Catalina Casanova Navarro

I Condesa de la Algaida y Marquesa Consorte de Almanzora

Comentaban los mayores del lugar que cuando el marqués de Almanzora llegaba a su palacio y entraba por una puerta, la marquesa salía por otra camino de Cuevas. Un chascarrillo que ha sido recordado durante décadas y que servía para describir el ímpetu de su vecina más ilustre y que el tiempo se niega a olvidar.

Procedía de una familia de larga tradición en el vizcondado de Sola, en Navarra, cuyos antepasados probaron su hidalguía en 1706 (Pedro de Saura Casanova) y 1793 (Francisco de Paula de Casanova). La familia emigró a Almería en el siglo XVIII dónde una rama administraría los bienes del marquesado de los Vélez.

Hija de Francisco Casanova Navarro y de María Josefa Navarro Pérez y nieta de Ginés Casanova García de Mulas, regidor de Cuevas. Fue prima hermana del coronel Ginés Casanova Soler, varias veces condecorado. El 27 de octubre de 1848​ contrajo matrimonio con Antonio Abellán Peñuela, que con el tiempo sería agraciado por su majestad con el título nobiliario de marqués. Marqués de Almanzora, en honor de la mejor finca de las que tenía. Con él tuvo seis hijos de los que le sobrevivieron sólo 2, Dolores que heredaría el título de condesa de la Algaida de su madre y Antonio María, segundo de los marqueses de Almanzora. Entre los fallecidos sobresalió Pedro, poeta y músico que recorrió Europa dando conciertos y murió joven.

Según las crónicas, fue una persona de carácter fuerte, poderoso, aunque generosa y de gustos sencillos, siendo el pilar fundamental en la trayectoria empresarial y política de su marido. La inmensa fortuna que llegó a amansar Antonio Abellán fue por los distintos negocios relacionados con la minería de Cuevas (ella era copropietaria de varios de ellos), le permitió dar rienda suelta a su talante liberal y generoso, practicando con asiduidad la caridad y la filantropía. En este afán de ayuda al necesitado llegó a imponerse la aportación de designaciones mensuales a instituciones benéficas que se dedicaban, sobre todo, al cuidado de los ancianos. Importantes fueron las sumas que destinó al mantenimiento del Hospital de San Antón, de Cuevas (hasta su muerte destinó 250 pesetas al mes a su mantenimiento).

Además, dedicó parte de su patrimonio a la restauración y enriquecimiento de templos católicos en Cuevas de Almanzora, Garrucha, Pulpí, Cantoria, Tíjola y Cuevas. En esta última ciudad, pagó íntegramente la imagen de San José del imaginero de Caravaca Joseph Ortega para la iglesia de la Encarnación, y al final de su vida, cedió su palacete para instalar la sede del Círculo Obrero Católico y para escuelas gratuitas.

En el caso de Cantoria dio grandes cantidades al párroco D. Leonardo López Miras para la finalización de la iglesia parroquial, que se inauguró en 1885 y costeó íntegramente la construcción del retablo en madera y bronce del altar mayor, que se instaló a principios de siglo y que fue destruido en la guerra civil (se cuenta que cuando vino a ver cómo había quedado ya montado, no le gustó, pero por respeto a la tía encarnación la Santa ver biografía, de la que sentía gran admiración, no protestó, pero no volvió a venir nunca más).

A los pocos días de inaugurar la iglesia se desató en el valle una  epidemia de Cólera Morbo, de las más contagiosas y mortíferas y concienciada de que la única manera de parar la enfermedad era la higiene y desinfección de los espacios públicos, como fuentes, plazas, templos, etc, destinó ingentes cantidades de dinero para ello en las localidades donde tenían propiedades, paliando las terribles consecuencias en vidas humanas que se estaba cobrando.

El eco de sus acciones solidarias resonaba de un rincón a otro de la cuenca del Almanzora cada vez que Catalina visitaba una de sus fincas repartidas entre el Levante y el Almanzora y que hasta allí desfilaban gran cantidad de pobres de solemnidad, porque sabían que de un momento a otro podían caer algunas monedillas desde balcón. O no tenía otra ocurrencia que la de mandar orden a sus hornos de elaborar cientos de kilos de pan para los más pobres, como en 1901, que repartió 3.000 unidades en Garrucha (en la iglesia de esa localidad tenía reservado una capilla expresamente para los marqueses). No había causa benéfica que no contara con su ayuda, y como ejemplo, fueron las 25 pesetas que donó a las 2 familias de los marineros fallecidos en el naufragio del barco de pesca Santa Bárbara en 1889, siendo la que más aportó a esa causa. 

Y continuando con su labor benefactora, la marquesa, de una estacada, compró las estanterías para el gabinete de Física y Química del colegio de Cuevas del Almanzora, costándole este gesto 2.000 pesetas, una suma enorme de dinero. Aunque que si algo le sobraba a la marquesa eso, dinero. Se estipulaba que el matrimonio podía ingresar 25.000 pesetas mensuales. Una auténtica fortuna.

Eso sí, si alguien esperaba con ansias la visita de la marquesa eran los más jóvenes. Durante sus estancias en el Palacio del Almanzora, la marquesa repartía caramelos y refrescos desde un balcón a los pequeños que se agolpaban debajo.

Ese balcón escondía a sus espaldas el salón conocido como el de “las Conspiraciones”.

Estas acciones llevaron al ayuntamiento de Tíjola a solicitar de María Cristina de Habsburgo-Lorena, regente de Alfonso XIII, la honra de un título, lo que se hace realidad el 11 de junio de 1887, cuando la mandataria la nombra condesa de Algaida, a partir del nombre de una propiedad que su familia poseía en Tíjola, muy cerca de la estación de ferrocarril. Según nos cuenta el oftamólogo Eduardo Fernández, nieto del médico del cólera Trinidad Fernández, que ejerció en Cantoria la última quincena del siglo XIX, que la solicitud iba acompañada de bastante documentación donde recogía de manera exhaustiva sus donaciones y entre esos documentos, un certificado de su abuelo de todo el dinero que destinó para la limpieza e higiene de Cantoria.

