Juan López Cuesta

Don Juan López Cuesta: Colección: Carmen Pérez.

Preámbulo

Dedicarse a una profesión tan dura como es la medicina tiene que ser vocacional, pero también, en algunos casos, tiene mucho que ver la profesión que tienen padres y familiares. Es por este último motivo que existen familias en las que ser médico es una constante en diferentes generaciones, como es el caso de nuestro biografiado, don Juan López Cuesta.

Perteneciente a la saga familiar de los López, hereda la vocación y el puesto de su padre, Antonio López Rubio, y se la transmite a sus hijos don Juan (conocido por los vecinos de Cantoria como don Juanito para diferenciarlo de su padre) y don Adolfo, y a su nieto Juan Antonio.

Sus Padres

En la década de 1880 del siglo XIX, llegó a Cantoria Antonio López Rubio, destinado como médico de medicina general. El motivo que le llevó a solicitar esta plaza fue el deseo de sus padres de tenerlo cerca de ellos. Antonio seguía así la tradición familiar por la Medicina, ya que su padre era médico de Albanchez.

Al poco de tomar posesión de su plaza, sobrevino la pandemia de Cólera de 1885, y su labor al frente de la misma queda patente en una carta que se envió a la Crónica Meridional por parte de su corresponsal en Cantoria, en la que hace referencia  de la angustiosa situación por la que pasa Cantoria debido al azote de la epidemia colérica. En este comunicado se reivindica la labor encomiable que en la asistencia a los enfermos está llevando a cabo don Antonio López Rubio establecido en Cantoria, aun después de haber sido separado de su puesto de Médico Titular en julio pasado, sin que dicha plaza haya sido provista hasta la fecha. Continúa el rotativo que el doctor se enfrenta solo, sin descanso, y con mucho riesgo para su salud, a la epidemia a pesar de la campaña suscitada contra él por parte del alcalde y los munícipes, que van de casa en casa “aconsejando” que los contratos de igualas suscritos con él fueran rescindidos.

Después de la pandemia y limadas las asperezas con los políticos de turno del ayuntamiento, vuelve a su plaza de médico titular hasta el final de sus días en 1928.

En Cantoria conoció a la que sería su mujer, Beatriz Cuesta Gavilán, con la que contrajo matrimonio casi de inmediato. Tuvieron ocho hijos, de los cuales, Juan fue el que siguió la tradición familiar.

El 12 de mayo de 1926 el Diario de Almería recoge el fallecimiento de Beatriz que dice tal cual:

"Desde Cantoria en la hermosísima Iglesia Parroquial de Nuestra Señora del Carmen, que constituye el más preciado galardón de este pueblo,  una de las mejores de la provincia, se han  celebrado solemnes funerales, por el alma de la que en vida fue espejo de todas las virtudes cristianas, doña  Beatriz Cuesta Gavilán. El pueblo entero hallabas congregado fervorosamente en el amplio y magnífico Templo.

En nuestras oraciones, rogamos a Dios conceda su gloria a tan caritativa y bondadosa señora, a cuya distinguida y honorable familia reiteramos nuestro sincero dolor por tan irreparable pérdida, deseándoles cristiana resignación, especialmente a nuestros muy queridos amigos, los médicos titulares de esta villa don Antonio López Rubio, y don Juan López Cuesta, esposo e hijo respectivamente de la finada que santa gloria goce".

Antonio López Rubio y Beatriz Cuesta Gavilán, padres de don Juan López. Don Antonio también hizo sus pinitos en la política siendo el primer presidente del comité de Unión Republicana que se fundó en Cantoria en 1903. Colección: Ana María López.

Sus estudios y primeros destinos

Empezó a estudiar bachillerato junto con dos de sus hermanos en Murcia, continuando con la carrera de medicina en Madrid, en la facultad de la calle Atocha. Tuvo como profesores a Ramón y Cajal y como compañeros Gregorio Marañón, Carlos Jiménez Díaz, Juan José López Ibor, etc., Personajes ilustres con los que guardó una buena amistad hasta el final de sus días.

