Dolores Oller Giménez

Ana Oller y Remedios Martínez

Viejos Recuerdos. 

Antes de que los recuerdos se borren de mi mente, quiero contaros algo de mi vida, hijos míos, en especial aquellas cosas que vosotros no vivisteis para que cuando yo no esté podáis ojear estos papeles y acordaros mejor de vuestra madre. ¡El mundo ha cambiado tanto en estos años que cuando vuelvo la vista atrás me pregunto cómo es posible!

Como sabéis, nací un tres de junio de 1924 en el Molino del Albaricoque a mitad de camino entre Almanzora y Cantoria. Era la cuarta de cinco hermanos, la mayor se llamaba Isabel, la segunda Joaquina, el tercero Juan Miguel, luego yo, y la menor Encarna.

Cuentan que en el mes de septiembre de aquel año hubo unas inundaciones terribles que anegaron desde nuestro molino hasta el coto y mi familia tuvo que huir hasta los cortijos del Badil. Cuando las aguas bajaron y pudieron volver a la casa vieron con desolación que todos los animales se habían ahogado.

Mi madre, de soltera trabajó en la Renfe, hasta que se casó, y a partir de entonces ayudaba a mi padre en el molino.

Mis primeros años de vida los pasé en el Molino del Albaricoque y de aquella época tengo pocos recuerdos porque era muy pequeña. Después nos trasladamos a otro molino que hay debajo del puente de Cantoria. Y desde allí empecé a ir a la escuela de Tomacar con maestros de Cantoria. En esa época reinaba en España el rey Alfonso XIII, lo recuerdo porque en la escuela, al lado del crucifijo y de un cuadro de la Virgen, estaba su retrato. Se veía un hombre un poco estirado, delgado y con bigote.

Pasados unos años, nos fuimos de nuevo al Molino del Albaricoque y desde allí íbamos a la escuela del Badil, donde vivía el maestro. En el año 1931, cuando se instauró la República, vimos con sorpresa que cambiaron de golpe muchas cosas: ya no rezábamos al empezar la clase, ni celebrábamos las fiestas religiosas, ni Las Flores en el mes de mayo, ni había libros de Historia Sagrada aunque sí de personajes ilustres. Por lo demás seguíamos separados los niños con maestros y las niñas con maestras, y aprendiendo lecciones de memoria, de gramática, aritmética, geografía, historia, etc. igual que antes aunque con la ventaja de que nuestros padres no tenían que comprar los libros porque el gobierno los ponía gratis a disposición de las escuelas. Las clases las dábamos en dos sesiones, por la mañana las materias de enseñanza general y por las tardes lo que se consideraba labores propias de la mujer como coser, bordar y hacer punto. La norma general era preparar a la mujer para el matrimonio considerando que las tareas de la casa eran obligación exclusiva de la esposa.

Cuando tenía diez años, en 1934, mi familia se trasladó al molino de la boca de la Rambla de Albox, justo donde desemboca dicha rambla en el río Almanzora. Desde allí íbamos a la escuela del Púlpito, siempre andando, con frío y con calor. Entonces el río con frecuencia llevaba agua y lo cruzábamos por un puente de madera y cañas que más de una vez lo destrozaron las fuertes avenidas y entonces cruzábamos por las pasaderas, unas piedras grandes que brincábamos con mucho cuidado para no resbalar y caer al agua.

Era una época divertida. A las orillas de las ramblas había mucha vegetación de cañizos, tarays, gandules, juncos y hasta musgo, que solíamos coger para jugar. También había zarzamoras que comíamos en el verano cuando íbamos a bañarnos en el río. Aquellos baños no eran como los de ahora cuando vais a las piscinas y a las playas muy bien equipados de bañadores, sombreros, zapatillas apropiadas, cremas bronceadoras y demás. Entonces era simplemente bajar al río a jugar remojándonos, tirándonos agua unos a otros para refrescarnos y pasar un rato divertido. Las piscinas de entonces eran las balsas donde se almacenaba el agua para el regadío y allí podíamos observar a las ranas con sus renacuajos escondiéndose entre los juncos, alguna culebra de agua y otros animales que a veces nos asustaban.

