roel. Deciden comprarla, se ponen de acuerdo en el precio y se la llevan a la posada. Cuando van a pagar, el sacerdote dice que no es conveniente ir de noche con dinero por la calle, por lo que acuerda volver por la mañana, pero no lo hizo. Al preguntar por él, nadie le conoce, ni tampoco dan con la casa donde habían estado la noche anterior...
Basándose en este relato, hay quien opina que la imagen puede ser de Torcuato Ruiz del Peral, famoso imaginero accitano del siglo XVIII. Tallada en madera de sabina, de 58 cm. de altura, está vestida de azul y sostenida por dos ángeles que la levantan sobre un dragón vencido, con alas de murciélago y siete cabezas horripilantes. La Virgen, cuya verdadera advocación es la de Ntra. Sra. del Buen Retiro de los Desamparados, vencedora del Demonio y del pecado, corredentora del género humano, asciende al Cielo grávidamente. Se trata de toda una bellísima lección de Teología mariana.
A esta leyenda se le superpone otra posterior que hace alusión a la visión que un marinero tuvo de la Virgen cuando la impetró en medio de una gran tormenta en el mar, que le amenazaba con perecer ahogado. La Virgen se le apareció y salvó. Agradecido, quería levantar un templo a la Señora y anduvo buscando su imagen por todos los monasterios del terruño hasta que la encontró en El Saliente. Allí levantó el templo prometido, con tantas ventanas y puertas como días tiene el año. Aunque este último extremo no se haya cumplido, el pueblo lo relaciona con el monasterio actual, cuya traza de cruz latina tiene una hermosa cúpula sobre pechinas en el crucero y consta de una cabecera trebolada con tres capillas, la mayor de las cuales alberga el Camarín de la Virgen de El Saliente, que preside el templo.
Este lugar, por su excepcional situación geográfica y sus connotaciones marianas, no es de extrañar que fuera tan del gusto del P. Federico. Allí, en su austera hospedería, en el silencio del ambiente, rezando a los pies del camarín que guardaba a la Señora, meditando en las crujías de su bello claustro y paseando por los alrededores con la mirada puesta en el grandioso paisaje, encontró el recogimiento preciso para realizar un fervoroso retiro espiritual, concentrarse y redactar la Regla o Constituciones de los Esclavos de la Divina Infantita. Fueron cuatro días completos los que pasó en aquel "bendito desierto", los habidos entre el 23 y el 26 de septiembre. No serían los últimos. El 27 de septiembre, tras decir misa de la Inmaculada, regresaría a Cantoria. Había querido "requebrar" a la Virgen, y con su ayuda, pudo redactar las Constituciones a satisfacción: Estos cuatro días no han sido perdidos, ya te llevaré el fruto que recogí a los pies de nuestra reina.
Por sus connotaciones marianas y características tan especiales, el P. Federico visitó con frecuencia este lugar y pensó durante algún tiempo construir aquí el gran templo que para la Divina Infantita deseaba levantar en España. Las dificultades legales y lo arraigado de la devoción a la Virgen de El Saliente en las gentes de la comarca, le hicieron desistir del empeño.
Dos imágenes de la festividad de la Virgen del Saliente de 2019. Colección: Decarrillo
Interior de la ermita del santuario. Colección: Decarrillo
Sacerdotes de la tierra seguidores de la esclavitud
Alumnas del colegio de la Divina Infantita con las hermanas de la congregación
La labor evangelizadora desplegada en los pueblos del valle del río Almanzora y la comarca vecina de los Vélez, a través de misiones, novenas, triduos y otros actos religiosos, dio como esplendoroso fruto que fueran estas tierras las que proporcionaran los primeros sacerdotes y niños para la causa de la Esclavitud de la Divina Infantita.
