José Galera Balazote, Pepe el Habichuela

Almería y el Cine

La historia del cine en Almería no sería la misma sin la incansable y abnegada labor de los figurantes. Algunas de las escenas más míticas rodadas en los paisajes almerienses, como la toma de Akaba en la Playa del Algarrobico de Lawrence de Arabia, las batallas de Cleopatra, el recibimiento al general Patton en la Plaza de la Catedral, o la Calle Almanzor, a los pies de la Alcazaba, convertida en un zoco árabe en las películas Indiana Jones y la última Cruzada, o la escena de Pepe Sancho a caballo en la puerta del edificio de la Agencia Tributaria en el paseo en 800 balas, no habrían existido sin la aportación de esas personas anónimas y otras no tan anónimas, como el caso de nuestro biografiado.

Entre todas las localizaciones de nuestro país, debemos destacar el desierto árido de Tabernas, que ha sido escenario de más de 300 películas y es, sin duda, una de los lugares favoritos de Hollywood por la versatilidad que ofrece, recreando desde paisajes del lejano oeste a oasis árabes, gracias a los diferentes ecosistemas que se pueden encontrar como desierto, playa, montaña, e incluso nieve. Se construyeron 14 poblados-escenario para filmar, de los que 3 se han convertido en parques temáticos visitables.

Por Almería han pasado actores de la talla de Clint Eastwood, Sean Connery, Harrison Ford, Bud Spencer, Claudia Cardinale, Brigitte Bardot, Elizabeth Taylor o Sigourney Weaver.

Espectáculo en el poblado Mini Hollywood. Colección: Decarrillo

Un hombre y un Colt (1967 por Tulio Demichel)

Sin lugar a dudas, no mentiríamos si dijésemos que nos encontramos ante uno de los personajes más conocidos y pintorescos de nuestra Almería, la Almería que fue un inmenso plató cinematográfico, donde pistoleros, aventureros y romanos andaban a la que salta. Pepe el Habichuela representó como nadie el sueño de una ciudad por el cine, siendo el figurante por excelencia, el ejemplo extremo de cómo vivieron sus gentes aquella extraordinaria historia con el mundo del celuloide.

Un individuo de apenas un metro y medio de estatura, enjuto, de barba cerrada, un poco infantil, quien montado en su bicicleta BH, con sombrero tejano y su estrella de sheriff en su camisa, se movía con total naturalidad y soltura por los barrios de la capital. En ocasiones se le podía ver acompañado de grandes estrellas del cine como Terence Hill, Anthony Quinn, Giuliano Gemma o Yul Brinner. No era nada extraño verle junto a ellos “chapurreando” su inglés almanzoreño sentado en la terraza del Hotel Costasol, los Cármenes o tomando un americano en el Kiosko Amalia.

Vitrina dededicada a Pepe en el museo de Almería con su chaleco, su estrella de Sheriff y sus pistolas. Colección: Decarrillo

Una razón para vivir y una para morir (1972 por Tonino Valerii)

El nacimiento de Pepe que fue poco antes de estallar la Guerra, no podemos asegurar que fuera en Almería o en Cantoria. Si es verdad que tenemos noticias de su madre, en una nota de prensa del Diario de Almería del 15 de septiembre de 1933, en la que hace referencia al ingreso en el Hospital Provincial por Colitis de Maria (del Amor) Galera Balazote, natural de Cantoria y afincada en el Patio Jiménez nº 5 de la capital. Según este dato, situamos a su progenitora afincada en la capital tres años antes de que naciera Pepe. Los siguientes datos sobre la pista de esta mujer nos sitúan en la Guerra Civil, que vivía a escasos metros del terrero, en la avda. Eduardo Cortés, muy cerca de la tienda de comestibles de la familia Fuentes.

Seguramente fue madre soltera, ya que los apellidos que llevaba su hijo eran sólo los suyos y si unimos a los testimonios de sus antiguos vecinos y amigos de infancia de Pepe, no le conocieron pareja a María del Amor. Un personaje peculiar, que merece la pena que nos detengamos un momento porque su historia da para mucho y marcó la de su hijo hasta el final de sus días.

En la foto el Habichuela y Enrique M. Sanchez 

Diario de Almería del 15 de septiembre de 1933

Sierra maldita (1954 por Antonio del Amo)

María del Amor Balazote, era una mujer corpulenta, con carácter, con cierto nivel cultural, siempre bien vestida, lo que demostraba que provenía de una familia con posibles pero venida a menos. Le gustaba leer y contar historias, hasta que una maldita enfermedad mental empezó a nublarle su cerebro.

