Ana María López Peregrín


Vivir para educar. Diario de una Maestra Rural

Mis primeros recuerdos relacionados con el Magisterio se remontan a los años 1935-36, y de entre ellos he de mencionar, en primer lugar y por imperativo de justicia, a D. Brígida, de la cual guardo un grato recuerdo.

Entonces no existía el Grupo Escolar, ni tampoco la coeducación. De manera que había dos escuelas para niñas y otras dos para niños. La nuestra estaba ubicada en los bajos de la casa que hoy es propiedad de sus sobrinas Brígida y Teresa, en un gran salón cuyas ventanas daban a la calle San Juan, justamente frente al lugar donde impartía sus clases doña Celia, en el piso superior de la casa del Marqués de la Romana, que actualmente pertenece a la familia Picazos.

Quiero recordar que había una cierta rivalidad entre el alumnado de una y otra escuela, quizá porque el local de las niñas de doña Celia tenía (y siguen estando ahí) unos magníficos balcones desde donde nos tiraban bolitas de papel, a lo que nosotras respondíamos con muecas burlonas ya que tirarles también bolas a ellas, desde abajo, no nos resultaba fácil…

La enseñanza a los varones estaba a cargo de don Francisco Agudo, quien, tristemente, falleció atropellado por un coche a la salida del pueblo, en el puente que hay al pasar el instituto.

El cuarto maestro era mi tío político don César Viseras, que impartía su magisterio en un local ubicado en el Ayuntamiento. Lo recuerdo como un hombre todo bondad, ferviente cristiano, y gran profesional. Al terminar la Guerra Civil, y junto con D. Joaquín Fernández, otro profesional de cuerpo entero, hombre recto y cabal, que entonces ejercía en Oria, fueron expedientados acusados de impartir en las aulas sus ideas republicanas. Esto duró un tiempo y después fueron repuestos en su trabajo.

Aparte de estos cuatro maestros que ejercían en el pueblo, estaban en Escuelas Rurales los siguientes: D. Antonio Rueda en La Hojilla; sin embargo, daba sus clases en una casa al final de la calle San Juan, lindando con el Terrero, a la espera de que el Ayuntamiento encontrara un lugar idóneo en La Hojilla. D. Vicente García Reche en Oraibique, pasado el Puente de Hierro (hoy domicilio de una familia de nacionalidad inglesa). D. José Giles en La Hoya. D. Juan Berbel, y su esposa D. María, en Almanzora. Y D. Juan García Reche en el Arroyo de Albanchez.

Todos estos docentes son los que yo recuerdo en el año 36 (18 de julio), fecha del comienzo de la horrible y fraticida Guerra Civil, que a todos los que la vivimos nos dejó tremendamente marcados.

Al terminar la contienda, el 1º de abril de 1939, la escolarización y el número de docentes, así como su ubicación, era poco más o menos como reflejan mis notas. Mi cuñado D. Luis Sáez debió incorporarse por entonces, porque él formaba parte de la Academia que a continuación cito.

La vida, con sus luces y sus sombras tenía que continuar, y había que mirar hacia delante para intentar olvidar aquella pesadilla de hambre y miedo.

A partir de septiembre de 1939 se plantea el futuro de muchos jóvenes que querían ampliar sus conocimientos escolares. Afortunadamente, y como ya expliqué en el número 4 de esta revista, se fundó una Academia compuesta por tres o cuatro maestros y un sacerdote, don Joaquín Requena, que se encargaba del Latín y de la Religión. Cuando este sacerdote tuvo que marcharse, le sustituyó nuestro bueno, querido y recordado don Andrés.

Yo, como sólo contaba nueve años, no pude empezar con el grupo piloto, y esto, que puede parecer una nimiedad, me ocasionó grandes problemas como ya explicaré mas adelante. La mayoría de ese grupo piloto fue aprobando los siete años de bachillerato por el sistema de examen libre. Después, los estudiantes se enfrentaban al terrible examen de Estado, en la Universidad de Murcia, y obtuvieron el título de Bachiller Universitario, plan 1938. Entonces comenzó la diáspora para afrontar estudios superiores. Las carreras elegidas, principalmente, fueron Derecho, Medicina…, y tres o cuatro decidieron acogerse a un plan entonces vigente que consistía en poder sacar la titulación de Maestro con solo examinarse de tres asignaturas: Pedagogía, Música y Religión. Como a mí me faltaba un año para terminar el Bachiller, pensé hacer lo mismo, pues tenía muy claro que no podía estar fuera de mi casa durante cinco años para estudiar en la universidad ya que entonces no existían las becas.

