La familia Fajardo (Faxardo) tiene su origen en la villa coruñesa de Ortigueira, procedencia que se muestra tanto en el escudo familiar con las tres ortigas sobre tres acantilados encima de unas olas, supuestamente del Atlántico, como en el apellido ‘Gallego’ con el que se trasladaron al reino de Murcia durante la invasión aragonesa (1296 – 1304). Su lealtad a la dinastía de los Trastámara se le recompensó a Alonso Yáñez Fajado, caballero de la Orden de Santiago y alcaide del castillo de Pliego (Murcia) con el cargo de Adelantado Mayor del reino de Murcia en 1383 y la concesión de las villas de Librilla en 1381 (que no sería por concesión real como las siguientes, sino por compra al marqués de Villena pero autorizada por el rey), y después Alhama de Murcia en 1387 y Molina de Segura (1395). Sería este Alonso con el que daría comienzo una estirpe que fue extendiendo su influencia por el antiguo reino de Murcia, luego al reino de Granada tras la reconquista y después, a final del siglo XVI, al resto del país. Murió en 1396 sucediéndose su hijo Juan Alfonso Fajardo.
Hasta ese momento, don Alonso ejercía de lugarteniente de Juan Sánchez Manuel, conde de Carrión y descendiente de a familia del infante de Castilla don Juan Manuel, adelantado del reino de Murcia que generó un gran malestar en los regidores del concejo de Murcia que deseaban de conservar las libertades de las que venían disfrutando hasta ese momento frente al propósito del conde de hacerse con el poder absoluto en la región. Don Alonso se posición a favor de los regidores, estableciendo una larga pugna por el poder entre ambos, en la que el propio rey Juan I de Castilla tuvo que intervenir, en la que otorgó el poder a este último aunque sin quitarle algunos de los privilegios al conde. A la muerte del de Carrión, en 1383, don Alonso se convierte, sin restricciones en Adelantado Mayor. Ya en en 1378 fue nombrado alcalde mayor entre moros y cristianos de la frontera del reino de Granada. Este fue el paso decisivo que permitió a la familia Fajardo asentarse de manera definitiva en Murcia y el comienzo de la creación de un señorío propio.
(1424-1444). Al morir su padre asumió la jefatura de su familia. Además, de los señoríos de su padre, incorporó Mula por concesión de Juan II en 1430, una villa estratégica por sus servicios militares prestados al rey en sus luchas con los infantes de Aragón, ademas, como el reino de Murcia lindaba con territorios del reino de Aragón (Valencia), era de vital importancia que en Murcia gobernara un señor fuerte y leal a Castilla y no se pasase al bando aragonés. Alfonso Yáñez II fue siempre fiel a Juan II y nunca lo abandonará en sus luchas en diversos frentes por eso la necesidad imperiosa de concederle premios y prevendas. Fue también alguacil mayor de Murcia y capitán mayor de la frontera de la guerra de los moros. También don Alfonso realizó a sus expensas incursiones al reino de Granada por el año 1440 (48 años antes de que lo hicieran los reyes Católicos), en concreto a la zona del Almanzora consiguiendo conquistar los lugares de Albox, Arboleas, los Vélez y Cantoria pasando a su poder durante unos años hasta que volvieron de nuevo al reino de Granada.
(1444 -1482). Era hijo del anterior y de su segunda esposa, María de Quesada. Al morir su padre, quedó bajo la tutoría de su madre, que hizo una gestión ejemplar en la defensa y gobierno de los dominios de su hijo. Fue Adelantado en los reinados de Juan II de Castilla, Enrique IV e Isabel I (la Católica). Acumuló un inmenso poder en el reino de Murcia, y por concesión del rey Enrique IV de Castilla y a fin conseguir su apoyo, tan necesario en una corte llena de intrigas por el poder ante una monarquía débil, le concedió en señoría Cartagena con su famoso puerto con el título de conde, con la promesa de que jamás se le quitaría, además de la mitad de la explotación de las minas de alumbres de Mazarrón. Que la corona enajenara uno de sus puertos principales, nos indica lo desesperado y debilitado políticamente que estaba Enrique IV para necesitar atraer a su causa a nobles poderosos contra el sector de la nobleza que había nombrado a su hermano Alfonso rey de Castilla.
Muerto el rey Enrique, su hermana Isabel no le quedó mas remedio que ratificar la decisión de su hermano para no enemistarse y perder la alianza con tan poderoso señor y mas cuando los partidarios de su sobrina Juana (conocida como la Beltraneja, hija de Enrique IV), reclamaban el trono para esta. Y lo hizo con desgana como lo demuestra que aunque ratificó los derechos sobre el señorío de Cartagena, no hizo lo mismo con la continuidad del título de conde de Cartagena. Esto fue una simple estrategia de su majestad la Católica para ganar tiempo. Tiempo que necesitaba para afianzar su poder, hacer una monarquía fuerte, y esto pasaba por debilitar el poder que había tenido la nobleza hasta ese momento. Y lo consiguió, vaya si lo consiguió, comenzando su plan para recuperar la tan importante plaza portuaria cuando la única hija y heredera de don Pedro estaba en edad casadera. Los reyes obligaron a don Pedro en 1477 a que su hija, la novia mas codiciada de la península, tenía que contraer matrimonio con una persona discreta, con modesta hacienda y de una fidelidad total y absoluta a los monarcas porque de lo contrario, se podía convertir en un poder peligroso en el reino de Murcia (hasta ese momento Pedro gobernaba el reino levantino con un poder casi absoluto y el miedo de los reyes era que proclamara la independencia con respecto al reino de Castilla y se nombrase rey). La persona elegida fue Juan Chacón, un fiel y modesto servidor de los Reyes Católicos que ejercía el cargo de Contador Mayor del reino y mayordomo mayor de la reina. Pertenecía a una modesta nobleza a pesar de la gran amistad y servicio que profesó a lo reyes. En las capitulaciones matrimoniales se estableció que prevaleciera el apellido Fajardo al de Chacón. Lo importante es que la lealtad estaba asegurada, pues sin la intervención de Isabel I, Chacón no hubiera podido ni soñar siquiera con alcanzar un destino tan afortunado.
