Antonio Berbel Fernández el Sevillano

Notas Autobiográficas. In Memoriam

Preámbulo

Ahora, en el ocaso de mi vida, que por suerte ha sido larga, me dedico en mis largas horas de ocio a hacer balance de mi existencia. Con sus luces y sus sombras, puedo afirmar que he sido un privilegiado, incluso en mi niñez, que coincidió con la guerra y la posguerra y mientras gran parte de la población pasaba mucha escasez, gracias al comercio de mis padres nunca nos faltó sustento que echar al estómago, aunque si es verdad que había productos de primera necesidad que apenas se podían conseguir.

A veces me pesa mucho la vida y en esas horas bajas busco apoyo en mis creencias y valores. Como cristiano a veces noto un silencio hacia Dios, y es entonces cuando necesito aguante para no desfallecer.

Siempre he sabido dar al tiempo su verdadero e incalculable valor, ese que por ser como un regalo de la naturaleza los humanos no sabemos valorar, derrochándolo con facilidad. Solo pretendo mantener el lado lúdico de la vida porque no está mal sentirse un poco niño y así no perder la capacidad de soñar, de mirar adelante pensando que la vida tiene estupendos recuerdo que debemos saber valorar.

¿El porqué de mi tendencia a escritura? Porque creo que el recuerdo se escapa de la mente humana como el agua entre los dedos. Nuestra mente no está hecha para recordar fielmente; sino para quedarse solo con patrones del pasado. Los recuerdos adelgazan con el paso del tiempo y el olvido es una herramienta natural del cerebro.

Cuando algo te apasiona no existe nada que te frene, no hay problema capaz de detener su avance. Siempre me ha gustado la buena literatura, utilizándola de escudo contra aquellos “analfabetos” con poder y mando con apariencia de intelectual. Hasta he llegado a pensar que los libros debían despacharse en las farmacias como un simple antídoto contra el aburrimiento. La escritura y la lectura en sus distintas ramas tienen para mí la magia de alejarme los problemas y obsesiones que a veces invaden mi mente contra mi voluntad.

Como fuente creativa solo necesito hurgar en mi memoria y afloran vivencias dignas de ser escritas; En cierta ocasión dijo Proust que solo bastaba medio siglo de distancia para transformar los hechos en soledad y leyenda.

Considero que estamos viviendo en una sociedad espiritualmente yerma, socialmente desclasada y culturalmente en estado de coma profundo e irreversible, donde la verdad del hombre ha pasado a ser una frase digna de ocupar un museo de fósiles.

¿Quién me  podía vaticinar a mi allá por el año 1950 lo que me esperaba por ver, cuando yo monte mi primer artefacto tecnológico?; un simple aparato de radio alimentado con galena y un comprobador de válvulas, viviendo en aquellas fechas en una aldea sin corriente eléctrica, lo que me obligaba a calentar los soldadores para realizar las conexiones de conductores aplicándolo en una estufa de carbón. Es lo que había y por algún sitio había que comenzar. No pasó demasiado tiempo cuando ya tenía a mi cargo el mantenimiento, manejo y conservación de varios equipos proyectores cinematográficos de últimas generación en la localidad de Benamaurel y Castilléjar (Granada).

En uno de mis habituales paseos en el que suelo cruzar la plaza del Palacio de Almanzora, en uno de sus bancos, un viejo y conocido amigo al que los lugareños conocemos con el apelativo  de el Borlas, al saludarle y con acento argentino le digo –“¡Que hace vos por acá?”- respondiéndome acto seguido –“aquí me tienes sin pensar en lo de acá ni en lo de allá”.

Después, ya en mi estudio, me asomo por mi ventana que es como si fuera un mirador ya que no me entorpece la vista construcción alguna, diviso montañas cubiertas de tomillo, jara y romero. También avecillas que surcan los cielos de nuestro Valle. Sobre su ladera casas cortijos de blancura caleña y rasgos arabescos.  

Mi vista se detiene en ese viejo torreón que se divisa en el horizonte, conocido molino de Viento y que tan buenos recuerdos tengo de haber sido el lugar de muchos juegos infantiles. En esta misma montaña a unos doscientos metros, se divisan restos que bien pueden ser romanos o más recientes árabes. Un poco más a la derecha, una estrecha garganta entre dos cerros donde desemboca el arroyo de Albanchez al rio Almanzora, conocido como la Cerrá.

Ya relajado y extasiado con lo que la naturaleza me ofrece, empiezo a escribir…

Con mi mujer Carmen del Águila, fiel compañera de vida y mi mejor punto de apoyo.

Mi nacimiento

A punto de deshojar la última página de ese sempiterno almanaque de alguna marca comercial que desde tiempos inmemorables adornaba la encalada pared de la cocina, vine a este mundo y no precisamente de la manera más tranquila. Fue un 20 de diciembre de 1929, cuando toda la zona del Almanzora venía soportando varios días de fuertes tormentas, aumentando con ello los caudales del río Almanzora y el arroyo de Albanchez, tiempo impropio para cualquier salida que no fuese excepcionalmente necesaria.

En esta situación una valiente mujer en avanzado estado de gestación, comienza a notar sus primeras molestias, síntomas de que el fruto de su vientre desea venir a este mundo. Ni corta ni perezosa emprende un arriesgado viaje, sola y a la grupa de un robusto caballo, desde su casa en la cortijada de los Corellas hasta la de sus padres en la vecina localidad de Albox.

El cielo ennegrecido con constantes sonidos atronadores por las fuertes descargas eléctricas, que contrarrestaban la oscuridad del cielo, iluminaban todo el Valle del Almanzora. Su caballería, por instinto animal mostraba un gran nerviosismo, pero el valor y el deseo de ver nacer al calor de su familia a su segundo hijo, cegase a esta mujer con un oscuro velo, impidiéndole ver los peligros que se le avecinaban.