Uno de los primeros fue el párroco de Cantoria Francisco Soler Clemente, amigo del P. Federico, que además de facilitarle la labor evangélica y misional desplegada en su parroquia, que ya hemos comentado, ofició la misa de la celebración de la fiesta de la Divina Infantita, el 7 de septiembre de 1905, en la iglesia del convento de San Bernardo de Granada, cuyas religiosas habían accedido a su celebración. Era la primera vez que se celebraba en España y, a pesar de encontrarse en la Carrera del Darro, un poco alejado del centro de la ciudad, y ser una devoción desconocida, la asistencia de sacerdotes y fieles fue abundante y la ceremonia, que presidía un cuadro de la Divina Infantita, resultó muy solemne. Asimismo, fue también muy decisiva la ayuda prestada al P. Federico por este sacerdote para que el secretario del arzobispado Ramón Moreno, amigo de ambos, facilitara los trámites para la creación en Granada de un seminario de esclavos de la Divina Infantita y una casa de novicias.
Otro sacerdote que ayudó grandemente al P. Federico en sus trabajos fue Pío Navarro, el párroco de Vélez Rubio. Auspiciado por el mismo, creó en marzo de 1906, la Asociación de Esclavas Seglares y una escuela dominical para criadas, a lo que se añadiría un ropero. También se crearía una Asociación para hombres seglares que fundaría un Montepío, para lo que disponía de la apreciable cifra de 10.000 pesetas. Tan animado estaba el P. Federico que comenzó a redactar un reglamento de esclavos seglares. Don Pío escribió también una carta de recomendación para el comisario general de los franciscanos de España, para que abogara en Roma a favor de la aprobación de las Constituciones de los Esclavos. Por esta razón pudo albergarse en la casa de esta orden situada muy cerca de la iglesia de los Santos Cuarenta, donde pudo hacer amistad con el P. Panadero y el P. Marcelo Martín Plaza, que tanto le ayudaron en sus gestiones cerca de la Curia romana.
Pero, con todo, el primer fruto de la labor del P. Federico no llegó hasta el día 23 de mayo de 1906, cuando el P. Patrocinio Motos viajó a Granada para ponerse enteramente a su disposición como esclavo. Era compañero suyo del seminario y coadjutor de la parroquia de Vélez Blanco y había decidido seguirle después de oirle predicar en el cercano pueblo de Vélez Rubio, donde estaba dando unos ejercicios espirituales desde el 12 al 21 de febrero de 1906. Al P. Patrocinio se le sumaron rápidamente otros dos sacerdotes, el P. Nadal Albarrán y el P. Miguel Fernández Martínez. Después de un tiempo de vida en común en Granada, el P. Federico decidió mandar a dos de ellos, con unos niños aspirantes a esclavos, a México para que continuaran formándose con la M. Rosario Arrevillaga en el espíritu de la Esclavitud de la Divina Infantita. Había pensado en los padres Patrocinio y Miguel, pero la tardanza en conseguir el permiso del prelado de este último, hizo que al final se decidiera por enviar al P. Nadal con el P. Patrocino, que embarcaron para México el 15 de agosto de 1906 con cuatro niños.