Al fallecer en 1482 Pedro Fajardo su hija Luisa Fajardo heredó sus posesiones y el adelantamiento mayor de Murcia, que pasó a ser ejercido por su esposo y más tarde pasaría a sus herederos, los cuales ostentarían el título de marqueses de los Vélez.
Castillo de don Pedro Fajardo en Mula
(1452 - 1503). Por su matrimonio, ejerció de adelantado mayor de Murcia, gestionó los señoríos de murcia de su mujer, y ocupó los cargos de contador mayor de Castilla, mayordomo mayor de Isabel la Católica (fue el el que negoció las capitulaciones matrimoniales de la reina Isabel de Castilla con Fernando de Aragón), de quien fue muy favorecido, comendador de Montemolín y de Caravaca, Trece de la Orden de Santiago, alcaide de los alcázares de Murcia y Lorca. También participó en las Guerra de Granada. Bajo la protección de los Reyes Católicos, la heredera de Pedro Fajardo y su marido se convirtieron en un linaje preferente del reino. En 1491 fundó el mayorazgo de todos los señoríos que la familia Fajardo poseía en Murcia (el mayorazgo era una institución que permitía unir todo o gran parte de tu patrimonio, con la finalidad de preservarlo y protegerlo de su división a la hora del fallecimiento del titular entre varios de sus herederos, o enajenarlo o donarlo, posibilitando poder incorporar con el tiempo nuevos estados o señoríos, principalmente, mediante compra o estrategias matrimoniales). El mayorazgo se hace por tanto, para conservar, acrecentar y perpetuar la casa, memoria y estados de la familia Fajardo.
El patrimonio de Juan Chacón no hizo más que crecer a partir de entonces. Estuvo junto a los reyes en casi todo el tiempo que duro la guerra de Granada, seguramente acompañó a Fernando el Católico en 1488 en las capitulaciones de los pueblos del valle del Almanzora en el Real de Vera (zona donde se encuentra Galasa), y poco después a la de los Vélez. También estuvo presente en la toma de Baza de 1489 y se mantuvo en el Real de Santa Fé como testigo trascendental de las negociaciones de Boabdil para rendir Granada. Una vez que se produjeron todas las capitulaciones del reino de Granada, fue cuando los monarcas comenzaron a agradecer a la nobleza los servicios y favores prestados, y como era de esperar, a Juan Chacón se le entregó Oria, que se hizo efectiva en 1493, aunque sus expectativas eran mas altas y era las villas que habían sigo durante un breve espacio de tiempo del abuelo de su mujer, como como Vélez Blanco, Vélez Rubio y otras en el valle del Almanzora. Cosa que no ocurrió ya que los dos Vélez fueron entregadas al don Luis de Beaumont, conde de Lerín, junto con la villa de Cuevas y Portilla (no fue por mucho tiempo ya que en 1501 don Luis las devuelve a la corona).
Mientras tanto, su mujer doña Luisa fallece y toma como segunda esposa a doña Inés Manrique de Lara, hija del II conde de Paredes de Nava. De este enlace nacerían dos hijas mas. Este matrimonio le dio buenos contactos con la familia de su mujer, es especial con don Pedro Manrique de Lara, duque de Nájera, al que los reyes le habían dado en señorío Albox, Arboleas, Albánchez y Benitagla. En 1495 Juan Chacón logra un acuerdo con su pariente el duque de Najera y le compra las villas mencionadas por 800.000 maravedíes. De esta manera el territorio a la otra parte de las fronteras murcianas se va afianzando, creando un extenso dominio en tierras almerienses.
En 1903 Juan Chacón expiró en la Corte, en Alcalá de Henares, ante la misma Reina. Parece que Isabel se apoderó de los archivos que custodiaba el camarero del adelantado (por lo que se ve, tenía la “mala costrumbre” de llevar con el todas las escrituras de sus dominios allá donde fuera), según relataba más tarde su hijo Pedro, obligándose a canjear Cartagena por las villas de los Vélez Blanco, Vélez Rubio y la Villa de Cuevas con Portilla. Pedro Fajardo hubo de aceptar el trueque y, el 4 de febrero de 1503, la ciudad volvió al realengo. Sin duda, los reyes habían mantenido y ratificado los derechos sobre Cartagena era para conseguir la ayuda militar que el adelantado podía prestarles en la última y decisiva fase de la guerra de Granada. Una vez finalizada esta, ya no había razón para manener la importante ciudad portuaria en manos privadas.