Fue la esquizofrenia la que se cebó con ella cuando apenas había esas pastillicas que controlaban tu conducta y ponían paz en las voces de nuestra cabeza. Fueron sus vecinos, los de la pequeña tienda de comestibles de los Fuentes, los que dieron la voz de alarma cuando llegó un día alterada, gritando que había tenido que matar a los animales que tenía en el corral porque le susurraban cosas feas. La enfermedad fue imparable, llegó el momento en que se creía un hombre, se cortó el pelo y se empezó a vestir como tal, y siempre con sombrero y botas.

Se hacía llamar don Diego y para hacer alarde de su “hombría” orinaba siempre de pie con la ayuda de un canutillo de caña por las esquinas de las calles, claro está, cuando había gente cerca. Le gustaba fumar, liándose los cigarros con billetes de 5 pesetas de la República con una mezcla de tabaco y hoja de parra seca.

Y las ropas, ese es otro cantar, un solo traje que la acompañó varios años hasta su ingreso en el Manicomio de los Molinos de Almería, de color gris claro que fue cambiando paulatinamente a un marrón brillante, con un fuerte olor a humo. Lo cogió un día de la explanada de la estación de ferrocarril a la que solía ir diariamente a la hora de la llegaba de los trenes de pasajeros. Ese día, la viuda del jefe de estación sacó toda la ropa de su marido y de los tres hijos mayores de este (estaba casado en segundas nupcias y tuvo cinco hijos con cada mujer) para quemarlos ya que habían fallecido de tuberculosis. Una enfermedad en ese momento mortal y que los hijos contrajeron en la guerra contagiando a su regreso al padre. Antes de que le diera tiempo de prenderle fuego, ella cogió un traje y salió al trote. La gente la increpaba por el mal fario que daba el llevar ropas de un difunto, y tuberculoso.

El hambre más cruel acechaba la casa de Amor y Pepe, se vieron obligados a vender los muebles tal y como nos cuenta Amalia Fiñana, que acompañó a su abuela a comprar unos butacones que todavía hoy se conservan en casa de un familiar. Se tuvieron que trasladar a una casa más económica, primero en la parte alta de la calle de la Plaza (en la zona que le dicen de las terrerillas) y después ya en una cueva de la ermita.

Se hizo famosa en el pueblo una canción que cantaba, mez­cla de castellano, catalán y camelo:

"Era una maca

na pica no nanbigüe.

Era una maca

na pica no nanvigüe.

Que non potingue nanticar

y pasa una, do, tre, cuatre

chinco, sei, siete seman.

y pasa una una, do, tre, cuatre,

chinco, sei, siete seman.

Que si teres, que si teres

que si teres que si teres

volveremos a empezar.

Era una maca...”

Tan popular se hizo estas estrofas, que hasta una compañía de teatro que aterrizó al poco de acabar la guerra la incorporó en su espectáculo.

De pequeño Pepe siempre iba con su madre, hasta que dejó de hacerlo porque no soportaba que la gente se metiera con ella, ni que le pidieran que cantase su canción.  Esto era motivo de discusión entre ambos, acabando normalmente a castañazo limpio.

Cuando algunas noches se hacían insoportables porque los demonios de la enfermedad llegaban con más fuerza al oscurecer, Pepe salía de su casa y se iba a dormir a los bancos de la plaza. Allí alguna que otra vez los jóvenes solían gastarle bromas, como la que nos narra Paco Cuéllar, vecino y compañero de juegos de la infancia: -“Cuando llegaba Pepe a la plaza ya tarde, sabíamos que algo le había pasado con su madre, buscaba un banco libre y se acostaba, algunas veces ni le había dado tiempo a coger algo de abrigo. Entre los zangones que siempre merodeaban la zona, no tardaban en ingeniar alguna broma pesada, como aquella en la que le metían entre los dedos de los pies hojas de papel de fumar y le pegaban fuego…”.

A finales de los años 40 Amor empeoró de manera considerable y por vía de urgencia el alcalde Juan López Cuesta solicitó una plaza en el manicomio de la capital. Fue su hermana y su cuñado quienes se encargaron de llevárselos a Almería. Amor la ingresaron directamente en el manicomio y a Pepe lo acogieron en su casa. Este matrimonio vivía de cerca de los Depósitos de Agua (antiguamente se llamaba Camino de los Depósitos y hoy es la avda. Santa Isabel), ya que el tío de Pepe era uno de los encargados. En ese momento el chaval contaría con unos 10 u 11 años.