El único camino posible pasaba por atravesar el arroyo de Albanchez para llegar frente al río Almanzora y cruzarlo. La fuerte tormenta, unida al sonido de las rocas arrastradas por la fuerte corriente, hacían vibrar sus oídos. El caballo presiente el peligro e intenta retroceder pero la valiente jinete a golpe de fusta lo lanza a la corriente. Una multitud de personas que esperaban que llegase una gran crecida del río, contemplaron atónitos la escena. Empiezan a gritarle que retrocediera y volviera a su casa, pero quizás por el ruido de la corriente, la mujer no oyera aquellas voces y se lanzó a cruzarlo. Por suerte logra su objetivo y a pesar de que el miedo casi la paraliza, fue capaz de llegar al domicilio de sus padres ya entrada la noche. Ya más relajada y seca, se puso de parto, y así nací yo.

Nada más nacer observan que esta criatura tiene un pequeño lunar negro en el lado derecho de su frente, y alguien de los presentes comentó, que si en vez de ser un niño hubiese sido una niña, parecería una sevillana. A partir de ese momento fue mi abuela la que empezó a llamarme con el cariñoso apelativo de el Sevillano.

El Cortijo en los Corellas donde vivían mis padres cuando yo nací.

Casa de mis abuelos donde yo nací, junto al edificio del Ayuntamiento antiguo de Albox.

Infancia

Todavía recuerdo como si fuera ayer, las fugas al molino de Viento que planeamos los niños de mi época como si fueran una gran aventura, un viaje a un lugar paradisíaco. Desde allí que pequeña se veía Almanzora que se nos figuraba una una ciudad en miniatura. Allí solíamos ir por los meses de primavera o verano cuando las escuelas reducían su horario o estábamos en vacaciones. Esa sensación de bienestar estiraba las tardes hasta el infinito y después cuando el sol se ocultaba tras el monte de los Colorados y Badil, era el momento de volver. En su reducida explanada en torno a su antigua estructura, los niños jugábamos a las guerras entre moros y cristianos, al escondite, al pille, etc.

Otras de las excursiones que hacíamos de niños era bajar al río cuando su cauce llevaba agua, instalando un improvisado campamento, pasando casi todo el día. Y después a casita con toda nuestra indumentaria lista para depositarla en el cubo de la ropa sucia, y al día siguiente nuestra pobre madre a la acequia más próxima y a frotar y restregar. 

Yo recuerdo que disfruté tanto el día que me regalaron la primera bicicleta, como en el que me compré mi primer coche. O cuando al entrar al cine me compraba 50 céntimos de peseta de garbanzos tostados, cañamones o habas igualmente tostadas y al cine al gallinero, porque costaba la mitad del precio del de la sala.

No me perdonaría así mismo si finalizase narrando mis años de niñez y algo de mozalbete si no mencionase la gran amistad que me unía con todos los niños de mi entorno en aquellos años. En especial a Diego Cuenca Artero ya fallecido hace años. 

Molino de Viento del Púlpito en una de mis últimas visitas.

El recreo

Todos los días en el colegio disfrutábamos de media hora de recreo, salvo si nos castigaban, que solía ser a menudo. Como iba diciendo, nos solíamos guardar en nuestros bolsillos algún trozo de la tiza que usábamos para escribir en la pizarra, para trazar en el suelo de la calle unos dibujos rectangulares con distintas medidas, estas figura había que cruzarlas saltando con un solo pie y sin pisar ninguna raya, quedando eliminado aquel que tocase con pie en alguna de ellas, a este juego le llamábamos la Rayuela

Mi maestro, el poeta de las Pocicas Juan Berbel.

Los juegos y otras aficciones

Aquel grupo de niñas unidas por ambas manos que entonando alguna cancioncilla saltaban a la comba haciendo balancearse una cuerda y saltando de un lado a otros sin pisarla ni enredarse en ella. Un poco más lejos, otras jugaban a la rueda rueda. En una esquina uno se frotaba sus sangrantes rodillas porque su patín u otro artefacto similar de fabricación casera había fallado, dando con su cuerpo sobre los adoquines del suelo. Sobre la tierra algún niño jugando a las bolas intentando introducirla en un pequeño hoyo. Y merodeando algún jovenzuelo en bicicleta  a alguna muchacha por la que sentía afinidad.

Los más mayores solíamos jugar al Dopis, juego donde uno que había sido elegido al azar, se tenía que inclinar hasta tocar sus manos en el suelo donde anteriormente se trazaba una raya la que no se podía pisar al saltar, perdiendo quien lo hiciese y sustituyendo a quien hacía de potro para el salto de los otros niños. 

Entre tanto, siempre que llegaba la temporada de la cría de gusanos de seda, algún presumidillo aparecía con una caja de cartón donde tenía su preciada producción de seda, haciéndose el entendido en la materia, o más bien el azote de las hojas de las cercanas moreras.

Y no podemos terminar con esta sección sin hablar sobre las estampas, auténticos tesoros infantiles que custodiábamos como oro en paño. Sentados sobre la reducida baldosa que circunvalaba la plaza, los más pequeños intercambiaban sus cromos para poder completar su álbum del Guerrero del Antifaz o cualquier otro héroe, que solían venir en las tabletas de chocolate de la marca Nogueroles, y una vez que lo completabas, tenías derecho a algún juguete como los preciados balones de fútbol.

El codiciado álbum de cromos del Guerrero del Antifaz.