Tampoco pudo tomar las villas de Oria, Albox, Albanchez, Arboleas y Benitagla, ya don Juan quiso que las heredase su segunda mujer y sus hijas como bienes gananciales y como pago para su dote.
Su segundo hijo, Gonzalo Chacón Fajardo, recibió las propiedades que don Juan había heredado de sus padres.
De esta manera, y en el espacio de poco mas de un siglo los Fajardo pasaron de ser una rica familia murciana, para convertirse a comienzos de la edad moderna en una de las más poderosas del reino de Castilla, culminando su trayectoria con la concesión del título de marqueses de los Vélez.
Escudo y divisa en dibujo a pluma de Juan Chacón
(1507-1542) I marqués de los Vélez e hijo de Juan Chacón y Luisa Fajardo. Al morir su padre en 1503, la reina Isabel lo obliga, como heredero, a aceptar un trueque forzoso de Cartagena, de suma importancia para los intereses de la Corona española en Italia, por los municipios de Vélez Blanco, Vélez Rubio y Cuevas. El afán de implantar y consolidar los derechos señoriales en sus nuevos dominios provocó una serie de pleitos por las lindes con los vecinos municipios de Lorca, Caravaca, Huéscar, Orce y Cúllar. En un territorio caracterizado por 250 años de situación fronteriza, don Pedro, para aumentar los ingresos, inició una importante repoblación con murcianos, valencianos y aragoneses, aparte de activar la economía de sus nuevos dominios con la plantación de extensas viñas, la construcción de molinos hidráulicos, batanes, tintes y almazaras para controlar la transformación de las materias primas.
Fue su madrastra Inés Manrique de Lara la encargada de negociar su matrimonio con su propia hermana, doña Magdalena Manrique de Lara, dando a la nueva pareja un estatus social mas alto si cabe, aunque el matrimonio fue anulado años mas tarde ante la imposibilidad de poder darle hijos. Entonces se casó con doña Mencía de la Cueva Mendoz, nieta de don Beltán de la Cueva, gran privado y consejero de Enrique IV del que dicen las malas lenguas que era el padre de la única hija que tuvo Enrique, Juana, conocida como la Beltraneja a la que su tia Isabel la Católica se la quitó de enmedio en la primera ocasión en la carrera hacia el trono de Castilla y emparentada con los duques de Alburquerque y la todopoderosa casa Mendoza (Cardenal Mendoza, los duques del infantado, etc.).
El 12 de julio de 1507 la reina Juana le otorgó a don Pedro el título de marqués de los Vélez años después continúa con el plan de expansión de su casa por el Almanzora con la compra de Cantoria y Partaloa en octubre de 15015 al duque del Infantado, pariente de su segunda esposa, por el precio de 2.500.000 maravedíes y poco después, su madrastra decide venderle las villas de Oria, Albox, Albanchez, Arboleas y Benitagla que le dejó don Juan Chacón ya que necesitaba dinero para casar y conformar la dote de sus hijas, hermanastras de don Pedro. Por otros 1.500.000 maravedíes se cerró la venta el 2 de noviembre de ese mismo año.
En 1535, el emperador Carlos V reconoció la importancia de su linaje otorgándoles la grandeza de España y el título para sus herederos de marqueses de Molina. De este modo, los Fajardo entraron a formar parte del selecto grupo de la primera nobleza, la élite nobiliaria castellana que acaparaba los cargos más importantes del Ejército, la Corte y el gobierno de las colonias.
Don Pedro había sido educado en la corte de Isabel la Católica, recibiendo de Pedro Mártir de Anglería una exhaustiva enseñanza humanística, plasmada más tarde en una importante biblioteca. En esta etapa hizo amistad con otros nobles como el marqués de Mondéjar, con el que compartiría una gran amistad. Compuso coplas, canciones y poesías como otros coetáneos renacentistas, aunque posteriormente pasó a interesarse por temas bélicos. Por ejemplo, recuperó para los cristianos territorios del Estado de Marchena (comprende los pueblos de la baja Alpujarra en Almería), de moriscos que se habían sublevado hacia el 1500.
Importante fue su participación en las disputas entre los obispos de Cartagena y Orihuela, en el que llegó a secuestrar al deán cartagenero. Los Reyes Católicos tuvieron que enviar a un juez que castigó a Fajardo con un “leve” destierro a Murcia.
El marqués tuvo más desavenencias con la Iglesia cuando el deán almeriense le comunicó que debía contribuir a la construcción de diversas iglesias, ya que después de dos décadas desde la Reconquista, la diócesis no tenía sus parroquias construidas. El marqués le respondió que no estaba obligado a ello, ya que su título había sido entregado por permuta y no por merced real. Finalmente, la Corona tuvo que intervenir de nuevo para que pagara. Aun así, los pleitos y demandas entre la Iglesia y Fajardo continuaron incluso después de su muerte.
Dentro de su faceta como mecenas, destaca haber sido el construir el castillo de Vélez-Blanco, comenzando sus obras en 1506 y finalizando en 1513; el Castillo de los Vélez en Mula y el de Cuevas del Almanzora.
A pesar de que estaba previsto que su enterramiento estuviera situado en la Capilla de los Vélez, comenzada por su padre y terminada por él en la Catedral de Murcia, finalmente sus restos descansaron en la iglesia de la Magdalena, en Vélez-Blanco.