Desde ese salón de las “conspiraciones”, y haciendo gala a su nombre, el marqués bendecía o echaba por tierra nombramientos políticos. Pero esas cuatro paredes guardaron más secretos, como las reuniones en las que se negoció y se renegoció hasta tres veces el diseño de la línea férrea Lorca-Baza. Y al final el tren llegó al Almanzora en lugar de Los Vélez, con todo lo que esto supuso para el desarrollo de la minería en el Valle. Incluso logró cambiar el trazado para que pasara por delante de su palacio en lugar de por Albox. Casi nada.

Le gustaba alardear ante sus compañeros del Senado que él llegaba a su finca de Almanzora en tren, bajándose a pocos metros de las puertas de su palacio, cosa que muy pocos, por no decir ninguno, podía hacer.

Desde la aprobación del proyecto de ferrocarril Lorca-Baza-Águilas por el valle, Catalina se convirtió en su incondicional defensora y favorecedora, pues vio en esta infraestructura un fundamento de desarrollo económico para Cantoria y toda su comarca. De ahí que cediese de forma desprendida los terrenos necesarios para el trazado de la línea férrea y el solar donde, se construyó la estación de Almanzora.

Y todo desde el mismo espacio, pero cada uno en su papel, él en el control del poder político y económico, ella repartiendo buena parte de los ingresos en obras caritativas.

Otra de las grandes cualidades era su faceta negociadora, quizás más que su marido, como atestiguan los testimonios que nos han llegado hasta nuestros días, y como ejemplo un botón, Baltasar Fernández nos cuenta un hecho que escuchó muchas veces a su abuelo, que por aquellos años de principios de siglo era el presidente de una comunidad de regantes de Cantoria y que se lo transmitió así:

-“… y vinieron unos años muy crueles de sequía después de las inundaciones de 1900, en la que el río llegó a secarse después de más de 20 años pasando sus aguas de manera ininterrumpida, habiendo abundancia para regar los campos, como los de la señora marquesa de Almanzora. Esta poseía un verdadero paraíso debajo de su casa, hasta con un pequeño lago artificial navegable en la que le gustaba “navegar” con su barca en compañía de sus amistades, sobre todo poetas y gente de la cultura. Aunque la señora tenía derechos sobre algunas zanjas del municipio, al no hacer uso de ellas durante todo el tiempo que utilizó las aguas del Almanzora por su abundante caudal, perdió todos los derechos que poseía. Un día mandó a un criado convocándonos a mí y los otros presidentes de los pagos de Cantoria a una comida. Nunca en mi vida vi cosa igual, que riqueza de platos y viandas, regadas con vinos franceses cuyo nombre después de unas cuantas botellas ni pronunciar podíamos. Al terminar la comida y exponer el motivo de aquella reunión, nos dio pena que a la pobre mujer se le estuviese secando tan esplendoroso vergel. Sin dudarlo un momento, firmamos para que las acequias volviesen a traer el agua hasta las próximas lluvias, sin contar, quizás por el efecto del vino, que en el momento en que el líquido elemento volviese a pasar por ellas camino de Almanzora, automáticamente adquiría nuevos derechos sobre ellas durante bastantes años más. De esto nos dimos cuenta pronto, en cuanto se nos pasó un poco la embriaguez, pero no nos importó de lo bien que nos trató tan magnífica Dama”-.

Tal era la influencia del matrimonio, que su poder propició escenas de lo más recurrentes en la pedanía de Cantoria, como las visitas del obispo de Almería Vicente Casanova, que solía hospedarse en palacio en sus visitas a la zona, llegando a confirmar a sus hijos y a “coronar” a D. Antonio como marqués de aquel lugar.

Entre las propiedades en las que pasó gran parte de su vida están su palacete de la Calle Leganitos de Madrid, el magnífico palacio que poseía en la calle del Pilar de Cuevas, obra del ingeniero Antonio de Falces, y la monumental casa-palacio de Almanzora, probablemente responsabilidad técnica del mismo facultativo.

En Madrid la prensa del momento siempre se hacía eco de sus estancias en la capital, y sobre todo de las fiestas con la que obsequiaban a sus amistades que eran lo más granado de la sociedad española del momento. Ella siempre deslumbraba, siempre impecable con sus modelos que compraba directamente de París en sus  viajes a la capital del Sena. En estos bailes y saraos se negociaba de todo y fue mucho y bueno para nuestra comarca.

Tras la muerte de su marido en 1903 en Garrucha, fijó definitivamente su residencia en el Palacio de Almanzora. Y allí falleció el 13 de abril de 1914, y fue sepultada en el Cementerio Municipal de Cantoria, según la noticia publicada en prensa, porque el estado del cadáver impidió su traslado a su panteón de Cuevas, donde descansaba su marido y cuatro de los seis hijos que tuvo. O quizás como castigo de su hijo porque le cerró el grifo de los dineros que con tanta alegría se gastaba en el casino de Cuevas.

Catalina Casanova Navarro, I condesa de la Algaida y marquesa consorte de Almanzora. Contaba con gran carácter y poderío, como testimonia estos versos del poeta de Baeza Antonio Fernéndez Grilo:

¡Marquesa ilustre, el pensamiento mio

os vio un instante y os conoce apenas,

y ya cuenta con excelso poderío,

la opulencia, la gala, el señorío,

que está en vuestro ademán y vuestras venas!

Colección: Familia Padilla

Cubierta del libro con las iniciales de Catalina Casanova, donde los poetas y demás visitantes al Palacio de Almanzora dejaban escrito unos versos en honor a tan excelsa anfitriona

En el verano de 1897 la marquesa se hizo de rogar en su veraneo anual en su palacete de Garrucha. Corría el més de septiembre y la noticia de la inminente llegada de la Sr. maquesa causó una gran alegría, porque su presencia se hacía notar por el bien que prodigan sus buenas obras. 

