D. Joaquín Fernández, un recordado maestro

Por Baltasar Fernández

Maestro de Maestros

D. Joaquín Fernández Gea, fue durante casi toda su vida laboral maestro de escuela de la localidad y todo un referente de los jóvenes que estudiaron magisterio después. Maestro por vocación, con una personalidad sencilla y austera, muy cabal en sus afirmaciones y siempre fiel cumplidor de su deber.

Joaquín Fernández nació en Cantoria el 29 de junio de 1900 y falleció en esta misma localidad el 26 de marzo de 1968.

Era el menor de 5 hermanos, y el único que sobrevivió de los cinco. Quedó huérfano de padre a una edad muy temprana. Su madre dedicó por completo su vida a su hijo, en él puso su razón de su existencia. Joaquín seguía creciendo y su madre quería hacer de él un hombre de provecho, para lo cual habló con el maestro de su hijo en estos términos: -“Don Miguel, si ve usted que mi hijo aprovecha para estudiar, dígamelo, yo estoy dispuesta a sacrificarlo todo por él”-. Don Miguel Mirón, que así se llamaba el maestro, había visto en su alumno buenas cualidades para el estudio y le contestó: -“Carmen, si usted puede sufragar los gastos, de todo lo demás me encargo yo”-.

El gran interés que tenía la madre para que su hijo estudiara fue que la familia de nuestro protagonista, tanto por línea paterna como materna, eran tratantes de caballerías, y querían que él siguiera el mismo camino. La madre no estaba dispuesta a esto porque su hijo mayor, con 24 años lo mató un tren cuanto intentaba meter en la piara unos mulos que se desmandaron a la vía del ferrocarril a la altura de la Casilla de la Pica. Así que les dijo a sus hermanos y cuñados en tono que no admitía réplica: -“con mi hijo no contad con este trabajo, ¡bastante he tenido con uno!”.

Empezó de niño a estudiar siendo conciente en todo momento del sacrificio que suponía para su progenitora. Por este motivo y estimulado por su maestro que en boca de él era como su segundo padre y sentía adoración hacia su persona, comenzó a estudiar con un expediente brillante no llegando a suspender ninguna asignatura ni en la carrera.

A los 22 años terminó sus estudios de magisterio. Tuvo que esperar a la mayoría de edad para presentarse a las oposiciones. Durante este tiempo estuvo interino en Vícar. Se presentó a las oposiciones, las cuales aprobó, y después de hacer constar su suficiencia a la Escuela Normal de Almería, obtuvo el Título de Maestro de Primera Enseñanza, el cual está expedido en Madrid el día 12 de junio de 1924.

Su trayectoria profesional fue larga y llena de alegrías y sinsabores, de un trabajo bien  hecho y reconocido a medias, Gozar de una enseñanza liberal a pasar por el amargo trance de la censura en la dictadura. Comenzó a dar clase con una primera escuela en propiedad durante 2 años en Rebordelo (Lugo). Pidió traslado a Palomares (pedanía de Cuevas del Almanzora) y allí estuvo durante cuatro años. Luego lo destinaron a Oria y allí ejerció 10 años. Estando en este pueblo empezó la Guerra Civil. En 1938 llamaron a su quinta a filas y se incorporó al ejército hasta el final de la contienda.

Estuvo cesado y sometido a expediente, como todos los maestros que ejercieron durante la guerra en zona republicana. Una vez resuelto su expediente en marzo de 1943, fue sancionado con suspensión de empleo y sueldo por el tiempo que estuvo en tal situación, traslado forzoso fuera de la provincia durante 5 años sin derecho a ningún ascenso e inhabilitación para el ejercicio de cargos directivos y de confianza, por O.M. del 30 de marzo de 1943.

Una vez reincorporado en septiembre de 1943, su primer destino provisional fue en “los Jarales”, una barriada de Lubrín. Allí ejerció durante el curso de 1943-1944. Después fue trasladado a la provincia de Murcia, a una aldea de Cartagena para cumplir los cinco años fuera de Almería.