Pero no todo era jugar en vacaciones, también teníamos que ayudar a nuestros padres en los trabajos, mis hermanos y yo en el molino: vigilábamos cuando se terminaba el trigo que había en la torva para que no se juntara la harina de los distintos dueños; ayudábamos a llenar los costales; echar de comer a los animales, sobre todo a las gallinas, los conejos y los cerdos. A las burras les echaba de comer mi padre porque los niños no alcanzábamos a los pesebres y además las bestias nos podían dar una coz. También teníamos una cabra a la que llevábamos a cualquier sitio donde hubiera hierba y la dejábamos atada con una cuerda unida a un clavo de hierro que se clavaba en la tierra para que no se alejara pero que se pudiera mover. Gracias a la cabra desayunábamos leche con sopas todas las mañanas. Solíamos almorzar migas de maíz acompañadas con lo que daba el tiempo. En verano con tomates, pimientos, habas, granadas, melón… y en invierno, después de la matanza, con tajadas de tocino, morcilla, magra, etc. A veces esto nos duraba hasta el verano la morcilla y el chorizo porque mi madre los conservaba en orzas con aceite o manteca. La manteca también estaba muy buena puesta sobre el pan con azúcar. Por las noches cenábamos cocido o potajes de garbanzos, habichuelas, calabaza… También fritadas, patatas fritas, gurullos, gachas de trigo o de maíz y otras muchas comidas que mi madre hacía con esmero. Reconozco que éramos una familia afortunada porque, al tener un molino, nunca nos faltaba el pan. Entonces había mucha miseria en esta tierra y nosotros, aunque sin lujos, teníamos todo lo necesario.

En el molino siempre había dos burras para cuando la gente no venía a moler, poder salir a buscar molienda por los cortijos cercanos como Las Gachasmigas, El Púlpito, Los Terreros, La Cinta… Nuestro molino tenía todos los utensilios necesarios para realizar una buena molienda tales como el cubo, el cárcabo, el rodezno, la piedra solera, la piedra corredera, la torva, la canaleja, el caedor de la harina, el harinal, el costal, la pala, la cabria, la amoladera, el pico, las cuchillas, el alivio, la llave, la paradera, el guardapolvos, el borriquete y la lavija.

Que diferencia, ahora los molinos modernos no utilizan muchos de estos utensilios pero me daría pena que se perdieran y se destrozaran por el abandono o la desidia de la gente. Mi ilusión sería que en algún lugar se conservara un molino antiguo como museo para que los jóvenes pudieran observar cómo se trabajaba en otros tiempos.

Antes de cumplir los doce años empezó la guerra y aunque nosotros, en el campo, no veíamos luchar a la gente sí que sentíamos muchos cambios: mucha gente tenía miedo porque los hombres jóvenes tenían que ir al frente, a algunas personas por el hecho de poseer tierras o bienes de otro tipo las sacaban de sus casas y las apresaban y hasta a algunos los mataban con la pantomima de un juicio popular. Las iglesias las convirtieron en almacenes o en cárceles, después de destrozarlas quemando los retablos, las imágenes y otras muchas cosas de valor artístico que no se han podido recuperar. Pienso que la mayoría de la gente tenía la esperanza de construir una sociedad más igualitaria porque en aquellos tiempos había mucha miseria y la vida era muy injusta, pero se equivocaron en las formas porque no se puede cambiar una sociedad de la noche a la mañana irrumpiendo como elefantes en una cacharrería, a base de hacer sufrir a muchas personas y cometiendo también otras injusticias como revancha. Los dueños del Palacio del Almanzora tuvieron que huir de su casa y allí se instaló bastante gente desde un médico, unos maestros, hasta los soldados de intendencia que transportaban en camiones desde Linares aceite y harina y toda clase de víveres para suministrar a los frentes. Al principio de la guerra el palacio estaba en perfectas condiciones con muebles, cortinas, utensilios, carruajes, el jardín cuidado… pero al poco tiempo se fue deteriorando, seguramente por la estancia de los soldados.

