Los Pedigüeños de Cantoria

Ramón Ramos Sánchez

Cantoria, cruce de caminos de los tres principales centros de perenigración del centro-norte de la provincia de Almería

El fijar estos relatos en un segmento de la sociedad tan depauperado, implica que se carezca de documentación suficiente para elaborar una historiografía suficiente para definir como Historia lo que en realidad solo supone poner en común nuestros recuerdos y expresar situaciones que no deberían volver jamás.

Introducción.- Al definir el concepto de pedigüeño podemos definir dos bloques bien diferenciados, a saber:

Los costumbristas que en épocas concretas pedían el aguinaldo.

Los pedigüeños, los que pedía por necesidad.

En cuanto al aguinaldo, los antiguos llamaban strenae a los regalos que se intercambiaban los amigos en honor de los dioses. Esta costumbre se le atribuye al rey Tacio, el cual solía ir el primer día del año, a coger verbena en el bosque sagrado de Strenua, o diosa de la salud, con el fin de obtener la divina protección durante todo el nuevo año. Con el tiempo, esta costumbre de intercambio fue derivando en, a) petición para un buen fin, b) como sobresueldo, aprovechando estas costumbres, para beneficio propio.

 En Cantoria, la costumbre del aguinaldo coincidía en las fechas como en la época romana, o sea por Año Nuevo. Una cuadrilla con instrumentos improvisados, como botellas vacías del anís percutidas con cucharas, morteros de bronce con su almirez y otros artilugios ocasionalmente musicales, recorrían las calles del pueblo cantando sus canciones apropiadas como, la que decía:

EL AGUINALDO TE PIDO

SI NO ME LO QUIERES DAR

QUE SE TE SEQUE LA TRIPA

LA TRIPA DEL CAGALAR.

En la memoria de los mayores de Cantoria quedaron entre los más destacados de estas cuadrillas: El Curica, El Tío Cipriano, Pedro el de Rut, etc.

Los Pedigueños.- El fenómeno de los pedigüeños aparece en la sociedad cuando el hombre deja su clan, deja su tribu y se organiza en ciudades. Dentro de la ciudad la solidaridad de la tribu o clan, queda reducido a la familia (abuelos, padres/hijos.). Si algún miembro del grupo queda fuera del mismo y no puede trabajar o servir a los señores, solía terminar en la marginalidad.

En Roma por efectos de las guerras de conquistas y las expoliaciones, se crearon enormes bolsas de pobreza. Los alrededores de sus ciudades y campamentos, pululaban los pedigüeños, los tullidos, y toda clase de marginados. Los leprosos y otros enfermos, posibles contaminantes, eran alejados a valles cerrados y alejados de la ciudad. Esta situación, ya fue denunciada por “Juan el Bautista” y conformó el centro del mensaje religioso de Jesús de Nazaret: “Bien aventurados los pobres, porque de ellos es la Gloria”. Esta afirmación se cerraba con la de “Es más difícil que un rico entre en el Reino de los Cielos”. El discurso fundamental de San Pablo fue el de la Caridad, en sentido de amor a todos los demás “amor al prójimo” y en especial a los más desfavorecidos. Aunque con el tiempo, esta grandeza del mensaje para la mayoría de los cristianos ha quedado reducido a la limosna. Con esta filosofía, la demanda de pedigüeños estaba garantizada.

En la Edad Media, eran legión los pobres que pedían a la puerta de las Iglesias y que acudían a la sopa boba de los conventos. el fenómeno  continuaba creciendo, los pobres llenan los mercados, las entradas de los conventos y alrededores de las murallas. La literatura no quedó al margen de esa ebullición de pícaros. Se escribieron muchas obras de antihéroes, descritas en primera persona. Las novelas más brillantes de la literatura española, como por ejemplo: El Lazarillo de Tormes, El Buscón llamado Pablo, o personajes como D. Quijote de la Mancha, figuran entre las más grandes de la literatura española.

En tiempos de la Ilustración y la Revolución Francesa, el tema es retomado en la literatura universal y nos ofrecen las obras magistrales de “Los Miserables” de Víctor Hugo en Francia y “Oliver Twist” de Charles Dickens en Inglaterra. A partir de estas fechas, el problema de la marginalidad social pasa a ser problema político, entrando en los tratados socio-económicos, como fenómeno nuevo de la industrialización de la economía. La gente abandona el campo y se hacina en las grandes ciudades alrededor de las fábricas, entrando en juego una nueva clase social: “el proletariado”. Desde este momento, muchos marginados empiezan a tomar conciencia de su situación y se inicia una lucha por salir de la misma surgiendo los sindicatos y los partidos de izquierdas como herramienta de lucha por la liberación  de los parias de la sociedad, llenando el siglo XX de conflictos sociales y revoluciones.

Así llegamos hasta el final de la Guerra Civil Española con una nación destruida, arruinada, llena de mutilados y gran cantidad de pobres sin asistencia alguna. Esta pobre gente tenía que salir a la calle y a las  de otros pueblos, a “pedir” para poder subsistir, siendo este el tiempo donde se sitúa nuestro relato. La salida del pozo de la miseria, para los pedigüeños, tenía las paredes altas y resbaladizas, lo que obligaba a tener que adaptarse a un estatus definitivo, elevando esta situación a la categoría de oficio del lumpen.