Aunque su vocación era la cirugía general, pero al tener más hermanos estudiando, su padre no podía seguir costeando sus estudios, por eso decidió prepararse las oposiciones a médico general. En 1913 las aprueba, siendo Purchena su primer destino, hasta que lo nombraron director del hospital de las minas de hierro de Lucainena de la Torres. Antes de marcharse a su nuevo destino se casó con Carmen Giménez Saavedra, de cuyo matrimonio nacieron seis hijos, Beatriz, Carmen, Antonio, Juan, María Joaquina y Adolfo.

En Lucainena de la Torres vivió hasta 1925 en que cerraron el hospital de las minas. En el coto minero, además de atender la consulta y los trabajos burocráticos, hubo de hacer frente a graves intervenciones traumáticas causadas por los terribles accidentes de las minas, entre ellas las amputaciones. Habrá que convenir que no son actuaciones fáciles, que exigen una gran preparación, y limitado por la falta de medios materiales.

En esta etapa hubo un hecho que marcó a don Juan, y fue cuando recibió un aviso urgente porque había habido una fuerte pelea entre varios mineros en una de las minas. Cuando llegó se encontró varios heridos, y se fue directamente al que presentaba heridas de más gravedad. Tenía una mano liada con trapos y le explicaron los compañeros que había parado con la mano un intento de navajazo por parte de su contrincante. Le quitó las improvisadas vendas y conforme se la iba desliando, se iban desprendiendo los dedos. Hasta cuatro de ellos habían sufrido una amputación limpia, quedando únicamente uno en su lugar, seguramente el pulgar.

Al cerrarse el hospital los ingenieros de las minas le propusieron un puesto en una de las empresas mineras de la compañía en Valencia, pues no querían prescindir de sus servicios dada su valía profesional y condición humana, unido al gran afecto que le tenían. Irse a Valencia le suponía a Juan la oportunidad de especializarse en cirugía general como había sido su sueño. Se lo pensó y le comunicó a su padre que aceptaría la proposición, pero este le rogó que no lo hiciera, porque era muy mayor y era mejor que se viniera a Cantoria a ocupar su plaza de médico titular. Su suegra también se lo pidió alegando que ya era de edad avanzada y quería tener a su hija y a sus nietos con ella. Ante la presión familiar renunció a su sueño y se vino a Cantoria donde ejerció de médico de cabecera hasta el final de sus días.

Imagen tomada en un estudio de un fotógrafo de la Puerta del Sol de Madrid en 1917, en uno de sus viajes que realizó a la capital depués de finalizar sus estudios y empezar a ejercer, primero en Purchena y después en el hospital de las minas de Lucainena. Colección: Familia López Chirveches

Edificio principal del pequeño hospital de las minas de Lucainena en la actualidad. Colección: Decarrillo

Don Juan López a caballo en Lucainena de las Torres donde ejercía de médico del hospital de las minas. Colección: Adolfo Pérez.

Su labor profesional en Cantoria

Su recuerdo perdura, a pesar de los años transcurridos de su muerte (1952) en la mente de los mayores del lugar, resaltando su talante serio pero afable en el trato, muy humano con los problemas de sus vecinos y su pasión por su profesión llevada al extremo, que lo hacía ser muy buen médico y mejor persona. Claro que quien se dedica en un pueblo a curar enfermos y aliviar el dolor de los demás a la fuerza ha de serlo, lo que amortigua los otros posibles defectos que pueda tener. No cobró servicios a enfermos que no tenían ni para comer e incluso en más de una ocasión, dejó dinero debajo de la almohada de enfermos sin recursos.