En estos planes me secundaba una compañera, hija del teniente de la Guardia Civil, llamada Araceli Aguado. Pero las dos vimos cómo nuestros sueños se iban al garete: derogaron el plan de los Bachilleres Maestros, justamente cuando aprobamos el Examen de Estado. Si queríamos sacar el título teníamos que hacer un examen de Ingreso en la Escuela Normal de Almería, seguido de tres años de carrera y, por último, una Reválida.

Esto me supuso un verdadero mazazo. Pensé en hacer oposiciones a Correos, a Hacienda… No me convenció nada, y lo de Magisterio también estaba descartado: imposible estar fuera de mi casa varios años. ¡Qué decepción! Haber hecho tantos esfuerzos y no saber cómo conseguir un nivel positivo.

En estas dudas, desorientada y triste, llegó un nuevo verano, y con él retornaron al pueblo dos buenas amigas que estudiaban Magisterio en la Normal de Almería. Eran Maruja Moreno y Maruja García, hijas de D. Quiteria y de D. Juan García Reche respectivamente. Ellas me animaron a que emprendiera la aventura de hacer Magisterio porque estaban permitidos los exámenes libres, sin tener que asistir a clase. ¡Cuánto les he agradecido el empujoncillo que me dieron!, pues, además, me facilitaron toda la información que necesitaba. Hacer la carrera por este sistema no me arredraba, porque yo tenía experiencia con el bachiller. De manera que me puse manos a la obra, y en poco tiempo obtuve mi flamante título.

A la espera de que se convocaran oposiciones, solicité una interinidad y me la concedieron en la cortijada del Cerro Gordo en Partaloa. Mi segunda plaza interina tenía fecha de 19 de junio de 1956, en la pedanía de El Hijate en Alcóntar. Con un sueldo anual en ambos casos de diez mil pesetas. Eran los tiempos en que se hizo popular el dicho “pasas más hambre que un maestro de Escuela”.

Por esa época mi futuro marido y yo queríamos fijar fecha para nuestra boda, pero yo era estaba reacia a casarme sin haber sacado las oposiciones porque pesaba en mi mente la sensación de soledad y desamparo que produjo en mi familia la muerte de mi padre dieciocho meses antes (sólo contaba cuarenta y siete años). Afortunadamente, se convocaron oposiciones para junio de ese mismo curso, y yo pensé: “ahora o nunca”. Intuía que si no las sacaba antes de casarme, no lo haría jamás.

Pedí permiso a la Delegación, y, entonces sí, marché a Almería, me matriculé en una Academia, y, sobretodo, me dediqué a estudiar como una loca. Faltaba sólo un mes para la fecha del primer examen. Estudiaba de día y de noche, pero lo conseguí. Aprobé el primer y segundo ejercicios, y entonces deciden los señores del Tribunal dejar la prueba práctica para septiembre. También nosotros atrasamos la boda hasta noviembre. Pero gracias a Dios todo sucedió con normalidad. Quedé en un honroso quinto puesto, y muy contenta con la alegría de haber conseguido los objetivos fijados.

En la adjudicación de plazas pedí la Rambla de Oria, junto a la ermita de las Mercedes. Estuve allí poco tiempo. Se abrió el concurso de Traslados y en él aparecía como vacante La Hojilla (Cantoria). Naturalmente la pedí, y el 6 de septiembre de 1958 tomaba posesión como Maestra Nacional propietaria definitiva de mi queridísima escuela, con la intención de pasarme a Cantoria en el primer Concurso de Traslados. Pero como bien dice el refrán: “el hombre  propone y Dios dispone”. Me encontré allí tan a gusto, acogida por unas gentes tan buenas y sencillas, con unos niños tan inocentes y con tantas ganas de aprender, que fueron sucediéndose los concursos sin que me pasara por la cabeza la idea de cambiar. Y así transcurrieron once años hasta que se anunciaban grandes cambios en la enseñanza: se concentraban en el pueblo a los maestros, apareció el transporte escolar para los niños de las pedanías y de pueblos cercanos más pequeños. Lógicamente para mí era más conveniente que cuando esto llegara ya fuera propietaria en Cantoria.