También pasábamos miedo, había muchos refugiados de guerra que venían huyendo y se acercaban a los molinos con el talego vacío a por harina y había que ayudarles pues estaban muertos de hambre. La mayoría eran madres con niños y ancianos porque los hombres jóvenes estaban luchando. A veces el alcalde les firmaba un vale para que lo canjearan en los molinos o en las almazaras por aceite o harina. Algunas de esas personas eran acogidas por familias durante un mes y luego rotaban. El sacrificio era grande cuando no había casi nada que comer y había que costear a un extraño.

Los molinos han conocido muy de cerca el sufrimiento que acarrea el no tener nada que llevarse a la boca. Como aquí no había nada más que lo que se recogía en la tierra, había familias que no podían aguantar a segar el trigo seco y lo segaban verde, desgranaban las espigas y lo metían al horno para poder hacer harina y amasar un poco de pan. Hubo hombres que cuando empezaba a caer la harina a su costal, pedían a la molinera que por favor le hiciera una torta en la cocina pues no aguantaban a llegar a su cortijo del hambre que tenían. La mayoría de las familias molían la cebada para hacer migas y bollos, que estaban más negros que el tizón. Aquello era comida más propia de caballerías y cerdos. Pero se lo comían las criaturas a fuerza de hambre.

Yo vivía esos abatares, pero la edad sólo te deja mirar hacia delante… y luchar. En 1938, a pesar de que estábamos en guerra, me examiné de Ingreso en el Instituto de Bachiller de Lorca (Murcia). Probablemente la maestra animó a mis padres para que me dedicaran a estudiar, yo era muy aplicada y aprendía con facilidad. En aquella época eran muy pocas las niñas que estudiaban porque se consideraba que el papel de la mujer debía estar reservado a cuidar de la familia y donde había varios hermanos lo normal era que se dieran estudios a los varones aunque fueran menos despiertos que sus hermanas. No fue este mi caso y cuando llegó el mes de junio yo estaba preparada para los exámenes, también nerviosa, y al mismo tiempo, ilusionada. Me acompañó mi madre a Lorca para los exámenes. Fuimos en tren un día antes, nos alojamos en una fonda y al día siguiente, después del examen volvimos a casa. Saqué sobresaliente en el examen y el gobierno me concedió una beca ya que mis padres no podían costearme los estudios. Se notaban en sus caras los orgullosos que estaban de mi.

El final de la guerra, que para la mayoría de la gente debió ser un alivio, para mí significó perder la oportunidad de seguir estudios porque me quitaron la beca y a partir de entonces me puse a trabajar en lo que daba el tiempo, en la tierra y en el molino. El trabajo del campo era muy duro porque no había tractores ni máquinas para hacer las faenas. Entonces las mujeres para trabajar nos protegíamos mucho del sol con blusas de manga larga, pañuelos y sombreros. No existían las cremas protectoras ni el dinero para gastarlo en ellas, y la moda era tener la piel blanca y sonrosada. Los únicos cosméticos que en contadas ocasiones usaban las mujeres eran alguna crema que servía para todo y polvos para la cara. El pintarse los ojos y los labios rojos se consideraba escandaloso, propio de mujeres de vida alegre. Y, cuando salíamos de paseo las jóvenes, si alguna amiga tenía una barra de labios, nos pintábamos con suavidad y después nos quitábamos un poco para que no se notara.

He dicho antes que el final de la guerra fue un alivio para muchos pero no lo fue para todos porque entonces empezó la persecución y la represión a los que se consideraban enemigos del régimen de Franco. Muchos de los republicanos que tenían alguna causa judicial grave pendiente, otros que estaban condenados a muerte o habían huido de las cárceles no les quedó otra solución que huir al monte. Eran los llamados emboscados, maquis, guerrilleros, huidos, “los del monte” que con la llegada del nuevo régimen no tenían cabida en la sociedad. Pero el monte era duro, frío y sin alimentos y tenían que aprovechar la noche para bajar a los cortijos y molinos con el fin de conseguir alimentos. Todo esto causaba estupor y miedo en sus moradores, ello unido a la amenaza de la guardia civil si no denunciaban los hechos, acusándolos de complicidad con los rebeldes, aunque en verdad sólo eran víctimas de sus saqueos, más o menos forzosos.