Don Pedro Fajardo y Chacón
Enterramiento de los I marqueses de los Vélez en la iglesia de Vélez Blanco. Colección: Decarrillo
(1508–1574). II marqués. Hijo del anterior y de su segunda esposa Mencía de la Cueva, le sucedió a su padre en todas sus posesiones y títulos. Pero ademas sumó los siguientes cargos: alcaide de los alcázares de Murcia y Lorca, capitán general de la gente de armas del reino de Valencia en el socorro de Perpiñán, caballero y comendador de Monasterio, la Reina y Caravaca de la Cruz en la Orden de Santiago y condestable de las Indias.
Participó en campañas militares en Europa y el norte de África, como en la guerra contra Solimán el Magnífico en el Reino de Hungría (1531), en la Jornada de Túnez (1535), en la campaña de Provenza (1536) y en la Jornada de Argel (1541).
Contando con algo más de cincuenta años, aún comandó junto al marqués de Villena las fuerzas que acudieron en socorro de Cartagena cuando una expedición turco-argelina de 1800 efectivos desembarcó en sus cercanías. El 4 de mayo de 1561, llegado desde Mula al frente de las levas de sus señoríos en aquella población, Alhama y Vélez-Blanco, el marqués de los Vélez rechazó a las tropas enemigas, que tomaron sus barcos de vuelta a la Berbería al constatar el fracaso del ataque por sorpresa a la ciudad portuaria.
Participó también en la Guerra de las Alpujarras (1568-1571) contra los moriscos, donde rivalizó con el marqués de Mondéjar. Participó en campañas militares en Europa y el norte de África, como en la guerra contra Solimán el Magnífico en el Reino de Hungría (1531), en la Jornada de Túnez(1535), en la campaña de Provenza (1536) y en la Jornada de Argel (1541).
Contando con algo más de cincuenta años, aún comandó junto al marqués de Villena las fuerzas que acudieron en socorro de Cartagena cuando una expedición turco-argelina de 1800 efectivos desembarcó en sus cercanías. El 4 de mayo de 1561, llegado desde Mula al frente de las levas de sus señoríos en aquella población, Alhama y Vélez-Blanco, el marqués de los Vélez rechazó a las tropas enemigas, que tomaron sus barcos de vuelta a la Berbería al constatar el fracaso del ataque por sorpresa a la ciudad portuaria.
Participó también en la Guerra de las Alpujarras (1568-1571) contra los moriscos, donde rivalizó con el marqués de Mondéjar liderando 2000 infantes y 300 caballos. Los moriscos le bautizaron como el diablo de la cabeza de hierro, y decían de él que era “terrible por ser de naturaleza belicosa, membrudo y corpulento, y de rostro feroz, que mirando ponía terror”.
Don Luis Yáñez Fajardo
(1530-1579), III marqués que heredó derechos, propiedades y cargos de su padre don Luis. Además Fue embajador ante el emperador del Sacro Imperio Romano, mayordomo mayor de la reina Ana de Austria y, además de miembro de los consejos de Estado y Guerra, fue durante unos años persona de máxima confianza del rey Felipe II hasta su caída en el marco de la crisis producida por el asesinato de Juan de Escobedo. Era hombre de carácter pacífico, melancólico y enfermizo, con frecuentes “calenturas” como entonces se decía, lo que, quizá, le apartó de la carrera de las armas, inclinación prevalente de sus antepasados, y le lanzó a la vida cortesana. Tenía en cambio excelentes cualidades para el trato de gentes y habilidad diplomática. Según cuenta un embajador veneciano, “el Marqués de Los Vélez, mayordomo mayor de la Reina, es reservado y poco comunicativo; presume de habilidad y gran conocimiento en los asuntos de Estado. Es de un carácter embozado, como el Rey, que se sirve mucho de él; y ayudado por su partido, que él dirige ahora, parece que subirá más todavía”. El secretario Antonio Pérez coincidía en este retrato del personaje, elogiando sus dotes de buen consejero y acertado juicio, y considerándole como confidente y “privado grande” del Rey.
El marqués de Los Vélez, de la mano de Pérez, se convirtió en uno de los más importantes e influyentes consejeros, aunque como figura sin ímpetu, a quien el astuto secretario aprovechaba en sus turbios designios. Formó parte de la Junta de Flandes, y tuvo en estos años de 1576-1578, con el secretario de la misma, Antonio Pérez, y el presidente del Consejo, cardenal Quiroga, acceso a los asuntos más reservados. Era precisamente un momento tan delicado como el de la actuación de Juan de Austria, gobernador en Flandes. Intervino también, en el año de 1578, en la Junta de Portugal, creada al plantearse la crisis de la sucesión, al fallecimiento del joven rey Sebastián en el mes de agosto. El 7 de octubre de ese año recibió del Monarca la encomienda mayor de León de la Orden de Santiago.
En noviembre o diciembre de 1578, se le manifestaron a Pedro Fajardo fiebres fuertes y desvaríos, efectos de una larga y grave enfermedad que venía arrastrando de tiempo atrás, lo que debió servir de pretexto al Rey, cuya gracia había perdido a la caída de Antonio Pérez, para alejarlo de la Corte, en la que podía ser un testigo peligroso. El propio marqués, advirtiendo la situación, decidió en enero de 1579 retirarse, desengañado, a su mansión-castillo de Vélez Blanco en busca de reposo. Murió en el camino, el 12 de febrero probablemente en algún lugar de La Mancha, de Albacete o de Murcia.