Con el P. Patrocinio, el otro sacerdote de importancia que siguió al P. Federico como esclavo, fue el P. Manuel Campillo Giménez. Coadjutor de los Gázquez, aldea de Vélez Rubio, cedió a la Esclavitud el cortijo de su propiedad situado en el lugar llamado El Cabezo de los Gázquez, para que en él se edificara un gran seminario de novicios, futuros sacerdotes esclavos de la Divina Infantita. De la importancia de esta obra y de su devenir escribí un artículo en la Revista Velezana del año 2008. El P. Manuel Campillo viajó también a México y siempre fue un gran colaborador del P. Federico. Contó, además, con su confianza, por lo que dirigió espiritualmente a la comunidad de esclavas y dio ejercicios, retiros y otras actividades. Hizo frente a los enemigos de la comunidad y a algunas dificultades, como las derivadas por la obstinación del arzobispo de México Próspero Maria de Alarcón por no dejarle como capellán –con el P. Patrocinio- del templo de la Divina Infantita de México distrito federal y hacerle abandonar el país. Sin embargo, tras el decreto de 1910 en que se reprobaba a la congregación, regresó a España, para incardinarse de nuevo en su diócesis almeriense. No obstante, el obispo Vicente Casanova, que había encomendado al P. Federico la dirección del periódico almeriense La Independencia, consintió que continuara adjunto a la redacción del mismo y sólo la marcha de aquél de Almería en 1917 como canónigo de la catedral de Guadix, hizo que tomara un rumbo propio; pero aun así, siempre fue esclavo de corazón, como demuestra que presentara en 1918 una comunicación en el Primer Congreso Mariano Montfortiano de Barcelona, bajo el título de La Santa Esclavitud en el Nuevo Testamento, especialmente en las palabras de Nuestra Señora, que en realidad había sido escrita por el propio P. Federico
María Felicidad
Pedro J. Carballés
Mesa de la casa de D. Pedro Gea donde el Padre Salvador daba de comer a los pobres de la localidad
Imagen de la Divina Infantita de la familia Carballés Gea
Testimonios
Para completar mi artículo he creído conveniente, a modo de apéndice, incluir algunos testimonios acerca del P. Federico y del Colegio de la Divina Infantita por él fundado en Cantoria. El hecho de tratarse de relatos escritos por personas que no fueron testigos oculares de los hechos, no les resta valor histórico alguno, por ser recogidos a través de los testimonios dados por gentes que tuvieron conocimiento directo del P. Federico y de su obra. Sin tales testimonios, los detalles relatados referidos a la vida doméstica e íntima del P. Federico y al colegio de la Divina Infantita, hubieran quedado inéditos, escondidos, y su conocimiento no hubiera llegado a nosotros. De ahí el interesante valor histórico que encierran, tanto para el historiador como para todo amante del conocimiento de la vida cultural, religiosa, política y social de Cantoria y pueblos de estas comarcas.
A. Testimonio de la M. Felicidad
Soy la M. Felicidad M P y tengo 78 años de edad. Soy una hermana de la Congregación Esclavas de la Inmaculada Niña.
Me gustaría poder contar alguna experiencia de Cantoria, pero lo poco que conozco fue por ir a pedir en los años 1960-1970 para un internado que teníamos en un cortijo grande de Almería con niñas muy pobres, que nadie pagaba nada por ellas y se sostenían con la caridad de las buenas personas de Cantoria y de otros pueblos de la Provincia, pedíamos de puerta en puerta. Este fue el motivo por qué conocí Cantoria.
Yo sabía que en este pueblo había estado N P F [Nuestro Padre Fundador] y que había tenido un colegio. Nos hospedábamos en casa de la familia Gea, que en su tiempo estuvo hospedado también NPF, esta familia lo admiraba y lo querían mucho. En esa época quedaba de esta familia sólo tres hijos Lola, Encarna y un hijo sacerdote, esclavo de la Divina Infantita, que murió en Melilla.
Ellos nos contaban maravillas del P Federico Salvador, ponderaban su forma de trabajar en el colegio de Cantoria con la juventud, se daba a todos, especialmente a los más necesitados. Nos mostraron una mesa donde el P Federico compartía su comida desde su mismo plato y cuchara con un pobre inválido que recogía de la calle. ¡Qué caridad tan extraordinaria tenía para todos! Todas las personas que lo conocían hablaban muy bien de él y lo quería todo el pueblo.
Como ve, yo no conocí a nadie de la comunidad, se veía el colegio en ruinas y se percibía la buena imagen que dejaron, en este pueblo, tanto el P Federico como la comunidad que permaneció allí.
Un saludo. M. Felicidad M P
B. Testimonios de D. Pedro José Carballés Gea.
Primero
Según noticias que tengo de mis familiares, le cuento un poco de lo que sé.
El Padre Federico, era una persona con una preocupación muy grande, que era las niñas huérfanas y su cultura, por lo que, se dedicó principalmente a acoger este tipo de niñas y darle una educación. Tenemos el ejemplo en una niña que se trajo de Marruecos a Cantoria llamada familiarmente María La Mora y que llevada sus apellidos (Salvador).
