En septiembre de 1936, apenas mes y medio después del estallido de la sublevación militar, el Ayuntamiento de Cantoria, bajo el liderazgo del alcalde Juan Cerrillo Rodríguez, otorgó licencia al enterrador Domingo Pérez Merlot para unirse a las milicias populares en Barcelona y luchar contra el avance del fascismo.
Ante su ausencia, la corporación municipal autorizó que su esposa, María Isabel López Carmona, asumiera el cargo. Con experiencia previa como asistente de su marido, María Isabel afrontó la tarea con determinación, valentía y competencia, desafiando los estereotipos de un oficio tradicionalmente reservado a los hombres.
¿Qué es un topónimo?
Un topónimo es el nombre propio que se le da a un lugar geográfico: puede ser una ciudad, un río, una montaña, un país o una región. Ejemplos conocidos son Madrid, Andalucía o Cantoria. La ciencia que estudia estos nombres —su origen, significado, evolución y uso— se llama toponimia.
En el caso de nuestro pueblo, el nombre de Cantoria tiene raíces muy antiguas, que se remontan a la época en que los celtíberos se asentaron en esta zona del sureste español. Buscaban agua y un lugar fácil de defender... y encontraron ambas cosas. Un gran peñón les ofrecía refugio y protección, mientras que una fuente abundante de agua —la actual Balsa del Fax— garantizaba su supervivencia.
El nombre Cantoria está formado por dos elementos: Cant y Oria (o Uria).
El primero, Cant, proviene de la raíz indoeuropea KAND, que significa “brillar”. Esta raíz evolucionó en distintas lenguas: en galés se convirtió en CANN (“blanco”) y en bretón antiguo en CANT, con el mismo significado. Así, Cant alude a lo blanco, lo brillante, lo luminoso. Es un término celta que aparece con frecuencia en nombres propios, especialmente en los asociados a divinidades o elementos sagrados.
El segundo componente, Oria o Uria, fue el nombre que los árabes utilizaron para referirse a este lugar: Canturia.
Al unir ambos términos, el significado que se desprende es poético y evocador:
“Agua brillante que brota en abundancia” (para saber más).
Balsa del Fax en la actualidad. Colección: Diego Piñero
Torrobra es un topónimo con raíces latinas, formado por las palabras Turre (torre) y Rubra (roja), lo que se traduce como "Torre Roja". Este nombre hace alusión a la imponente torre situada sobre la rambla, en lo alto del Cerro Castillo. Su origen se remonta a tiempos anteriores a la invasión árabe, e incluso se cree que podría ser de época cartaginesa.
Torre vigía encima del Cerro Castillo
Cantoria tuvo dos asentamientos históricos. El primero se ubicó en el Peñón del Lugar Viejo, habitado desde tiempos celtíberos. El segundo surgió a finales del siglo XVI, tras la rebelión de los moriscos del Reino de Granada en 1569, que dejó la zona prácticamente despoblada, como ocurrió en gran parte del valle del Almanzora.
Los pocos vecinos que permanecían en el Peñón solicitaron al Rey, a través del marqués de los Vélez, permiso para levantar una nueva población al otro lado del río. Una vez obtenido el visto bueno, el marqués decidió diseñar la nueva Cantoria con un trazado rectilíneo a cordel y dos plazas idénticas: una para el poder civil y otra para el religioso.
Este diseño no fue casual. Representaba una clara separación simbólica de poderes, como una forma de advertencia a la Iglesia, considerada como una de las grandes responsables de la rebelión morisca que tanto daño causó a los territorios del marquesado en Almería.
Panorámica realizada en parapente por Steve Brocket donde podemos ver las dos plazas centrales, a partir de las cuales se diseñó el resto de calles.
La conocida Casa del Marqués de la Romana fue originalmente la Casa de Administración del Marquesado de los Vélez. En su fachada aún se conserva el escudo de D. José Álvarez de Toledo, Córdoba y Guzmán, quien ostentó los títulos de XI Marqués de los Vélez y Duque de Medina Sidonia.
