El Enterrador Asesino
El enterrador asesino. Por José A. Fernández Zapata
Un simple robo fue el detonante de un crimen que acabó de un disparo con la vida de un vecino de Purchena en una época en que la vida de un hombre apenas valía unas monedas. Tras meses de infructuosas y erróneas investigaciones, al final se dio con su asesino.
La fría y lluviosa noche del 13 de abril del año 1913 fue vilmente asesinado en Purchena el vecino de esta localidad Francisco Redondo Marín. Una pequeña y rudimentaria bala de revolver, disparada a corta distancia acabó con su vida en el acto. Un caso, que estuvo en las calles sin demasiadas explicaciones ante la opinión pública de toda la comarca y con numerosas incógnitas por resolver en el aire y que finalmente se despejaron al conocer que el móvil del asesinato fue únicamente el robo.
Más de nueve meses de interrogatorios, investigaciones de la Guardia Civil para localizar y detener a su verdadero asesino. Tras el crimen diversas pruebas circunstanciales provocaron la detención de diversos conocidos de la víctima aunque luego se comprobó que eran ajenos al asesinato, y que tras su paso por el cuartelillo fueron quedando en libertad, menos uno.
Nada más conocerse el crimen, la Guardia Civil de Albox centró sus investigaciones en el entorno y círculo de amigos que esa fatídica noche estuvieron con la víctima y que ofrecieron diversas versiones un tanto contradictorias respecto a lo que hicieron el día en que se produjeron los hechos.
Un mes después del asesinato fue detenido por la Guardia Civil, Antonio Peña, uno de los amigos del fallecido con una acentuada fama de juerguista, como supuesto autor del crimen. Aparentemente se cerraba “oficialmente” el caso ante la opinión pública.
Después de casi un año en la cárcel, Antonio fue puesto en libertad al quedar plenamente demostrado que esta persona no tuvo nada que ver con el crimen. Una situación injusta que le marcó para el resto de su vida, ya que la acusación se basó en simples indicios y conjeturas, pero sin la solidez de pruebas contundentes. Este hecho le marcó para toda la vida y fue el motivo por el que abandonó su pueblo para intentar rehacer su vida fuera de los comentarios y habladurías.
Pasado un tiempo, el asunto “Redondo” se reactivó de nuevo. Había muchas cosas que no le cuadraban a la Benemérita. Fue el 16 de enero de 1914, cuando el cabo comandante de puesto de la Guardia Civil de Albox, Ramón Aguado tuvo la confidencia de que en la vecina localidad de Huércal Overa, había un individuo que sabía algo del asunto y que podría aportar datos interesantes en el caso de la muerte de Francisco.
Tras entrevistarse en la afueras del pueblo con este individuo, al parecer un conocido delincuente de la zona, el cabo Aguado una vez valorada la nueva situación, decidió detener al enterrador del pueblo, Joaquín Muñoz Galera de 41 años de edad, y vecino de Cantoria, y a otro muchacho, Juan José Pérez, alias “El Casto” que vivía en unas cuevas en la zona del Barrio Alto de Albox. Precisamente en dicha cueva, la Guardia Civil, durante el registro, encontró escondido en una tinaja de vino ubicada en una falsa camarilla, un revólver idéntico al que fue utilizado en el crimen de Francisco Redondo Martín.
Con estas pruebas, la Guardia Civil fue tirando poco a poco del ovillo y dos días más tarde fueron detenidos en la localidad otros dos sujetos apodados “el Trabuco” y “el Cojo”, de 35 y 40 años de edad por su implicación en el asesinato. Con todos ellos ya entre rejas comenzaron los pertinentes y “hábiles” interrogatorios. El cabo Aguado, que en esas fechas tendría poco más de treinta años evidenció su gran profesionalidad en sus entrevistas con los detenidos.
Joaquín Muñoz “el Enterrador”, no aguantó mucho la presión y confesó pronto ser el autor del crimen. Según sus declaraciones, estuvo en la casa de la víctima la noche del crimen y después de beber juntos durante unas horas, cuando Francisco estaba medio dormido decidió robarle y al despertarse la victima le disparó a bocajarro huyendo de inmediato de la vivienda. Los otros tres individuos fueron también procesados y condenados como cómplices y encubridores ya que desde el primer momento se supo su amistad con Joaquín y las juergas que se corrieron con el dinero del botín.