La epidemia de Gripe Española de 1918 en Cantoria

Enfermos en un hospital de campaña en Camp Funston, en EEUU.

Origen y propagación por el mundo

Corría el otoño de 1918 y ya se atisbaba el final de la Primera Guerra Mundial, la más sangrienta de la historia de la humanidad hasta entonces, firmándose el armisticio el 11 de noviembre. A la par que estos hechos se desarrolló la que se considera, igualmente, la pandemia más mortífera de las conocidas: la epidemia de la mal llamada “Ggripe Española”, “Dama Española” o “Soldado de Nápoles” que dejaría sentir sus efectos entre las primaveras de 1918 y 1919.

La pandemia, que se produjo de forma casi simultánea en todo el mundo con excepción de las zonas más australes, se desarrolló en tres olas. La primera de ella, en la primavera de 1918, fue la más benigna; la segunda, la del otoño de 1918, sería la más letal de las tres; y la tercera, la de la primavera de 1919, aunque también con nivel de contagio similar a la de la segunda, sin embargo no causó tantas víctimas mortales como aquella.

Una cosa clara es que la mal llamada Gripe Española NO tuvo su origen en nuestro país. En realidad no se ha determinado de forma concluyente dónde surgió. China, Estados Unidos y la India fueron los países que más la sufrieron y la que se disputan el dudoso “honor” de haber sido la cuna de la epidemia. La censura existente entre los países participantes de la Gran Guerra, hacía que apenas se informara sobre la incidencia de la gripe entre los mismos, por las repercusiones que pudiera tener las informaciones sobre una enfermedad tan agresiva. 

España, país neutral, era el único que no censuraba los informes ni las consecuencias de la epidemia. La gran libertad de prensa que gozaba nuestro pais por aquellos años fue precisamente la causa de que a nivel mundial se denominara a aquella pandemia como la gripe española, considerando en un principio como la cuna de la misma porque era la que más noticias generaba en sus noticiarios. Pese a no haber sido el epicentro, nuestro país se convirtió en uno de los más castigados, con 8 millones de afectados y más de 300.000 fallecidos. 

No obstante, las primeras referencias que tenemos se producen el 4 de marzo de 1918 en el campamento Funston del ejército americano en Fort Riley, situado en las proximidades de Manhattan, en el estado de Kansas. El ingente movimiento de tropas hacia Europa que se produjo en los tramos finales de la guerra, contribuyó sobremanera a la propagación de la enfermedad. Hay que tener en cuenta que el número de norteamericanos luchando en el viejo continente pasaría de los 85.000 que había en marzo de 1918, al 1.200.000 que habría seis meses después. Por otra parte, a primeros de abril se detectaron en Burdeos y Brest, dos de los puertos de desembarco de los expedicionarios americanos, los primeros casos de gripe entre estos. Sin embargo, en nuestro pais no haría su aparición de forma más o menos generalizada hasta el mes de mayo, es decir, dos meses después de ser detectada en EE.UU y un mes después de su llegada a Europa.

Las epidemias de gripe se conocían desde antiguo, siendo la de 1580 la primera de las documentadas, habiendo recibido los nombres de "tos seca", "tos de oveja" o "catarro epidémico". Las más conocidas fueron las de los siglos XVIII (1702, 1709, 1729-30, 1737-38, 1742-43, 1757-58, 1761-62, 1767, 1775-76, 1780, 1799) y XIX (1803, 1830-33, 1836-37, 1839-40, 1842-43, 1848, 1851, 1858, 1860, 1880-81, 1886 y 1880-90). No obstante, la pandemia de gripe de 1918 fue especialmente singular, no solo por su letalidad, sino por haber afectado principalmente a jóvenes adultos entre los 25 y 35 años.