Una noche se presentaron seis de los emboscados en un molino de Almanzora fingiendo que eran de la fiscalía de tasas del SNT. Para evitar que el dueño llamara a la Guardia Civil, de los seis que iban, tres se quedaron en la calle vigilando cualquier anomalía mientras los otros comían lo que les había servido la señora del molinero. Por supuesto también tuvieron que darles alimentos para los que habían quedado vigilando. Estos episodios eran un peligro no sólo para los maquis, también para los dueños de los cortijos porque se suponía que debían denunciarlos. Si no lo hacían incurrían en un delito y si lo hacían podían esperar las represalias de los emboscados. Y las hubo, algunas sangrientas hasta que el régimen acabó con ellos sin darles tregua. Muchos murieron en el monte, otros en las cárceles y unos pocos afortunados pudieron escapar por algún puerto en dirección a África, América y sobre todo a Francia.

Tenía 19 años cuando me casé con vuestro padre, en 1943. Nuestra boda fue muy diferente a las bodas de ahora: en primer lugar tuvimos que ir a Cantoria porque la iglesia de Almanzora había quedado destrozada de la guerra y no había entonces ni pila bautismal. Poco a poco los vecinos fueron dando donativos para ir reconstruyéndola. Como decía, fuimos andando hasta la iglesia de Cantoria y sólo cuatro personas, los padrinos y nosotros dos. El cura nos echó la bendición y nos dijo que debíamos estar juntos hasta que la muerte nos separe y así ha sido, sólo ella pudo separarnos, hemos vivido 68 años de felicidad juntos, luchando y cuidándonos el uno al otro. Como os decía no hubo celebración pero no por ello nos faltó la ilusión porque nos queríamos y deseábamos estar juntos para siempre. Pienso que, sobre todo vuestro padre, debía tener mucha gana de fundar una familia y vivir en paz pues había sufrido mucho en la guerra ya que había estado tres años en varios frentes, sobre todo en el de Teruel. Me contaba que los llevaban de un frente a otro en vagones de transportar animales, que pasaban muchas calamidades, frío, hambre, miedo, angustia, sufrimiento al ver a otros jóvenes heridos y muertos a su lado, meses sin noticias de la familia… Después fue hecho prisionero y pasó un tiempo en un campo de concentración pasando hambre y miseria hasta que terminó la guerra y pudo volver a su tierra.

Al cabo de un año aproximadamente de la boda nació mi primer hijo. Entonces, durante los embarazos, las mujeres no nos hacíamos revisiones médicas, ni sabíamos el sexo del bebé hasta que venía al mundo. Muchas mujeres morían en el parto porque no eran asistidas por médicos sino que daban a luz en las casas con la ayuda de mujeres que entendían pero que no tenían conocimientos ni medios de solucionar cualquier problema que se presentara. También muchos bebés morían o se criaban enfermizos por la escasez de alimentos. Por eso casi todas las familias eran numerosas y se consideraba que la mayor riqueza de una familia eran los hijos para asegurarse la asistencia en la vejez ya que no había subsidios de ninguna clase, ni asistencia médica como ahora.

Como no había carricoches siempre llevábamos tomados a los niños tanto si había que ir a Cantoria a bautizarlos como a cualquier otro sitio. Tampoco tenían juguetes pero avivaban su ingenio mucho más que ahora y se hacían pelotas y muñecas de trapo, coches con latas de conservas o con palas chumbas, caballos de caña, espadas o pistolas de cualquier cosa, etc. Las niñas jugábamos a las prendas, a las casicas con tiestos, saltábamos a la comba con una cuerda, jugábamos a la rayuela pintando en el suelo los cuadros y a la rueda mientras cantábamos canciones… Los niños cogían nidos, unos y otras jugábamos al escondite, en el verano nos bañábamos en el río y en todas las épocas del año ayudábamos a nuestros padres.