Don Pedro Fajardo y Córdoba
(1576 – 1631) IV marqués de los Vélez. Hijo de Pedro Fajardo y Córdoba y de su segunda esposa Mencía de Requesens y Zúñiga, hija única y heredera del comendador mayor de Castilla Luis de Requesens, señora de las baronías de Castellví de Rosanés, Martorell, San Andrés de la Barca y Molins de Rey, en Cataluña. Como hijo único, heredó los títulos de su madre, que se unieron al principal.
Luis Fajardo fue un noble cortesano que vivió intensamente la política y los conflictos de su tiempo. En 1599 acompañó al rey Felipe III a Valencia para recibir a su futura esposa, una muestra de su cercanía con la corte. Años más tarde, Felipe IV lo nombró virrey de Valencia, cargo que asumió oficialmente el 2 de enero de 1628.
Como sus predecesores y sucesores del siglo XVII, Fajardo se enfrentó a tres grandes retos durante su mandato: las luchas internas entre la pequeña nobleza, el bandolerismo rampante y la amenaza constante de los corsarios argelinos en las costas
Una de sus primeras medidas contundentes fue la publicación, el 14 de febrero de 1628, de una extensa pragmática de 139 artículos, conocida como una "crida". En ella reiteraba normas ya establecidas por virreyes anteriores, enfocadas en reprimir a bandidos, ladrones, falsificadores, vagabundos y pobres fingidos. También se prohibieron las casas de juego, consideradas semilleros de escándalos, peleas y blasfemias. No obstante, en diciembre de ese mismo año, hizo una excepción para permitir algunas casas de juego, siempre que estuvieran controladas y supervisadas.
La lucha contra los bandoleros fue particularmente dura. Las cuadrillas actuaban incluso dentro de la ciudad de Valencia, y muchas veces escapaban de la justicia sobornando o intimidando a funcionarios. La cárcel de Serranos, por ejemplo, era escenario frecuente de fugas con complicidad interna. A pesar de las numerosas leyes y recompensas ofrecidas por su captura —vivos o muertos—, los resultados eran escasos.
Para defender el reino de los corsarios, Fajardo contó con una milicia especial creada años antes por el marqués de Denia. Este cuerpo de defensa, formado por 10.000 hombres, estaba compuesto por ciudadanos que vivían sus vidas cotidianas hasta que eran llamados ante una amenaza. Organizados en compañías de cien hombres, formaban diez tercios: seis en Valencia capital y cuatro en el resto del reino. Eran todos cristianos viejos, sin sueldo fijo, pero con ciertos beneficios fiscales y privilegios sociales. Su compromiso era clave para la seguridad del litoral.
El desempeño de Fajardo como virrey fue tan valorado que, al acercarse el fin de su trienio, el brazo militar del reino solicitó a Felipe IV que prorrogara su mandato. El rey accedió con gusto el 24 de noviembre de 1631, lo que confirma la buena relación entre el virrey y la población valenciana.
Luis Fajardo falleció en el mismo palacio virreinal. Según una fuente de la época, su muerte fue causada por los excesos en la comida y bebida, que acabaron por minar su salud robusta. Un final curioso para un hombre que pasó buena parte de su vida enfrentando desórdenes, guerras y peligros... pero no supo defenderse de su propia mesa.
Don Luis Fajardo Requesens
(1602-1647) V marqués de los Vélez. Heredero de una estirpe poderosa, Fernando Joaquín Fajardo de Requeséns Zúñiga y Pimentel vino al mundo envuelto en títulos y expectativas. Era hijo único del IV marqués de Los Vélez y de María de Pimentel, y a su paso por la vida sumaría a su linaje los marquesados de Martorell y Molina. Sus alianzas matrimoniales reforzaron aún más su posición: primero con Ana Enríquez de Ribera Girón, hija del duque de Alcalá, y, tras la temprana muerte de esta, con su prima Mariana Engracia de Toledo y Portugal, hija del conde de Oropesa.
Su carrera pública comenzó con un reto mayúsculo: asumir el virreinato de Valencia tras la muerte de su padre en 1631. Se encontró con un reino al borde del colapso, aún sacudido por los efectos de la expulsión de los moriscos. Aquella medida, que había pretendido consolidar la unidad religiosa del reino, dejó tras de sí una herida económica abierta: tierras abandonadas, escasez de mano de obra, alza de precios y una sociedad descompensada. El campo no producía, las ciudades pasaban hambre, y las montañas se llenaban de bandidos.
El joven virrey intentó capear la tormenta con sentido práctico. Promulgó decretos para evitar el acaparamiento de trigo y buscó nuevas fuentes de abastecimiento: Castilla, Andalucía, incluso Cerdeña. Sicilia, la gran despensa habitual, dejó de enviar grano por una disputa comercial y por la ausencia del síndico valenciano en Palermo. La situación era crítica.
El bandolerismo, por su parte, no era solo un problema de seguridad: era síntoma de un mundo rural empobrecido y sin horizonte. Las sierras del Maestrazgo, La Ribera, Muchamiel o los montes de Alicante se llenaron de partidas armadas. El virrey aplicó mano dura, ofreció recompensas, envió tropas… pero poco logró. La violencia estaba demasiado arraigada.