La gripe en Almería

En Andalucía se propagó esta enfermedad contagiosa con mucha rapidez acabando con la vida de 28.000 andaluces. Almería se vio gravemente afectada, llegando a ser la provincia que registró el segundo índice de letalidad más alto de toda España y la primera de la comunidad, con 6.000 casos

En la capital se ninguneó el azote considerándolo una especie de resfriado hasta que empezó a afectar a las familias más pudientes de la ciudad. Aquí es cuando se hizo más patente que nunca existió la distinción de clases en según que enfermedades. Aunque nada iguala más a ricos y pobres que la muerte, lo cierto es que cuando esa terrorífica epidemia tocó a las puertas de las casas de Almería, cuando empezaron a contarse por docenas los muertos diarios, las calles de la ciudad se llenaron de funerales de primera, de segunda y de tercera, según la cartera de la familia de cada difunto. Lo mismo afectaba a un niño de las cuevas de la Chanca, que al de un palacete del Paseo del Príncipe (hoy Paseo de Almería).

La opulencia se evidenciaba en el sepelio donde era corriente que el carruaje fúnebre fuera emperifollado de coronas de nardos y tirado por cuatro caballerías que transitaban con paso tranquilo por las avenidas principales. Delante, monaguillos y algún canónigo con el viático y detrás caballeros con sombreros de copa, niños veleros alquilados por diez reales sosteniendo cirios, y unos músicos interpretando el Miserere. En el otro extremo estaban los entierros de la beneficencia, en los que el muerto iba en una caja de ánimas atada con cuerdas y transportado por un carro de verduras.

No se recuerdan en Almería tantos entierros como en esos días del otoño de 1918, cuando circular por las calles de la capital era toparse con continuos cortejos fúnebres y en muchas puertas, colgado un crespón negro que certificaba que en esa casa había entrado la gripe con terribles consecuencias. Esta pandemia hizo temblar de miedo a las familias almerienses e hizo verter lágrimas negras a cientos de familias que veían cómo ese virus iba dejando un rastro infalible de muerte. El Gobernador, Ramón Viala viendo la que se le avecinaba y después de meses sin prestar demasiada importancia al asunto, declaró el 6 de octubre el Estado de Epidemia y lo primero que prohibió fueron los espectáculos públicos tanto en la calle como en interiores.

Se montaron en la ciudad brigadas de desinfección y se abrieron colectas, a través de la Junta de Caridad para comprar leche y huevos a los pobres de solemnidad. Se empezó a especular con los alimentos y a acosar con violencia a los cabreros de los pueblos de alrededor que llegaban con las garrafas.

La situación se volvía cada vez más espantosa, con más de 40 muertes diarias, no había brazos ya para enterrar tanto cadáver y el Ayuntamiento tuvo que improvisar una brigada de sepultureros, camilleros y enterradores. Los médicos también tuvieron que multiplicarse tanto en la capital como en los pueblos de interior, donde algunos perecieron y otros huyeron a zonas más apartadas a esperar tiempos mejores.

El temor al contagio se fue apoderando de los almerienses y las calles se convirtieron en un erial con gente con mascarillas de fabricación casera, a base de algodón y cuerda o alambre y con un espeso olor a zotal en cada rincón. Cuando se acabó la madera para los ataúdes, los cuerpos hacinados en las puertas del cementerio se cubrían solo con sábanas.

El Obispo y el Alcalde de Almería no se les ocurrió otra cosa a finales del octubre negro de 1918, que trasladar las imágenes de san Indalecio y la Virgen del Mar, que gozaban de gran devoción entre los vecinos de la capital, de sus templos a la Catedral para realizar varios oficios religiosos y después, el 5 de noviembre, organizar el regreso en procesión para rogar por la terminación de la epidemia. Una actuación desesperada en busca de un milagro divino que no tuvo sino el efecto contrario. Fue una procesión con todo su boato, autoridades eclesiásticas y políticas junto con una doble hilera de luces transportadas por numerosos fieles y acompañada por “preciosas muchachas con mantilla que caminaban compungidas” como las definía la prensa del momento. Las multitudes se agolpaban por el recorrido para implorar clemencia. No es de imaginar lo que vino después… y para dar una pista, la ola más grande de contagios. Sobran decir la clase de políticos que teníamos y la iglesia siempre poniendo su grano de arena, aunque en este caso fue todo un peñasco.