Para lavar la ropa teníamos que ir andando con la ropa a cuestas hasta el lavadero. Hasta el año 1959 no tuvimos luz eléctrica en Almanzora, estando en ese tiempo de alcalde don Cristino. A partir de esa época se empezó a notar la mejoría de la vida, con muy buena luz en todas las casas y teniendo la posibilidad de comprar máquinas que nos hacían más fácil el trabajo, como sacar agua de los pozos, planchar, lavar, disfrutar de las bebidas frescas en verano, congelar los alimentos para mantenerlos en perfectas condiciones hasta ser aprovechados y consumidos. Cuando nacieron mis tres hijos menores ya había más adelantos y pudieron disfrutar de cochecito para pasear, algunos juguetes y otras muchas cosas.

Por esa fecha y gracias a la llegada de la luz, pudimos montar la panadería con maquinaria moderna, que nos ha servido para trabajar toda la familia y poder vivir dignamente sin tener que emigrar al extranjero como muchas personas de la comarca que debieron de alejarse de los suyos para ir a Alemania, Suiza, Francia y Argentina mayormente. A partir de entonces he trabajado en la panadería familiar hasta 1993 en que me jubilé y ahora estoy disfrutando de mi merecido descanso junto a los míos.

Gracias a la panadería hemos podido criar a nuestros seis hijos, cuatro mujeres y dos hombres, los cuales además de ayudar en la empresa familiar también hacían labores del campo como recoger la oliva, sembrar patatas, habas y demás productos de la huerta que nos sobraban para abastecer nuestra casa. También por esas fechas se establecieron varias tiendas de comestibles en Almanzora y se empezaron a ver los primeros coches que principalmente se utilizaron para llevar gente a los médicos, a las ferias, a los mercados… Apareció la electricidad, y con ella surgieron inventos como la televisión, que supuso un gran cambio en la vida de las familias, los aparatos de radio, etc.

El día 15 de marzo de 1973 pusieron el agua corriente en las casas de Almanzora, hasta ese año nos servíamos de los pozos que teníamos en las casas y para poder lavar íbamos al Lavador del Olmo. Para beber, unas veces el jefe de estación nos daba de la que venía de Tíjola (esto estaba prohibido por RENFE), y otras íbamos con los cántaros en las caballerías al pozo del Arroyo, a la poza del Abogado, a la poza de Julio Cazorla y al pozo de los Montesinos. El tener el agua en las casas nos ha traído mucha comodidad y ahorro de trabajo.

En nuestras vidas ha estado muy presente el tren, este ha circulado por estas vías más de 90 años. Tengo que confesar que para mí es una pena pensar que el tren ya no pasa por estas tierras porque desde que nací, lo he visto como algo que formaba parte de nuestro paisaje y además mi familia ha estado ligada a él por el trabajo.

Los primeros trenes que conocí fueron los que funcionaban con vapor de agua que se calentaba con carbón vegetal y eran conducidos por un maquinista y un fogonero que se encargaba de echar carbón con una pala a la lumbre para que el agua de la caldera fuera siempre hirviendo y así poder arrastrar los vagones cargados de pasajeros y de mercancías. Circulaban varios trenes: el que llamábamos el correo de abajo y el de arriba que transportaba el personal, la correspondencia y los periódicos; otros dos trenes diarios que transportaban el mineral de hierro de Serón hasta el embarcadero del Hornillo en Águilas donde se embarcaba hacia el extrangero; por las mañanas, muy temprano, pasaba El Periquito en el que íbamos hasta Lorca, y por la tarde regresaba; en el verano ponía la Renfe un tren que le llamaban El tren de la Rebaja para que la gente de la comarca pudiera ir a Águilas a bañarse en la playa y volver por la tarde; de vez en cuando venía el tren del Economato que traía comestibles más económicos que en las demás tiendas para que se abastecieran solamente los ferroviarios; y también, a últimos de mes venía el tren del pago que paraba en todas las estaciones para pagar a sus empleados; pasaba a diario un mercancías que transportaba principalmente el esparto de estas sierras para llevarlo a las fábricas de Águilas donde después de remojarlo para que estuviera más suave lo exportaban para la fabricación de tejidos. El esparto que no se mandaba a las fábricas se utilizaba para la fabricación artesanal de utensilios para la agricultura como espuertas, capazos, cestas, aguaderas, esparteñas, sogas, atarres, etc.; por último, en los años sesenta pusieron otro tren de más lujo y comodidad, llamado Automotor, que no paraba en todas las estaciones, por lo que era más rápido. Todos los trenes tenían sus horarios establecidos menos durante la guerra en que pasaban a cualquier hora del día o de la noche trenes cargados de municiones para los frentes o bien de soldados o heridos que llevaban a los hospitales.