Noticia de los 3000 panes que en un sólo dia repartió la marquesa en Garrucha.

En 1910 la marquesa cede su palacio de Cuevas para que se instale el Círculo Católico Obrero y varias escuelas gratuitas también de carácter católico

La maquesa de Almanzora en su finca de Pino Real con una niña (puede ser una de sus nietas o la hija de una prima que trabajaba en la finca) y una anciana del lugar

Palacete de los marqueses en la calle del Pilar de Cuevas y que fue inmortalizada antes de su abandono y destrucción, por el fotógrafo aficionado Juan Foulquié Mazón entre 1910 y 1912. Actualmente el original pertenece a la colección de Julio Antonio Foulquié Castro. El encargado del diseño fue el ingeniero Antonio de Falces Yesares, y que fue derribado al poco de acabar la Guerra Civil. 

Casa de la Marquesa de Almanzora en Tíjola. Es la única antigua propiedad que se encuentra en buen estado de conservación. Del resto, lo que se encuentra en pie, está en ruinas. Colección: Decarrillo

Detalles originales de la Casa de la marquesa en Tíjola. Cortesía: Carmen Acosta

Detalle de la escalinata principal de la casa de la marquesa de Tíjola. Cortesía: Carmen Acosta


Noticias de Hemeroteca

Noticia de la muerte de doña Catalina recogida por la Crónica Meridional del 17 de abril de 1914

Estado en el que encontraba el Asilo de San Antón en Cuevas al mes de fallecer la marquesa y faltar la asignación mensual de 250 pts que hacía. La Crónica Meridiconal del 7 de mayo de 1914

Los marqueses en el mundo de las letras

El Marqués de Almanzora. Por Antonio Molina Sánchez

A continuación extraemos este relato del libro “Crónicas de Plata y Plomo” del año 2000 escrito por Antonio Molina Sánchez y editado por el IEA y el Ayuntamiento de Cuevas, que recogen algunas de las historias y leyendas que  han pasado de generación en generación en Cuevas sobre los marqueses. Como hemos dicho, no deja de ser una narración en base a la tradición oral, con algunas inexactitudes como es normal en este tipo de escritos, pero no por ello deja de ser interesante, muy interesante:

“La historia me la contó un viejo minero que la había oído de su alguna aclaración para acercar más al lector al escenario y a los padre, y tal como me la contó la cuento, sin añadirle otra cosa que personajes.

Si fue cierto o no lo que me contó el minero, no hace al caso ni yo me meto en dilucidarlo, lo esencial es que la historia es bonita eso ya le méritos para ser contada como auténtica.

El joven Antonio Abellán Peñuela, que andando el tiempo ostentaría los títulos de Marqués de Almanzora y Conde de Algaida, era en sus años mozos un muchacho de muy buena familia, quizás de las más esclarecidas de Cuevas en cuanto a su ascendencia, pero de patrimonio más bien escaso. Es decir, que pertenecía a una familia de pasado ilustre, pero de presente no tan boyante en el aspecto económico en la época en que se sitúan los hechos, que debía ser allá por la mitad del siglo pasado.

Como consecuencia de esta carencia de fortuna, el joven Antonio tenía que hacer algo que no era frecuente que hiciese un joven de la alta sociedad de Cuevas en aquel tiempo, y a la cual él pertenecía por derecho de cuna. Este algo era sencillamente trabajar ganando un sueldo.

Se trataba, por supuesto, de un trabajo distinguido, como correspondía a su categoría social, pero a fin de cuentas, no por ello dejaba de ser un trabajo asalariado por cuenta de otros, que le imponían unas obligaciones que cumplir.

El joven Antonio Abellán trabajaba de Administrador de la mina «Ánimas» del Jaroso, que pertenecía a la opulenta Sociedad Minera Carmen y Consortes.

Era un destino de confianza y responsabilidad que le exigía vivir más tiempo en la Sierra que en Cuevas, y que probablemente obtuvo, dada su juventud, por la vinculación familiar que tenía con algunos miembros de la sociedad.

Pero el joven Antonio era ambicioso y aspiraba a más, y sobre todo, a liberarse de la dependencia de su sueldo, que aunque fuese generoso, resultaba mezquino al compararlo con los repartos de beneficios que obtenían cada tres o cuatro meses los propietarios de las acciones de las minas.

¡Qué repartos tan fantásticos de dinero veía hacer al final de cada varada de trabajo, entre los miembros de la Sociedad Carmen y Consortes! Era algo increíble.

Aquí se impone una aclaración al margen de la historia, para que el lector capte el ambiente en que se desenvolvían los personajes.

Estos repartos de los beneficios de las minas se hacían al terminar los periodos de trabajo en que estaba dividido el año, que eran tres, aunque no de igual duración, y eran de tal magnitud en cuanto al movimiento de dinero, que en Cuevas, que es donde residían la mayor parte de los accionistas de minas, se hacían con una carreta, así como suena.

Entonces no se usaba aún el papel moneda, y los pagos se realizaban en buenos duros de plata. Una carreta tirada por bueyes y custodiada por hombres armados, era el vehículo normalmente utilizado para ir distribuyendo por las casas de los accionistas, los talegos de monedas correspondientes a cada reparto. Eran taleguitos de lona que contenían las monedas, contadas, pesadas y con un precinto de Fiel Contador en el cierre.

Los titulares del reparto, se hacían cargo en su propio domicilio de los saquitos que les dejaba la carreta, vaciaban las monedas en el sitio que tuvieran por costumbre guardarlas y los devolvían vacíos al portador firmando un recibo.

En verdad que las andanzas de la carreta por las calles de Cuevas debía ser un espectáculo impresionante.

