Vida y tradiciones de principios del siglo XX

El Rosario de la Aurora

Se trata de un rezo católico popular en el que se recuerda la totalidad de la Redención, dividido en tres series de cinco misterios cada una y separados estos por un padrenuestro, diez avemarías y un gloria-patri. Esta tradición se remonta al siglo XVIII, fecha en que la introdujeron los frailes franciscanos al asentarse dicha orden en esta zona. Se celebraba en honor a la Virgen del Rosario todos los domingos y días festivos del mes de octubre. Los "auroras" salían por las calles entre las cinco o las seis de la mañana, despertando a la gente para que se uniera al rosario que se rezaba por las calles del pueblo. Éste se acompañaba con canciones, muchas de ellas hoy perdidas, dedicadas a la Virgen. Hay que destacar la labor de Francisco Cerrillo Calandria, que recopiló muchas de las canciones que se cantaban a principios del siglo XX.

 

En el nombre del Padre y del Hijo,

del Espíritu Santo, Santa Trinidad,

vamos todos contentos y alegres

a dar alabanza a su Majestad.

Vamos sin tardar,

a rezar el rosario a la Aurora

ahora que hay tiempo, que después no habrá.

 

En la Aurora clamamos el nombre

a las tres personas de la Trinidad,

Padre, Hijo y Espíritu Santo,

escudo divino contra el infernal.

Ángeles, bajad,

alabemos al sol de justicia

todos los hermanos con felicidad.

 

Si contemplas los quince misterios

del santo rosario cristiano leal

serás libre de la muerte eterna

y, al morir, la Virgen te acompañará.

Venid sin tardar

a rezar el rosario a la Aurora

si el reino del cielo queréis alcanzar.

 

A las doce de la madrugada

se observó en el cielo una gran señal,

una hostia, una cruz y un cáliz

que a todo el infierno hicieron temblar.

Ángeles, bajad

con coronas de rosas y flores

para los devotos que al rosario van.

 

Van los niños desde media noche,

con voces sonoras van diciendo así:

levantad, no tengáis pereza,

vamos al rosario de la Emperatriz.

Ángeles, venid

con coronas de rosas y flores

para devotos de la luz sin fin.

Cuadrillas de Ánimas

Era costumbre en Navidad que se reuniesen las llamadas Cuadrillas de Ánimas para cantar y pedir por las casas en nombre de las ánimas del Purgatorio. Estas cuadrillas las formaban hombres y muchachos, nunca mujeres, que cantaban acompañándose de panderetas, bandurrias, guitarras, botellas, zambombas y otros instrumentos. Era la encargada de recoger limosnas con las que se sufragaban las misas por el eterno descanso de los hermanos, las misas de alba en días festivos, las misas de gozo y el novenario de ánimas.

Estas cuadrillas estaban formadas por un mayordomo, los recolectores de limosnas o mochileros y cinco o seis músicos de cuerda. Posiblemente, el origen de esta cuadrilla esté en la antigua cofradía de las Benditas Ánimas que existió en Cantoria hasta 1841. De la última cuadrilla que se tiene memoria la formaban entre otros: el tío Cipriano, el Ru, el tío Pedro Miguel y Antonio Manuel. Llevaban una borriquilla aparejada con aguaderas para meter los donativos, recorrían el pueblo y sus aldeas, pidiendo y cantando.

Al llegar a una casa, se podía oír a la cuadrilla cantar alguna de estas coplas:

A esta casa hemos llegado

cuatrocientos en cuadrilla,

si quieres que te cantemos

saca cuatrocientas sillas.

 

Todos los años venimos

a cantar como es notorio,

pidiendo para las almas

que están en el Purgatorio.

A las ánimas benditas

dadles dinero, devotos,

que puede que otro año

lo pidan para vosotros.

A cambio, los que en la casa vivían, solían recibirlos y obsequiarlos con dinero o con viandas. Tras recibir el donativo, la cuadrilla entonaba canciones de despedida como:

Quédense con Dios hermanos,

que las ánimas se van

a casa de otros devotos

que esperándolas están.

En las casas en las que la cuadrilla no era bien recibida, se la podía oír cantar:

A las ánimas benditas

no hay que cerrarles la puerta,

se les dice que perdonen

y ellas se van tan contentas.

 

Y ellas se van tan contentas

Ay, que dolor y que llanto

tienen las almas benditas

en el Purgatorio santo.

Con el tiempo, estas cuadrillas que pedían en nombre de las almas del purgatorio fueron degenerando y los muchachos se reunían para pedir el aguinaldo en beneficio propio, sin que mediase justificación religiosa de los anteriores cuadrilleros. Esto hacía que las letrillas de las canciones fuesen algo más vulgares y menos delicadas, pudiéndose oír, por ejemplo, estas dos versiones:

El aguinaldo te pido,

si no me lo quieres dar,

permita Dios se te seque

la tripa del "cagalán".

 

El aguinaldo te pido,

si no me lo quieres dar,

que se mueran una a una

las gallinas del corral.