El virus remitió, por fin, cuando llegó el nuevo gobernador Pablo Plaza, que el 22 de diciembre, casi en vísperas de la Nochebuena, decretó el final del Estado de Epidemia en toda la provincia.

Como hemos dicho, cuando se propagó en Europa en la I Guerra, entró en España a través de temporeros y soldados que volvían de Francia por la zona del Levante. Según el estudio más riguroso realizado sobre esta pandemia, obra de Beatriz Echeverri Dávila, 1.402 almerienses murieron por esta cepa y la provincia padeció, después de Burgos, la segunda tasa más alta de mortalidad. Otros informes elevan hasta 4.000 el número de muertos ya que muchas poblaciones no informaron fehacientemente del número de fallecidos por diversas circunstancias.

Y no debemos de olvidar que esta epidemia hizo que se recrudeciera otra que arrastrábamos desde hace siglos y que era la del hambre. Por esas fechas en Almería capital vivían unas 60.000 personas, de las cuales 3.000 se consideraban de la clase con cierto nivel económico. El resto eran pobres.

Mapa de los partidos judiciales de Almería donde por colores, se muestra la virulencia de la gripe. 

Remedios y prácticas médicas utilizadas

Se desconocía un remedio eficaz para hacer frente a la enfermedad, ya que no ayudaba a que la gripe atacaba a distintos órganos del cuerpo, y por lo tanto, cada caso varía su diagnóstico y por lo tanto su tratamiento. Por lo tanto lo que servía de ayuda para un enfermo que le había afectado el corazón, le podía ocasionar la muerte a otro que le había atacado al pulmón. Por lo tanto y según algunos expertos, la automedicación actuó en estos casos a la contra, pudiendo ser una epidemia medianamente benigna a una catastrófica.

Una de sus principales características es la capacidad para transmitirse invadiendo poblaciones, cortijadas, por lo que se hacía imposible aislarla. Los cambios de tiempo y su contagio por el aire hacían que se debiera seguir unas reglas estrictas de higiene, cosa que no sucedía como debiera.

En cuanto a las reglas de prevención que se empezaron a seguir, quien pudiera hacerlo, fue limpieza de ropas y de viviendas, comida sana, utilización de purgantes para limpiar el tubo digestivo, evitar corrientes de aire, agua bicarbonatada en boca y nariz, desinfección de alcobas con ramas de eucalipto y también con zotal, aislar a los enfermos y no permitir visitas y sacar a los animales de corral fuera de la población.

Al no existir una terapia médica efectiva, había que hacer especial hincapié en los remedios y cuidados paliativos, que eran tan variados como ineficaces. Lo que si ayudaba a mejorar la salud del enfermo era sin duda una buena alimentación que ayudaba a soportar el trance de la enfermedad con mayores garantías de supervivencia.

Para ello había que alimentar bien al enfermo, y por eso se hacía necesario proveer bien a los mercados, cosa que no llegó a suceder ya que por motivos de la enfermedad empezó el desabastecimiento y encarecimiento de productos básicos, generando más pobreza y miseria.

Cuando se presentaba la enfermedad se debía guardar cama, tener dieta y utilizar sudoríficos, pues no dejaba de ser un catarro con más o menos intensidad en el que la fiebre, la postración y el dolor de cabeza son los síntomas que hay que combatir.

Un ejemplo sobre el desconocimiento médico con el que se afrontaba la situación era una nota preventiva publicada en un periódico local:

Decálogo para la gripe

Otro problema que agravó la situación fue el poder ejecutar las órdenes y directrices de la Inspección de Sanidad en el territorio, ya que fueron muchos los funcionarios infectados por la gripe con desigual suerte. El servicio de asistencia médica estuvo muy desorganizado por las continuas bajas entre los facultativos que se contagiaban, llegando a situaciones caóticas como en el caso de Partaloa que estuvo varios meses sin médico, bajando los pacientes a Cantoria, que también vivió su particular “calvario” como veremos más adelante.