Visitaba a sus enfermos diariamente, incluso dos o tres veces al día dependiendo de su dolencia, y a cualquier hora, dentro de las 24 horas del día, de los 365 días del año. Médico de todos los enfermos y enfermedades, tanto graves como leves, que atendía en la consulta de su casa, pues los ambulatorios no existían. Allí tenía todo lo necesario para el ejercicio de su profesión. Eran tiempos difíciles y no todo el mundo tenía medios económicos para salir del pueblo a que los viera algún especialista. Pero estaban tranquilos porque allí estaba don Juan que les resolvía los problemas dentro sus posibilidades.

Durante la Guerra Civil Juan siguió desempeñando su trabajo a pesar del ambiente bélico del momento que se vivía. Él no se había señalado políticamente, su deseo era vivir en paz, sin implicarse en ningún hecho violento. No obstante, contaba su hija Beatriz que al principio de la guerra, en el verano del 36, alguien se acordó de él, pues una noche un muchacho de unos escasos 20 años se acercó a su casa, tocó a su puerta y al no recibir constatación, escaló por la reja hasta el balcón pensando que ya estaban durmiendo en alguno de los dormitorios de la planta superior, llamó varias veces y le contestó la esposa Carmen desde dentro sin abrir. El joven inmediatamente le comunicó: “Doña Carmen dígale a don Juan que se vaya del pueblo esta noche y se esconda porque van a venir a por él, lo han dicho delante de mí”. Sin decir nada más, bajó y se marchó. Corría el rumor de que ese joven era pretendiente de una de las hijas de don Juan y al tener conocimiento del peligro que acechaba al padre de su amada, no dudo en avisarle de inmediato.

Cuando Carmen se lo dijo a su marido, este le dijo que no saldría del pueblo, que cuando vinieran saldría y hablaría con ellos. Esa noche llegaron a la plaza del pueblo dos o tres individuos preguntando por don Juan a los allí presentes. Estos temieron lo que se avecinaba y los conminaron a que abandonaran el pueblo, si o si, porque al médico no se le podía tocar, que no molestaba a nadie y que les hacía mucha falta. Los forasteros se lo pensaron un rato y viendo que no les iban a dejar hacer su cometido, decidieron marcharse. Al momento bajaron para contarle lo sucedido y que estuviera tranquilo. Pero no por mucho tiempo...

Después hubo varios intentos más, como cuando formó parte de la famosa lista que elaboró su colega Antonio Reche conocido como el Artillero, con los nombres de todos aquellos “de derechas” que había que quitarse de en medio, y que envió al comité revolucionario de Cantoria. Este lo tachó de loco, y el Artillero, ni corto ni perezoso, envió la lista, junto con la respectiva denuncia, al comité de Caniles-Baza, el más activo y radical de la comarca. Vinieron a ejecutar la denuncia, pero la directiva del comité de Cantoria supo lidiar con los visitantes, entreteniéndoos con vino y algunas viandas, mientras que avisaban a los afectados para que se escondieran.

Al poco tiempo miembros de otros comités ajenos a Cantoria, asesinan al párroco don Juan Antonio y a un guardia civil retirado, esto hizo que don Juan empezara a tomar precauciones porque sabía que en cualquier momento podían volver a venir a por él, ya que en esta etapa de confusión política no se respetaba nada.

La siguiente vez que lo avisaron de que esa noche vendrían a buscarlo para darle el paseillo, se encontraba enfermo con gripe. Con ayuda de su mujer, se envolvió con una manta y se escondió en el cerro que hay entre el Caño y el Instituto hasta el amanecer.

Como dato anecdótico de la situación que se vivía durante la guerra, una noche de invierno le llamaron para ir a ver un enfermo a la calle Alamicos, estuvo mucho tiempo atendiéndolo porque estaba muy grave, cuando ya lo encontró mejor, sobre las dos de la madrugada se fue a su casa. Cuando llegó al trozo de calle que da a la espalda de la iglesia, se encontró con un hombre encapuchado. Juan se paró y este le dijo: “Sigue tu camino que contigo no va nada”.