Y que conste que lo de la carreta repartiendo saquitos de duros no es ninguna fantasía. Es absolutamente cierto y, aunque el pintoresco dato no figure escrito en ninguna parte, puedo asegurar al lector que lo aprendí de muy buena tinta. Me lo contó una anciana señora de Cuevas, ya octogenaria cuando yo era niño, y no lo contaba de oídas, sino por haber vivido en su juventud estas escenas de los repartos en su propia casa.

Es más, me contó otros detalles muy esclarecedores del ambiente que reinaba en aquellas opulentas mansiones de los propietarios de las minas.

Así por ejemplo, el hecho de que en su casa no había ninguna caja fuerte para guardar el dinero, y que cuando llegaban los saquitos de los repartos, lo que hacía su padre era vaciarlos en una simple caja de madera, con tapa, pero sin cerradura, que tenía en su dormitorio, debajo de la cama matrimonial. Pues bien, esta señora tenía dos hermanos algo mayores que ella que estudiaban en Madrid, y que venían frecuentemente a Cuevas aprovechando las vacaciones. En estas visitas a casa, ponían los jóvenes en práctica una simpática travesura para hacerse de dinero extra para sus gastos, la cual consistía en entrar a visitar a su madre cuando estaba sola en el dormitorio ante el tocador, y mientras uno de ellos la entretenía con mimos y carantoñas, el otro metía sigilosamente la mano en la caja que había bajo la cama y sacaba un puñado de duros. La treta les resultaba tan productiva a los pícaros estudiantes, que según me confesó la señora, y yo lo creo a pies juntillas, con el dinero que obtenían de esta forma, podían sus dos hermanos mantener coche y queridas en Madrid. Naturalmente, sus gastos de estancia en la capital los pagaba el padre, pero sin extras de coche y faldas.

Pero sigamos con la historia principal.

De lo dicho hasta aquí, cabe pensar que la espectacular carreta de los repartos no tenía parada fija ante la puerta de la casa de nuestro joven Antonio Abellán. Y cabe pensar también que, a la vista de un ejemplo tan excitante, nuestro joven se hiciese el propósito firme de que la plata de las minas entrara también en su casa algún día, con carreta o sin ella, pero que entrara.

Con este propósito, comenzó a simultanear su cargo de Administrador de la mina Ánimas, con la dirección, como propietario, de un lavadero de mineral y un boliche de fundición situado al pie y de la Sierra, al borde de la rambla de Mulería.

En aquella instalación se dedicó a beneficiar tierras compradas a las minas, a las cuales incorporaba en el proceso de lavado y fundición, tierras procedentes de las viejas escombreras que existían diseminadas sobre el terreno de Las Herrerías. Tierras que los arrieros le suministraban como reporte, a su regreso de bajar mineral de la Sierra de Villaricos, y que él pagaba a real la carga de dos quintales.

Cada quintal de aquellas tierras contenía una onza de plata nativa en polvo, pero esto no lo sabían los arrieros.

Aquel boliche del industrioso Antonio Abellán, estuvo funcionando unos cuantos años, sin apenas hacer ruido ni llamar la atención en la Sierra. Aquello, comparado con las enormes fundiciones de Villaricos y Palomares, era como un juguete.

Y sí que parecería un juguete a los ojos de muchos, pero el juguete en cuestión no dejaba de producir un chorrito permanente de metal fundido, de forma que el joven Antonio Abellán, a la chita callando, consiguió en poco tiempo que la plata de Almagrera comenzara también a entrar en su casa, aunque sin el aparatoso concurso de la carreta con escolta armada. Entro de una forma discreta y silenciosa.

El joven Antonio Abellán, además de ser tenaz y voluntarioso, era también prudente.

Y ahora viene el meollo de la historia que me contó el viejo minero.

Ocurrió que nuestro personaje tuvo un día la debilidad de enamorarse, como ocurre a todos los jóvenes, pero mire usted por donde, tuvo la debilidad de enamorarse de una de las señoritas más encopetadas de la alta sociedad cuevana, perteneciente a una familia que recibía de modo fijo la visita periódica de la carreta de los repartos. Y precisamente de los repartos de beneficios de la sociedad en la que él estaba empleado como Administrador.

Y no fue lo grave que pusiera los ojos en una niña de tanto postín, sino que lo peor fue que se vio correspondido por la muchacha. En resumen, que la pareja entabló relaciones de noviazgo, prometiéndose ambos amor eterno, pero eso sí, callado y oculto a los у demás, hasta el momento que las circunstancias fuesen oportunas para hacer públicas sus relaciones. Ambos debían temer una reacción poco favorable de los padres de ella ante un noviazgo tan disparejo en el terreno económico.

Los novios se veían y se hablaban en las reuniones de sociedad, en el paseo, en la Iglesia, y en cuantos lugares coincidían o buscaban la coincidencia, y para una comunicación más íntima se valían de las cartas, cartas llenas de ternura y pasión, que eran llevadas y traídas sigilosamente por una doncella de confianza de Catalina, que así se llamaba la joven.

Pero en los pueblos es muy difícil, por no decir imposible, mantener ocultas por mucho tiempo unas relaciones de este tipo. Por mucho que los interesados se empeñen en disimular, siempre se les escapan gestos y miradas que otros captan e interpretan en su justo significado. El caso es, que comenzó a comentarse en las reuniones el polo de atracción que existía entre catalina y Antonio, y que este comentario llegó un día a oídos del padre de la muchacha, quien después de cerciorarse discretamente de lo que había de cierto en aquel negocio, decidió intervenir para evitar lo que sin duda le parecía un desatino. Y lo hizo con todo el tacto diplomático que requería un asunto tan delicado.

Un día se hizo el encontradizo con su futuro yerno y le habló de esta manera:

- Me he enterado, querido Antonio, que pretendes a mi hija Catalina. ¿Es cierto?

El pobre Antonio se vio sorprendido tan de sopetón que no tuvo más remedio que contestar que sí, que estaba enamorado de Catalina y la quería para casarse con ella.