A la escuela de La Hojilla, que estaba en un típico cortijo, junto al cruce, entre matas de tomillo, de alcaparras, de lagartijas y de grillos, iba al principio andando, o bien me llevaba mi marido en la moto. Estaba a unos tres kilómetros del pueblo, y no fueron pocas las veces que al pasar la camioneta del pescado, el conductor me invitaba amablemente a subir. Le debía dar pena ver a aquella maestra haciendo su camino, a veces lloviendo, a veces bajo un sol de justicia.

En esa época llegó de Alemania mi amiga Filo Mora que llegaría a ser un gran punto de apoyo y confidencias, que aunque era ya mayor para matricularse en mi colegio me propuso acompañarme y asistir a mis clases. Yo vi el cielo abierto, ¡ahí es nada!: una compañera para compartir el camino charlando en buena armonía. No recuerdo en qué año exactamente, pero saqué el carnet de conducir y compramos un coche de segunda mano que si no lo llegamos a vender pronto, hubiera sido nuestra ruina: estaba más tiempo en el taller que en el camino. Creo que era un  Ford T del año 36, antiquísimo, se parecía a los que vemos en las películas de Charlot. Y por fin fue un seat 600 el que nos transportaba de una forma más conveniente.

Frente al cortijo había un viejo olivo, y debajo de él ubiqué mi aparcamiento. ¡Cuántos años, señor, haciendo el mismo camino!, ¡Cuántos años viviendo con tan buena gente que me colmaban de atenciones! Y, lo que es mejor, leyendo en sus ojos un cariño hondo, sincero, que naturalmente era correspondido en la misma medida por mi parte. De las innumerables vivencias que podría contar quisiera resaltar una que me dejó un especial recuerdo: ya se había construido el Instituto de Enseñanza Media, pero aún no funcionaba. Sin embargo, el de Cuevas del Almanzora se inauguraba ese año examinando a los niños de ingreso para hacer el bachillerato. Yo tenía entonces dos alumnas que tenían edad y preparación para presentarse a dicho examen. Les propuse llevarlas a Cuevas y ellas aceptaron encantadas. Ya no había tiempo para pedir permiso a la Delegación de Almería, y sin pensar en las consecuencias dije al resto de los alumnos que no vinieran a clase ese día. 

Hicimos nuestro viaje, ellas aprobaron su examen y nos volvimos tan contentas. Pero mi alegría duró poco. Aquella tarde recibí aviso de que fuera a casa de los maestros D. Juan Berbel y D. María, porque estaba allí la inspectora y quería hablar conmigo. El mundo se me vino encima, no sabía las consecuencias que me podía ocasionar mi imprudencia. ¡Vaya casualidad que se presentara ese día la visita de Inspección! Al principio estuvo seria conmigo, aunque siempre educada y correcta. Cuando le expliqué los motivos que me guiaron, y, sobretodo, que para ellas hubiera supuesto el retraso de un año en sus estudios, noté que cambiaba su expresión. Entonces me atreví a preguntarle: -“si usted se encontrara en esa situación, ¿qué habría hecho?”- Se quedó sin responder unos segundos que me parecieron eternos, y por fin, sonriendo abiertamente, respondió: -“creo que hubiera obrado igual que usted, pero no se lo diga a nadie”-. Nos despedimos con un par de besos hasta su próxima visita.

Los nombres de aquellas alumnas son: Rosa Pérez Mirón y Carmen Sevilla García. Rosa hizo Magisterio y Carmen Enfermería. La primera, tristemente, nos dejó en plena juventud víctima de la cruel enfermedad que tantas vidas jóvenes ha segado. Dejó hijos pequeños todavía, y yo no la he podido olvidar. Por lo que respecta a Carmen, muchos de los cantorianos que visitan el hospital almeriense de Torrecárdenas, lugar donde ella trabaja en un puesto de bastante responsabilidad, conocen bien la amabilidad y el cariño con que a todos acoge, y ayuda en todo lo que puede a sus paisanos. Lo sé por propia experiencia.

Durante los años que transcurrieron como maestra rural, en Cantoria había ido aumentando la población infantil, y por lo tanto también el profesorado. Esto hizo necesaria la ampliación del Centro escolar para acoger a todo el personal docente y discente.