A partir de los años setenta fueron quitando servicios hasta que en el 1984 dejaron todos de pasar. Esto ha ocurrido porque ya todo el mundo disponía de coche para sus desplazamientos y había camiones para las mercancías que resultaban más cómodos pues llegaban hasta las puertas de las casas y poco a poco el ferrocarril dejó de ser rentable. 

Durante los durísimos años de penuria de la posguerra el ferrocarril fue el escenario y la vía principal de los negocios de contrabando. Era una ocupación llena de riesgos porque el estraperlo estaba prohibido, pero había tanta necesidad que las gentes se exponían aún con peligro de su propia vida ya que los que no encontraban escondite para sus mercancías dentro de los vagones, se subían a los techos de los trenes y corrían por encima como si hubieran estado en tierra. A más de uno le costó la vida por presentársele de improviso un túnel. Eran innumerables los trucos de que se servían para camuflar las mercancías desde cestas con doble fondo, falsas jorobas, simulacros de embarazos, fajas rellenas, muñecos de trapo simulando niños, todo ello relleno de azúcar, tabaco y otros productos. Todavía recuerdo el caso de una señora viuda de guerra, que llegaba en el tren disfrazada de embarazada y en una casa particular se desprendía del bulto que llevaba en el vientre, se caracterizada de otra mujer completamente distinta. Alguno se atrevió a llenar un ataúd acompañado de varias personas de luto como si fueran los dolientes.

Bueno, hijos míos, ya os he contado algunos de mis recuerdos y, como el resto de mi vida lo he pasado cerca de vosotros, no es necesario que lo ponga por escrito. Sabéis de sobra que he sido una mujer trabajadora, que me he desvivido por mi familia, que he intentado ayudar a otras muchas personas en lo que he podido y que lo que más deseo en este mundo es ver a todos los que amo unidos como una piña por el amor y el respeto mutuos. Ahora no echo de menos nada, sólo añoro al que fue mi compañero, el hombre que quise, el padre de mis hijos. Pero he tenido el amor de mi marido, de mis hijos y del resto de mi familia. Ya os he contado cómo se frustró mi posibilidad de estudiar y quizás mi vida hubiera sido algo diferente, pero tampoco tanto, porque entonces casi la única salida para una mujer que estudiaba era hacerse maestra y tal vez no hubiera salido de esta tierra.

Sin embargo, vosotros, los jóvenes de ahora, tenéis el mundo entero al alcance de vuestra mano. Por eso os pido que seáis valientes, que aprovechéis el tiempo y las posibilidades que los adelantos de la civilización ponen a vuestros pies y, sobre todo, que hagáis todo lo posible por construir un mundo más justo y más fraternal pero sin cometer los errores que los que vivimos hace setenta años cometimos y sufrimos porque estoy segura de que esa transformación, esa mejora que todos deseamos, se puede hacer en paz y en democracia. 

Por medio de estas palabras que recogen algunos viejos recuerdos os envío mi amor, mi corazón y mis mejores deseos.

Dolores Oller. Colección: Familia Oller Oller.

Dolores con su marido y tres de sus hijas. Colección: Dolores Oller.

Boda de su hijo Francisco. Colección: Francisco Oller.

Panadería de Dolores. en la foto su marido Ramón, su hijo Francisco y su nieto Ramón. Colección: Francisco Oller.

Dos de los nietos de Dolores en la panadería de Martín. Colección: Dolores Oller.

Imagen de Dolores en el centro Guadalinfo de Cantoria el día de la presentación de la III Revista Piedra Yllora de la que ella ha sido colaboradora durante más de 10 años.Colección: Decarrillo.

Encarna Oller y su sobrino Ramón en la Feria de Cantoria. Colección: Francisco Oller.

Bibliografía

Palacio de Almanzora en los años 60 del pasado siglo. Colección: Francisco Oller