Casa donde vivió los primeros años Pepe el Habichuela en la Avda. don Eduardo Cortés. Colección: Decarrillo

Mi nombre es ninguno (1973 por Tonino Valerii)

Con sus tíos estuvo poco tiempo, y al no tener hijos, pusieron todo su empeñao en encauzarlo y formarlo en un buen oficio, pero fue difícil, él ya era ya un alma libre. Se escapaba a la menor ocasión, sobre todo cuando tenía que ir al baño, que en esas viviendas era comunitario y estaba en el pasillo que daba acceso a las casas. Hasta que un día se marchó definitivamente.

“¿No viene hoy ese hombre que me trae dulces?”- en ese “hombre” se convirtió Pepe para su madre, que dejó de reconocer sumando al chaval en una profunda tristeza. Pero aun así, todos los fines de semana iba a verla y le llevaba aquellos bollos de crema que a ella tanto le gustaban. Pero esta agonía no duraría mucho, ya que falleció dejándolo en la más triste orfandad.

Saloon del Mini Hollywood. Colección: Decarrillo

Los hijos del día y la noche (1972 por Sergio Corbucci)

Dio tumbos de un lado a otro, ganándose la vida, o malviviendo mejor dicho, como chico de los recados, haciendo publicidad por las calles vestido de cowboy, de mozo de carga y descarga en mudanzas, acarreando hortalizas en la alhóndiga del Mercado Central, donde seguramente sus compañeros de tajo le endosaron el apodo de el Habichuela, que por su baja estatura apenas se veía debajo de esos grandes sacos cuando los acarreaba del camión al mercado.

Aunque la versión que el daba es que fueron unos valencianos que vivían cerca y siempre que pasaban por la zona lo veían descargando esas leguminosas llegadas del Poniente. Fuera como fuere, este apodo le acompañó hasta su muerte, excepto por un breve periodo de tiempo en que se apodó Macus Alubia, con motivo de una película de romanos cuyo rodaje aterrizó en estas tierras áridas y a Pepe le quitaron estrella de sheriff y le pusieron una la toga de patricio romano (puede ser que fuera en Cleopatra, la gran superproducción de 1963). Menos mal que este sobrenombre no prosperó y se quedó como una mera anécdota, volviendo las aguas a su cauce, y sus pistolas a sus cartucheras.

En esos años sesenta, Pepe y su sempiterna maleta desvencijada ocuparon una habitación -gratis, al igual que la comida- en la pensión La Giralda, en Obispo Orberá, gracias a la generosidad del matrimonio Isabel y Manuel Aranda.

Los cuatro de Fort Apache (1973), junto a Alfredo Mayo 

Voy, lo mato y vuelvo (1967 por Enzo G. Castellari)

Como hemos dicho, su primero oficio reconocido antes de irrumpir la industria cinematográfica en Almería era el de descargador en el mercado Central, trabajo que empezó a aparcar por temporadas para dedicarse a la que fue su gran pasión y su razón de ser, el cine.

Los extras se solían situar en la acera que va del Teatro Apolo a la Puerta de Purchena, esperando a ser elegidos por los ayudantes de dirección de las tantas producciones que entre los años 60 y 70 se llegaron a rodar. José, por su estatura se empinaba sobre la punta de los pies tratando de destacar y ser visto, dejándose con el tiempo una espesa barba para dar el tipo y ensayando cara de rufián para impresionar.

Y así hasta que se hizo permanente su presencia en los rodajes, ya fuera como figurante en pequeños papeles de bulto, intervenciones con frase, repartidor agua en los sets o simplemente vigilando las caravanas de los actores principales. Donde había un rodaje, allí estaba el Habichuela y era feliz. 

Con papeles de más enjundia figuró en las películas Sugar Colt, Antes llegó la muerte, Corre cuchillo, corre, Shalako, La muerte tenía un precio, Adiós Sabata, El halcón y la presa y así hasta más de cien films e incluso llegó a sentarse en una mesa con el director italiano Sergio Leone. De aquella época de esplendor le quedó una colección de sombreros texanos y un par de correajes con sus correspondientes pistolas con las que pasó el resto de sus días.