En 1954 ó 55 se había inaugurado el Grupo Escolar Urbina Carrera por el que muchas generaciones de cantorianos han pasado y donde también muchos echaron los cimientos de sus posteriores estudios. Al principio tenía una sola planta con seis aulas, y los maestros que las ocuparon fueron don Joaquín Fernández, D. Luis García Reche, D. Gerardo Garrido, doña Quiteria García Reche, doña Brígida López y doña Marily Chirveches quien con su flamante título de parvulista, sacado por oposición, se convertiría con el tiempo en la Decana del grupo escolar. También ejercieron aquí D. Juan Berbel y su esposa D. María, que durante un tiempo impartieron sus clases en una casa de su propiedad.

Cuando se jubiló D. Brígida ocupó su plaza D. Maravillas Sánchez, y dos años después, tras jubilarse D. Joaquín Fernández, ocupó el puesto su esposo D. Miguel Sánchez León. También por entonces se incorporó al colegio desde Almanzora, D. José Padilla Bernabé, esposo de D. Marily.

Así llegamos al año 1969, y con la ampliación de la Escuela me traslado al pueblo. Ya tenía construida la segunda planta. Por entonces se incorporan mi cuñado D. José García Liria, D. Diego García Castellanos, y D. Ramón Jiménez Marín. Un año después se convocaron oposiciones para Directores escolares. D.n Juan Gea se presentó a ellas y las sacó brillantemente, por lo que al año siguiente ya estaba aquí como Director.

La vacante que dejé en La Hojilla fue ocupada por D. Rosa Aix, pero fue por poco tiempo, porque cumpliendo con las normas del nuevo plan de Enseñanza, pasó a Cantoria junto con sus alumnos. Poco después lo hacía también su marido D. Francisco Molina, así como D. Fermín Moreno. Al mismo tiempo que D. María Dolores López Peregrín mi hermana menor, ocupaba la plaza de los Terreros durante 3 años.

La reforma a la que me refiero fue la que implantó la Enseñanza General Básica (EGB), en 1970, a iniciativa del ministro José Luis Villar Palasí. Para mí ha sido el mejor plan de estudios primarios que ha habido en España. Dignificó mucho más a los maestros, y a los alumnos proporcionó los medios para salir con una gran preparación. Básicamente se trataba de aumentar en dos años la escolaridad obligatoria. En lugar de terminar a los doce años, seguían en el colegio hasta los catorce. Los párvulos también tenían un años más, y así los peques de cuatro añitos comenzaban a asistir al cole.

La organización consistía en que desde el curso 1º hasta el 5º recibían una enseñanza unitaria de todas las asignaturas impartidas por un solo profesor. A este periodo se le denominaba “Primera Etapa”, y al finalizar se le entrega al niño el Certificado de Escolaridad.

De los doce a los catorce años cursaban la “Segunda Etapa”, o sea, los cursos 6º, 7º y 8º. Al final recibían el título de Graduado Escolar, que equivalía al antiguo Bachillerato Elemental, y ponía fin a la obligatoriedad de los estudios. Esta era una enseñanza especializada que obligaba a los maestros que quisieran impartirla a realizar unos cursillos en Almería todos los fines de semana durante un año. El primero nos decidimos a hacerlo solamente cuatro, y después continuaron algunos más. D. Marily y yo hicimos Filología Española y Francesa, y D. Ramón Jiménez y D. José García Liria, Matemáticas. D. Marily hizo entonces un paréntesis en su labor de parvulista y estuvo unos años en el ciclo superior.

Fue la época de mayor movimiento escolar. Venían en autocares los niños de la Segunda Etapa, y no solo de las pedanías de Cantoria, sino también de Albanchez y Partaloa. Se tuvo que construir el comedor escolar para atender a los de fuera del pueblo, y también se hizo necesaria la construcción de un nuevo edificio, ahora destinado a otras funciones.  

En el decenio de 1970 fueron incorporándose don Práxedes Navarro, D. María José Trasorras, D. Paloma Ellul, D. Dolores Marín, D. Pedro Mellado y D. Juan Pedro García Rubí. Quiero mencionar que su acceso al Cuerpo de  Maestros Propietarios tuvo lugar por el sistema de Acceso Directo. O sea, que al sacar notas muy altas en la carrera no había que hacer oposiciones, lo que nos da idea de la valía de este excelente profesional. Esta forma de ingreso duró poco tiempo, y fue una lástima pues, sin duda alguna, era un magnífico estímulo para estudiar mucho más.