- Bien, - contestó el padre en tono grave- yo no puedo impedir que estés enamorado de mi hija y que la quieras para casarte con ella, ni quiero impedir tampoco que tengas relaciones, no habría ninguna razón para que yo me opusiera a este noviazgo. Tú eres un muchacho al que yo aprecio mucho, formal y trabajador, y de una familia muy digna y respetada, pero para tu gobierno, y antes de que este asunto siga más adelante, quisiera advertirte algo que al parecer tú no has tenido en cuenta al poner los ojos en mi hija.

- Usted dirá, señor...

Pues lo que quiero advertirte, por si tú no lo sabes, es que mi hija tiene a su servicio una doncella y dos criados, y por supuesto, un coche a su disposición a todas horas, amén de otras muchas comodidades que tú ya conoces de mi casa. Te digo esto sin el menor ánimo de hacerte de menos, sino que, como padre, aspiro a que mi hija, el día que salga de mi casa, tenga en la casa del hombre que se la lleve las mismas comodidades que tiene en la casa de sus padres, que son las que ha tenido desde que nació, y que probablemente echaría de menos si tuviese que perderlas al casarse con un hombre que no pudiera mantenerlas.

El pobre Antonio Abellán aguanto aquella tremenda advertencia del padre de su amada, con la cabeza baja y sin replicar palabra.

Sólo cuando aquel terminó su grave discurso se atrevió a darle una respuesta un tanto ambigua.

- Mire usted, señor, yo comprendo perfectamente su preocupación como padre, es muy natural que desee todo lo mejor para su hija. Pero la verdad es que ahora mismo, aquí en la calle, yo no puedo decirle si sería o no sería capaz de mantener a su hija en el mismo nivel de comodidad que ahora tiene, porque no sé lo que eso cuesta. Pero si usted no tiene inconveniente podemos ir los dos a mi casa, y allí le enseñaré lo que yo tengo dispuesto para el día que me case. Así podrá juzgar usted mismo si es o no suficiente para darle a su hija lo que se merece.

El suegro no se opuso a la propuesta, aunque le pareció un tanto extraña la invitación. ¿Qué le iría a enseñar en su casa Antoñito Abellán?

Y marcharon ambos a una casa que el futuro Marqués de Almanzora poseía en la calle Torre Peñuela, donde la primera sorpresa que recibió el caballero visitante, fue que al llamar su dueño a la puerta, les abrieron un criado de gran corpulencia armado con dos pistolas en la cintura. No hizo ningún comentario el caballero ante la presencia de tan insólito portero, y se dejó conducir en silencio hasta una puerta situada al fondo del zaguán, que su dueño abrió accionando dos distintas cerraduras.

La puerta correspondía a una gran sala que recibía luz por una ventana enrejada que daba a un patio interior. Pero lo notable de aquella pieza no era su tamaño, sino su contenido, que al ser contemplado de forma tan imprevista, dejó a nuestro visitante mudo de estupor. Y no era para menos.

Allí tenía el joven Antonio Abellán nada menos que cinco arcones de buen tamaño, repletos todos ellos de monedas de plata: duros, escudos, napoleones, de todo lo que circulaba entonces de plata acuñada. Pero esto no era todo lo que encerraba aquella habitación. En un testero de la misma habitación una pila de lingotes de plata que alcanzaba la altura de un hombre.

El joven Antonio Abellán fue abriendo uno por uno los arcones, para que su futuro suegro apreciara su contenido, luego le mostró la pila de lingotes de plata en pasta, y cuando terminó la revista, se atrevió a preguntar con la mayor naturalidad:

- ¿Cree usted que esto será suficiente para darle a su hija lo que hoy tiene en su casa?

- ¡Calla por Dios hombre! Y perdona mi desconfianza de padre. Tú tienes mucho más que yo, Antonio. Pero ¿quién podía imaginarse esto? Ahora comprendo que tengas un criado armado. Desde ahora tienes mi permiso para ver a Catalina en casa. Se acabaron las relaciones de tapadillo.

Y efectivamente se acabaron, las de tapadillo y las oficiales, porque meses más tarde se casaron Catalina y Antonio.

Y hasta aquí llega la historia que me contó el viejo minero sobre el lance amoroso del Marqués de Almanzora, cuando aún le faltaban algunos años para alcanzar este título de nobleza.

El Marqués de Almanzora fue un personaje de gran relieve en el acontecer histórico de Cuevas hace un siglo. Se distinguió como industrial minero y fundidor, con participación activa en diversas minas de Almagrera y Las Herrerías, y en especial con la gran fábrica de fundición «La Atrevida», que instaló en este último lugar, y que fue el origen del actual caserío de Las Herrerías. Antes de establecerse la fábrica sólo había cuevas en aquel paraje.

Destacó también en política, llegando a Senador del Reino, en cuyo puesto realizó siempre una intensa labor en defensa de los intereses de su pueblo natal, centrados entonces en la industria minera. Su actividad en el campo minero-metalúrgico, que como hemos visto en el relato anterior, comenzó muy joven, debió proporcionarle una gran fortuna. Esto es al menos, lo que se desprende de su comportamiento, y del hecho, muy significativo por cierto, de que la faceta de su personalidad que más huella dejó en el ambiente popular de Cuevas fue la esplendidez y generosidad.

De las noticias que he podido recoger de la prensa local, se deduce que la casa de los Marqueses de Almanzora, en Cuevas, debió ser algo así como una especie de «Cáritas», a la que acudía todo el mundo en busca de ayuda, ayuda que al perecer otorgaba la señora marquesa con notable prodigiosidad.

El título de Marqués de Almanzora le fue otorgado a Don Antonio Abellán Peñuela por el Rey Amadeo I de Saboya en 1872. Ostentaba también el título de Conde de Algaida, cuyo origen y fecha de concesión ignoro, si bien me inclino a pensar que sería un título pontificio, similar al de Conde de Miguel, otorgado por el Papa a otro vecino de Cuevas en aquella época.