También se preocupaba por la enseñanza de las niñas que había en el pueblo, dando en el convento él y sus monjitas clases tanto de cultura como de bordado, cocina, etc.
Con mi abuelo Pedro Antonio Gea Rubí, mantenía una relación muy estrecha, ya que mi abuelo le donó parte del edificio del convento, y, todos los años le regalaba para el sustento de las monjitas y niñas huérfanas que en el vivían, dos cerdos, aceite, harina, patatas, etc.
Era tan grande la relación existente entre los dos, que el Padre Federico, cada vez que iba por el pueblo, se quedaba a comer y dormir en casa de mi abuelo; se consideraban como familia, hasta tal punto que uno de los once hijos que tuvo mi abuelo, llevaba el nombre de Federico en su honor.
Era tal la sencillez y humildad de este hombre, que no podía ver un pobre sin ropa y como llevaba sotana, se quitaba sus pantalones, sus camisas y se las daba a quien las necesitaba.
Como consecuencia de esa humildad y de la fe que derrochaba, dos hijos (Joaquín y Eduardo) se hicieron Sacerdotes, y una hija (Paquita) se hizo monja.
Al cerrase el convento, las monjitas, en agradecimiento a todo lo que había hecho mi familia por ellas, le regalaron la imagen de la Virgen Niña, y hoy la conservamos sus herederos.
Segundo
Como me han pedido que les cuente un poco de la vida de mi abuelo, les resumo un poco su vida.
Pedro Antonio Gea Rubí, era una persona que nació Cantoria, el día dos de Octubre de 1.864, hijo (como la mayoría de su época) de agricultores. Tuvo una vida dedicada casi por completo a su familia, y ayudar a los demás. Se casó con Francisca Mesas García y tuvieron 11 hijos, de los cuales cuatro murieron al nacer o siendo muy niños, de los otros siete que le sobrevivieron, una hija (Paquita) se hizo monja de la divina Infantita, un hijo (Joaquín) se hizo sacerdote, cantando misa en Cantoria el 7 de Junio de 1.929, y que posteriormente, en el año 39 murió a causa de una infección provocada por un cirujano que en Melilla, donde estaba de sacerdote en el convento de la Divina Infantita, que lo operó de ulcera de estomago, y, al enterarse que era sacerdote, le dejó unas tijeras dentro del estomago; otro de los hijos que tuvo (Eduardo), también que ría seguir el camino de sus otros dos hermanos, se hizo seminarista, y murió realizando la carrera en el seminario de Almería. Los otros cuatro hijos (Federo, Severo, Dolores y Encarna) cogieron caminos diferentes a sus hermanos casándose tres de ellos y quedando soltera Encarna.
Durante un tiempo fue alcalde de Cantoria, siendo tal su bondad, que incluso tuvo que vender un terreno para poder pagar las facturas del ayuntamiento tales como la del reloj de la iglesia que hoy día escuchamos o la de los obreros que estuvieron haciendo el lavadero que había en el pueblo hoy día desaparecido y que se encontraba donde hoy está urgencias.
Como buen cantoriano era amante de las conocidas carretillas de San Antón, y un año, al pasar la procesión por medio de las hogueras, unos sin nombre, le cortaron la cabeza al santo, cayendo esta al fuego, y, para que no se quemara, mi abuelo se metió en el fuego, la cogió y se la llevó para restaurar el santo; él se quemó, pero decía que era mas importante salvar San Antón que las quemaduras producidas.
Como comenté en el escrito del Padre Federico, mi abuelo donó parte del convento que hubo en Cantoria de la Divina Infantita, y que, según parece se va a utilizar ahora para hacer una residencia de ancianos (seguro que él estaría orgulloso de que se realizara esa obra en lo que un día fue suyo).
Murió a los 76 años de edad, después de pasar por el trance de ver morir a su mujer y sus tres hijos mayores.