Don  Juan llegando a su casa de una de sus numerosas  actuaciones profesionales. La siguiente nota de prensa del Diario de Almería el 1 de octubre de 1933 narra el siguiente suceso en el que don Juan fue uno de los protagonistas:

AI evitar el atropello de un niño, vuelca una camioneta procedente del pueblo de Tíjola se dirigía a nuestra ciudad la camioneta, con cargamento de frutas, de la matricula de Almería y número 1.826, propiedad de don Gabriel Alonso Flores y conducida por el chófer Antonio de Haro i Bedmar, de 24 años de edad. Al paso del kilómetro 3 de la carretera dé la Venta de los Yesos en el punto conocido por «Cuesta de la Zanja», donde existe un terraplén de unos ocho metros de profundidad y desembocar en la calle de San Antón, el niño de tres años de edad, Andrés Jiménez Alonso, de naturalidad francesa, se atravesó en el camino súbitamente, lo que dio lugar a que el chófer al tratar de evitar el atropello del niño virase rápidamente hacia la derecha y vadeando fortuitamente el terraplén, quedó volcada sobre su costado derecho a unos tres metros de la cuneta del mismo lado, sufriendo algunos desperfectos y quedando destrozada la parte delantera del vehículo. El niño sufrió algunas erosiones de pronóstico leve, de las que fué asistido por el médico titular don Juan López Cuesta, habiéndose instruido el correspondiente atestado.

Imagen: Carmen Pérez

Su labor al frente de la alcaldía

En 1941 El Gobernador Civil lo nombra alcalde de Cantoria, en una etapa llena de dificultades de todo tipo, sobre todo económicas, agravada por la dura posguerra y el desarrollo de la II Guerra Mundial. Se encontró un Ayuntamiento con muy escasos recursos para hacer frente a las muchas necesidades municipales. Reorganizó el sistema de recaudación de arbitrios, fundamental para los ingresos del ayuntamiento, consiguiendo que por este concepto, se pasase de ingresar 4500 pesetas trimestrales a mas de 20.000. Subió el escaso sueldo de los trabajadores púbicos, se pagaron las deudas a proveedores (un caso curioso es la petición de cobro del farmaceutico don Bartolomé Alarcón de los años que se le adeudan, en concreto 1933, 1934 y 1940 en concepto de beneficiencia, por los medicamentos suministrados a los pobres y por su labor de veterinario interino municipal, ya que la plaza estaba vacante).

Se instaló una completa red de alumbrado público sustituyendo al escaso y obsoleto existente, construyó el paseo que actualmente lleva su nombre (una obra de mucha importancia ya que era necesario facilitar la comunicación de la estación de ferrocarril con el núcleo urbano con una amplia arteria que viniera a sustituir al angosto y estrecho camino de los molinos, que siempre estaba saturado de carros y bestias esperando su turno en la molienda. Además Cantoria carecía de un lugar de esparcimiento, ya que estaba encerrada entre el río Almanzora y la montaña, y las dos únicas salidas por carretera, la del terrero en dirección a Fines y la de Almería por la imponente Cuesta de la Virgen en la Sierra de los Filabres). Para construir el paseo, que tanto bueno ha significado para nuestro pueblo, hubo de vencer la resistencia de algunos propietarios de los bancales que era necesario ocupar y que tantos quebraderos de cabeza le dió y algunas enemistades, pero al fin lo logró. Fue su obra estrella y por la que siempre se le recordará, pero no fue la única…

Como buen médico, le preocupaba la salud de las personas, por eso puso especial empeño en el cumplimiento de la legislación de sanidad, tanto en el matadero (reformó las instalaciones y contrató a un veterinario para que supervisara todos los animales que llevaban a matar los carniceros y certificase que esa carne era apta para consumo con el correspondiente sello), como en el cementerio (obligó a que los difuntos había que rociarlos con cal antes de enterrarlos debido a la epidemia de tifus que se desató después de la guerra). Además dictó una serie de normas como que la basura no se podía sacar antes de las 10 de la noche y tapada para evitar focos de infecciones, o en verano que el estiércol sólo se podía retirar de las cuadras pasadas las 10 de la noche.