Nuestro idioma inventado

Todavía, cuando me encuentro con algún antiguo amigo de mi infancia, brota de mis labios alguna palabra de nuestra propia jerga, parte inventada y parte adoptada de los gitanos que visitaban Almanzora con frecuencia, buscando limosna o alimento debido a su precaria situación. Los amigos utilizábamos este lenguaje para decirnos algo sin que se enteraran los demás. Frases o palabras que carecían de sentido alguno al no derivar de ningún vocablo de nuestra lengua, pero que al emplearlas tan constantemente y en el mismo contexto adquirieron su propio sentido, pero lógicamente en nuestro infantil diccionario. Y como ejemplo:

Najate o piratelas, significaba que te marchases.

Achanta la muy, te estaban diciendo que te callases.

Esto es fetén, se entendía que aquello era bueno.

El coba esta lango significaba que esa persona estaba coja.

El coba tiene un ojo a la virule, aquello era que la persona tenía un ojo torcido.

La coba no diquela, significaba que a quien se refería no veía bien.

Visita de los niños requetés y falangistas de Cantoria a Almanzora, invitados por el maestro Juan Berbel. Colección: Lolina Linares

Y llegó la guerra

En el año 1935  mis padres se trasladan a vivir a la barriada de Almanzora cuando yo contaba con seis años de edad, matriculándome junto a mi hermano mayor en una escuela rural próxima. Ya por esas fechas se comenzaba a notar un enrarecimiento en el ambiente, un distanciamiento social. Todo eran murmuraciones entre los mayores, bajando la voz hasta el susurro cuando estábamos los críos cerca. Pero la picaresca infantil era superior, y por eso nos dimos cuenta que algo “gordo” se estaba fraguando en España. Pronto comenzó la Guerra Civil y entre otras cosas, la familia que ganaba su sustento con su trabajo y que estuviese un poco desahogada económicamente, entre los que se encontraban mis progenitores, se nos conceptuaba como fascistas y más tarde Franquistas. Por  esa razón se nos empezó a marginar y humillar en público por parte de los hijos de los mandamases  republicanos (conocidos como los rojos).

Yo que pertenezco a la generación de niños que vivió la guerra. Tan solo por haberla vivido en primera persona, puedo citar algunos de ellos ocurridos en aquella contienda y que impactaron en mi aniñada mente; Como aquella mañana  del día de  Reyes de 1937 cuando nada más amanecer me levanto de mi cama para ver que me habían traído los Reyes, creo recordar que era un triciclo, noté en el carácter de mis padres algo extraño. Pronto supe que en esa misma noche había caído una bomba en la Puerta de Purchena de Almería, siendo el epicentro el comercio el León, con terribles consecuencias humanas.

Sin ir más lejos, en Almanzora presencié escenas de lo más desagradables, como cuando los milicianos republicanos y algunos paisanos, asaltaban la entonces Capilla del Palacio de los Marqueses de Almanzora para saquearla, destruyendo todas las imágenes y ornamentos religiosos. Una vez “limpia” de todo estorbo, instalaron un depósito militar de intendencia para atender a los militares del frente rojo.

Vi a familias enteras en la estación abrazándose unos a otros con fuertes gritos despidiendo a algún familiar que marchaba para luchar en el frente Republicano. Y a sabiendas que seguramente sería la última vez que lo verían con vida.

Presencié la llegada y salida de trenes cargados de personas heridas en el frente. De estos heridos una parte venían destinados al Hospital Militar de Sangre ubicado en el antiguo Convento de Albox. El resto continuaban dirección Murcia sin que llegase a conocer nunca su destino. 

Aún perduran en mi memoria aquellas noches de primavera, cuando sentados en la puerta de la casa de mis padres tomando el fresco, veíamos a los aviones que nos sobrevolaban en dirección norte, lanzando bengalas multicolores que iluminaban una gran extensión de terreno. Al día siguiente recibíamos la noticia de que la localidad de Águilas había sido bombardeada. Esto sucedió en varias ocasiones.

Con el tiempo fue invitado a una conferencia que se celebraba en Águilas sobre los bombardeos de la Guerra, y en el  que era el principal ponente. Como curiosidad que nos causó una gran sorpresa, apareció por esas jornadas un antiguo piloto del ejército alemán que había participado en esos bombardeos. Nos contó todo lo sucedido con fechas, horas y el tipo de aviones que se emplearon. Un relato que nos estremeció y que quedará para la posteridad.

Volviendo a mi familia, mi padre una vez que su quinta es reclamada para incorporarse a los frentes de guerra del ejercito Republicano, marchó hasta el campamento de Viator. Pasó allí unos días en unas condiciones precarias y tratados como unos objetos de guerra y lo peor, esperando que en cualquier momento fuese enviado a algún frente de guerra donde morían como chinches. Su único hermano varón había muerto en un bombardeo en el frente de Teruel el día 6 de enero de 1937.

Una madrugada cuando toda la tropa dormía, mi padre y otros cuatro compañeros tomaron la arriesgada decisión de desertar. Después de cinco días andando siempre en la noche por senderos de la sierra, consiguió llegar hasta nuestra casa pudiendo reunirse con su familia, permaneciendo oculto hasta el final de la contienda.

No tardaron los agentes del Cuerpo de Carabineros (similar a la actual Guardia Civil)  en presentarse en mi casa para hacer el pertinente registro, comenzando por las habitaciones, cocina y el comedor. Cuando salieron al patio y fueron a entrar en el corral, un carnero que estábamos criando, envistió ferozmente al agente, y fue tal su susto, que salió por patas de allí, sin despedirse ni terminar de hacer el registro.