Tras la desamortización de los señoríos, la propiedad pasó a manos de su hija, Dña. Tomasa Álvarez de Toledo, duquesa de Montalto quien estaba casada con Pedro Caro, Marqués de la Romana. Aunque la casa era técnicamente propiedad de ella, a partir de entonces comenzó a ser conocida por el título de su esposo, y no por el linaje de los Vélez, como en realidad correspondería.
El nombre de la casa proviene del oficio de uno de sus propietarios: Teodoro Fernández, escultor y profesor en la Escuela de Artes y Oficios de Granada. Fue un artista destacado en varias disciplinas, siendo el arte funerario la principal. Fue vilmente asesinado durante la Guerra Civil por falangistas en esa ciudad.
Teodoro dominaba con maestría el palustre, herramienta que dejó su huella en numerosas casas de las familias acomodadas de Cantoria, a través de molduras y detalles decorativos únicos. De ahí el apodo de “pollos palustres”: palustres por su talento con esa herramienta, y pollos por los polletes de piedra que aún conserva la casa, elaborados con materiales sobrantes del monumental Panteón de la familia de los Píos en Albox (para saber más).
Casa de los Pollos de Palustre en esquina de la Calle San Juan con la Calle la Ermita
Cantoria, con su prosperidad basada en pequeños y medianos propietarios agrícolas, se convirtió en el lugar ideal para que el padre Federico Salvador Ramón, fundador de la Congregación de la Divina Infantita, estableciera una sede de su orden. Su vínculo con el pueblo era personal: lo visitaba con frecuencia, ya que su padre vivía allí, casado en segundas nupcias con Dolores López Jiménez.
La primera visita del padre Federico a Cantoria fue en 1902, y desde entonces convirtió la localidad en el centro de su labor misional y pastoral en toda la comarca del Almanzora. Fruto de ese compromiso, en 1923 se fundaron un colegio y una escuela nocturna para obreros, y ya por entonces se proyectaba la construcción de un gran templo dedicado a la Divina Infantita que la guerra civil truncó (para saber más).
Convento de la Divina Infantita y ermita
El escudo de Cantoria se compone de dos franjas horizontales y está rematado por una imponente corona real. En la parte superior destaca una torre dorada, donjonada y almenada, símbolo de fortaleza y defensa. En términos heráldicos, “donjonada” indica que la torre cuenta con un torreón elevado, una estructura defensiva que sobresale del edificio principal.
La franja inferior muestra el emblema de los Fajardo, marqueses de los Vélez, quienes fueron señores de un extenso territorio en Almería y en Murcia, en la que Cantoria perteneció desde principios del siglo XVI hasta la desamortización de Mendizábal en el siglo XIX. El escudo familiar presenta tres rocas naturales dispuestas en línea sobre ondas de agua azul y plata. Encima de cada roca crece una rama de ortiga verde con siete hojas, una clara alusión al origen gallego de la familia, concretamente del pueblo de Ortigosa, en La Coruña. Las ondas de agua probablemente simbolizan el océano Atlántico, reforzando así el vínculo con sus raíces gallegas.
Durante muchos años, el ritmo de la vida en Cantoria no lo marcaban los relojes, sino las señales del entorno: la posición del Sol, el repique de las campanas del Ayuntamiento o la iglesia, y, durante el tiempo en que la línea férrea estuvo activa, el sonido inconfundible de los trenes entrando en la estación.
Cada tren era como un reloj social, un aviso sonoro que troceaba el día y organizaba la rutina de vecinos y vecinas. El mercancías de las 08:00 marcaba el inicio de la jornada: era la señal para ir al trabajo o al colegio. Luego llegaba el "Frutero de Arriba", hacia las 11:00, momento ideal para un breve descanso laboral o el recreo escolar.
A las 13:30 hacía su entrada el "Correo de Abajo", que traía consigo la hora de la comida, y ya a las 16:00 el "Correo de Arriba" recordaba que tocaba volver a las obligaciones. Finalmente, el "Frutero de Abajo", que llegaba sobre las 19:00, anunciaba el fin de la jornada. Era tiempo de volver a casa... o de hacer una parada previa para compartir charla y risas en alguna cantina del pueblo.
Y eso sin hablar de las tandas de agua para el riego, que solían marcarlas el sonido de la campana gorda.