Realizó obras en el camino hacia Capanas y construyó la cuesta que hay actualmente en la fuente del Caño, de la que se abastecía gran parte del pueblo.

Puso como día de mercado los domingos, que aunque al principio costó trabajo convencer a los agricultores y ganaderos, resultó ser un éxito. Al finalizar el mercado, iba un trabajador del ayuntamiento comprándoles todo lo que les había sobrado para repartirlo entre los pobres de solemnidad que vivían en las cuevas alrededor de la ermita.

En lo musical fue el que impulsó, junto con don Miguel Rodríguez la fundación de la Banda de Música en 1945. En lo deportivo, construyó el campo de fútbol que hay actualmente en el IES Valle del Almanzora.

En 1950 deja la alcaldía cerrando una etapa de 9 años de gobierno brillante, a pesar de la dura posguerra.

Paseo López Cuesta a los pocos días de su inauguración a finales de los años 40. Fue su obra estrella, y una avenida amplia que facilitaba las comunicaciones del pueblo con la Estación de Ferrocarril, lugar por donde entraban y salían casi todas las mercancías de la localidad, tanto de los comercios, como de las industrias y de los particulares. Todavía hoy sigue siendo una de las principales arterias de Cantoria. Colección: Mari Felix González

El Paseo López Cuesta, una obra para la expansión y disfrute de los cantorianos

Colección: José A. Fernández Zapata

Colección: Marilou Carreño

Colección: Pedro M. Llamas

En lo personal

Don Juan era una persona de rutinas, y cada día, después de la visita a los enfermos, sobre la una de la tarde, visitaba a su cuñada Patrocinio (viuda de su hermano Antonio) y a su sobrina Beatriz, y después pasaba por la casa de sus hermanas Inocencia y Amalia, con las que departía un rato hasta irse a comer. Vivía en la calle Álamo con cuatro de sus seis hijos: Antonio, Juan, María Joaquina  y Adolfo. Por las noches de invierno iba a casa de su hija Beatriz, a pasar la velada al calor del brasero de sipia en la mesa camilla, liándose sus cigarrillos de picadura que guardaba en su petaca para el día siguiente. A su hora, se embozaba en su capa y se iba (a finales de los cuarenta y principios de los cincuenta aún quedaban personas que usaban la capa; entre ellos don José Fornovi, padre de los hermanos Enrique, Manuel y Carlos, que vivían en Barcelona y durante muchos años alegraron la fiesta de las carretillas y el verano de Cantoria, y como buenos tertulianos acudían cada noche a la sin par tertulia veraniega de la puerta del casino).

Su etapa como Alcalde fue muy difícil en lo personal, porque su mujer, que estaba gravemente enferma, murió en 1942 con 49 años, lo que supuso un duro golpe. Al dejar la alcaldía siguió con su vida cotidiana, su trabajo y el cariño de sus hijos. Sin sospechar que nueve años más tarde le llegaría un nuevo golpe: la enfermedad de su hijo Juan, que con treinta y dos años y ejerciendo la profesión de médico en Cantoria le dió una embolia que le costó la vida a los dos.

El tiempo que duró la enfermedad de su hijo, algo más de un año, fueron muy dolorosos para toda la familia. Como es natural el que más la padecía era el propio enfermo, pero el padre, consciente de que la curación era imposible, sin esperanza y en silencio hizo todo lo que estuvo en su mano, lo llevó varias veces a Granada para que, hospitalizado, lo trataran lo mejores especialistas, de los que siempre oía lo que ya sabía.

