José el Toribio

Por Stephanie Carreño

fotos tomadas por la familia de José cuando iban a visitarlo en los días del patrimonio que se celebraban dos fines de semana al año. En esos días se enseña al público en general el trabajo de estos artesanos. Colección: Familia Carreño

Restaurador de las Catedrales de Francia

Me llamo José Carreño García, y pertenezco a la familia de los Toribios, que durante generaciones ha sido conocida por este apodo y que yo llevo como mi mejor tarjeta de visita. Soy hombre de pocas palabras, lo reconozco, tuve poca escuela porque aún siendo niño, cambié el pupitre por el cincel y el martillo. Por eso, las palabras que no pronuncian mi boca las esculpen mis manos. Y de eso ha ido mi vida, de esculpir, de volver a darle vida a esas piedras cansadas que hace cientos de años, maestros artesanos cincelaron para las grandes catedrales de Francia. Pero no adelantemos acontecimientos y empecemos desde el principio.

Yo nací el 25 de Enero de 1945 en una Cantoria todavía de resaca de las fiestas de las Carretillas, con el olor a cal de las pareces recién encaladas, y como no podía ser menos, el alumbramiento fue en la calle San Antón. Y si esto no fuera suficiente, a dos casas del taller de los Cuéllar, como si mi destino ya me estuviera esperando a unos escasos metros de casa. Cuando contaba con unos 6 0 7 años nos fuimos a vivir a la calle larga, al número 67. De esta nueva etapa de mi niñez son mis mejores recuerdos, de mis primeros amigos, como Diego Piñero, de la familia de los Tostones de toda la vida, de los juegos con pelotas de trapo y baños en el río en el verano...

He de reconocer que de pequeño era un poco trasto, recuerdo que cuando mi madre hacía arroz con leche, no me lo quería comer sino era en Semana Santa, o cuando mi hermano Joaquín, mayor que yo, estaba enfermo y no quería tomarse las medicinas, me las tomaba yo por él. Pero como he dicho, mi infancia duró poco, a los 12 años entré  como aprendiz en el taller de mármol de los Cuéllar junto con otros once niños, y fue duro, porque éramos unos renacuajos y estábamos más por el juego que por el trabajo. Había compañeros que no nos asomaba la cabeza por encima de la mesa de labor, por eso nos apodaron "los grillos". Entonces todo se hacía de forma artesanal, con martillo y cincel porque no existían las máquinas, lo cual me vino muy bien para hacerme especialista en restauraciones, que se tienen que hacer casi todo a mano.

Me preguntan porque me fui a Francia, ¿que si fue por necesidad?... sinceramente, ahora, después de casi 50 años en esta tierra, no he encontrado respuesta. Realmente en Cantoria tenía trabajo, vivía modestamente y no me faltaba lo más básico. Quizás me llevó a marcharme el espíritu de aventura, de conocer sitios nuevos, otras culturas, buscar un atisbo de libertad que en ese momento en España no teníamos, en definitiva, tenía 17 años y un espíritu aún más joven que buscaba una ansiada libertad. Y también, el tener a mi hermano Joaquín allí, ganando más que en España y con menos horas, ayudó bastante y me facilitó las cosas.

Llegué a París en tren, y quedé con Joaquín en un punto de la estación donde me recogería. Pero el ansia de ver cosas nuevas y de demostrarme que me podía valer yo sólo, no lo esperé y como es normal, me perdí. Di mil vueltas por las calles de París hasta que cansado, cogí un taxi hasta la «Rue de Nantes» donde tenían su domicilio la familia de Pepe Expósito "el moro", naturales de Macael, que de ahí en adelante sería mi hogar.  Mi hermano llevaba tiempo viviendo con ellos e intimando con una de sus hijas, Carmen, que a los dos años de estar yo en París se casaron. Los Expósito me recibieron con los brazos abiertos, y tanta fue su amabilidad, que con el tiempo se convirtieron también en mis suegros, cosas del destino y del corazón. Mi mujer se llama Josefina Expósito Castellón, que aún a estas alturas del relato, todavía no he presentado, mil disculpas pido a quien lo ha significado todo en mi vida, antes y sobre todo ahora, piedra angular de esta familia. De esta manera, mi hermano pasó a ser mi cuñado, familia por partida doble. Pero no sólo eso, también hemos sido casi vecinos, ya que hemos vivido siempre muy cerca y nos veíamos a diario.