Relacionadas con la esplendidez de los señores marqueses, he recogido bastantes anécdotas que no relato, por lo que tienen de común con las atribuidas a otros personajes de la misma Cuevas, entre ellas, la ya tópica de que encendía los puros con billetes de banco, lo cual es una necedad imposible, puesto que en la época en que el Marqués era un potentado no usaban los billetes, y cuando se usaron y se hizo corriente su uso, ya no tenía el Marqués billetes para poder quemarlos.

Sí me parece interesante en cambio, relatar un hecho de este singular personaje, que tiene visos de ser auténtico por la fuente de que procede, y que pone de relieve su fama de esplendidez, aunque es este caso se manifieste de forma un tanto extravagante.

Y he aquí el hecho en cuestión, que me contó un Jefe de Estación jubilado que tenía razones para conocerlo con detalle.

El Marqués poseía una gran finca, y un bonito palacio construido por él, en Almanzora, un pueblecito situado próximo al Río, entre Zurgena y Cantoria.

En este palacio de Almanzora pasaban temporadas los señores Marqueses, aunque su residencia habitual era en Cuevas, donde el Marqués desarrollaba toda su actividad minero-metalúrgica.

Cuando se estableció la línea de ferrocarril Lorca-Baza, la compañía concesionaria tuvo la simpática ocurrencia de bautizar las máquinas locomotoras, con los nombres de las estaciones del trayecto, nombres que, naturalmente, correspondían a los respectivos pueblos dotados de estación.

Inicialmente se pusieron en servicio veinte máquinas, ostentando cada una en sus costados el nombre de un pueblo, por medio de unas vistosas placas de bronce con letras en relieve. Así pues, se paseaban a diario por la línea, haciendo lo que hoy llamamos publicidad exterior, los nombres de veinte pueblos del trayecto comprendidos entre Lorca y Baza. Cada pueblo tenía su máquina adoptiva: Lorca, Almendricos, Huércal, Zurgena, Cantoria, Albox; etc. etc.

Almanzora no tenía prevista estación en el proyecto de la línea, a pesar de que la línea pasaba muy cerca del pueblo, pero esta carencia la subsanó el Marqués haciéndose accionista de la compañía y consiguiendo que se estableciese un apeadero en Almanzora, que venía a ser lo mismo que una estación, a los efectos de poder él tomar y dejar el tren casi a la puerta de su palacio.

Lo que por lo visto no pudo conseguir el Marqués es que la compañía ferroviaria le cambiase el nombre a una de las máquinas en circulación, ya bautizadas, para colocarle en su lugar el de Almanzora, cosa que a él debía hacerle mucha ilusión. Ni tampoco el que la compañía aumentase su parque de tracción, aumentando una máquina más, para bautizarla con el nombre de su marquesado.

Pero todo tiene solución en esta vida cuando los hombres ponen empeño en encontrarla. El señor Marqués supo encontrar esa solución, y cumplir su ansiado deseo de que una máquina de tren paseara a lo largo de la línea Lorca-Baza, el nombre victorioso (Almanzora significa victoria en árabe) del pueblo que representaba su título.

Sencillamente compró una máquina del mismo tipo, pagándola de su bolsillo, y se la regaló a la compañía para que la hiciese circular por la línea.

La máquina en cuestión estuvo paseando el sonoro nombre de «Almanzora» a todo lo largo de la línea Lorca-Baza, durante más de setenta años.

Según me aseguró el viejo Jefe de Estación que me contó la historia, aquel capricho de tener una máquina de tren con el nombre de su título, le costó al señor Marqués la friolera de veintidós mil duros de los de entonces, lo que traducido a moneda actual sería algo así como cuarenta millones de pesetas. Como capricho no era ninguna bagatela.

Como restos visibles de la gran labor creadora realizada por este singular personaje en la comarca, sólo quedan en pie dos grandes edificios. Uno de ellos es el correspondiente a las oficinas y residencia de Técnicos, de su gran fábrica de fundición «La Atrevida», en Las Herrerías, y el otro es su amplio y magnífico palacio residencial en la Villa de Almanzora, hoy tristemente abandonado, con sus puertas y balcones abiertas de par en par para hacer más fácil el expolio y la destrucción. Y lo más lamentable del caso es que se trata de uno de los poquísimos palacios que pueden contemplarse en la provincia de Almería, y además de una traza singularísima”.

Crónicas de Plomo y Plata de Antonio Molina Sánchez. En este libro interesantísimo por la cantidad de historias y datos que recoge. Está escrito por una sencillez accesible que te engancha desde el primer momento.

Volverás. Por Remedios Martínez Anaya

Un relato escrito por Remedios Martínez Anaya para la revista cultural Piedra Yllora nº 5 de 2010 basada en un episodio doloroso que tuvo vivir la marquesa y que la cambió para toda la vida:

Pedro, hijo mío, todos los días te espero, me asomo a la terraza, salgo al jardín y no ceso de mirar al camino por donde sé que vas a venir. Cada vez que oigo un trote de caballos, imagino que eres tú y salgo corriendo, aunque esté sin peinar, aunque tu padre me regañe porque dice que lo pongo en evidencia delante de sus amigos, o de cualquiera que llegue a la casa. Pero es que nadie que llegue a la casa me importa, aunque fuera el mismo rey. Sólo me importas tú… Y luego lloro y me siento en el suelo, en cualquier sitio, aunque haya barro, aunque me ensucie la ropa. ¿Qué me importa la ropa? Si me ensucio, me cambio, pero cuando se me antoje, no cuando las criadas quieran. ¿Qué se creen, que van a mandar en mí? ¡Soy Catalina Casanova Navarro, Condesa de Algaida y mando en mi casa!