Campana Gorda, que en la guerra civil se mantuvo porque era necesario su sonido para marcar las horas.
Es muy probable que esta estructura cumpliera dos funciones diferentes a lo largo del tiempo. Vamos por partes. Las ruinas se alzan sobre un pequeño promontorio, una posición estratégica, lo que, sumado al hallazgo de numerosos restos de cerámica musulmana, apunta a que originalmente se trató de una torre de vigilancia árabe.
Ya en el siglo XIX, con la llegada de unos 2.000 trabajadores para la construcción del ferrocarril, surgió un nuevo problema: los molinos existentes no daban abasto para producir suficiente harina. Fue entonces cuando se aprovecharon las ruinas de la antigua torre para transformarlas en un molino de viento. Este estuvo en funcionamiento hasta que finalizaron las obras ferroviarias en la zona.
Interior del molino de viento del Púlpito
La primera discoteca, o como sala de baile como tal, se llamaba los Paquitos y estaba en un salón en un edificio junto al Teatro Saavedra. Los propietarios fueron Paco Juárez e Isidoro Alex, que pudieron burlar la estricta censura de posguerra para obtener los permisos necesarios. Estuvo activa durante las décadas de los 40 y 50.
La primera referencia documentada sobre la construcción de la ermita de San Antón nos lleva al siglo XVIII, cuando un vecino de Ibi dejó reflejado en su testamento una donación económica destinada a las obras que, en aquel momento, ya estaban en marcha.
Todo apunta a que este generoso donante tenía lazos familiares en Cantoria, probablemente llegados durante la gran oleada de colonos que se asentaron en la zona tras la pacificación de las costas y el fin de las incursiones piratas argelinas que tanto daño habían hecho. Muy posiblemente, fue gracias a esos vínculos que tomó la decisión de contribuir con su aportación al levantamiento de la ermita (para saber más).
La devoción a San Antón siguió un largo camino antes de echar raíces en Cantoria. Su trayecto comenzó en Francia, pasó por Tortosa (Tarragona), siguió hacia Valencia y luego a Murcia, hasta llegar finalmente a Almería, acompañando el avance de la Reconquista.
Tras las Guerras de las Alpujarras, a finales del siglo XVI, el Valle del Almanzora y el Levante almeriense quedaron prácticamente despoblados. Para revitalizar la zona, se organizó una repoblación masiva, y más de la mitad de los nuevos habitantes venían de Murcia—que a su vez había sido repoblada en el siglo XIV con gentes de Castilla, Aragón, Cataluña y Valencia—así como de Valencia, Alicante, Albacete y, especialmente, del marquesado de Villena. Curiosamente, alrededor del 75 % de los pueblos de origen de estos repobladores ya contaban con una fuerte devoción a San Antón.
Como era de esperar, con ellos llegaron no solo sus herramientas y costumbres, sino también su fe, tradiciones y ritos religiosos, que poco a poco se fueron adaptando a la nueva realidad del antiguo Reino de Granada.
Fue a finales del siglo XVI cuando Cantoria adoptó oficialmente a San Antón como su patrón, el primero de los tres que hoy se veneran en la localidad. Las carretillas y el nuevo patrón, San Cayetano, llegaron mucho después, en el siglo XVIII, durante una nueva ola de colonización. Esta vez los colonos venían sobre todo de Ibi, en Alicante, aprovechando la pacificación de las costas tras las invasiones piratas (para saber más).
Proceso de elaboración de las Carretillas. Colección: José María Aránega
Manuel Urbina Carrera llegó a Almería el 4 de noviembre de 1946 para ponerse al frente como Gobernador Civil y Jefe Provincial del Movimiento franquista. Natural de Torrelavega y formado en Madrid, su destino en esta ciudad del sur —alejada del centro de poder y casi olvidada— no representaba un gran ascenso, sino una escala más en su camino hacia cargos mayores. Era, simplemente, una oportunidad para acumular méritos y seguir subiendo peldaños.
Pero si algo dejó claro Urbina fue que no pensaba pasar desapercibido. Se hizo omnipresente, combinando su papel político con una marcada vocación cultural. En sus ocho años en Almería, impulsó la creación de escuelas por toda la provincia, abrió bibliotecas, promovió la restauración de La Alcazaba y no se perdió ni una exposición de arte ni una tertulia literaria.
