Vejez y Muerte

El abuelo Antonio Gea Castejón con sus nietos Isabel y Pedro Gea Castejón, José Martínez Gea, Antonio y Miguel Gea Puertas, en la puerta de su casa de la calle Romero en los años 60. Antonio era el representante de esas familias de turroneros que tanta fama le dieron a Cantoria. En vísperas de festividades señaladas, en los pueblos de la comarca, los fogones y las calderas empezaban a echar humo iniciada la madrugada, impregnado toda la calle con los sabores dulces del azúcar, aromas de limón y naranja. Colección: familia Reche 

Cuando el enfermo estaba terminal, lo visitaba el cura con un monaguillo tocando la campanilla para confesarlo y darle la extremaunción. Ya difunto, los familiares preparaban la habitación para el velatorio, quitando muebles, poniendo sillas y tapando los espejos con telas o sábanas para que no se reflejase la imagen del difunto. Se amortajaba con el mejor traje que tenía. La noticia se hacía saber al pueblo mediante un toque de campanas (ocho campanadas para la mujer y nueve para el hombre). El féretro se llevaba a la iglesia a hombros de los hombres de la familia o amigos. 

Detrás, la familia, vecinos y demás allegados. Al finalizar la misa, se daba el pésame en la puerta de la iglesia. A continuación, el cortejo fúnebre se dirigía al cementerio, pero sólo con hombres, porque estaba mal visto que las mujeres fueran al camposanto. En el entierro también había clases, a los de dinero se enterraba en panteones subterráneos, siempre con los pies mirando a hacia la puerta, y a los demás, en la tierra directamente. En honor al muerto se rezaba el rosario durante nueve noches y a los nueve días se celebraba una misa, otra al mes y otra al año. 

Se les encendían mariposas (velas de aceite) en su memoria. Allí acudían las vecinas y rezaban por el alma del difunto. Cuando se estaba de luto, no se asistía a fiestas y, si se escribían o mandaban cartas, llevaban ribetes negros. El luto duraba años y a veces se enlazaba uno con otro. El hombre se ponía un brazalete negro en el brazo izquierdo y la mujer, un vestido negro con medias y velo.

Ese hombre tan bien plantao, con su sombrero y su vaso, es José Antonio, más conocido como el tío Taíco o el Rullo, en la tienda de comestibles de Lola Cazorla, en Almanzora, a finales de los años 50. En Almanzora, cuando observamos que nos están metiendo alguna trola, apuntamos con el dedo índice de la mano derecha hacia el cielo y decimos: “Chupa Rullo, qués pintura”.  Colección: Lola Cazorla

Diego Uribe el Pipa, el párroco Francisco Serrano, Juan Tijeras y Antonio Castro en la terraza de la discoteca del Club de Tenis Araucaria. Colección: Encarna Jiménez

Antigua Capilla del Cementerio. Imagen tomada en el lateral de la misma después del entierro de un niño a finales de los años 40. Colección: Lola Cazorla

Entierro de Julio Martínez Molina en 1958. Esta imagen está tomada en el mismo punto que la anterior. Hasta mediados de los años 70 era costumbre acompañar a los difuntos y a sus familiares al cementerio caminando. El cura sacaba al fallecido de su casa y lo despedía al final de la calle Romero de camino al cementerio. La misa se decía a la semana. Colección: Maruja Gilabert

Entierro de Pedro Llamas Giménez el 30 de mayo de 1962. Pedro fue alcalde de Cantoria en 1957, sucediéndole meses después don Cristino María Sánchez. Esta imagen está tomada en la calle Romero al paso de la comitiva hacia el cementerio, portando el féretro a hombros y acompañado sólo por hombres, como era la costumbre. Colección: Pedro María Llamas