Ante este ambiente de incertidumbre, no faltó el humor, como lo demuestra una canciocilla que se hizo muy popular:

Si tu cólera no aplaza

la gripe en todos los puntos,

va a ser fiesta de la raza

el día de los difuntos”

Objeto de broma fue también las distintas soluciones que una población desesperada tomaba como curativas, como la dieta del ajo, que consistía en comer cuatro ajos crudos durante dos días.

Anuncio en prensa de 1918 sobre los beneficios de la carne líquida como un remedio eficaz contra la Gripe.

La gripe en el Valle del Almanzora

Las primeras víctimas mortales en el Almanzora se detectaron en Tíjola a principios de septiembre, cuando el virus llegó entre los viajeros de la línea ferroviaria Lorca-Baza. Medio centenar de niños del barrio de las cuevas sucumbieron esos días entre fiebres y escalofríos.

En solo un par de días el virus se propagó a ritmo vertiginoso por toda la comarca. De inmediato se extendió por Purchena y Serón y durante más de un mes tuvo una increíble virulencia. Fue precisamente Serón donde a finales de diciembre quedó extinguido el foco infeccioso, al menos en esta zona de la provincia de Almería.

Los ayuntamientos de los municipios que empiezan a sufrir los efectos de la enfermedad se ven desbordados ante la demanda de ayuda sanitaria. La población empieza a sentir terror por las repentinas muertes en cadena de hombres, mujeres y niños. Las autoridades sanitarias se ven impotentes y no pueden dar explicaciones convincentes acerca de la enfermedad.

Aunque se empiezan a extremar las precauciones, resulta difícil detener su avance. Y si nos centramos en datos del Alto Almanzora, oficialmente en esta zona el número de muertos se elevó a 616 de los cuales 231 fueron niños entre 0 meses a 10 años. La gripe atacó fundamentalmente a las personas con las defensas bajas por problemas de salud y a las que su sistema defensivo no estaba todavía desarrollado como los bebes de pocos meses.

A consecuencia de la gripe y según constan en los libros de sepelios de estos municipios afectados, las muertes por la gripe tuvo esta incidencia: Alcóntar, 104 muertos, entre ellos 36 niños. Armuña, 7 fallecidos, de ellos 4 menores. En Fuencaliente (Serón), 32 muertos entre ellos 16 niños. Entre los 13 fallecidos del Higueral en Tíjola, hubo 2 menores. En Lúcar, la gripe acabó con la vida de 62 personas, 26 niños entre ellos. En Purchena hubo 49 muertos de los cuales 9 eran menores. Serón fue el municipio donde se produjo el mayor número de defunciones. Se contabilizaron 206 casos de los que 80 fueron niños de corta edad, azotando especialmente a los mineros de las Menas. En Sierro las víctimas mortales se elevaron a 16 entre ellas un solo pequeño. La localidad de Tíjola fue el segundo municipio de la zona donde se produjo un elevado número de fallecidos por la gripe, 106 personas entre las cuales había 51 niños. Finalmente en Suflí solo se contabilizaron 15 fallecimientos de adultos y 6 menores.

Y un detalle común a tener en cuenta, repitiendo costumbres anteriores: un farolillo rojo sobre el dintel del domicilio indicaba que uno o varios dolientes se mantenían entre altas fiebres, síntomas neumológicos y el desconsuelo de una muerte inminente.

El ferrocarril fue la via de entrada de la gripe al Valle del Almanzora. Los amuletos, las pócimas, la cuarentena y remedios caseros a base de limonada o de consumo de ajos eran la manera de defenderse de las pandemias.