Cuando volvió a tomar posesión de su escuela, olvidó profesionalmente todo el mal que le habían hecho y allí estaba otra vez para enseñar. Seguramente ese primer día pensó en aquella famosa frase que pronunció Fray Luís de León cuando lo reincorporaron a su cátedra dirigiéndose a sus alumnos, -“decíamos ayer….”-. El maestro tenía claro que la ignorancia puede esclavizar al hombre, por eso luchó para ayudar a desterrarla.

Sería duro imaginar lo que pasaría por su mente cuando, después de ejercer durante los años de la II República en una escuela aconfesional y totalmente liberal, se encontrara con una escuela manejada por un régimen dictatorial, en la que habían profundizado las raíces del Nacionalsindicalismo y del Nacionalcatolicismo, las dos columnas del nuevo régimen en cuestión de enseñanza.

A pesar de esas circunstancias, su amor a su profesión le dio ánimos para seguir enseñando, eso sí, aunque algunas veces tuviese que hacerlo amordazado. Supo anteponer su profesión a cualquier otra cosa. La prueba evidente es el reconocimiento a su labor tanto por el Ministerio de Educación Nacional y los puntos y felicitaciones que le concedió la Delegación Provincial de Primera Enseñanza. Este reconocimiento fue a instancia de sus alumnos. Alumnos cuya admiración, amistad y gratitud se la dispensaron más allá de su etapa estudiantil, quizás toda su vida.

Supo en todo momento estar en paz con su conciencia, cumpliendo siempre con su obligación, a pesar de todas las vicisitudes por las que hubo de atravesar. Como persona fue un hombre íntegro en todos sus aspectos. Era amigo de sus amigos, entre los cuales ni hizo distinción social ni política, todos eran simplemente sus amigos. Eso sí, si en alguna ocasión tenía que hacer alguna distinción, en igualdad de condiciones siempre se inclinaba por el más débil. Supo hacer favores de una forma discreta, siempre procuraba que su mano izquierda ignorase lo que hacía la derecha. Otra de sus cualidades es que sabía decir NO cuando había que decirlo. Algunos quizá no entendieran esta postura y formaran otro concepto de él, pero esa era una de sus maneras de ser. Como cuando me dijo una frase que le he llevado presente toda mi vida: “de lo único que no te arrepentirás jamás es de hacer un favor, sea a quién sea”.

Famosas eran las tertulias de la puerta del Casino en las noches de verano. Los tertulianos eran de diversas ideas políticas, predominando una mayoría que simpatizaban con el régimen de Franco. Al finalizar una de esas tertulias le preguntó su amigo Manuel Fornovi: -“¿Joaquín, como puedes entenderte con esta gente?”- a lo que le contestó –“Manuel, ten siempre presente una cosa, los hombres por encima de sus ideas, pueden entenderse con el corazón”-. Tenía confianza en los hombres hasta el extremo que cuando se hablaba mal de alguien en su presencia solía decir –“todas las personas tienen algo bueno, lo que ocurre es que no sabemos encontrarlo”-.

Cuando estaba de maestro en Oria siendo yo alumno suyo, la Junta Provincial de Enseñaza de la II República solía mandar a las escuelas libros y material diverso para repartirlo entre los alumnos. El no los repartía, los rifaba, pero lo organizaba de tal manera que siempre salían ganando los mas desfavorecidos. Un día le pregunté –“¿Papá porque a mi nunca me toca nada?”- y respondió, -“porque tu tienes mas suerte que ellos”-. Yo no llegué a entender estas palabras hasta mucho tiempo después.

Otras de sus grandes virtudes es que jamás nos dejó entrever a la familia los sentimientos que debía de tener contra el régimen que tanto daño le hizo.

Para entender su personalidad, valga este ejemplo de cuando presentó a 7 alumnos al ingreso de Bachiller en el Instituto Cardenal Cisneros de Albox. De entre todos, había uno que merecía especialmente seguir estudiando por las cualidades que presentaba pero que carecía de medios. Su madre le dijo un día que su hijo no podía seguir estudiando porque no podían pagar los gastos. Don Joaquín le contestó: -“cuando lleves puesta la última camisa, mientras sigas luchando dile a tu hijo que venga a verme”-. A fuerza de mucho trabajo y dedicarle tiempo al chico, comenzó sus estudios superiores consiguiendo becas que le llegaban incluso a ayudar a su familia y logró terminar su carrera de Medicina. Todo ello sin cobrarle ni un céntimo, como a tantos chavales que no tenían posibilidades a pesar que su familia le instaba a que le cobrase algo pero respondía que si a él le hubiera cobrado su maestro, no hubiera podido estudiar. Era su manera de devolver a sus alumnos lo que un día recibió de su maestro pero multiplicado por un número ilimitado de veces.