Llegamos a los ochenta. En esos años se aumentó la plantilla, o bien se cubrían las plazas vacantes por jubilaciones o traslados. Fueron llegando D. Antonio Segovia y su esposa D. Amparo Uribe, D. Purificación Pérez, D. Juani Ortiz y su marido D. Diego Linares. También llegaron los queridos compañeros de Albox, D. Juan, D. Andrés y el matrimonio formado por D. Francisco Granero y su esposa D. Paquita. Aunque no he citado aquí a muchísimos compañeros y amigos porque mi intención era limitarme solamente a los de Cantoria, pues es demasiado alto el número de ellos. Pero no puedo dejar de mencionar a estos cuatro porque han pasado en nuestro pueblo la mayor parte de su vida profesional.

Desde 1990 a 1993, ejerció aquí D. Conchita Chirveches. Como todos los mayores sabéis, era mi cuñada y, antes de eso, fue mi amiga íntima. Nos conocimos en Madrid  preparando unas oposiciones muy difíciles a Contadores del Estado, en Hacienda. Nos suspendieron a las dos. Pero esa amistad propició que ella viniera a mi casa a pasar la feria, ¡la feria de Cantoria, de las mejores de la comarca! El pueblo se llenaba de compradores y vendedores de ganado equino, de atracciones, había circo, teatro… Conoció aquellos días a quien después sería su marido, mi cuñado Antonio, y eso, naturalmente, reforzó nuestra relación. A los pocos meses de ejercer aquí, tras muchos años como maestra en el pueblo granadino de El Padul y en el madrileño de Alcorcón, ocurrió un doloroso accidente de coche en el que perdió la vida su hijo Adolfo, que era ahijado nuestro. Ese golpe la hundió de tal manera que no se encontró con fuerzas para seguir impartiendo clases y pidió la jubilación voluntaria.

En 1992 se jubiló mi marido (ver biografía de D. Adolfo), y toda mi familia se empeñó en que yo lo hiciera también voluntariamente. Nada más solicitarlo, empecé a sentirme mal. No dormía, no tenía ganas de nada. Total, que se me presentó de golpe una tremenda depresión. En mi casa cundió el pánico, y mi marido, aparte de prescribirme la medicación pertinente, me obligó a pedir la anulación de mi anterior solicitud. Esta situación coincidió con un ajuste de personal por causa de cambio de planes en la Enseñanza con la implantación de la ineficaz LOGSE, y trajo como consecuencia un perjuicio para una compañera. Dios sabe que lo sentí con toda mi alma. Desde estas páginas aprovecho para decirle que pasé una época muy mala, pues era, y es, una buena amiga y compañera.

Y continué hasta los sesenta y cinco años, la edad de jubilación obligatoria, en que no tuve, por tanto, más remedio que dejar mi vida de educadora y enseñante, pero no lo he hecho del todo. Siempre que puedo me acerco por el Colegio a cobrar recibos a la postulación, para combatir el cáncer, y, ahora, a recabar datos para estas notas. Lo paso muy bien; me siento revivir con mis compañeros antiguos, y lo mismo con los que están empezando su andadura. Y también siento un poquito de envidia ¡pero sana!

Tampoco quiero ni puedo silenciar un punto oscuro de esta época de mi vida: el haber tenido que decir adiós a muchos (demasiados para su corta edad) alumnos y alumnas cuya pérdida me ocasionó un profundo dolor. Que sepáis, donde estéis, que a todos os llevo en mi corazón.

Como verá el lector que haya tenido paciencia para terminar de leer mis memorias, éstas han sido una auténtica paradoja. Me hice maestra por recurso, porque no pude cumplir mis sueños de licenciarme en Lengua y Literatura Española, y luego resulta que se despertó en mí una auténtica vocación por la Enseñanza. Y de tal modo fui feliz ejerciendo mi profesión que, a veces, sentía remordimientos de conciencia por no cumplir con el castigo divino dado a nuestros primeros padres de “ganarás el pan con el sudor de tu frente”, ya que para mí suponía una gran satisfacción ser maestra. Y si cien veces volviera a nacer, no me preocuparía mi futuro, pues ya estaría decidido: volvería a ser maestra.