Quizás gracias a este animal mi padre salvó la vida. A pesar de que yo y mis hermanos éramos pequeños, supimos guardar el secreto durante dos años, bien aleccionados por mi madre.

Como he comentado anteriormente, a nosotros se nos colgó el sambenito de Fascistas, sufriendo por ello sus consecuencias, visitas continuadas para confiscar la mercancía de la tienda, de los graneros y la despensa. Boicoteando para que nadie del pueblo viniese a comprar, etc. Nadie pagó jamás un céntimo por la mercancía requisada, porque según decían, era para el frente rojo. De buena tinta sabíamos que se la repartieron entre los cuatro mandamases. El trato que recibimos por una parte de los milicianos que se hicieron el control de la aldea, nos hacía sentir culpables hasta por respirar, simplemente por haber nacido en una familia con una situación económica un poco mejor.

Antes de acabar la guerra, la república ya dio por perdida la contienda. Las tropas republicanas se vieron forzadas a abandonar su acuartelamiento en el Cuerpo de Intendencia Militar en el palacio de Almanzora, dejando todas las puertas abiertas. Las gentes de Almanzora no se atrevían a salir de sus casas con el miedo tan calado en los huesos, pero un grupo de niños, quizás porque no eran conscientes del peligro, entramos de madrugada y lo recorrimos todo, incluida la capilla donde estaba la oficina de las fuerzas militares y el gran almacén de alimentos situado en las caballerizas. Aquel grupo lo componíamos Rogelio Berbel Fernández, Colsino Blanco Ampudia, Enrique Sánchez Rubio, Alfonso Blanco Ampudia y yo.

Llegó el dia de la Victoria, aquel 2 de Abril de 1939 cuando nuestras calles y plazas aparecieron cubiertas de pequeñas octavillas con el siguiente comunicado:

Parte de Guerra correspondiente al uno de Abril de 1.939 Año triunfal. Estado mayor, sección de Oficial de operaciones. Parte l día de hoy cautivo y desarmado el ejército rojo han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La Guerra ha terminado.

Burgos 1 de 1,939, año de la victoria.

El Generalísimo Franco”.

Vistas de Almanzora desde la Cerrá.

La posguerra

Acabó la guerra y lo que vino después no fue mejor. Vestí el típico uniforme de Falange Española, compuesto por camisa azul, pantalón negro, calcetines blancos, zapatos negros y una boina color rojo, sobre el pecho el escudo de  falange con cinco flechas cruzadas sobre un yugo.

Yo tuve la “santa” obligación hasta 1946 de no faltar ni una sola vez, jueves y sábados a la plaza del palacio a las clases de instrucción militar, impuestas por la Ley Franquista. Había asistir vestido con el uniforme quienes lo teníamos, y en Almanzora eran tan sólo tres niños, mi hermano Rogelio, Enrique Sánchez Rubio y yo. A tan corta edad y vestido de uniforme con un pequeño fusil de juguete, asistíamos a la misa y en el preciso momento de alzar al Santísimo, teníamos que presentar armas, permaneciendo inmóvil durante el tiempo que durase el acto religioso. Quien nos obligaba era realmente el maestro que teníamos en aquellos años, don Juan Berbel García, gran persona pero más beato que Fray Leopoldo de Granada.

Puede que tal farándula hasta nos agradase a los niños de aquella época, ya que después de terminar la guerra, todos nuestros juegos giraban en quien mataba a más enemigos, ya por suerte imaginarios.

Hay escenas que nunca debería presenciar un infante, y esa época eran como el pan de cada día. Nunca podré borrar de mi mente las palizas cometidas por ciertos elementos de los cuerpos policiales a cualquier persona, ya fuera hombre, mujer o niño, sorprendidos con alimentos considerados como de estraperlo, tales como pan, aceite, harina, trigo, legumbres, etc. Palizas que podían dejarlos en el sitio o en una silla de ruedas de por vida.

Pero no todo fue negativo en aquellos duros años. El día 29 de Junio de 1943 aumentó la familia con el nacimiento de mi hermana Pepita, pasando de tres a cuatro hermanos.

Traje de niño falangista igual que el yo tenía que llevar.

Mi madre Ana María con mi hermana Pepita

La improvisada campana

De vez en cuando se escuchaban unos fuertes y extraños golpes provenientes de la antigua torre del palacio, y no era otra cosa que algún niño martillo en mano, no cesaba de golpear un trozo de raíl de las vías del ferrocarril para anunciar la misa u cualquier otro evento religioso. En ese momento todavía no se había repuesto la campana, pues en la guerra civil se lanzó desde el campanario hasta el suelo con el resultado que os podéis imaginar. Aquel sonido mezclado con nuestro griterío y el constante chirrido de los gorriones, generaban en nuestras mentes una especie de agradable música ambiental.

Palacio de Almanzora con el campanario en el lateral.

Restaurar la capilla

Los años iban pasando y la capilla del palacio seguía tal cual la habían dejado los militares. El estado apenas tenía dinero para obra pública y el obispado ni estaba ni se le esperaba. En esos años este edificio religioso todavía no era parroquia. En 1945 los jóvenes decidimos que había que hacer algo ante la impasividad institucional y establecimos un programa de actividades para recaudar fondos, bajo la dirección del maestro y poeta Juan Berbel y su hermana Jerónima. Entre ellas fue la de representar varias obras de teatro que ensayábamos en casa de Manuela Sánchez. Nos convertimos en improvisados actores y fue tal la aceptación, que poco a poco fuimos llenando la hucha.

Llegaron los carnavales y el mismo grupo de actores de los teatros formamos varias comparsas callejeras, recorriendo varios pueblos de la comarca, consiguiendo la nada despreciable cantidad de 2500 pesetas.