Su excelente labor profesional le valió para que la administración educativa del Estado, con buen criterio, lo galardonara en los años sesenta con el título de Maestro distinguido, que llevaba consigo un premio en metálico. La propuesta fue dirigida a la inspectora jefe de Enseñanza Primaria de Almería, doña Rosa Relaño Fernández (entonces la máxima autoridad provincial en este ramo de la enseñanza) por parte de su exalumno Adolfo Pérez López. La proposición fue atendida dados los méritos que concurrían en él a pesar de un intento en Cantoria de tumbarla a fin de beneficiar a otro maestro, pero se impuso la justa razón. Cosas de la vida.

Se jubiló en diciembre de 1967, ese día a su paso del grupo escolar, él, hombre de carácter, entró llorando en la casa de su hija Carmen, que entonces vivía en la calle Romero). A mediados de Enero se sintió enfermo (en este periodo no dejó ni un solo día de darse una vuelta por el Grupo Escolar para estar un rato en el recreo con sus exalumnos). Desde hacía mucho tiempo acariciaba un sueño que al final no se cumplió. Un día se reunió con Don Juan Berbel (en ese momento director del grupo escolar) y le comentó: -“mira Juan, siempre he tenido la idea de cuando me jubilara establecer un premio para los dos mejores alumnos del curso, uno para un niño y otro para una niña. El premio es mas bien simbólico, pues se trata de 1.000 pesetas para cada uno, pero yo se que esto les servirá de acicate y probablemente estudien más para conseguirlo. A ser posible quiero poner dos condiciones, la primera que yo quiero permanecer en el anonimato, y la segunda que no se sea en metálico, su importe se les de a los ganadores en material escolar para el siguiente curso. Hazme el favor de ponerte en contacto con la Delegación Provincial para que te comuniquen los trámites necesarios para poder llevarlo a cabo”-.

La información sobre los trámites vino a mediados de abril y él falleció el 26 de marzo.

He querido plasmar en esta biografía la labor de un hombre, que por encima de su ideología estaba su pasión por su profesión, por sus alumnos, por sus amigos, que luchó por dignificar y dar la máxima calidad al ilustre oficio de la ENSEÑANZA. Y él supo forjar con gran sacrificio una cantera de grandes profesionales que ejercen su profesión en todos los puntos de nuestra geografía transmitiendo el legado y los valores de Don Joaquín a las nuevas generaciones.

Dos Imágenes de D. Joaquín con sus alumnos en la escuela de la Aljorra (Cartajena) en 1944. Colección: Familia Fernández Cuéllar


D. Miguel Mirón Pérez con sus alumnos en el Huerto del Administrador en 1916, año en que este tomo posesión de su plaza en Cantoria. Joaquín es el primero de la derecha del maestro. Colección: Familia Fernández Fiñana

Diploma de Maestro Distinguido como reconocimiento a la labor docente de D. Joaquin.

D. Joaquín, en la izquierda, y sus compañeros del nuevo Centro Escolar, D. Luis, D. Quiteria, D. Gerardo, D. Brígida y D. Paquita. Colección: Carmen Fernández.