En Cantoria

Todavía estaba en la memoria popular los estragos de la epidemia de Viruela de 1903 que ocasionó grandes estragos en la población, cuando en mayo de 1918 la Gripe Española hizo acto de presencia en el valle, aunque al principio fue relativamente benigna. Ya sería en el último cuatrimestre del año cuando se recrudeció en el Almanzora y en concreto en Cantoria con especial virulencia, llegando a morir en ese fatídico septiembre 18 personas, pero lo peor estaba todavía por llegar.

El Gobernador Civil ordenó de manera inmediata al Inspector Provincial de Sanidad, Martínez Limones a visitar la zona, cuando sumaba el valle más de 300 casos. Cuando visitó nuestra localidad junto con el Alcalde Félix Peregrín, vio los estragos que estaba ocasionando y presenció hasta tres cortejos fúnebres en dirección al Cementerio Municipal que distaba a un kilómetro y medio de la localidad. Féretros que eran llevados por carruajes pertenecientes precisamente a varias de las empresas de fabricación de ataúdes que existían en la localidad, de los que se usaban para el transporte de estos al muelle de carga del ferrocarril.

La situación era acuciante ya que los dos médicos titulares, don Antonio López y don Emilio Corella estaban de baja porque también habían contraído la enfermedad, siendo sustituidos por don Eduardo Carrillo que fue infectado poco tiempo después falleciendo por la pandemia sobre el 20 de septiembre, quedando Cantoria sin ningún facultativo al frente de la situación, por lo que de urgencia se destinan a don Miguel Fernández Idáñez y don Antonio Fernández Lerena a finales de ese mes. A mediados de octubre don Eduardo y don Antonio se recuperan e inmediatamente ocupan sus puestos destacando espedialmente el primero, hasta el punto de ser propuesto para la Gran Cruz de Beneficiencia, que se le concede al año siguiente.

Se estableció un plan de actuación y saneamiento, al igual que el resto de pueblos de la provincia, que consistía en:

Otras medidas que se empezaron a tomar, por orden directa del Gobierno Central, fue la de establecer un servicio sanitario en las estaciones de ferrocarril, supervisado por los trabajadores de las mismas con el objeto de reconocer los posibles viajeros que presenten los síntomas de la enfermedad y aislarlos. Así como a los obreros que retornen de Francia, el de aislarlos en un vagón fijo de la estación para guardar la respectiva cuarentena.

En octubre con el cambio de tiempo, se recrudece la enfermedad, llegando a afectar al 40 por ciento de la población, alcanzando las más altas cuotas de defunciones con 18 en un sólo día. Una imagen dantesca el desfile hacia el cementerio donde llevaban a los cadáveres liados en telas, ante la carencia de ataúdes ya que la mayoría de empresas habían cerrado temporalmente, bien por contar con la mayoría de sus trabajadores enfermos o la carencia de materia prima.

En mayo de 1919, en plena tercera ola, el alcalde pide auxilio al Gobernador Civil ante los 150 infectados y que era imposible atenderlos a todos aunque si es verdad que las defunciones fueron mínimas tal y como podemos observar en el cuadro anexo sobre la evolución de las defunciones en esos años.

Félix Peregrín López, el alcalde en los tiempos de la pandemia. Colección: Elsa Peregrín

En 1919 don Emilio Corella Cuéllar fue propuesto para la Gran Cruz de Beneficiencia por su heróica actuación en el cuidado de enfermos de la gran epidemia de gripe de 1918 en Cantoria.

Cuadro donde se recogen las defunciones totales durante los años de la pandemia y los previos, donde podemos ver que en 1918 casi se duplican las defunciones, volviendo a la normalidad al año siguiente, lo que significa que si bien la epidemia afectó a la población, no causó un número significativo de muertes.

Noticia sobre la muerte del médico Eduardo Carrillo infectado de Gripe Española. Diario la Independencia del 23 de septiembre de 1918.

Noticia sobre las 18 defunciones en un sólo día en el octubre negro de 1918. La Correspondencia de España del 15 de octubre de 1918.

Alarmante situación la que se vivió en Cantoria con más de 150 infectados en la tercera ola de 1919. Diario la Independencia del 4 de mayo de 1919.