Iglesia de Almanzora en la actualidad

Programa teatral de Glorias de Andalucía.

Elenco de actrices que participaban en los teatros destinados a la recaudación de fondos para adecentar la capilla de palacio.

La Feria de Cantoria y Albox

Eran entre todas las fiestas anuales las más deseadas por la juventud de mi generación. La de Albox y la de Cantoria duraban más de una semana llenándose de gentes de toda clase y condición y de toda Andalucía. Eran días frenéticos para poder ver y participar en la cantidad de actividades de todo tipo, desde bien entrada la mañana hasta altas horas de la noche. Comenzábamos con la visita a la feria de ganado presenciando los tratos entre marchantes, por la tarde el gran mercadillo con gran variedad de productos venidos de muchas partes del país. Por las noches los bailes y verbenas, donde nos faltaban horas y casi siempre dinero.

Tuve la gran suerte de presenciar los mejores espectáculos de aquellos años en todas sus modalidades y categorías, unas veces acompañado a mi progenitor como tratante de caballerías y en otras como un joven más con mi pandilla de amigos.

En esta imagen en la feria de Cantoria de 1947 con mi amigo Evaristo el Curro.

San Idelfonso y la Asunción

El 23 de enero, día de nuestro patrón San Ildefonso o el 15 de agosto, en la Asunción, tan pronto como amanecía nos dirigíamos dirección a Cantoria para divisar la tan deseada llegada del turronero. Que alegría cuando veíamos aparecer sus dos caballerías (dos asnos o burras) cargadas con dos grandes arquillas de madera en cuyo interior portaba sus deliciosos turrones, dulces y otras golosinas. Manjares que en mis ratos de ensoñación parezco saborear de nuevo, dándome momentos efímeros de felicidad. Sobre el lomo de una de estas bestias, Julio el Viejo, como cariñosamente se le conocía. Tan pronto llegaba a la plaza de Almanzora e instalaba su puesto, se escuchaba el estampido del primer cohete anunciando el comienzo de fiestas.

Otra imagen parecida a la anterior era la del fotógrafo de la Rambla de Oria que llegaba por la carretera de Albox. Con una larga bata blanca y lomos de su mula, un raro artefacto con un trípode de madera, un gran lienzo pintado representando cualquier paisaje idílico, un arcón lleno de trajes de lunares típicos sevillanos, monteras de torear y hasta los utensilios para estoquear al astado. Todo ello para atraer a la clientela a hacerse una foto como es el caso de la fotografía que adjunto, donde por la parte delantera efectivamente da la impresión de que estoy desafiando a un toro, pero si ponemos un poco de atención veremos que el fondo es un barco.

En la procesiones, al ritmo del sonido de los cohetes recorriendo las calles, los niños competíamos a ver quién era capaz de coger más varillas que caían al suelo cuando explotaban los artefactos pirotécnicos, con el riesgo de mancharnos nuestras ropas de fiesta, que eso si era una tragedia.

Foto realizada en 1947 en el puesto del fotógrafo de la Rambla de Oria, que se instaba en la plaza de palacio en las fiestas de San Idelfonso.

Después de la guerra, los oficios religiosos en la festividad de los patronos, se hacían en el patio de armas de palacio, siendo la escalinata el improvisado altar. Colección: Ana María Riquelme

Los giros de la vida

Cuando parecía que nos estábamos recuperando de las consecuencias de la guerra, y en mi casa respirábamos cierta tranquilidad, el destino nos preparó una terrible jugada que marcaría a mi familia para siempre.

Ocurrió un 3 de abril de 1948 ya avanzada la noche, cuando ya estábamos durmiendo, cuando escuchamos unos golpes en la puerta. Mi padre se levanta acelerado, pregunta quién es y al conocer la voz, abre. Lo hace pasar al comedor y toman asiento. Acto seguido el interlocutor comienza a exponer el motivo de su visita – “mira Rogelio yo vengo porque me he enterado que has comprado el cortijo y la finca del tío Francisco el Conejo en la Casicas, y quiero que sepas que esa propiedad no es para ti porque tengo bancales que lindan con ella y eso me da pleno derecho para adquirirla”.

Después de una conversación larga y a veces subida de tono por parte del señor Riquelme, que era nombre del visitante, este se despide con un “hasta pronto” amenazante y mi padre regresa a su dormitorio, sabiendo que el dinero de la venta ya estaba dado y las escrituras en proceso. Y aunque se quedó durmiendo al poco de acostarse, el estado de nervios, el susto y la digestión le produjeron una fuerte peritonitis, y aunque se tomaron todas las medidas y aplicaron las medicinas que había como la penicilina, resultó inútil. Mi padre falleció a los cinco días de aquel suceso cuando contaba con 45 años de edad. Mi madre no le quedó mas remedio que coger las riendas de la familia y los negocios con una rectitud y serenidad encomiable. En ese momento yo contaba con 18 años, mi hermano Rogelio 22, Manuel 12 y Pepita 5.

Aunque duela, la vida continúa y en mi caso aceleró muchas cosas. De entre todo lo malo de aquel momento, me quedo con las enseñanzas que nos dejó y como aprendimos a valorar a los que nos quedaban para poder avanzar en nuestras vidas.

Yo pasé en pocos días de ser un joven con pocas preocupaciones a un hombre que debía buscarse la vida y labrarse un futuro. Decidí, con mi amigo Pedro Alonso Sánchez, comprar a medias un camión para dar portes, incluso de personas los baños en las playas de Garrucha y Terreros y a las romerías de septiembre de la zona.

Entierro de mi padre en 1948. En esta imágen el féretro por la calle del muro de Albox.