Era muy penoso ver en esa situación a una persona tan valiosa y tan vital como había sido. Después de más de un año de enfermedad se preparó el viaje para llevarlo en tren a Madrid para que lo tratara uno de los mejóres médicos de España, Carlos Jiménez Díaz, que fue compañero de promoción de don  Juan y luego profesor de don Juanito, razón por la cual les unía una estrecha amistad. Pero la mañana del día del viaje, su padre sufrió una hemorragia cerebral y dos horas después falleció, a pesar del esfuerzo de su hijo Adolfo en salvarlo. Su hijo falleció cuarenta y tres días después, el 20 de noviembre de 1952, a los 33 años, primer día de la entonces gran feria de Cantoria cuando sus hermanos estaban preparando de nuevo el viaje a Madrid. La muerte de ambos causó gran conmoción en el pueblo, en la que asistió una multitud procedente del todo el Valle del Almanzora.

Don Juan y su mujer Carmen Giménez Saavedra. Colección: Carmen Pérez.

Don Juan con su mujer e hijos. Colección: Ana María López

Beatriz López, hija mayor de don Juan. Colección: Adolfo Pérez.

Vivienda familiar de don Juan en la Calle Álamo. Colección: Decarrillo

Don Juanito

La figura de Juan López Giménez, en adelante don Juanito (mucha gente lo nombraba así para distinguirlo de su padre, lo que a él lo sulfuraba mucho), y lo que supuso su enfermedad para don Juan, merece que nos detengamos en él.

Realizó sus estudios en Madrid, cuyo profesor Carlos Jiménez Díaz, fue compañero de estudios de su padre. De allí continuó con la especialización en Cirujía en Alemania durante 2 años, donde perfeccionó también su Alemán hasta dominarlo perfectamente.

Una vez finalizados sus estudios, volvió en 1947 a Cantoria donde ejerció de médico, como hizo su padre, su abuelo y su bisabuelo. Obtubo la plaza de médico general en Cantoria, encargado de Almanzora, a la que acudía tres veces por semana a pasar consulta. Se iba a las once de la mañana en el “frutero” (tren de mercancías con un vagón para viajeros) y regresaba a las dos de la tarde en el correo (tren de viajeros con un vagón para el servicio de correos). 

Aunque su meta era erjercer su especialidad en Madrid, para la cual se estaba preparando y que se le daba bastante bien, como lo demostró con la señora Esperanza López, mujer de Sebastián el Zurdo, de ochenta y un años. Esta mujer padecía una diabetes muy severa que le produjo gangrena en una pierna, la cual no respondía a tratamiento alguno, razón por la que era preciso amputársela. Las circunstancias de la enferma hacían muy complicado llevarla a un centro hospitalario para operarla. Esto hizo que don Juanito se planteara la idea de hacerlo él con sus medios y en la propia casa de la enferma. Es de suponer que debido a la naturaleza de la intervención, la estudiara detalladamente con su padre y su hermano Adolfo (entonces estudiante de Medicina). De acuerdo la interesada y su familia, la operación se efectuó un Domingo de Resurrección de 1950. La intervención, que fue un éxito, consistió en amputarle la pierna pocos centímetros por debajo de la rodilla. El equipo quirúrgico lo formaron junto con don Juanito, que era el cirujano, su hermano Adolfo, ayudante; su padre, encargado de vigilar las constantes vitales de la enferma; su hermana Carmen, enfermera. Fue tanta la presión que antes de la operación don Juanito se recogió durante un buen rato en el Sagrario de la iglesia a pedir que todo saliera bien.

De esta forma la paciente pudo ver cumplido su gran deseo de ver a su hijo Juan Pedro antes de morirse, el cual vivía desde hacía veinte años en Barranquilla (Colombia). El hijo y su familia llegaron en septiembre del mismo año. Como anécdota les cuento que en la fiesta de las carretillas de enero siguiente (1951), don Juanito, muy aficionado a esta fiesta, con su bonito sombrero de explorador, fue a tirarle carretillas a su enferma, cosa que ella le agradeció desde la alambrada de su ventana, Al año de la operación murió la señora Esperanza, ya sin remedio para su enfermedad.