Echar los años y los Adagios

Reunida la gente joven la última noche del año, esta costumbre de "echar los años" pretendía adivinar lo que el año nuevo les tenía reservado en el asunto de buscar pareja, lo cual no era más que una excusa para pasar un rato agradable y divertido. Esta reunión solía tener lugar en casa de muchachas casaderas, donde acudían los jóvenes esperando que la fortuna les fuese propicia.

El juego consistía en escribir en un pequeño trozo de papel los nombres de los mozos y de las mozas en edad de merecer, aunque no estuviesen presentes. Además, para hacer el juego más divertido, se escribían también nombres de objetos de marcado carácter femenino o masculino, como "la orza de aceite", "la maza de picar esparto", "el cerro castillo", etc. Con la misma intención, se incluían también nombres de viudos y viudas de la vecindad. Era corriente que fuesen menos los nombres masculinos, por lo que algunas mozas se quedaban sin pareja, queriendo decir que ese año estarían "viudas".

Pero lo fundamental de la diversión estaba en componer los "adagios". Para ello siempre se contaba con la inspiración de algún aficionado que los iba improvisando. Ya escritos todos los nombres y los adagios, se doblaban convenientemente los papeles para que no se pudiese reconocer ninguno, y se depositaban en tres ollas vacías. El juego empezaba al entrar el nuevo año. Una mano inocente iba uniendo al azar dos nombres relacionados que formaban parejas y su adagio correspondiente. Estos podían ser más o menos atrevidos como:

 

Quisiera ser alfarero

de tu alfarería,

para hacerte una orza

a tu medía.

 

A las patas arriba

llevas un lagarto,

si no quieres que fume

cierra el estanco.

 

Al subir las escaleras

te vi las medias azules,

y más arriba te vi

sábado, domingo y lunes.

 

Quien te pillara

en un bancal regao,

tu trabá

y yo destrabao

 

Esta mañana en tu puerta

tu madre me ha dicho feo,

a otra vez que me lo diga

me saco el pijo y la meo.

 

Ay que te lo vi

por un agujerico

que tenía el mandil.

 

Cada vez que te veo

las sayas rotas

se me sube el pestillo

de las pelotas.

 

Ayer pasé por tu puerta,

sin querer metí el hocico

y tu madre me dio un palo

pensando que era un borrico

 

Más arriba del ombligo

sé que tienes una peca

y un poquito más abajo,

San Juan con la boca abierta.

 

Todas las mujeres tienen

un ombligo con piñote

y un poquito más abajo,

un soldado con bigote.

Un grupo de jóvenes en la fiesta de Nochevieja en la sala de fiestas de la Jarrilla. En esa noche se tenía como costumbre "echar los años", que tenía como finalidad adivinar lo que el año que iba a comenzar le depararía en cuestión de amores. Colección: Juan Peña

Echar las Pencas

Dentro del encanto que rodea la noche de la víspera de San Juan, el 23 de junio, noche de calor que se conocen muchos trucos y sortilegios destinados, sobre todo, a enamorar, en Cantoria era costumbre entre los jóvenes echar las pencas. Consistía en coger flores verdes de un determinado tipo de cardo que estuviesen cerradas y quemarlas, asignando a cada flor un nombre y dejándolas toda la noche al sereno. Se esperaba con ansiedad la mañana siguiente para ver qué pencas habían vuelto a florecer, a pesar de haber sido quemadas, lo cual indicaba que se gozaba de cariño de la persona por la cual se había quemado esa flor.

Cortejo

Cuentan los mayores que antiguamente se seguía un ritual especial para pedir permiso de cortejo a una moza. El pretendiente iba con dos testigos a casa de la moza y dejaba el gayado en un rincón del comedor diciendo: "Planto porra en esta casa, ¿casa o no casa?". Al día siguiente volvía y, si el gayado seguía en su sitio, es que era admitido; si no, la porra estaría en un lugar distinto.

Siguiendo con la tradición del cortejo, hasta hace poco tiempo existía una costumbre durante el Sábado de Gloria. Los mozos ponían ramos de flores y, a veces, dulces en la ventana de las mozas a las que pretendían, y los vigilasen hasta el día siguiente para evitar verse burlados por otros mozos que robasen los regalos o los cambiasen por otros menos agradables. También colocaban en las ventanas y tejados muñecos de trapo rellenos de paja, a veces a tamaño natural, eran los llamados "tasajos", que no agradaban mucho a las mozas.

A veces, y más recientemente, aparecían mensajes escritos en las paredes de cal. Sabiendo esto, la madre de la moza solía bien temprano a borrar el mensaje si este no era de su agrado.