Se marchó en agosto de 1954, dejando tras de sí una huella ambigua. En público, promovía disciplina y moral; en privado, sin embargo, mostraba otra cara. Quienes lo trataron de cerca lo recuerdan como un tipo alegre, que se crecía en las fiestas —fiestas que, según algunas voces, eran bastante más desinhibidas de lo que el régimen permitía. Mientras imponía normas estrictas a la población, él, en la intimidad con sus amigos, vivía con una libertad que contrastaba con su discurso oficial.
La primera compañía que pisó el escenario del Teatro Saavedra fue nada menos que la de la gran María Guerrero, una actriz a camino entre lo humano y lo divino, una auténtica estrella en pleno apogeo artístico en 1927. Aunque su vida se apagaría tan solo un año después, a los 51 años, su luz dejó una huella imborrable.
María Guerrero no solo brilló por su talento y entrega, convirtiéndose en una de las grandes leyendas del teatro, sino que rompió moldes en una época en la que pocas mujeres lo lograban. Visionaria y valiente, fue mucho más que una actriz: se adelantó a su tiempo y se convirtió en una de las primeras empresarias teatrales de España. Con ese espíritu pionero, dejó un legado que aún resuena en la historia de las artes escénicas.
El fundador del teatro, don Vicente Giménez Saavedra, conoció a María Guerrero durante sus frecuentes viajes a Madrid, cuando ejercía como diputado provincial. Entusiasmado con su proyecto, logró contagiarle su ilusión por levantar un coqueto teatro en su pueblo y, con gran habilidad, la convenció de que fuera ella quien lo inaugurara. Un gesto que marcó el comienzo de una historia cultural memorable.
La fuente del caño, la de las Mateas, la de la Hormiga en Oraibique, la de Torrobra, los pozos del Molondro y de la Cisneros (ambos en el barranco del Caño), la mina Padilla y la del cortijo del Pollo.
En diciembre de 1936, el Ayuntamiento, presidido por el Alcalde Juan Cerrillo Rodríguez, recibió una solicitud respaldada por numerosos vecinos —la mayoría de ellos analfabetos— para que la pedanía de Almanzora se convirtiera en un municipio independiente. La iniciativa fue impulsada por Juan Cazorla Lozano, natural de Arboleas y administrador de las fincas del antiguo marquesado de Almanzora, que en ese momento eran propiedad de la Banca de Juan March. La propuesta incluía también a los núcleos de El Marchal, Los Terreros, Arroyo Albanchez y Arroyo Aceituno. Sin embargo, la solicitud fue rechazada por unanimidad del equipo de gobierno del consistorio debido a varios errores formales, como fallos en el procedimiento y el incumplimiento de la normativa vigente sobre la creación de nuevos municipios. En la imagen, podemos ver a Juan Lozano en el centro.
Corría el año 1878 cuando don Leonardo López Miras llegó a Cantoria para tomar las riendas de la parroquia... y lo que encontró fue un auténtico reto. La monumental iglesia del pueblo estaba a medio hacer: bóvedas sin terminar (salvo la del altar mayor), techos a medio construir, una torre a medio levantar y la otra apenas iniciada. Pero lejos de rendirse, el nuevo párroco se arremangó la sotana y se puso manos a la obra.
Reunió un equipo de lo más variado y poderoso: los marqueses de Almanzora, la influyente familia Cañabate (con buenos contactos en el gobierno), el obispo de Almería, una vidente, un joven abogado amigo íntimo de la reina Isabel II… ¡hasta sus propios padres se sumaron al esfuerzo! Entre todos lograron una hazaña: recolectar fondos, enseres y todo tipo de objetos para dar vida y belleza al templo.
Algunos de esos objetos eran litúrgicos, como cálices y vestimentas. Otros, verdaderas joyas artísticas: cuadros cedidos temporalmente por el Museo del Prado y rejas ornamentales procedentes de la iglesia de San Francisco el Grande, que había sido reformada para convertirse en Panteón Real.