Y no sólo fui feliz cuando ejercía, sino que después muchísimos alumnos me han hecho comentarios, y me han demostrado tanto cariño, que a veces no he podido evitar unas lágrimas de alegría y emoción. Tengo cartas guardadas de alumnos que, entre otras cosas, me pedían que no cambiara nunca. Felicitaciones en Navidad que sólo se cortaron cuando murió mi marido.

¿Y mis niñas “de las rentas”? ¡Gracias, gracias a todos! ¡De verdad! ¡De corazón!


Ana María López Peregrín.

Junio – 2010.

D. Ana Maria paseando por la calle Álamo. Colección: Familia López López

D. Ana Maria con su marido D. Adolfo. Colección: Familia López López.

D. Felix Peregrín y Dolores Moreno, abuelos de D. Ana María. Colección: Familia López López

D. Ana Maria paseando con un grupo de familiares y amigos por la rambla Torrobra a principios de los años 60. Colección: Familia López López

D. Ana Maria con unas amigas en el depósito de agua de la Estación de Ferrocarril. Colección: Familia López López

D. Ana Maria recibiendo un premio por su participación en un concurso de macetas. Colección: Familia López López

En el patio del colegio con sus compañeros. Esta imagen fue tomada justo el año en que se incorporó como maestro Juan Gea, siendo un año después director del mismo. Colección: Familia López López

D. Ana Maria con un grupo de alumnas en el Colegio Urbina Carrera (actual CEIP Cerro Castillo) cuando este era todavía de una sóla planta. Colección: Familia López López


D. Ana Maria en su clase del colegio Urbina Carrera. Colección: Familia López López

Representación teatral de 8º curso para recaudar fondos para el viaje de estudios. Colección: Familia López López


Escenificación el poema de Miguel Hernández "Elegía a Ramón Sijé". Colección: Familia López López

Testimonio: Carmen Sevilla García

Quiero que sirvan estas líneas para expresar mi más profundo agradecimiento hacia la maestra de la infancia que marcó el devenir de mi vida y la de tantos y tantos niños, sus niños de Cantoria.

Son muchas las anécdotas vividas con ella en nuestro colegio de “la Hojilla”, algunas de las cuales me gustaría compartir con todo el que tenga la oportunidad de leer estas palabras.

Recuerdo, como mi maestra venía caminando desde Cantoria y todos los niños la esperábamos con entusiasmo para irnos con ella hasta la escuela y así, evitar que nos “zurráramos” durante el trayecto. Pero…. ¡Llegó el seiscientos verde! y dejamos de disfrutar de su compañía ya que éramos muchos y no nos podía subir a todos.

A mi edad, el maestro era una figura muy importante y referente durante todo el periodo de niñez y adolescencia que duraba el colegio. Recuerdo aquellos días de invierno de ese pequeño cortijo que hacía de escuela, cuando cogíamos leña para caldear en invierno el aula como lo hacíamos también en nuestras casas, por eso lo hacía doblemente entrañable, ¡¡y que contenta se ponía Doña Ana María cuando nos veía aparecer con los haces de leña!!

Recuerdo como si fuera ayer, y de eso les aseguro que han pasado unos cuantos años, como durante el recreo se sentaba a hacer punto mientras que nosotros cogíamos espárragos y luego con todo nuestro cariño se los regalábamos.

Era y siempre seguirá siendo una maestra muy cálida, cariñosa, con un gran ejemplo de vida familiar, dándonos consejos de cómo afrontar lo que nos depararía la vida y que aún hoy encuentro su utilidad, y eso que en aquella época se vivía de otra manera.

Llegó el momento de dejar la escuela y pasar al instituto, y fue mi maestra la que se preocupó de prepararme y llevarme a Cuevas de Almanzora para que hiciera mi examen de ingreso, eso marcó mi futuro de manera irremediable y hoy es mi presente.

En todo momento he sentido su apoyo, hasta el punto de brindarme su ayuda desinteresada cuando la necesité para cursar mi carrera, por ello le doy las gracias porque parte de lo que soy, y no me canso de decirlo, se lo debo a ella. Porque el maestro no sólo es el que enseña lengua o matemáticas, sino el que marca los valores para el futuro de sus alumnos.

Siempre la recordare como mi maestra que me enseñó a ver lo profunda que es la memoria  del que enseña y no olvida los tropiezos y triunfos del alumno. He ahí el verdadero espíritu del maestro.

Dos imágenes del mismo día de D. Ana Maria en la escuela de la Hojilla. Colección: Familia López López