Porque Pepe vivió siempre vestido de pistolero y así deambulaba por las esquinas de la ciudad hablando discretamente con la gente, o galopando en una vieja bicicleta BH de piñón fijo que él montaba como si fuera un caballo y chirriaba como si fuera una diligencia. Era un espectáculo verlo bajar el Paseo subido en su extravagante bicicleta como si fuera un forajido huyendo de un cazador de recompensas. A veces, algún chistoso, le gritaba desde la acera: “Pepe, ¿como se llama la película?”, y él le respondía con ironía: -“Perseguida hasta el catre”.

Su aspecto físico, que provocaba que unos se metieran con él y otros lo defendieran, y su simpatía le hicieron granjearse la amistad de grandes como Terence Hill, Giuliano Gemma, Anthony Queen o Yul Brynner, con el que hizo quizás el mejor papel de su peculiar carrera en Indio Black.

Con Terenci Hill, cuando vino a Tabernas para recibir un homenaje en el Almería Western Film Festival, en la rueda de prensa Hill recordó espontáneamente a su amigo Pepe: “Almería la llevo en el corazón gracias a amigos como el Habichuela”.

Se fotografió con todos, y ese fue su mayor tesoro que mostraba por los bares y tabernas del centro de Almería. Pepe presumía de su amistad con Brigitte Bardot, con Anthony Quinn, que le hizo de asistente personal en los rodajes que hizo en nuestra tierra y que le descubrió los locales más castizos de la ciudad, como el Kiosco Amalia (sus famosos Americanos llevan su nombre en honor a este actor) y el bar los Cármenes, del Zapillo.

Durante los rodajes eran frecuentes los episodios chistosos entre los extras, bien para pasar el tiempo de espera o para aliviar tensiones entre las escenas más duras. Fueron muchos los episodios de humor en los que participó Pepe y aunque no solían ser muy crueles, si eran habituales ya que se “picaba” con facilidad.

Durante cuarenta años trabajó en producciones de todo tipo. Ya fueran americanas, italianas, francesas o españolas. No  le hacía ascos a nada. Para muchos profesionales era una especie de talismán que transmitía ilusión a todo el equipo. A el Habichuela lo quería todo el mundo, servicial, atengo y dispuesto a lo que fuese dentro del mundillo del cine. Directores, actores, productores, extras, figurantes, todos aquellos que en Almería vivieron la magia del cine lo conocían y apreciaban.

Homenaje que se le rindió aTerenci Hill en el Almería Western Film Festival de 2016 en el que recordó al Habichuela

Por un puñado de Dólares (1964 por Sergio Leone)

Según nos narra Pérez Baldó en su libro, Pepe fue protagonista de varios hechos singulares, especialmente por su afán de obtener primeros planos. Uno de ellos fue en una escena en el que el fornido Bud Spencer tenía que elevar por los aires a una persona y recogerla después en brazos, era una escena que quería denotar alegría de algún feliz acontecimiento. Aunque el actor tenía fuerza, tenía que aparentar más, y esto se solucionaba buscando a una persona de un tamaño “reducido”. Y como Pepe siempre estaba por allí, pues no tardaron en proponerlo como candidato ideal. Lo voltea una y otra vez, la escena se tiene que repetir por la dificultad de Spencer en realizar el giro y demás. Fueron varios los costalazos y coscorrones de los que dolían, y en uno de los descansos, a Pepe se le perdió de vista y eso que el sueldo eran 10.000 pesetas.

Cuando lo encontraron y lograron convencerle de que era imprescindible, llegó la hostia de mayor envergadura de la que salió bastante magullado, aunque se recuperó pronto.

Imagen de Pepe en el museo del cine de Almería

Adiós Gringo (1965 por Giorgio Stegani)

El cine desde sus inicios empezó a dejar mucho dinero, y para hacernos una idea, cuando el sueldo medio era de unas 60 o 70 pesetas diarias de cualquier trabajador sin especialización, de extra se podían llegar hasta las 450 o 750 si eran americanas. Pero para Pepe el dinero era lo de menos, porque la fama y rodearte de los mejores actores del mundo, eso, eso no tenía precio.

Entre todos la mataron y ella sola se murió. Cuando la industria del Cine decayó, bien porque se cansara de los tejemanejes de los políticos provinciales que sólo vieron en el cine una gallina de los huevos de oro y no una inversión de futuro, o bien porque el género del Western y su sucedáneo el Spaguetti Western se agotaron, llegó la desolación, un aeropuerto y algunos hoteles decentes allá por 1979.