Maravillas Cuéllar, mujer de D. Joaquín. Colección: Carmen Fernández

Testimonio 1: Adolfo Pérez López

Allá por el año 1957, con el bachillerato recién terminado, me dispuse a estudiar Magisterio por libre (la economía familiar no daba para más). Era el tiempo en que don Joaquín preparaba para maestros a mis amigos Carlos Jiménez (de la droguería) y Juan Gea, más tarde director del colegio público de Cantoria y alcalde (lo que también fui yo en Garrucha). Carlos y Juan disfrutaban del gran afecto de don Joaquín, afecto del que también participaría yo después. Recuerdo las clases que nos daba en la sala de la mesa camilla de su casa (donde ahora vive su hijo Baltasar). Dado su altruismo, nunca quiso cobrarnos nada por las clases. Además, era un maestro que se preocupaba de nosotros cuando surgía algún problema. Recuerdo la tarde (allá por los primeros años cincuenta) en que en una formación del Frente de Juventudes en el paseo, Juan Gea se puso a hablar con otro y el mando que estaba al frente (forastero) le formó una pelotera y lo echó de las filas, con la amenaza de expulsarlo de la organización falangista. No sé como se enteró don Joaquín que al rato buscó a Juan Gea y lo puso verde por lo sucedido, pues su preocupación, decía, era que el hecho pudiera repercutir en su carrera de maestro, cosa que no sucedió porque él se las valió para que se zanjara el pueril suceso.      

Cuando terminada la carrera ejercíamos en nuestro destino, la amistad de Juan Gea y yo con don Joaquín, junto con la de Pepe Liria (también maestro), fue en aumento. En los últimos años, el día de san Joaquín (16 de agosto) nos invitaba en el bar de Pedro Castejón, que cada verano instalaba el bar en la casa y huerto que Paco Remigio tenía en el paseo. Allí, en lugar tan agradable, pasábamos una buena tarde conversando. Ya fallecido don Joaquín, cuando yo iba a Cantoria y saludaba a doña Maravillas (su mujer), ella me contaba que le preguntaba a su marido que cómo siendo tan mayor le gustaba juntarse con nosotros, a lo que él le decía que era con los que más a gusto se encontraba, claro que el agrado era recíproco.

En Cantoria eran célebres las tertulias nocturnas del verano en la puerta del casino, que duraban hasta altas horas de la noche. Formando un gran corro, nos reuníamos más de quince contertulios, entre ellos don Joaquín, de todas las ideas políticas y condición. Allí se hablaba o se discutía de todo, de lo divino y de lo humano, incluida la política. La verdad es que aquellas tertulias eran amenas y se pasaba muy bien en ellas. Recuerdo bien que cuando don Joaquín no estaba de acuerdo con lo que se decía mascullaba mientras miraba la hora en su reloj de bolsillo, pendiente de que llegara su Baltasar de algún viaje con su taxi, pues hasta que su hijo no llegaba él no estaba tranquilo. Después, parte de nosotros, y muchas veces don Joaquín, nos íbamos al paseo y seguíamos la tertulia hasta las cuatro o las cinco de la madrugada.

En una de las tertulias de la puerta del casino, un día se produjo un hecho anecdótico. Resulta que un médico forastero que hubo en Cantoria, el doctor Bombín Zapatero, se puso a criticar al pueblo, hasta que don Joaquín, que era muy cantoriano, harto de oír tanta sandez lo espetó diciéndole que le enseñara la ‘carta de llamada’, cosa que hizo enmudecer al boquiabierto doctor Bombín, que resignó de inmediato su desafortunada monserga sobre Cantoria.

Como gran observador de la naturaleza que era y amante del campo siempre decía, refiriéndose a los secanos de Cantoria, que aquellas tierras, con poco que lloviera, eran ‘muy agradecidas’.

  Al oscurecer de una fría tarde, creo que de marzo de 1968, nos avisaron a Juan Gea (entonces director del colegio de Garrucha) y a mí del fallecimiento de don Joaquín, al que siempre tuvimos (y tengo) en el recuerdo, evocando vivencias y anécdotas.

  Confío en que esta breve semblanza sobre don Joaquín Fernández ayude a los que no lo conocieron a formarse una idea de cómo era la figura de este ilustre cantoriano, además de servirle de grato recuerdo a los que convivieron con él. Es mi pequeño homenaje a su memoria. 

La fotografía está tomada en la puerta de Paco Oller y Margarita Cerrillo, enfrente de la fachada principal de la iglesia, el 26 de agosto de 1965.

En el centro, don Joaquín;  a su derecha, José García Liria (Pepe Liria); a su izquierda, Adolfo Pérez López; sentado en la acera, Juan Gea Guerrero. Los cuatro maestros de escuela. Imagen: Carmen Fernández


D. Joaquín con un grupo de alumnos que presentó para el ingreso de bachiller en el Instituto Cardenal Cisneros de Albox. Todos obtubieron brillantes notas, por lo que fue felicitado por el director del Centro. Imagen: Familia de los Barrenos.