La adaptación empezaba con organizar el territorio y adjudicarse puntos de ubicación, de cada uno de los habituales del grupo de “pedidores” (hablamos ya de profesionalidad) el sitio elegido según antigüedad o peso específico en la organización, sin estatutos, pero organización de facto, al fin y al cabo.

Todos estos grupos locales de marginados coincidían en fiestas patronales, con preferencia en las ermitas comarcales de gran devoción, como la Virgen de Monteagud y Santo de Cristo de Bacares. En Cantoria, un grupo relativamente grande, vivían en los alrededores de la ermita como los antiguos moriscos en la época cristiana, en cuevas y recovecos. Los recuerdos de mi infancia sobre este grupo marginal (mayoritariamente de Cantoria) acudían a las fiestas patronales que se celebran en Macael para honrar a su patrona la Virgen del Rosario.

Las imágenes que retengo son recuerdos de un adolescente que nunca aceptó la pobreza como estatus de vida aceptada voluntariamente, si no como una tremenda injusticia de la sociedad. A toda esta “famélica legión”, los definíamos por su aspecto para distinguirlos, como por ejemplo, “El tío de las patas liadas”. Su sobrenombre se debía a que sus  piernas ulceradas y próximas a la lepra, las protegía con vendas de cualquier jarapo. A este pobre le quedaba autoestima. Recuerdo que tenía un semblante parecido al de Lee Marvin en la película: Estrella errante. Su cara parecía extraída de un cuadro de Goya en su época oscura, más que compasión, nos suscitaba intriga. Nunca pedía, se limitaba a extender su brazo y huir de ti, con  mirada ausente, para no caer en la humillación de sentirse derrotado por cumplir injustamente condena de los dioses. Le gustaban las noches claras y como “estrella errante” recorría el universo en busca de un lugar donde reinara la justicia y la solidaridad para allí ubicarse.

Otro personaje que aún retengo “El Manco”, cuyo nombre no recuerdo. Su estatura media, tirando a baja, carácter de timidez extrema como si arrastrara algún complejo de culpa, su semblante era triste como la vida que él no había escogido, era epiléptico y vestía de chaqueta de algún muerto, aunque hiciera calor. Tenía una minusvalía en un brazo que le impedía trabajar, este impedimento le llevaría a exclusión social y a la marginalidad absoluta. Su timidez le impedía aplicar reclamos de marketing propios del lumpen de la zona, lo que le llevó a tomar (según cuentan), la terrible decisión de poner el brazo en la vía del tren y este actuara de cirujano a su paso. Esta brutal decisión tenía el objeto de aumentar la compasión de los demás y así subir sus ingresos por limosnas a un nivel ínfimo de subsistencia.

Para el final he dejado un personaje que, aún dentro de su situación marginal, tenía perspectivas optimistas. Se llamaba María y el sitio designado para pedir en las fiestas de mi  pueblo la situaban debajo una ventana de mi casa. Desde mi observatorio, fui testigo de una conversación entre María y otra pedigüeña que pasaba. Esta conversación dejaba claro, aparte en del optimismo de María, que por muy bajo que sea el escalón en que te sitúe en la vida, te puede quedar autoestima. Relato parte de conversación después de los saludos pertinentes:

2ª Pedigüeña: ¿María y tu hija?

María: Se casó y está muy bien.

2ª Pedigüeña: ¿Y tu yerno, que hace?

María: ¿Qué va a hacer hija? PIDIR

(Sin comentarios)

Por motivos espacio termino este escrito con la petición a los cantorianos que apoyen y colaboren con su revista, para así, elevar el nivel cultural, propio y colectivo. Agradezco a la dirección de la excelente revista local Yllora, la ocasión que me brinda de poder expresarme con bocetos de pequeñas historias, y recuperar de esta forma la memoria colectiva de Cantoria. Pueblo ilustre y abierto en el que he trabajado durante veinticinco años, y en el que dejo buenos amigos.

Bacares1898. en Un hombre, que conduce a pie a una caballería, discurre por la actual calle Antonio Díaz González, tras cruzar el río de Enmedio, ante la mirada de varios niños y de una mujer que porta un cántaro en el costado. Legado: Gustavo Gillman

Imagen de posguerra de la ermita de Monteagud, en la que ya se puede ver el estado ruinoso de la misma.

Vistas de la calle Alamicos desde la ermita. Colección: Manuel Alcázar

Ermita de Nra. Sra del Saliente. Una imagen que se utilizó para postal. En ella podemos ver al coche de línea que hacía el trayecto Estación de Almanzora - Albox

Interior de la iglesia de Bacares donde se encuentra una de las imágenes más veneradas de la provincia

Este sencillo habitáculo que acogía a la imagen de la virgen de Monteagud, se demolió hace unos años para dar paso a la construcción de un gran santuario.

El barrio de las Cuevas junto a la ermita, lugar donde vivían los pedigüeños de Cantoria. En esta imagen la cueva del tío del Pozo, conocido por ese sobrenombre porque en dicha vivienda construyó un pozo de agua potable, sacando la tierra con una gorra.

Los últimos habitantes de las cuevas