¿Y la campana? Ah, la campana tiene una historia digna de novela. Resulta que la reina Isabel II, famosa por su visión intensa del pecado (y por tener una conciencia más bien inquieta), solía “aliviarse” regalando objetos religiosos: desde mantones para las patronas de grandes ciudades —bordados por un auténtico escuadrón de costureras— hasta, como en este caso, una enorme campana. Y uno se pregunta: ¡¿cómo sería el pecado para justificar semejante regalo?!
Pero la historia da un giro. Cuando Isabel II la obligaron a exiliarse a Francia por motivos políticos, la campana aún no estaba terminada. Quien se encargó de recibirla y entregarla fue aquel joven abogado cantoriano. Al estar lista, la catedral se negó a aceptarla por venir de una monarca tan polémica. Así que el abogado, con visión y orgullo, decidió llevársela a su pueblo, donde hacía muchísima falta.
Durante la Guerra Civil, casi todas las campanas fueron fundidas para fabricar munición. Sin embargo, esta se salvó, porque su sonido era esencial para marcar las horas… y sobre todo, las tandas del riego. Y así, entre historia, política, arte y fe, esta campana se convirtió en una superviviente y en un símbolo para Cantoria.
Sin lugar a dudas, no mentiríamos si dijésemos que nos encontramos ante uno de los personajes más conocidos y pintorescos de nuestra Almería, la Almería que fue un inmenso plató cinematográfico, donde pistoleros, aventureros y romanos andaban a la que salta. Pepe el Habichuela representó como nadie el sueño de una ciudad por el cine, siendo el figurante por excelencia, el ejemplo extremo de cómo vivieron sus gentes aquella extraordinaria historia con el mundo del celuloide.
Un individuo de apenas un metro y medio de estatura, enjuto, de barba cerrada, un poco infantil, quien montado en su bicicleta BH, con sombrero tejano y su estrella de sheriff en su camisa, se movía con total naturalidad y soltura por los barrios de la capital. En ocasiones se le podía ver acompañado de grandes estrellas del cine como Terence Hill, Anthony Quinn, Giuliano Gemma o Yul Brinner. No era nada extraño verle junto a ellos “chapurreando” su inglés almanzoreño sentado en la terraza del Hotel Costasol, los Cármenes o tomando un americano en el Kiosko Amalia. Americano que no era un tipo de café, sino una bebida a base de licor, leche y demás, bautizado así en honor de Anthony Quinn que tanto le gustaba y que conoció este establecimiento gracias a Pepe.
Pero nuestro paisano tiene una larga historia detrás, poco conocida, de desamparo, malos tratos y la eterna soledad que le acompañó toda su vida. Hijo de Amor la Loca, no se le conoció padre, seguramente porque al quedar embarazada, sus abuelos proporcionaron a su hija un alojamiento lejos de la vivienda familiar para evitar la verguenza de un embarazo no esperado. Seguramente era de una familia de posibles ya que sabia leer y escribir a la perfección y sus modales eran refinados. Eso hasta que llego una enfermedad mental que poco a poco le hizo perder la cabeza. Un día llegó a la tienda de sus vecinos diciendo que había tenido que matar las gallinas del corral porque le estaban hablando mal. A partir de ese momento todo fue a peor, varios cambios de domicilio hasta que acabaron en una cueva cerca de la ermita. Pepe, por las noches buscaba refugio en cualquier lugar del pueblo que le diera techo en invierno y fresco en verano, siendo objeto de burlas de parte de los críos que lo perseguían constantemente.
Cuando llegó el momento de ingresar a su madre en un psiquiátrico de la capital y a el lo recogieron unos familiares que vivían en el antiguo camino de los depósitos, hoy avenida Santa Isabel, pero ya era tarde, el estaba acostumbrado a vivir y buscase la vida en las calles y por eso se escapaba continuamente hasta que un día no volvió. Empezó a trabajar descargando mercancías en el mercado central, muy cerca de donde se formaban largas filas de figurantes cuando se estaba rodando alguna película y venían los ojeadores. Y probó con eso del cine y tanto le gustó, que lo hizo el papel de su vida, y ya hasta el día de su muerte, fue un cauwoy en busca de su destino (para saber más).
Pepe con Alfredo Mayo en el film "Los Cuatro de Fort Apache"