A todo esto se sumó un nuevo frente: el político. La ciudad de Valencia vivía una guerra interna por el control del poder municipal. La introducción del sistema de insaculación —una suerte de sorteo entre nombres previamente seleccionados para los cargos— enfrentó a las grandes familias nobiliarias. Hubo tensiones, amenazas, ajustes de cuentas. El marqués trató de impedir la implantación del sistema, y advirtió al rey que aquello solo alimentaría la discordia y debilitaría su autoridad. Felipe IV, al menos de momento, le dio la razón.
Otro símbolo de la decadencia fue la Taula de Canvis, el banco municipal que durante siglos había sido el corazón financiero de Valencia. Su liquidez desapareció tras la expulsión morisca, y en 1634, Fernando Joaquín se vio obligado a cerrarla. Fue una decisión amarga, que reflejaba el fracaso de una época y el fin de una institución emblemática.
Tras dejar Valencia, su siguiente destino fue Aragón, donde apenas tuvo tiempo de actuar como virrey. Luego llegó Navarra, y con ella, la guerra. En 1638, los franceses, al mando del poderoso Luis II de Condé, cruzaron la frontera e iniciaron el sitio de Fuenterrabía. Durante más de dos meses, la ciudad resistió bajo fuego enemigo. El marqués acudió con refuerzos desde Pamplona, y gracias a su intervención y la del virrey de Castilla, el cerco fue finalmente levantado el 8 de septiembre. La victoria fue celebrada en toda España, una luz entre tantas sombras.
Pero el verdadero desafío aún estaba por llegar. En Cataluña, la tensión con las tropas reales estalló en junio de 1640 con el llamado "Corpus de Sangre": una revuelta popular que acabó con el asesinato del virrey y el estallido general de la rebelión. Meses después, Fernando Joaquín fue designado virrey del Principado y general de un ejército que debía sofocar la insurrección.
Aceptó el cargo a regañadientes. “Antes querría ser un pobre aguador que soldado”, había dicho, pero el conde-duque de Olivares lo convenció. Salió de Zaragoza con sus tropas y avanzó hacia el corazón del conflicto. Tomó Tortosa, Cherta, Perelló, Cambrils —donde las represalias fueron brutales—, y luego Tarragona. Su mirada ya estaba puesta en Barcelona.
Pero la capital catalana no estaba sola. Pau Claris, al frente de la Diputació, proclamó el protectorado francés sobre Cataluña y pidió ayuda a Luis XIII. La respuesta fue rápida. Cuando el marqués llegó a las puertas de Barcelona, se encontró con un ejército hispano-francés bien organizado. El 26 de enero de 1641, en las laderas de Montjuïc, se libró la batalla decisiva. Aunque su ejército era mayor, la victoria fue para los defensores. Fue una derrota amarga, y también el comienzo del fin del sueño de restaurar el control sobre Cataluña.
La derrota de Montjuïc fue más que un revés militar: fue un golpe moral. Fernando Joaquín Fajardo, hasta entonces fiel servidor del rey, empezó a vislumbrar con claridad los límites del poder que representaba. A pesar de su esfuerzo, sus conquistas y su determinación, el Principado se le escapaba de las manos.
Aquel mismo año, agotado y desilusionado, pidió el relevo. Lo obtuvo, aunque la guerra siguió sin él. Regresó a la corte con el sabor amargo de la derrota, pero no cayó en desgracia. En los años siguientes se mantuvo en la órbita del poder, desempeñando diversos cargos de confianza, aunque sin asumir ya el protagonismo militar o político de antaño.
Cuando murió Felipe IV y subió al trono el joven Carlos II, el marqués fue uno de los pocos grandes señores que sobrevivieron al cambio de ciclo. Hombre maduro y experimentado, Fernando Joaquín entendió que los nuevos tiempos pedían más cautela que ambición. Su casa, la de los Fajardo, seguía siendo poderosa. Sus alianzas familiares lo vinculaban a los grandes linajes de Castilla, y su hijo —el VI marqués— heredaría no solo el nombre y los títulos, sino también el complejo legado de una España en transformación.
En sus últimos años, el marqués se refugió en la administración de sus estados y en la protección de sus intereses familiares. Fue testigo del paulatino declive de la hegemonía española en Europa, de los juegos de poder en la corte de Carlos II, y de la fragilidad creciente del sistema que él había servido toda su vida. Murió en 1693, rodeado de honores pero también de silencios: como tantos hombres de su tiempo, su figura quedó oscurecida por los grandes nombres que dominaron las crónicas.
Sin embargo, su vida resume con precisión los dilemas del siglo XVII español: nobleza y servicio, fidelidad y frustración, poder y límites. Fue virrey en tres reinos, general en una guerra civil, administrador de crisis y testigo privilegiado de la decadencia de un imperio. En un siglo de sombras, su biografía brilla con la luz áspera de la lucidez.
Don Pedro Fajardo de Zúñiga
(1635 – 1693). VI marqués de los Vélez. Segundo hijo de Pedro Fajardo, V marqués de Los Vélez y sucesor de su padre. en 1647, se convirtió en el heredero de los títulos y honores de su padre por la decisión de su hermano mayor de hacerse carmelita, por lo que además sucedió como V marqués de Molina y III de Martorell. Su madre, María Engracia de Toledo, logró garantizar sus derechos y atribuciones en la Corte hasta su mayoría de edad en 1650 gracias a la abigarrada red de solidaridades y clientelas derivada de su relación de parentesco con las influyentes casas de Oropesa y de Alba.