Durante el periodo de mi llegada a Francia y mi boda, tuve que volver a España a hacer la mili, casi tres años que fueron interminables. Una vez terminarla, volví inmediatamente a Francia a retomar mi trabajo y mis asuntos.

Se puede decir que mis comienzos en Francia fueron muy buenos. Mi hermano consiguió emplearme en su misma empresa, la «Pradeau et Mori» con la calificación de oficial de primera que se dedicaba a la restauración de monumentos históricos. Mi primer día de trabajo no tuve ningún estrés, no tenía miedo a trabajar porque no tenía ninguna dificultad técnica con las tareas que me encomendaban. Para mí, trabajar la piedra dura no me suponía ninguna dificultad, porque era a lo que estaba acostumbrado en Cantoria. Sin embargo a mis compañeros preferían la piedra blanda. Los primeros años íbamos juntos a todas partes, a trabajar, a tomar algo, y si necesitaba un traductor, ahí estaba él.

Además, por las noches complementaba mi trabajo con unos cursos de delineación e incluso tenía que ayudar a mi futura esposa con los dibujos de sus tareas escolares. Por eso, siempre he inculcado a mis hijos la importancia de la formación y la educación, proporcionándoles todos los recursos que podían salir de mis manos para que en ese tema no les faltara de nada, y sobre todo, que tuvieran una infancia feliz

Durante mi vida profesional, he trabajado en varias empresas, pero en la que más tiempo estuve fue en «QUÉLIN», la friolera de 32 años. Por ello, en 1997 recibí la medalla de oro del trabajo, por haber trabajado 30 años. Mi trabajo siempre ha estado por Paris o en sus alrededores. Los lugares más famosos donde he desarrollado restauraciones son:

Nunca me he arrepentido de la decisión de emigrar, porque esta tierra me ha dado todo lo que tengo, a mi mujer, mis cuatro hijos, cuatro nietas y un trabajo. En este país han sabido valorar mi esfuerzo y constancia. Me ha dado también un lugar para vivir, y unos amigos con los que comparto esos ratos libres que ahora tengo, ya que estoy jubilado. Aunque disfruto de mi tiempo y de los míos más que nunca, cuando paso por algunos de los lugares donde he trabajado, no puedo evitar que me invada "la morriña". Es normal, han sido demasiados años, aunque intento paliarlo con algunas chapucillas en casa o el bricolaje, ver algún partidillo de fútbol, o documental, y sobre todo, disfrutar de este milagro de la tecnología que nos permite ver la televisión de cualquier parte del mundo. Mi preferido sin dudarlo, es el espacio de Canal Sur de Juan y Medio. ¡Cuánto está haciendo este hombre por paliar la soltería de los mayores de Andalucía!, gran y difícil labor, sí señor.

Pero Cantoria es Cantoria, es mi tierra y mis raíces, vuelvo a ella cada vez que puedo y mis obligaciones me dejan, casi siempre en vacaciones en verano.  Encontrarme con mi familia de allí, mis amigos, el mercadillo del miércoles, ese vaso de vino con el Tostones que me sabe a gloria, las noches al fresco con los vecinos que le dan a uno norte de hechos y milagros de los lugareños, que a la mayoría no conozco, sobre todo a la gente joven, pero da igual, el caso es estar con mi gente.

Edición especial del periódico Le Parisien sobre la restauración de Notre-Dame, publicado en octubre de 2005. Colección: Familia Carreño

Taller de los Cuéllar

Dos imágenes de los aprendices del taller de los Cuéllar, una auténtica escuela de marmolistas. Colección: Diego Piñero