He ordenado arreglar tu habitación y acabo de poner un ramo de margaritas que es la flor que más abunda en este tiempo y la que me recuerda una etapa de tu vida, cuando eras muy joven y te habías enamorado de una jovencita del pueblo, a la que no queríamos porque nos parecía poco para ti. Entiéndelo, tú eres como un príncipe, más que un príncipe para tu madre. En su día serás Marqués del Almanzora, no te puedes casar con cualquiera. Recuerdo que te sorprendí un par de veces deshojando margaritas y tú te ruborizabas como si hubieras hecho algo vergonzoso. Entonces te subías a tu habitación y te ponías a tocar el violín y yo te escuchaba embobada porque tu música siempre me ha parecido como venida del cielo.

Todos los días mando cambiar la ropa de tu cama porque quiero que cuando vengas la encuentres limpia y perfumada. Las criadas me miran con extrañeza y me dicen que no hace falta cambiarla. Algunas veces me engañan y cuando compruebo que no me han hecho caso, tiro con furia la ropa al suelo o por las escaleras o por la ventana, y grito, grito fuerte, muy fuerte… para que vean que no estoy tonta, que me doy cuenta de todo. No me importa que haya visita, me da igual, tú eres lo más importante y quiero que cuando vengas tu ropa esté en el armario, planchada y perfumada, la habitación sin una mota de polvo, las ventanas abiertas, los cristales limpios. ¿Piensan estas holgazanas que se van a reír de mí? Las voy a echar a todas de la casa y me voy a quedar sola; sola, para que no manden tanto, para que no se crean las amas. El ama soy yo. Se creerán que las necesito y no saben que me basto y me sobro. No necesito a nadie para pensar en ti, para arreglar tu habitación, para ponerte flores frescas…

Ayer trajeron al médico; no sé para qué… Me toma el pulso, me dice que me calme. Pero ¿por qué me tengo que calmar? Si yo no estoy nerviosa. Lo que pasa es que me pongo furiosa cuando me engañan. Quieren que crea que estás muerto y no saben que eso no me lo creeré en la vida. Yo sé que estás en París o en Roma o en Venecia… dando conciertos. A partir de ahora, voy a ir contigo a todos los viajes. Sí, lo he decidido; para que no puedan engañarme. ¿Cómo vas a estar muerto si eres joven,  si eres fuerte, apuesto, inteligente, si eres mi hijo, si tocas el violín como los mismos ángeles? ¿Cómo iba Dios a consentir que tú, mi joya, mi tesoro, mi alegría… te fueras de este mundo antes que tu madre? No, no me lo creo. Aunque se junten el cielo y la tierra. Todos están equivocados o todos quieren engañarme. Tal vez alguno de estos aduladores que rodean a tu padre quiera quedarse con tu herencia. Pero yo no lo voy a consentir. ¡Que sepan todos que esta casa es para ti, y las tierras y los caballos y las joyas…! Alguna de estas criadas que están todo el día fastidiándome querrán mis joyas… ¡Claro, eso es! Por eso quieren que me atonte, que me calme, que me duerma. Todos conspiran contra mí e intentan darme los potingues que prepara el boticario. Me paso el día registrando en los armarios y rompiendo todos los botes que me parecen sospechosos. ¿Y si quisieran envenenarme? No me puedo fiar de nadie. A partir de ahora voy a hacer como los emperadores romanos, no comer de un plato hasta que no lo haya probado una de las criadas. Sí, sí, muy bien pensado y que renieguen todo lo que quieran y que mi marido me diga chiflada. No me importa nada, sólo resistir hasta que vuelvas para que nadie te pueda arrebatar lo que es tuyo.

El otro día oí hablar a tu padre con el ama de llaves algo sobre un viaje. No pude entender toda la conversación porque hablaban en voz baja. Tal vez quieran llevarme al asilo de Cuevas, encerrarme allí, frente al castillo, como si estuviera loca, como si fuera ya una anciana. Pero no lo voy a consentir, aunque las monjas me atendieran bien, porque son buenas y sobre todo, porque debes de saber, hijo mío, para cuando te hagas cargo de tu patrimonio, que el asilo lo costeo yo. Te advierto esto para que no te olvides nunca de ayudar a esas buenas mujeres que se ocupan de los viejos y desamparados de la comarca. Ten caridad, hijo mío; yo he procurado siempre ayudar a los necesitados y tú debes hacer lo mismo. Pero, aunque las monjas sean buenas, no quiero ni pensar que me lleven allí, con tantos ancianos. No, yo quiero vivir en esta casa y poder pasear por el jardín para recoger flores con que adornar tu habitación y mirar el camino por donde vas a venir, bajo este cielo de mil colores cambiantes.

De pequeña me gustaba ir a Tíjola, a nuestra finca de Algaida, porque era alegre, llena de árboles y campos verdes, y había un ganado muy numeroso y me dejaban acariciar a los corderos. También había un nacimiento de agua y yo podía beber con mis manos el agua fresca y cristalina que bajaba de las montañas. Después de casada he ido menos, porque ya nacisteis vosotros, los veranos nos íbamos a Garrucha, junto al mar, y el resto del tiempo lo pasábamos principalmente en esta casa, hasta que os hicisteis mayores. La verdad es que es la que más me gusta de todas las que tenemos. La gente la llama palacio. ¡Y yo tengo tan buenos recuerdos de vuestra infancia y de mis primeros años de casada…! A pesar  de que tu padre ha viajado siempre demasiado. A Madrid sobre todo. Yo lo he acompañado en contadas ocasiones porque lo más importante para mí erais vosotros. Si, debo reconocer que ha tenido siempre muy buenas amistades, de lo principal de España, hasta la misma reina María Cristina es nuestra amiga. Por eso me nombró Condesa de Algaida. 