No en vano, al nacer el futuro Carlos II llegará a convertirse en el aya del Príncipe de Asturias, lo que incrementará notablemente las posibilidades de promoción de su hijo y reforzará la tradicional colaboración de Vélez en la administración de la Monarquía.
Desde su nacimiento, Fernando Joaquín Fajardo contó con el respaldo de una poderosa red familiar. No fue casualidad que su madre se convirtiera en el aya del futuro Carlos II, lo que disparó las oportunidades de promoción para su hijo y reforzó la influencia tradicional de la casa de Vélez en la administración de la Monarquía Hispánica.
Educado en la Corte bajo los valores del honor, el servicio y la lealtad a la Corona, el joven marqués de Los Vélez heredó vastos dominios señoriales y una gran autoridad en el reino de Murcia gracias a su cargo de adelantado y capitán mayor. A pesar de la distancia física con sus tierras, desplegó toda clase de estrategias —concesiones, favores, símbolos— para proyectar su patronazgo y autoridad local. En 1657, reactivó un antiguo litigio con la Corona para que su título de capitán mayor fuera equiparado al de capitán general, como el del marqués de Mondéjar en Granada. Aunque no logró un reconocimiento formal, ejercía de facto muchas de las competencias: guardia personal, capacidad de reclutar tropas y supervisión de la defensa costera.
Construcción de una imagen de poder
Para legitimar la grandeza de su linaje, puso en marcha una ambiciosa campaña de propaganda genealógica. En 1658 encargó a Eugenio Ortiz de Ribadeneira una investigación documental que demostrara los derechos de su familia a figurar entre los Grandes de España, rastreando incluso cartas de Carlos V. Esta reivindicación dinástica no era solo simbólica: reforzaba su prestigio en la Corte y afianzaba su posición como intermediario de la gracia real en Murcia.
Gobernador en Orán: religión y seguridad
Su primera gran experiencia de gobierno fue como gobernador de Orán, en el norte de África. Allí, en un contexto de creciente tensión con los otomanos y los corsarios berberiscos, decidió en 1669 expulsar a la comunidad judía —una de las últimas en territorio hispánico, junto con Ceuta—, bajo el argumento de que ya no era útil como mediadora cultural y representaba un riesgo para la seguridad. Su decisión fue alabada por contemporáneos como Buenaventura Tondi, que celebró su “celo y piedad” como digno heredero de los monarcas católicos.
De virrey de Cerdeña a Nápoles: reformas en tiempos convulsos
Entre 1672 y 1675, fue virrey de Cerdeña y se empapó de los complejos equilibrios italianos justo cuando estallaba la rebelión de Mesina y se intensificaba la guerra contra Francia. Ese bagaje le sirvió cuando, en 1675, fue designado virrey de Nápoles. Inspirado por el modelo del conde de Oñate, se propuso acometer una profunda reforma del reino: orden público, tensiones sociales, bancarrota financiera… todo exigía soluciones urgentes.
Intentó frenar el contrabando, movilizó flotas y recurrió al corso como defensa naval. Impuso nuevos tributos, como el gravamen del aguardiente en 1679 para financiar la boda de Carlos II. Y aunque su gestión recibió elogios desde Madrid, las medidas impopulares —especialmente entre quienes vivían de rentas públicas— generaron creciente malestar. La presión fiscal, las levas masivas y la presencia militar en la capital exacerbaban la inestabilidad.
Conflictos internos y vigilancia institucional
En 1679, llegó a Nápoles el visitador general Danese Casati, dispuesto a fiscalizar a fondo la administración del reino desde 1631. Las tensiones con la Iglesia y el contrabando en las fronteras con los Estados Pontificios complicaban aún más el panorama. El marqués reaccionó con firmeza: reforzó la vigilancia y creó tribunales especiales, como la Giunta degli inconfidenti, para castigar a colaboradores con enemigos exteriores. Sin embargo, ni eso bastó para contener el bandolerismo ni el creciente descontento social.
Regreso a Madrid y auge en la Corte
Tras siete intensos años en Nápoles, regresó a Madrid en 1683, donde fue nombrado consejero de Estado. Su influencia aumentó con la caída del duque de Osuna y el ascenso del conde de Oropesa, cuñado del propio marqués. Gracias a esa alianza y a su experiencia napolitana, fue designado superintendente general de Hacienda en 1687, cargo creado expresamente para él.
Reformas económicas y caída política
Participó activamente en la política económica impulsada por Oropesa y Lira: devaluación de la plata en 1686, intentos de reforma fiscal, creación de una contribución única… Pero la entrada en guerra contra la Liga de Augsburgo en 1689 truncó estos planes. Volvieron las ventas de cargos y los escándalos de corrupción —algunos ligados a su colaborador, García de Bustamante— y, tras la caída de sus aliados, también él fue arrastrado.
En 1693 abandonó la vida pública: renunció a la presidencia del Consejo de Indias y falleció poco después, sin descendencia directa. Su legado pasó a su hermana, María Teresa Fajardo, casada con el VIII duque de Montalto, sellando así la continuidad del linaje.
Don Fernando Joaquín Fajardo de Requeséns
(1645 – 1715). VII marquesa de los Vélez. Hermana del anterior y sucesora en todos sus títulos y señoríos. Por su matrimonio en 1665 con Fernando de Aragón y Moncada se convirtió en la consorte de los títulos sicilianos de su marido como el ducado de Montalto. Maria Teresa nació el 2 de mayo de 1645 en Palermo, donde residía la familia desde el año anterior, en que el marqués fue nombrado virrey de Sicilia. Venía a ser la última de cuatro hermanos.