A Pepe se le acabó su mundo, pero en su cabeza seguía siendo un cowboy a lomos de su BH haciendo recados por la zona de Pescadería o limpiando los aseos públicos de la lonja. En esa etapa vivía en los apartamentos Brasilia del Zapillo que consiguió a través de un generoso amigo, Paco Martínez. Y aunque la familia que ya le quedaba a Pepe (sus tíos habían fallecido) se reducía a algún primo lejano en parentesco y en distancia, ejercieron como tales el citado Paco y el matrimonio formado por el jefe de producción Pepe Salcedo y Alicia López, que estuvieron pendientes de él hasta su muerte. Gracias a ellos tenemos hoy muchos testimonios sobre su figura, recogidos en varios artículos de la prensa local y dos libros, El Habichuela, una historia de Cine en Almería de Juan Gabriel García y Buscando a Pepe El Habichuela de Francisco Pérez Baldó.

Una de las tantas escenas en las que participó como extra

Les llaman y le llamaban dos sinvergüenzas (1972 por Michele Lupo)

Su recorrido habitual entre su trabajo y su apartamento, a veces tenía que hacerlo a altas horas de la madrugada. Según contaron Pepe Salcedo y Alicia López para el libro de Francisco Pérez Baldó, una noche por la Avda. Cabo de gata un desgraciado y provocado accidente que le fracturó la pierna y le marcó su salud hasta su muerte.

En este trayecto se percató que le seguían tres hombres en un coche y que empezaron a tocar el claxon, hacerle cambio de luces y gritarle por las ventanillas. Seguramente esa era su diversión después de una noche de juerga y alcohol. Al ver que no hacía caso, le envistieron por detrás, sin calcular la fuerza de la velocidad que llevaba el vehículo, saliendo Pepe por los aires originándole una lesión grave en la pierna el resto de su vida. Ya en el hospital, conoció la identidad de sus agresores a través de unos conocidos que fueron a visitarle, y al proponerle que pusiera una denuncia, se negó porque el conductor era padre de cuatro criaturas.

Imagen perteneciente a la Linterna Mágica de Manuel de Falces que reune 92 imágenes de rodajes de cine en Almería

Hasta que llegó su hora (1968 por Sergio Leone)

La estrella del el Habichuela empezó a apagarse en el momento en que unas manos piadosas lo ingresaron en la Casa Nazaret debido a su delicada salud. Nacido para ser libre, en la segunda mitad de su vida la libertad se trocó en desamparo y vulnerabilidad. Al menos en la institución benéfica del Quemadero, y con las Hermanitas de los Pobres después (ya en silla de ruedas, impedido), encontró cobijo, asistencia médica, comida caliente y sábanas limpias. Sería finalmente en la residencia Santa Teresa Jornet donde su mínimo cuerpo desvalido abandonase esta vida que tanto se ensañó con él. Fue en marzo de 2005, sin llegar a cumplir los 70 años de edad. Para la posteridad quedarán los dos libros antes mencionados y una calle que lleva su nombre en el barrio del Alquián.

Pepe en un poblado del oeste con sus inseparables cartucheras

En el Oeste se puede hacer... amigo (1972 por Maurizio Lucidi)

Y vivió su historia con tal intensidad, que llegó el momento en que realidad y ficción fueron la misma cosa, y ya Pepe no dejó de interpretar su papel durante las 24 horas del día hasta el final.

Hoy, José Galera Balazote, el Habichuela, es el símbolo de una época y, como tal, la Casa del Cine en la finca Santa Isabel de los Molinos, le rinde homenaje con las únicas piezas verdaderas de toda su exposición: su chaleco, sus pistolas y su inseparable estrella de sheriff, donadas por sus amigos José y Alicia, que también fueron los que eligieron el epitafio que lo recordará para la eternidad “Quisiste tocar el cielo como actor, hoy te aplauden las estrellas".

Cuadro del pintor Almoguera que se expuso por primera vez en el aula de cultura de Unicaja en 1995

The End

Bibliografía

Enlaces:

Testimonios de:

El Habichuela, una vida de cine en Almería

Una publicación de la Voz de Almería y que es ademas, de la vida de Pepe, una estupenda guía del cine en Almería

Buscando a Pepe el Habichuela

Francisco Pérez no escatima en esta publicación en contar anécdotas que marca perfectamente el perfil del personaje