Y llegó Carmen...

El 9 de septiembre de 1949 conocí a la persona que me ayudaría a comprender que cuando más cerca estas del abismo, más y más clara es la nueva senda que te ofrece tu destino. Carmen contaba con 15 años cuando nos conocimos gracias a un gran amigo mío que era familiar suyo. Su belleza serena, sencillez, saber estar, me cautivó desde el primer momento y algo me diría que unos lazos invisibles pero más fuertes que el propio acero, me unirían a ella el resto de mis días.

Carmen era natural de Benamaurel y se encontraba en Albox de vacaciones en casa de una hermana de su padre junto a sus primos. Una cosa llevó a la otra y lo que iba a ser una corta estancia de varios días, se alargó más de tres meses, hasta bien entrado diciembre.

El día 4 de enero de 1950 me dispongo a conocer a la familia de mi novia, ya prometida, en su pueblo. Viajo a Baza en tren y de allí a mi destino en el coche de línea conocido como Los Simones. A mi llegada me estaba esperando mi futuro cuñado Pedro, que de inmediato me llevó a casa de mis suegros. Esa y las posteriores estancias en esta localidad fui atendido estupendamente por sus familiares y amigos, atesorando grandes recuerdos llenos de afecto y cariño.

Y si contamos con anécdotas, puedo resaltar que yo era un joven atípico, pues no bebía ni fumaba y eso a sus amigos les causó desconcierto, sospechando que podía ser gay y así se lo transmitieron a Carmen, aunque estos rumores no tuvieron mucho recorrido al carecer de fundamento.

Y llegó el temido servicio militar, destinándome a Bilbao y a pesar de las reticencias iniciales por el frío que hacía allí, sin embargo me encontré cómodo e hice muchas y muy buenas amistades.

Durante la mili pude visitar a mi novia y a mi familia sólo en un par de ocasiones, pero una vez finalizada, continuamos viéndonos con regularidad hasta el 8 de marzo de 1953 en que nos casamos. Fue en la mayor intimidad en la Iglesia de Cantoria acompañándonos mi madre, mi hermano Rogelio y los amigos de la familia Casto Sánchez Valero y Pedro Liria Rodríguez.

Carmen del Águila, compañera de viaje y de vida de Antonio al poco de conocerse.

Una de cal y otra de arena

Cumpliéndose el dicho “la dicha nunca es buena”, a poco más de una año de mi enlace, mi madre fallece el 11 de agosto de 1956 a los 46 años de edad en su casa de Almanzora, como consecuencia de una embolia en su pierna izquierda, al haber sido operada días antes en el hospital de Granada de un tumor en la matriz y enviarla a su casa sin respetar los días postoperatorios necesarios.

El día de mi boda en Cantoria donde podemos ver a mi madre de riguroso luto. Nos acompañan también mi hermano Rogelio y los amigos Casto Sánchez Valero y Pedro Liria Rodríguez.

Y llegó mi familia

Después de casado nos instalamos en una humilde vivienda de alquiler en Almanzora conocida como la casa de la Barbera. Allí instalamos nuestro flamante dormitorio, fabricado en nogal con preciosos detalles tallados, regalo de bodas de mi madre. Esta pieza quizás valía más que toda la casa junta. Allí solo acudíamos para dormir porque el resto del día, lo pasábamos en casa de mi progenitora ayudándola en su negocio. En esta casa solo permanecimos poco más de un año, transándonos a vivir a Benamaurel, donde igualmente vivimos por un corto espacio de tiempo en una casa alquilada y tiempo después terminamos de acondicionar una casa cueva que mis suegros tenían en su finca conocida como la Sacristía. Dinero que pagamos con el importe recibido por la venta de unos terrenos heredados de mis padres. En esta vivienda permanecimos hasta nuestro definitivo regreso a Almanzora.

En los primeros días de marzo de 1954 cuando todavía vivamos en Almanzora, mi esposa  se traslada a casa de sus padres en Benamaurel donde el 19 de ese mismo mes nació nuestro  primer hijo al que ponemos de nombre Rogelio, en recuerdo póstumo de mi padre.

Nuestro segundo hijo nace el 1 de octubre de 1956 en Benamaurel le ponemos de nombre Pedro como su abuelo materno.

Nuestra única hija nació el 18 de diciembre de 1961 en Almanzora, le ponemos de nombre Ana María en recuerdo de mi madre. Posteriormente Carmen tuvo que sufrir un doloroso aborto que puso en peligro su vida, haciendo necesario su ingreso en el hospital de Águilas por una hemorragia interna.  

La casa conocida como la de la Barbera, nuestra primera vivienda de alquiler en Almanzora.

Benamaurel

De todo hubo, bueno y malo, sorpresas y sustos, como el que aconteció en septiembre de 1957, que me empecé a sentir mal, perdiendo poco a poco toda la energía, con fuertes dolores de cabeza que se hacían inaguantables. Mi esposa trae a mi casa al médico don Gaspar Castillo y tras hacerme una completa revisión, le pide la silla más fuerte que hubiera en casa, además de una palangana grande. Me sentaron y con la ayuda de una vecina me sujetaron para que no me moviera. El facultativo introduce una larga y gruesa aguja por mi espina dorsal fluyendo al momento una gran cantidad de líquido rojizo. El dolor al principio era insoportable, pero rápidamente actuó de sedante, sintiendo un placentero sueño. Me acuestan en la cama donde estuve 24 horas durmiendo y porque me despertó Carmen. Mi estado era muy débil pero ya no tenía dolor ninguno.