Hace unos días vinieron tus hermanos y yo estaba muy contenta porque ¡soy tan feliz cuando venís a verme! Pero se empeñaron en que me vistiera de negro para ir a misa; me dijeron que era una misa en memoria tuya. ¡Están todos chiflados! Yo, por no oír a tu padre, que se enfadó muchísimo porque me había puesto un vestido azul de seda, cedí, por no armar un espectáculo, y hasta consiguieron ponerme una mantilla negra. Accedí porque es muy bonita y porque al ir tu hermana también vestida de negro no me parecía adecuado vestir yo de color. Pero nunca más. No sé qué manía les ha entrado a todos con el luto. Esa ha sido la última vez que me van a ver de negro. Yo no tengo por qué ir de luto. Tengo que vestir de colores, llenar la casa de flores de todas clases, abrir las ventanas para que entre el sol hasta el último rincón… y abrir mi corazón y mis brazos… para tu llegada. Porque sé que volverás.

Representación de la obra de teatro Volverás en Valencia por parte de la compañía de Teatro de la Casa de Andalucía. Colección: Decarrillo

Almanzora

Poema escrito por José Abellán Casanova, hijo de D. Catalina, el 9 de Enero de 1.887 en Almanzora.


Del movimiento apartada

al este de Andalucía

yace tranquila, ignorada

o tristemente olvidada

la provincia de Almería

        

En ella ameno y frondoso

el torrencial Almanzor

cruza un valle delicioso

lleno de riqueza, hermoso

intoresco, encantador.

 

Que dichas mil atesora

de belleza sin igual

y en él, cual grande Señora,

se halla la noble Almanzora

hacia su parte central.

 

formando aldea, agrupados,

de luengas generaciones

bajo modestos lechados

trescientos pechos honrados

puéblenla sin disensiones.

      

No respirando mas brisa

ni respondiendo a otra idea,

que a la fe, que es su divisa

y oyen devotos en misa

dentro de su misma Aldea.

    

Por eso allí la rencilla,

jamás la paz alteró,

y aquella gente sencilla

sólo piensa en la semilla

que cual colono sembró.

    

Si a germinar llegará

y habrá cosecha abundante,

si el trigo le granará

y al fin recolectará,

para la venta y sobrante.

     

Y hasta quiere adivinar,

si tras el año que vuela

podrá de nuevo sembrar

según le asiente a marcar

lo que llaman Cabañuela.

 

En  natural rellenando

en el centro de este espacio

de estos pobres rodeado

bellamente edificado

está este hermoso Palacio.

 

Residencia Señorial

rica matrona y Señora

de esta comarca ideal

que alzó su dueño actual

señor Marqués de Almanzora.

 

Varón insigne y preclaro

honrado y noble patricio

de virtudes modelo raro

del mal remedio y amparo

del pobre hasta el sacrificio.

         

Hijo de raza aguerrida,

que en la muslímica historia,

Abellanes se apellida

y luchó hasta ver rendida

a la morisca Cantoria.

          

Y a quien Dios por mas fortuna

unió en lazo conyugal

a una dama cual ninguna

que si es noble por su cuna

es lo mas en lo moral.

           

En esta regia morada

y de otras prendas a parte

a la moderna equipada

con corrección refinada

hace sus galas el arte.

          

Y cual si ufana quisiera

brillar más naturaleza

puso allí extensa pradera

rica en buena sementera

y exuberante en belleza.

            

En donde crecen mezclados

el clavel, la malvarrosa

noguera, olivo y granado,

con el peral elevado

y azucena candorosa.

         

Donde al lado del níspero,

están la acacia y la higuera,

la yerbaluisa, el romero

el naranjo y cirulero

con el olivo y palmera

         

Donde el cerezo y manzano

con el jazmín nace y crece,

donde el almendro temprano

y el verde viñedo ufano

con el geranio florece.

     

Siendo esta zona feliz

de bondad tan especial

que da otros productos mil

con el buscado maíz

y excelente candeal.

       

Por esta hermosa región

de tan gran fecundidad

si produce admiración,

más deleita el corazón

con su abstracta idealidad.

         

Pues aumenta el placer vario

de tan bella lozanía,

el cantar extraordinario

del ruiseñor que al canario

excede en su melodía.

         

El ruido de la fuente

que murmura silenciosa

y discurre dulcemente,

clara, tranquila y riente

besando el musgo y la rosa.

          

El aspirar arrullado

siempre en éxtasis sin fin

bajo artístico emparrado

el ambiente perfumado

por las flores del jardín.

           

El limpio azul de su cielo

su atmósfera pura y sana

y el surcar del arroyuelo

por entre el césped del suelo

que esmalta la flor temprana.

            

Y en suma, las emociones

con que el alma se recrea

cuando con mágicos sones

lanza el toque de oraciones

la campana de la Aldea.

             

Que en el muro colocada

dominando aquel espacio

su clara voz bronceada

nos recuerda al ser tocada

que está Dios sobre el Palacio.

 

Sonido en extremo elocuente

como al punto, para orar,

toda aquella pobre gente

se descubre diligente

la campana al escuchar.

         

Como es digno de mención

la eficacia bienhechora

con que el culto dan a Dios

y esparcen la devoción,

los Marqueses de Almanzora.

             

Y así exentos de ambición

dueño y colonos en calma

habitan esta región,

con paz en el corazón,

y fe cristiana en el alma.

            

Y hacen bien, pues la alta cuna,

la riqueza y los blasones

como la humilde fortuna

no ofrecen dicha ninguna

sin paz y nobles acciones.

Monumento a la mujer de Almanzora en los jardines de la plaza del Palacio. Colección: Decarrillo

Obra de Teatro Volverás. Por Mateo Muñoz Martínez

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Representación de la obra Volverás en el Palacio de Almanzora por el grupo de Teatro de la Casa de Andalucía en Valencia. También se ha representado en el teatro Echegaray de Cuevas, en la Casa de Andalucía en Valencia, etc. Colección: Asociación Somos Albojenses

Bibliografía, testimonios y páginas web consultadas

TESTIMONIOS: 

Antonio Abellán y Marichalar, IV marqués de Almanzora