Testimonio 2. Jesús Fernandez Muñoz

Siempre lo recuerdo sentado en el mejor sitio del Casino -junto a la puerta por donde penetraba un poco de aire fresco en las calurosas tardes del verano-, disfrutando de su cigarro y su café.

Siendo yo niño -de 11 ó 12 años- si me veía pasar ante el Casino cuando acudía a alguna de las numerosas fiestas que se celebraban cada verano -yo, verdaderamente, no faltaba a ninguna- ­recuerdo que solía interrogarme sobre cuánto dinero llevaba, con quién iba y qué pensaba hacer en las fiestas. A mi regreso: exa­men de resultados. Él siempre se reía de mis ingenuas ocurrencias.

Al pasar más años, cuando fui mayor, me contaba su estancia, en Granada- me figuro sería durante sus años de carrera- y de las mujeres tan guapas que allí había -"¡Madre mía, qué mujeres!"- y que sólo se dejaban ver en toda su belleza recorriendo los "monu­mentos" el Jueves Santo con su tocado de mantilla.

Después lo veía muy esporádicamente -yo, por mi trabajo, ape­nas si iba por Cantoria- y hablábamos, sobre todo, de sus proble­mas médicos, interesándose él de cómo me iba profesionalmente. Lo propio de dos buenos amigos.

Mi amistad con él venía a través de mi hermano Trino; y siem­pre lo traté con gran respeto -que entonces era lo habitual cuando había diferencia de edad por mucha amistad que hubiera-, pero nunca llegué a tutearlo. Él fue para mí en Cantoria uno de esos amigos es­peciales y queridos que en el curso de nuestras vidas surgen por al­guna de esas afinidades personales que se dan entre los seres huma­nos.

Mi deseo es que estas líneas, que escribo desde el corazón, avi­ven el recuerdo de sus amigos y descendientes, de esa gran persona que fue mi inolvidable amigo  Joaquín Fernández.

Testimonio 3. Dori Tapia Fernández

Siento una gran responsabilidad al escribir sobre mi abuelo Joaquín, D. Joaquín el maestro, y probablemente no seré objetiva ni pretendo serlo, iré desgranando algunos recuerdos de los muchos que tengo de él y estos recuerdos estarán ligados y mezclados con mis afectos infantiles porque esta  es la faceta de mi abuelo que yo mejor conocí, me gustaría expresar aquí todo el cariño y la admiración que  sentía por él.

De los cuatro nietos que mi abuelo tuvo yo soy la mayor, cuando murió acababa de cumplir catorce años, puedo ser la que tengo la suerte de tener más recuerdos y más nítidos, pero seguro que mi hermana y mis primos deben recordar cosas de él también.

Hay otra circunstancia que me acerca a él, yo también soy maestra y muchas veces pienso que opinaría de la escuela actual, como enfocaría determinados temas, que haría en determinadas situaciones, no creo que nunca le hubiera vencido el pesimismo a mí tampoco me vence, aunque todos los medios materiales son pocos a la hora de educar, ahora tenemos recursos con los cuales mí abuelo ni soñó.

A él le dolían la pobreza y la desigualdad y estaba convencido de que la educación da todas las oportunidades y corrige las desigualdades  y a educar se dedicó con pasión toda su vida.

Entre mis primeros recuerdos de él hay uno muy tierno, cuando volvía de su escuela por la tarde me cogía en brazos y me mecía en la butaca cantándome canciones, tendría yo unos tres años, parecía serio, pero era muy cariñoso.

Aquí quiero hablar un poquito de mi abuela Maravilas, siempre estaba pendiente de él, lo mimaba, no he conocido a una mujer que más quisiera y admirara a su marido, esto le permitió dedicarse enteramente a su escuela. Tengo un recuerdo de mi abuelo que da la medida de su generosidad.

En las noches de invierno y durante bastante tiempo dio clases  en el Grupo Escolar a muchachos mayores que tal vez trabajaban durante el día y no habrían tenido oportunidad de ir mucho tiempo a la escuela,  lo hacía de forma desinteresada.

De vuelta de esas clases pasaba por nuestra casa de la calle Romero a calentarse un poco en el brasero antes de llegar a la suya en la calle de la Ermita. Era muy friolero y ya no era muy joven, quién sería capaz ahora de hacer esos sacrificios.

Salían de sus manos unas generaciones de chavales muy bien preparados, obtenían becas y esto se lo reconocían en el Instituto de Albox donde estos muchachos iban a estudiar.

Yo no estuve en su escuela, entonces los niños y las niñas nos educábamos en aulas separadas y los niños tenían maestros y las niñas maestras.  Tuve dos maestras magníficas Dª. Mª Luisa Chirveches y Dª. María Gómez queridas compañeras de mi abuelo.

Con mi abuelo hacía los deberes por las tardes, me ayudó  a entender las matemáticas. Con el tiempo he pensado que estudió mucho por su cuente y se  preparó porque me ayudaba con asignaturas de Bachillerato y no creo que su plan de estudios tuviera tanta preparación,  su pasión era la lectura, siempre estaba leyendo.

Recuerdo a sus compañeros D. Juan, D. Luis, D. Gerardo. Sus compañeras las maestras Dª. Brígida, Dª. Maravillas, Dª. Quiteria, sentados en una sombrica cuidándonos durante el recreo, todos bastante mayores, los hombres con chaqueta y corbata las mujeres de negro.

Organizó con un grupo de muchachos que se plantaran rosales en ese patio de recreo, subían cubos de agua de las Morericas para regarlos, en ese grupo estaba Raimundo el de Joselito, buena persona y buen amigo mío. El trabajo que les costaría sacar esos rosales adelante, cuando no estaba de moda la ecología él era defensor de los animales y de las plantas, sus canarios, que cuidaba con ayuda de mi abuela. Nunca faltaba a su escuela, aunque tenía muchos problemas de salud, su estómago, siempre con plan de comidas, aquella operación en Madrid, permaneció allí un verano entero acompañado de mis padres y mi tío Baltasar, le quedó una secuela de la que nunca le oí quejarse.

No era hombre de fiestas, algunas veces iba al cine Saavedra y creo que disfrutó con alguna buena película del Oeste, muchas veces le oí quejarse de lo malas que eran la mayoría.

Creo que tenía muy buenos amigos  y disfrutaba de grandes tertulias con ellos, D.Diego Morillas, D. José Pérez los jóvenes D. Adolfo Pérez, D. Pepe Liria, D. Juan Gea, mi querido tío D. Ramón Jiménez, un buen maestro, también tenía mucha amistad con él.

Su muerte aquella primavera del sesenta y ocho fue el primer golpe duro que tuve en mi vida, tan duro que suspendí en junio por primera vez y se comentó entre mis profesores como me había afectado su pérdida.

Murió en su casa rodeado de toda su familia sintiéndose querido y respetado, también me consta que tuvo mucho sufrimiento físico al final. No disfrutó nada su jubilación, se jubiló un mes de enero porque estaba enfermo y murió en marzo, recuerdo como lloraba amargamente el último día que dio clase, se desahogó en nuestra casa de la calle Romero, seguramente por evitarle sufrimiento a mí abuela.

No era muy mayor cuando murió, pudo haber vivido lo suficiente  para ver llegar la democracia a nuestro país, eso lo hubiera hecho muy feliz y lo hubiera compensado de las circunstancias dolorosas e injustas que tuvo que vivir.

Creo que las personas no morimos del todo mientras que viven los seres a quienes hemos querido y nos han querido a quienes hemos educado a quienes hemos ayudado, un maestro siempre tiene la suerte de dejar su huella en las generaciones más jóvenes y mi abuelo la dejó entre los jóvenes cantorianos nacidos en los años cincuenta  y en todas las personas que lo conocieron, porque Cantoria es un pueblo agradecido y se acuerda de D. Joaquín el maestro muchos años después de su muerte. Mi abuelo  forma parte del patrimonio humano de nuestro pueblo.

D. Joaquín con su hija Carmen, su yerno Pepe y su nieta Dori. Colección: Carmen Fernández