Por esas fechas estaba esperando a que me llamasen para incorporarme a trabajar como técnico encargado en el tendido de líneas eléctricas, montaje de transformadores y demás requisitos en la electrificación de Almanzora y barriadas limítrofes. Y como así sucedió, y aunque débil, me trasladé a mi pueblo donde me alojé en casa de mi hermano Rogelio y con los cuidados de mi cuñada Magdalena que hasta mató varias gallinas para hacer caldo, me fui reponiendo poco a poco de la anemia que me había originado la enfermedad, y comenzar mi trabajo con normalidad.  

Y no ganando para sustos, dos años después ocurrió otro hecho que a por poco no cuento. Al levantarme una mañana, me dirijo al corral y al pisar con mi pie derecho sobre la maleza que cubría el suelo, noto un fuerte dolor como consecuencia de un pinchazo en mi talón. Llamo a mi esposa para que me lo revise ya que mi vista no alcanzaba, y con todo su cuidado, me desinfecta la herida y me lo cubre con una tirita. Las horas pasan y el dolor y la fiebre seguían aumentando. Aquella tarde se celebraba la procesión del patrón San León por las principales calles del pueblo, y en determinado punto del recorrido se había instalado una pequeña tribuna donde se encontraban las autoridades e invitados, entre estos últimos estábamos mi esposa y yo. Mi estado no paraba de empeorar, lo que hizo que Carmen recurriera al médico y al practicante que también estaban en dicha tribuna. Al reconocerme, dijeron que tenía el Tétano y que si no se actuaba con rapidez, mi vida peligraba. El destino quiso que el practicante llevase en su maletín una inyección con el antídoto, salvándome la vida por segunda vez en tan corto periodo de tiempo.  

Los primeros años en esa localidad me dediqué a varios oficios, desde a la compra a por mayor de alcaparra por el día, y al caer la tarde, como operador cinematográfico en los cines  Benamaurel y Castilléjar.

En esta última localidad era yo la única persona capacitada para hacer funcionar a la máquina y demás componentes, y por razón al día siguiente de enterrar a mi madre me tuve que marchar urgente para proyectar la sesión de cine nocturna.

Fiestas de San León en Benamaurel.

Fachada e interior del Cinema Camacho de Benamaurel en la actualidad, donde Antonio fue Operador de Cine. Colección: Decarrillo

De vuelta a Almanzora

Al poco de establecerme de nuevo en Almanzora, realice un curso nocturno de larga duración y con ello y previo examen en la Escuela de Maestría Industrial de Almería, adquirí el título de Maestro Industrial como técnico en electricidad especializado en montajes e instalaciones en alta y baja tensión. Con ello mejoraron mis ingresos y el nivel de vida de mi familia; lo que nos permitió a mi esposa y a mí dar estudios a nuestros tres hijos y vivir con cierto desahogo.

En Almanzora, continué dedicándome al mantenimiento de la red eléctrica, no sin pasar por el trance que algún que otro percance, como me ocurrió en el transformador de los Segovias, que se vio envuelto en fuertes llamaradas como consecuencia de un cierre en una línea de alta tensión de 25.000 voltios. Otras muchas eran por imprudencia o desconocimiento de los técnicos que enviaba la empresa eléctrica y que por las prisas y despistes, pues ocurría lo que ocurría.

Este trabajo lo compaginaba con otros negocios, como el de comprar y vender fincas y solares, vender a comisión diversos artículos especializados (material eléctrico en todas sus modalidades, aparatos de radio, televisores, motocicletas de pequeña cilindrada, motocultores, motores y grupos motobomba para elevación de agua, etc.).

Siempre que he vivido en Almanzora, lo he hecho en las cercanías de la Estación. 

Carmen y yo en la inauguración de la restauración de la estación de ferrocarril en 2018. Colección: Decarrillo

Las Bodas de Plata

Los hijos iban creciendo, y casi sin darnos cuenta ya estaban trabajando o terminando sus estudios. Mi hijo Rogelio ya estaba en Ávila ejerciendo como enfermero, Pedro estaba en Murcia preparándose unos exámenes y Ana María estaba estudiando en Granada. Este quizás fuera el motivo por el que eligiésemos esa ciudad para celebrar las bodas de plata.

La comida la celebramos en el restaurante del Corte Inglés y a ella nos acompañaron Isabel Bonillo, novia de mi hijo Rogelio, Mari Carmen Cantos, compañera de estudios de Isabel y mi hija Ana María. Como recuerdo conmemorativo nos entregaron una estupenda bandeja de acero inoxidable con la fecha de la celebración grabada en el centro de su fondo.

Fin de una etapa

Cuando ya me hallaba a punto de cumplir los sesenta y cinco años de edad y sabiendo que me tenía que jubilar, me encontraba en la tesitura de que tenía contratado desde hacía muchos años a un técnico especialista. Su despido hubiera ocasionado un doble problema, a él que se quedaría en el paro y a mí me hubiera costado una elevada indemnización. La solución vino montando a medias un moderno bazar para la venta de material eléctrico y aparatos de iluminación decorativa de última generación, funcionando muy bien muchos años.

La Jubilación

Nuevos retos, nuevas apuestas para pasar el tiempo, porque si una cosa se, es no estar parado, siendo la escritura uno de los que más satisfacciones me han dado. Llega la hora de plasmar en papel todas aquellas vivencias de mi larga vida, al igual que otros temas que siempre me han interesado y que sólo los tenía en mi mente. Bolígrafo en mano primero y un ordenador después me pongo manos a la obra. Y nunca mejor dicho, porque uno de los momentos más entrañables de esta nueva etapa, fue la presentación de mi libro “Estraperlo y Emboscados, Herencia de una Guerra”. Anteriormente había colaborado con diferentes artículos para el libro de fiestas de la Feria de Albox y las Fiestas de la Loma, para la revista de Cantoria Piedra Yllora y el Arriero de Albox. Para esa obra fueron más de mil kilómetros buscando testimonios junto con mi mujer Carmen, conociendo de primera mano a muchos de los protagonistas de los hechos narrados.

Otra de mis aficiones es el modelismo, en el que fui construyendo poco a poco una gran maqueta del ferrocarril en una habitación de mi casa, con detalles en miniatura de la línea férrea Lorca-Baza-Águilas y elementos característicos de mi Valle. Con el tiempo fue complementando con otras piezas antiguas e históricas, hasta hacer un pequeño museo que he tenido el honor de mostrar en muchas ocasiones cuando se me ha solicitado.

En mi pequeño museo

Portada de mi libro "El Estraperlo y los Emboscados"

Las Bodas de Oro

Lo que nunca podía pensar es que llegásemos en tan buen estado de salud a celebrar las bodas de oro. Fue el 2 de marzo de 2003 y esta vez sí pudimos estar rodeados de todos nuestros hijos y nietos.

en esta imagen con mis hijos en las bodas de oro.

Un susto que pudo ser trágico

El 16 de Julio del 2016 se estaba celebrando en Almanzora la Noche en Blanco, y como es normal me dirigí hasta la plaza de Almanzora donde se celebraba el evento. Allí estuve poco tiempo y de regreso a casa unos vecinos me invitan a que me sentase para charlar un rato. En este espacio de tiempo mi esposa Carmen se había salido al porche de nuestra vivienda para tomar el fresco.

Apenas transcurrida media hora suena mi teléfono móvil y al descolgar, la voz de mi esposa en gran estado de nervios, me dice que mache para la casa porque nos están robando y destrozándolo todo. No más de tres minutos fueron necesarios para que yo llegase.

Me encontré a mi mujer dentro de la vivienda muy agitada, de verlo todo revuelto y con algunos destrozos, aparte de lo robado que eran muchas cosas de gran valor sentimental. Esto le produjo una gran bajada de defensas, precisando su ingreso en el hospital de Huércal Overa, donde estuvo más de una semana incomunicada. A los pocos días de darle el alta, y todavía muy debilitada, se resbala en el plato de ducha ocasionándole una fractura en una vértebra, incidente que le obliga a asistir durante un corto espacio de tiempo a un centro de rehabilitación en Albox.

Mi casa situada justo enfrente de la estación de ferrocarril.

Ofrecimiento

Frente a tan dura adversidad y como fiel creyente y practicante de la fe cristiana, ruego a la Santísima Virgen del Carmen que el día en que mi esposa Carmen recupere su estado de salud, mis hijos y yo donaríamos a la Iglesia Parroquial de Almanzora un gran lienzo de la Virgen del Carmen.

Promesa que pudimos cumplir el 15 de Octubre de 2017, asistiendo al acto de entrega junto a mis tres hijos. Después lo celebraríamos en el Mesón de Irene.

Donación de este cuadro de la Virgen del Carmen a la iglesia de Almanzora, como ofrenda por la promesa realizada por la recuperación de mi mujer.

Despedida

Cuando escuchaba el dicho de que “La vida  es un suspiro” no le solía hacer mucho caso. Pero cuando ahora cuando contemplo mi rostro en el espejo pienso que tan grande verdad es. Parece que fue ayer cuando celebramos las bodas de Plata, y al poco las de Oro, y en ese trayecto nuestros hijos formando cada uno a su familia que es la nuestra.

Es cierto que ya a nuestra casa no acuden aquellas personas que tan habitualmente concurrían para acompañarnos en nuestras reuniones familiares, y en mi recuerdo siempre mi hermano Rogelio, casi 88 años compartiendo nuestras vidas, primero viviendo en casa de nuestros padres y luego de vecinos puerta con puerta.

Es ley de vida, como lo es el que nuevos miembros lleguen con fuerza, dando con su sola presencia esperanza y felicidad. Hijos, nietos y hasta biznietos llenan ahora nuestra mesa de color y esperanza. Son distintas generaciones con sus anhelos e ilusiones y nosotros, los mayores, de mediadores entre todos, cimentando día a día los pilares de la familia hasta que le llegue el relevo a la siguiente generación.

Mi hermano Rogelio Berbel, un gran apoyo durante toda mi vida hasta que falleció en 2017 a los 91 años de edad.

A la memoria de mis padres

Temprano levanto la muerte vuestro vuelo

temprano oscureció la madrugada

temprano os sepulto el frío suelo.

No os perdono la muerte de vos enamorada

no os perdono la vida desatada

no perdono la juventud ni a la tierra amada.

Cuantas veces he ojeado, en una noche estrellada

y fijo en algún lucero, he visto vuestra mirada

el tiempo no había borrado esa vuestra faz sonriente

mi cuerpo sintió el calor de vuestra sangre caliente.

Con aquellas tiernas manos con que frotabais mi frente

quemadas por el frío de tan oscura y fría habitación

mientras yo no ceso de recordaros apasionadamente.

Lágrimas de vuestros ojos, siento humedecer mi mente

mi cuerpo agrumado por el tiempo, siento en suspenso

y solo hallo sosiego en la escritura “mi gran pasión”

que catacumba tan fría encarcelo vuestros cuerpos

¡Cuántas veces frente a ella en silencio abre llorado!

Cuando mi mente agotada efecto de muchos años

cuando en noches de tormentas siento ruidos extraños

y un dúo de vuestras voces me anima a seguir rimando.

Quien a sus padres no ha perdido

siendo un adolescente,

ignora cuánto se siente

pero a mí sí me ha ocurrido.