Lola Oller y Herminio Trabalón de novios en la estación de Almanzora. Colección: Dolores Oller

Boda y Tornaboda

En las pedanías de Cantoria, en los llamados cortijos, cuando eran fiestas, celebraban bautizos, bodas y tornabodas (día siguiente a la boda), hacían una fiesta muy peculiar, por ejemplo, en las bodas. Explican los mayores que, entre los años cincuenta a los sesenta, las bodas duraban tres días repartidos de la siguiente manera: solía ser la boda en sábado, así que el viernes organizaban las comidas y el refresco. El sábado, los novios, acompañados por la familia y algunos amigos,  se casaban muy temprano. El vestido de la novia podía ser negro, azul o blanco, según los posibles. En la ceremonia el sacerdote colocaba un velo por encima de los hombros de los contrayentes y un cordón que significaba la unión de la pareja. Cuando salían de la iglesia iban a la casa de la novia y eran agasajados con dulces y aguardiente. El banquete nupcial consistía en una comida familiar y, luego, por la noche, una cena, seguidamente había baile, los novios dormían en su casa o en la de los padres, aunque los amigos intentaban que no pegaran ojo por la noche, cantándoles serenatas.

La tornaboda se celebraba el domingo, que consistía en una comida de las familias de los novios, bien todos juntos o cada familia en casa del novio correspondiente a su parentesco. Luego se hacían fotos familiares y baile, siendo las más destacadas las parrandas.

Boda en un cortijo de la familia de los Barrenos. Podemos observar la sencillez de la celebración, con aguardiente, vino del país, garbanzos torraos y dulces. Colección: Familia de los Barrenos

La Cencerrá

Cuando una pareja contraía matrimonio y uno o los dos cónyuges eran viudos, éstos procuraban mantener en secreto el día de su boda, en incluso se casaban de madrugada para evitar la cencerrá. A pesar de todas estas precauciones, la boda no pasaba desapercibida, pues siempre había alguien que se enteraba y hacía correr la voz. 

Entonces se empezaba con el ritual que se seguía a rajatabla. Los únicos que detestan la ruidosa manifestación son los contrayentes y familiares. La cencerrada solía provocar la ira de la pareja. 

Era inevitable que la noche de bodas grupos de mozos dieran la temida serenata, con canciones maliciosas y acompañándose de toda clase de instrumentos ruidosos: cencerros, caracolas, pitos de caña, tapaderas, latas, etc. En definitiva todo lo que pueda hacer ruido a mansalva, para hacerlas sonar sin piedad y machaconamente.

Una cencerrada que a punto estuvo de acabar en trajedia, fue la que ocurrió en marzo de 1931 en la cortijada de las Casicas, cuando Antonio Trabalón, de 34 años y viudo, decide casarse de nuevo con su vecina Francisca López de 23 años y soltera.

Los vecinos que se enteraron de la boda se organizaron y esa noche, aparte del ruido que hacían al golpear los cacharros, también tiraron piedras a la puerta y ventanas. Antonio tenía una escopeta y salió de su cortijo en actitud amenazante, lo que provocó la huida de los que allí se congregaban, persiguiéndolos hasta un cerro próximo, dispuesto a todo.

El hecho acabó en el juzgado, y como denunciados, el de la escopeta y los más ruidosos de esa noche. 

Crónica Meridional. 19 de marzo de 1931

El esperfollijo

El Esperfollijo

Una divertida costumbre también desaparecida era la de reunirse en otoño, después de haber concluido las tareas del campo, para quitar la perfolla a las panochas de maíz. Llegando el momento, se podía oír a alguien clamar: -¡Vamos al esperfollijo! Esto era la causa para una entretenida velada en la que, entre charla y charla, se premiaba o se castigaba a los asistentes de la siguiente forma: si a alguien le salía una panocha con granos morados o rojizos, daba tantos pellizcos como granos de color tenía la panocha; si la panocha era roja, lo que se daba eran besos, lo cual era gratamente acogido por lo mozos asistentes que podían así abrazar o besar a la moza que les gustaba.

En relación con estas reuniones existían unas coplillas que decían así:

 

¿Te acuerdas cuando el panizo?

Si no es por tu madre, te atizo.

 

Debajo de tu tejado

me dio sueño y me dormí

y me despertó un gallo

cantando kikiriki.

 

Si me quieres dímelo

y si no dime que me vaya,

no me tengas al sereno

que no soy cántaro de agua.

 

Mañana salgo de caza

con el morral del alcalde,

el hurón del señor cura

y la perra de tu madre.

 

Debajo de tus enaguas

tienes un bicho que muerde.

Tengo yo una lagartija

que con tu bicho se atreve.

 

La primera noche de novios

yo creí que me moría

al ver aquel gato negro

las barbas que me ponía.

Trilla en la era del Barrio. Colección: Familia de los Genovevos

La Trilla

Después de la siega, en la era se trillaba y se aventaba el grano. Siendo ésta una ardua tarea, los familiares y vecinos más allegados ayudaban en estas labores que requerían bastante mano de obra en una época de mucho calor, lo que la hacía más pesadas. Un chozón hecho de ramas, que proporcionaba sombra, y un botijo o un cántaro siempre de pie, enterrado un poco en la tierra para mantener el agua fresca, eran imágenes familiares junto a la parva extendida en la era. El trabajo se amenizaba con canciones que lo hacían más llevadero y las mujeres eran las encargadas de llevar la comida, que se procuraba fuese ligera y refrescante, para aliviar el calor y reponer fuerzas.