Don Juanito desde pequeño andaba delicado de salud, tenía posiblemente una Estenosis Mitral que también le había generado reúma y en esa época había una creencia que dandose baños de agua fria podía aliviar los síntomas, por eso todas las mañanas, ya fuera verano o invierno, se bañaba, bien en el río o sacando agua del pozo de su patio. 

Este remedio resultó ser peor que la enfermedad, ya esto le supuso coger una pulmonía que le deribó en una embolia, paralizándolo todo el lado izquierdo del cuerpo, ocasionándole meses mas tarde la muerte.

Que tan grande profesional no hubiera llegado a ser si la enfermedad no le hubiera arrebatado la vida con 33 años. Un destino que quiso ser trágico con una gran persona y profesional, dejando conmocionados a todo un pueblo.

Don Juan López Giménez (conocido como don Juanito), médico de Cantoria delante de un puesto de dulces en la feria de la localidad. Imagen tomada en 1949. Colección: Familia López

don Juanito en el patio de su casa en la calle Álamo. Colección: Carmen Pérez.

Mi Caballo de Cartón. Por Antonio Fiñana

Erase una vez un niño tan pobre tan pobre, que con tres años recibió su primer regalo de reyes de parte de un rey mago con un gran corazón. Un rey que a veces hasta de médico porque yo esa navidad estaba enfermo, con una pulmonía, según me contaba mi madre.

Don Juanito, que así se llamaba el rey, perdón, mi médico, un joven que recién había acabado la carrera venía a controlar todos los días mi enfermedad, pero el día 5 no vino a casa a su hora de costumbre, ni por la tarde, pero por la noche, en la víspera de reyes, tocaron a la puerta y ahí estaba don Juan vestido de rey con mi regalo, con mi caballo de cartón.

Un juguete de unos 20 cm de alto, pintado de verde simulando la hierba del prado donde pastaba y unas ruedas de hojalata que parecían chapas de gaseosa. Ese caballo era mi juguete, no se separó de mi ni para dormir. No era majestuoso como el de Santiago, ni como el del Quijote, ni el del Cid, pero era mi caballo, mi compañero de juegos en estos tiempos de miseria y hambre.

Por las noches cabalgábamos en busca de batallas contra los malvados, los sarracenos o allí donde se nos requería porque algún peligro acechaba. Era mi rocinante particular hasta que..... se produjo la despedida.

Un domingo por la mañana mi madre calentó agua para lavarnos a mis hermanas y a mi para ir a misa de 10. A mi siempre me tocaba el último porque siempre estaba jugando en las calles de tierra y me ensuciaba mas que ellas. Y como yo como era curioso y mi amigo de juegos era mi caballo, cuando mi madre fue a por una toalla yo aproveché y lo metí en el agua también.

Allí acabó las aventuras de mi caballo, el cartón se desintegró en la palangana como si fuera chocolate. Triste final para mi compañero de juegos y mas triste el final el de don Juanito que murió al poco tiempo. Ya nunca mas volvía a escuchar esas melodías clásicas a través de las ventanas de su casa que a él tanto le gustaban y que todavía hoy tarareo de manera insconciente. Quiso Dios llevarse a su lado a una persona buena y honesta que aún hoy pervive en la memoria de tantos cantorianos a los que hizo tanto bien.

Don Juanito en una foto de carnet para las fichas de la universidad. Fuente: Archivo General Región de Murcia

Bibliografía

PÉREZ LÓPEZ, Carmen y PÉREZ LÓPEZ, Adolfo. Revista Cultural Piedra Yllora. Nº 6. Año 2011

Testimonios de: 

Web consultadas: