La Guerra Civil en Cantoria

Introducción

Tras varios meses de agitación, se produce la sublevación militar el día 18 de julio y el día 21 se promulga el bando de guerra en Almería. A las 3 de la madrugada del día 21 se recibe en el cuartel de Macael un telefonema del jefe de línea ordenando a todo el personal que se concentraran con sus familias en el cuartel de Cantoria. Esa misma mañana avisan al cuartel de que elementos armados de Almanzora venían para desarmar a las fuerzas, cosa que no llegó a suceder.

Al irrumpir en los primeros días de la guerra lo denominados Comités Revolucionarios o de Salúd Pública integrados por elementos radicales de los sindicatos y partidos políticos, los ayuntamientos constitucionales fueron disminuyendo su actividad política, centrándose principalmente en la aprobación de facturas, lectura de la correspondencia oficial, obras de urgencia, cambiar el nombre de las calles que así se exigía desde Madrid. En definitiva, su funcionamiento fue paralelo al de los comités. 

En Cantoria el comité se estableció en el edificio del Cuartel Antiguo en la calle Alamicos (hoy desaparecido). En Almanzora estaba en la sacristía de la iglesia y la sede social de festejos en una casa de la plaza utilizada anteriormente como oficina por Juan Lozano.

En esta situación se estuvo hasta 1937 en el que el Gobierno Republicano pudo frenar todo este frenesí de poder, restando poder a los comités y contituyendo los Consejos Municipales por orden del Gobernador Civil Gabriel Morón Díaz.

El de Cantoria quedó constituido el 3 de febrero de 1937 de la siguiente manera:

Presidente: Juan Cerrillo Rodríguez. De profesión Propietario. Perteneciente a Izquierda Republicana (IR).

Vicepresidente 1º: Agapito Fábrega Aránega. De profesión Jornalero. UGT.

Vicepresidente 2º: Juan José Padilla Sánchez. Propietario. CNT.

Síndico: Juan Marín Ruiz. Propietario. IR.

Vocales:

Juan García García. Propietario. UGT.

Joaquín Gómez Carreño. Albañil. UGT.

Antonio Gilabert Segura. Labrador. CNT.

José Sáez Castejón. Indutrial. CNT.

José Granero Navarro. Ferroviario. IR.

Antonio Galera García. Chófer. Juventudes Socialistas Unificadas (JSU). 

José Gilabert Segura. Labrador. JSU.

José Pedrosa García. Labrador. JSU.

Joaquín Parra Sola. JSU.


Juan Cerrillo Rodríguez, el primero por la izquierda, fue el último alcalde de la República antes de la guerra civil. Durante el gobierno de los comités, se vio mermado el poder de los ayuntamientos, aún así, hizo una labor encomiable para atender y dar comida a todos los refugiados que llegaban de la guerra. Colección: Emilio Cerrillo

Como curiosidad, mostramos este bando del comité revolucionari de Játiva que ordena a la ciudadanía a depositar estampas, imágenes y todo aquello que pueda tener valor en las plazas más cercanas a su domicilio. Colección: Juan José López Chirveches

Los Patronos San Antón y San Cayetano que fueron pasto de las llamas en la plaza del Convento por parte de los milicianos y miembros del Comité. Colección: Lolina Linares

Imagen de la Virgen del Carmen que compró el párroco Leonardo López Miras para bendedir la iglesia el día de su inauguración y que fue pasto de las llamas en la plaza del Convento. Colección: Lolina Linares

El Comité de Cantoria

Las acciones del Comité de Cantoria tuvieron dos caras, una negativa y otra positiva. Bajo su dominación fueron incautadas las fincas de 22 propietarios, y determinados elementos de derechas fueron obligados a escriturar parte de sus tierras a nombre del Comité. Esta es la relación de propietarios incautados:

José Carrillo Picazos, Pedro Cubillas Mesas, Isabel Cubillas Ramos, Alejo Fernández Jiménez, Manuel Férnandez Pardo, Encarnación Giménez López, Gabriel Gómez Torrecillas, Pedro Jiménez Ruiz, Joaquín Jiménez del Olmo, Manuel Jiménez del Olmo, Pedro Llamas Martínez, Juan March Orinas, Antonio Mellado García, Salvador Miranda, José Navarro Herreros, Juan Pérez Moreno, Pedro Pérez Reche, Isabel Rodríguez Pérez, Carmen Saavedra, Fernández, Agapito Sánchez Pérez, Francisco Soler Soler.

Al resto de propietarios se recargó la contribución caprichosamente, de un día para otro, un 70%; se requisaron aceite, grano y alimentos en general de las casas de los derechistas, a varios de los cuales les impusieron multas arbitrarias; hubo registros en busca de imágenes o motivos religiosos, que eran confiscados o destruidos; igualmente se requisó género de determinados establecimientos comerciales. Además, milicianos forasteros detuvieron a los guardias civiles del puesto de Cantoria afectos al Alzamiento y los enviaron a la cárcel de Almería.

Al comenzar la Guerra se suspendieron los actos litúrgicos. El párroco, don Juan Antonio López Pérez, entregó las llaves del templo a un hombre respetado y de plena solvencia, don Emilio Padilla. Un día, varios integrantes del Frente Popular fueron a buscarlo y le pidieron las llaves. Aunque en un principio se negó, ante las amenazas cedió y se las entregó. Entraron en la iglesia e hicieron toda clase de barbaridades. Arrancaron el precioso retablo barroco y las maderas se las llevaron a sus casas como leña. Sacaron las imágenes y las apilaron en la plaza del Convento, en la explanada donde ahora está la entrada al edificio de los jubilados y biblioteca. Se quemaron y perdieron para siempre el san Antón y el san Cayetano originales, dos esculturas de gran valor atribuidas a Salzillo, y la Virgen del Carmen original. La iglesia pasó a ser utilizada como almacén… Hacia el final del conflicto, los rojos destrozaron la trompetería y los tubos del órgano, que había sido colocado en 1912, y descolgaron una de las campanas para usar el estaño en la fabricación de balas.

Durante el dominio del Comité se produjeron los dos asesinatos que hubo en el pueblo de Cantoria, aunque hay que dejar claro que ninguno de los miembros del Comité, ni nadie de Cantoria, intervino de forma directa en ellos -aunque sí en las detenciones previas- y que fueron cometidos, en ambos casos, por milicianos forasteros que se llevaron de aquí al párroco Juan Antonio López y el guardia civil retirado Antonio Martínez, denunciado ante el S.I.M. por Francisco Jiménez Simón, miembro del comité de Almanzora, residente en el Badil y autor material del asesinato de Juan Lurves de los Pardos.

En cuanto a la gestión positiva, los miembros del Comité evitaron numerosos asesinatos de paisanos de derechas, ocultando a algunos o dando aviso a otros de que elementos forasteros venían a por ellos para matarlos. Salvaron la vida del otro sacerdote de Cantoria, don Luis Papis, escondiéndolo en la propia sede del Comité, la misma tarde en que se llevaron a don Juan Antonio, y facilitándole después un cortijo en Capanas en el que pudo ocultarse hasta que logró evadirse a su pueblo de La Cañada, junto a Almería, donde poco después fue movilizado.

Pero el hecho más trascendente fue la decidida intervención del Comité impidiendo que una partida de milicianos, procedente de Baza y Caniles, se llevara detenidos a treinta y cuatro cantorianos de derechas que venían apuntados en una lista, al final de la cual se leía esta frase: “No deben llegar a Baza”. Aquella noche, los arriesgados movimientos de todos los miembros del Comité, distrayendo y retardando a los milicianos forasteros, y la aguerrida y valiente acción de Enrique Fornovi y de muchos otros izquierdistas que se la jugaron junto a él, dando aviso a los que iban en la lista para que se escondieran, frustró lo que hubiera sido una de las peores masacres de la guerra en la provincia de Almería: el asesinato frío y alevoso de 34 cantorianos, en algún punto de la carretera entre Cantoria y Baza.

Observamos, pues, que el Comité tuvo un proceder que, a primera vista, pudiera parecer contradictorio. Por un lado, cometieron toda clase de atropellos y abusos contra la propiedad privada, incautando y requisando bienes particulares; o contra la iglesia, destrozando el templo y quemando esculturas y cuadros, etc. Sin embargo, tuvieron, en general, -aunque en casos puntuales, no- un excelente comportamiento en el trato con las personas de derechas, como éstas reconocen en su mayoría, tanto en los testimonios orales como en las declaraciones firmadas que hicieron ante las autoridades competentes, en los procesos que se siguieron contra ellos. Su actuación salvó la vida de muchos paisanos.

En cuanto a la participación de las mujeres en la esfera política e institucional, debemos destacar que, aunque significativa, nunca trascendió a puestos directivos. No obstante, dieron muestras tempranas de militancia, sucedidas incluso antes de que las necesidades bélicas contribuyeran al llamamiento generalizado a la población femenina para su incorporación a todos los ámbitos de la producción y la vida pública. Desde el “verano caliente” de 1936, hubo mujeres que, por uno u otro motivo, se posicionaron entre los contendientes.

Problemas añadidos durante la guerra en Cantoria fueron la sequía que duró tres años y la consiguiente plaga de hambruna general, la llegada masiva de refugiados procedentes de otros lugares de la provincia, de Andalucía e incluso de España. Para los alcaldes de este periodo, Juan Cerrillo Rodríguez (1934-1937) y Juan Lamarca Martos (1937-1939), fue un tremendo problema dar de comer y cobijar a esta gente, principalmente viudas, niños, ancianos, etc. Cada familia de refugiados rotaba al mes, pues la situación de las familias del pueblo no podían dar hospedaje y alimento gratis a varias personas durante mucho tiempo. Emitieron vales firmados que se podían canjear por harina en los molinos y aceite en las casas donde se sabía que recogían aceituna. Situación se mantuvo hasta la víspera del 19 de marzo que llegó la noticia de la proximidad de las tropas nacionales.

En el balcón de Carmen López (actual Café Bar Galán) se colgó una sábana blanca a modo de bandera de rendición y el viernes de Dolores se celebró la primera misa en un local de la plaza de la Constitución, debido a que la iglesia se encontraba en unas condiciones deplorables. A partir de este momento empezó la dura posguerra.

Miembros del Comité:

Francisco Guerra Tripiana, el Polvorista, 32 años (presidente); Rudesindo Guerrero Linares, 53 años (secretario. Dimitió hacia finales de octubre); Sebastián Gea Mateos, el Chumbero, 29 años (delegado de Trabajo); Juan Fernández Gómez, el Canuto, 27 años (presidente del Tribunal de Usura y de la Junta de Incautación y Requisa de Fincas); Emilio Gilabert Parra, el Conejo, 25 años (delegado de Transportes); Enrique Fornovi García, 29 años (vocal. Muy probablemente, secretario tras la dimisión de Rudesindo); Blas Padilla Martínez, 36 años; Antonio el Menúo (no ostentó cargo alguno en el Comité, pero fue su mentor ideológico; ejerció una notable influencia y fue el principal referente de sus miembros); Juan Lamarca Martos (vocal del Consejo de Administración de Fincas Incautadas y presidente del Comité hacia finales de octubre, tras Guerra Tripiana, que pasó a ocupar el cargo de tesorero), 44 años.

Casa Cuartel de la Guardia Civil en la calle Alamicos. En este edificio estuvo el Comité de Cantoria al inicio de la guerra civil. Colección: Lolina Linares

La Casa de la Moneda hizo una serie de monedas de cartón, ante la falta de papel moneda, en las cuales por la parte trasera aparecía el escudo de España y las puso en circulación. Ante la petición de las diputaciones se hizo otra serie en 1937, pero esta vez con sellos de correos en el reverso que acreditara su valor. Esta moneda circuló hasta el final de la Guerra en la zona republicana porque no se acuñó ninguna posterior que invalidase su utilización. Colección: Miguel A. Alonso Mellado

Documento por el que el Comité incauta las fincas de Juan Pérez Moreno, con las firmas de Juan Fernández y de Juan Lamarca. Colección: Juan José López Chirveches

Documento por el que el Comité incauta las fincas de Agapito Sánchez, con las firmas de Juan Fernández y de Juan Lamarca. Colección: Juan José López Chirveches


La trágica lista del Artillero y la rápida respuesta de Enrique Fornovi

Desde mediados de la década de los años 20 del pasado siglo ejercía como médico en Cantoria, además de don Juan López Cuesta y un forastero llamado Antonio Rodríguez Reche. Era un hombre extrema izquierda, y se le conocía como el Artillero, seguramente debido a que tenía doce hijos. Era un hombre problemático, "follonero" como dicen los mayores del lugar y que siempre andaba de trajines con  unos y con otros. 

Al poco de comenzar la guerra, el Artillero irrumpió en el Comité donde se celebraba una asamblea de obreros y campesinos, tomó la palabra y excitó a los reunidos para que asaltaran y saquearan los establecimientos comerciales de los derechistas. Además, traía un papel donde había apuntado una serie de nombres, que según él, habría que detener ese mismo día. 

La actuación del Comité de Cantoria fue bastante buena, en general, por lo que respecta al comportamiento y trato hacia las personas. Para el Artillero era síntoma de debilidad y acusaba a la mayoría de los componentes del Comité de ser demasiado blandos, incluso complacientes, con los elementos de la derecha. Sin pensárselo mucho, hizo llegar al Comité de Baza las quejas por la excesiva blandura de los rojos cantorianos, así como la susodicha lista con los treinta y cuatro nombres de los más destacados elementos de derechas. El Comité bastetano era conocido por ser el más duro entre los relativamente cercanos a nuestro pueblo, y cometíendose en esa ciudad verdaderas atrocidades durante los primeros meses de la guerra.

"El Domador de Caciques". Hacia el anochecer de un día de finales de agosto de 1936 llegaron a Cantoria dos camiones con un buen puñado de milicianos de Baza y Caniles a bordo. Traían la citada lista del Artillero, con la orden de detener de inmediato y subir a los camiones para ser llevadas, “teóricamente”, hasta la ciudad de la provincia granadina. Y decimos "teóricamente" porque después se supo que tenían la orden de que no llegaran vivos a la vecina localidad de Olula.

Enrique Fornovi tenía entonces 29 años, trabajaba llevando la contabilidad del negocio de su padre, estaba afiliado a la CNT y formó parte del Comité Revolucionario como vocal. Él y algunos más fueron conscientes de la masacre que se avecinaba, hablaron y acordaron que no iban a consentir que se llevaran a los paisanos. 

Iniciaron entonces movimientos de retardo para ganar tiempo. Les hicieron creer que aquel listado contenía errores, porque algunos de los que figuraban eran de ideas republicanas y que más valía examinarla con detenimiento. Fornovi propuso hacer las cosas bien y analizar todos los nombres uno a uno, y, si les parecía, iba a encargar vino y cerveza y unas raciones para agasajar a los compañeros milicianos, que invitaba Cantoria por la revolución. 

Esto fue lo que le dio un tiempo precioso a Fornovi y a sus hombres para mandar recados o avisar directamente a los afectados, y situar a varios milicianos armados por los tejados de alrededor. Una vez se supo que la situación estaba controlada, Fornovi y Tripiana hablaron con toda claridad a los forasteros, comunicándoles que se oponían radicalmente y no iban a consentir que sacaran a nadie de la villa sin las preceptivas órdenes legales de la superioridad. Y si aún así, seguían con la idea de continuar con el objetivo marcado, sus hombres, situados estratégicamente en los tejados de alrededor de la sede del comité, tenían orden de disparar contra los visitantes. Cosa que nunca hubiera podido suceder, porque si bien había armas, se carecía de munición, aunque era un dato que que por suerte desconocían los de Baza.

Resultado final de todo esto fue que los milicianos se marcharon por donde habían venido, con los camiones vacíos, marcha atrás, para que así Fornovi controlase en todo momento al conductor hasta la salida del pueblo. 

De esta manera se frustró la que hubiera sido la matanza más salvaje de la guerra en el Almanzora.

La indignación contra el Artillero empezó a crecer por momentos. Pronto se supo quién había traído a aquellos forajidos dispuestos a matar y, tanto las gentes de izquierdas como las de derechas, empezaron a concentrarse delante de su casa con la intención de detenerlo. 

Viendo que la situación se hacía insostenible, una de las hijas de el Artillero logró escabullirse acompañada de uno de sus hermanos e inició camino a pie hasta Albox, para solicitar la ayuda del Comité albojense ante el peligro inminente que corría su padre. En plena madrugada, entraron en el Comité local de Albox y contaron lo que estaba sucediendo en Cantoria. Entonces, un grupo de ese Comité se trasladó hasta Cantoria, donde intervinieron ante los congregados en la puerta de la casa del médico para apaciguar los exaltados ánimos.

El Artillero acabó marchándose a vivir con su familia a Valencia, donde, al terminar la guerra, fue procesado y murió a comienzos de los años cuarenta. Por su parte, Fornovi, al término del Guerra Civil, fue procesado en el Sumarísimo de Urgencia. Se le imputaba “que unos milicianos forasteros se llevaran y asesinaran a un elevado número de cantorianos de derechas una noche de verano de 1936”. Fornovi fue exculpado, sin excepción, por todos los derechistas que acudieron citados a declarar. Le fueron favorables, también, los previos y preceptivos informes del alcalde, Joaquín Jiménez del Olmo, e incluso los del delegado de Información de Falange y el de la Guardia Civil.

Imagen de las fiestas de las Carretillas de 1951. En la imagen aparecen dos carretilleros con chistera, el de la derecha es Enrique Fornovi y, el de la izquierda, su hermano Carlos. Colección: José A. Fernández Zapata 

Casa que conocemos como de Margarita Cerrillo y que anteiormente perteneció y vivió el Artillero uno de los médicos que ejercían en Cantoria y natural de Partaloa. Este hombre era de gran y muy difícil temperamento, que le ocasionó continuos altercados con las fuerzas vivas del pueblo durante la República. En 1932 se publica en el Diario de Almería una queja contra Eduardo Cortés y su testaferro, el alcalde Vicente Giménez Saavedra (fundador del Teatro) por el impago de 4000 pesetas que el consistorio de adeudaba, condenando con ello a la miseria a su familia, formada por el matrimonio y doce hijos. Quizás fuese una medida de presión para obligar al médico a marcharse de Cantoria por los continuos y grandes problemas que ocasionaba. Colección: Decarrillo

Asesinato del Párroco Juan Antonio López

El párroco Juan Antonio López Pérez, asesinado en 1936. Después de la Guerra, su sucesor en la parroquia, Francisco Serrano, en declaraciones hechas ante el Tribunal Diocesano, manifestó que, por los testimonios que pudo recoger entre los feligreses, lo calificaban de hombre inteligente, de gran temperamento, con excelentes dotes de catequista y en el pueblo tenía fama de santo. Visitaba con frecuencia a los pobres entrando en las cuevas donde vivían. 

La tarde del 21 de septiembre del 36, unos milicianos de Almería, procedentes de Albanchez, decidieron ir a por los curas de Cantoria. Llegaron a nuestro pueblo en un coche negro, grande, junto a José López Linares, Pepe el de la Flora, que era miembro de la CNT y presidente del Comité local del Albanchez. Una vez en Cantoria, recogieron a un miliciano llamado Rafael, que se subió al estribo del coche y los fue guiando hasta la casa del párroco. Varias personas vieron cómo sacaban a don Juan Antonio de la casa entre los gritos desgarradores de la sobrina, y lo recuerdan andando hacia el coche, flanqueado por dos sujetos, con la solapa de la chaqueta negra subida, extraordinariamente serio. Con el cura a bordo, tomaron la carretera hacia Albox. Al llegar a la venta del Guarducha, a unos cuatro kilómetros del pueblo vecino, lo bajaron del coche. Le hicieron andar hasta unas higueras que había allí y lo asesinaron fríamente disparándole cinco tiros. Al parecer, las últimas palabras que pronunció nuestro paisano fueron “os perdono”.

El párroco Juan Antonio López Pérez, asesinado el 21 de septiembre de 1936

La Quinta del Saco

En el año 1938, a finales de la guerra civil española, se movilizaron las quintas de 1919, 1920, 1921 que estaban en la reserva. Estos “mozos” habían nacido a finales del siglo XX teniendo los mas jóvenes 38 o 39 años. Cuando los reservas de este pueblo fueron llamados para alistarse en el ejército, la situación económica era desastrosa por lo que la mayoría no disponían ni de una maleta. Para suplir esta carencia, todos ellos iban provistos de un saco de gran tamaño con sus provisiones y el resto del bagaje. Cuando se presentaron en la oficina de alistamiento en Almería, al verlos llegar de esa guisa, con el saco al hombro, preguntó un oficial a un soldado de la oficina. -¿Oye, que gente es esta?. –Mi comandante, es la quinta “del saco” respondió el soldado.

Todos estos quintos, mientras no eran destinados, estaban alojados en unas pensiones que había en la calle Murcia, cerca de la Puerta de Purchena.

Cuentan además, que cuando sonaban las sirenas dando la alarma sobre un posible bombardeo, la gente de Almería ya acostumbrada a estos toques de alarma acudían a los refugios de una forma ordenada. Pero los nuestros que no sabían de bombas ni de guerras, cuando oían las sirenas se volvían locos, abandonaban la pensión y cruzaban por la plaza de San Sebastián como una manada de búfalos, con el miedo reflejado en sus rostros, arrollando todo lo que se ponía en su camino en busca del refugio que había en la Puerta de Purchena. Era tal el ímpetu que les inspiraba el miedo, que la gente cuando los veía asomar, se olvidaban de las bombas, y mientras les dejaban libres los accesos de los refugios gritaban aterradas ¡Que vienen los del saco!. De verdad, cuando llegaba esta gente había que dejarles el paso libre. Algunos de ellos iban desnudos y envueltos en una manta, la cual muchas veces se les caía, quedándose completamente desnudos. Lo primero que entraba en los refugios eran los sacos, y para meterlos no andaban con contemplaciones, se llevaban por delante todo lo que estaba a su paso. Los sacos eran sagrados, eran su vida.

Bibliografía

FERNÁNDEZ CUÉLLAR, Baltasar. La Quinta del Saco. Revista Piedra Yllora. Nº4. año 2009

LÓPEZ CHIRVECHES, Juan José. Cantoria 1936. Muerte de Don Juan Antonio. Revista Piedra Yllora Nº3. año 2008

QUIROSA-CHEYROUZE Y MUÑOZ, Rafael. Almería, 1936-37. Universidad de Almería. Año 1997

Visita del gobernador civil justo al acabar la guerra. Los balcones de la plaza se adecentaron con las mejores colchas de cada casa y el ayuntamiento ofreció bandejas de boniatos a los presentes . Colección: Piedra Yllora