Doña María Teresa Fajardo
(1665 – 1727). VIII marquesa de los Vélez. Única hija de Maria Teresa y Fernando de Aragón y Moncada, sucediendoles en todos sus señoríos, títulos y bienes. Catalina ostentó desde su nacimiento el marquesado de Molina, como heredera de la Casa de Fajardo.
Era una de las jóvenes casaderas más deseadas de su tiempo y fue pretendida por el duque de Alba y por el conde-duque de Benavente, entre otros, pero el elegido fue Fadrique Álvarez de Toledo y Fernández de Córdoba, VIII marqués de Villafranca del Bierzo y grande de España.
En la corte fue camarera mayor de la reina Mariana de Austria (1675), pero tuvo que retirarse a los estados de su marido debido a una enfermedad de este. Se encargó de la administración de sus feudos con gran habilidad, convirtiéndose en una de las damas más ricas del país.
Doña Teresa Catalina de Moncada
(1686 – 1753) IX marqués de los Vélez. Hijo de José Fadrique Álvarez de Toledo, VIII marqués de Villafranca del Bierzo, Grande de España, y de Catalina de Aragón y Moncada, VIII duquesa de Montalto, Grande de España. Sucedió como IX marqués de Villafranca del Bierzo y IX duque de Montalto, también ostentó la merced de X marqués de los Vélez. Casó en Madrid el 11 de noviembre de 1713 con Juana Pérez de Guzmán el Bueno (Madrid, 6 de enero de 1693-21 de noviembre de 1736), hija de Manuel Alonso Pérez de Guzmán el Bueno, XII duque de Medina Sidonia, Grande de España, y de Luisa María de Silva y Mendoza; de quien dejó sucesión. En la corte fue sucesivamente gentilhombre de cámara de S. M., y después mayordomo mayor del rey Felipe V y gobernador de sus Reales Caballerizas (hasta abril de 1729), y más tarde mayordomo mayor del rey Fernando VI (4 de diciembre de 1747, hasta su muerte). Fue distinguido con el collar de la Insigne Orden del Toisón de Oro (12 de abril de 1750).
Don Fabrique Vicente Álvarez de Toledo
(1716 – 1773). X marqués de los Vélez. Desde que nació fue duque de Fernandina, príncipe de Montalbán y marqués de Molina. Al igual que su padre, vivió y realizó toda su actividad en la corte de Madrid. Comenzó como gentilhombre de cámara del rey Fernando VI (1737) y mayordomo mayor de la reina Bárbara de Braganza.
Se ganó el favor de Carlos VII en una de sus visitas a sus posesiones napolitanas y, cuando este subió al trono como Carlos III de España le hizo gentilhombre de cámara, consejero de la Junta de Gobierno (1760) y presidente del Despacho de Estado (1761).
En 1763 fue nombrado caballero de la Orden del Toisón de Oro y caballero gran cruz de la Orden de Carlos III como premio a su carrera. Murió en su palacio de Madrid el 4 de diciembre de 1773.
Marquesa viuda de don Antonio Álvarez de Toledo pintada por Goya
(1756 – 1796). XI marqués de lo Vélez. Principalmente conocido por el título nobiliario de duque de Alba, que ostentó por su matrimonio con María Teresa de Silva Álvarez de Toledo, XIII duquesa de Alba. Fue un noble ilustrado español y uno de los principales mecenas del pintor Francisco de Goya.
En 1772 se acordó el matrimonio entre el joven duque de Fernandina y María Teresa de Silva Álvarez de Toledo, marquesa de Coria y nieta del poderoso duque de Alba de Tormes, Fernando de Silva y Álvarez de Toledo. La prometida apenas tenía diez años. Esta unión, pensada para devolver a la casa de Alba su linaje original —el de los Álvarez de Toledo—, se formalizó el 11 de octubre de 1773 con la firma de las capitulaciones matrimoniales. En ellas, el duque se comprometía a anteponer el título de duque de Alba —que recaería en su esposa— a los suyos propios. La boda se celebró en Madrid, en la iglesia de San Luis, el 15 de enero de 1775, cuando el joven ya había heredado el título de marqués de Villafranca.
Dos años después, en 1776, falleció el duque de Alba, abuelo de la novia, y la joven pareja pasó a ostentar el prestigioso título. Se instalaron en el palacio de Buenavista, en Madrid, que comenzaron a reformar al año siguiente. Allí crearon una brillante corte que rivalizaba en esplendor con las de María Josefa Pimentel, duquesa de Osuna, y de la reina María Luisa de Parma, con quien la duquesa de Alba mantenía una conocida rivalidad. También frecuentaban el palacio de La Moncloa, adquirido por la madre de la duquesa en 1781 y heredado tras su muerte en 1784.
El patrimonio familiar creció aún más en 1779, cuando el duque heredó los títulos y bienes de la casa de Medina Sidonia, tras el fallecimiento sin descendencia de su tío segundo, Pedro de Alcántara Pérez de Guzmán y Pacheco. Con esta sucesión, los duques de Alba se convirtieron en propietarios de uno de los mayores patrimonios nobiliarios de la época, aunque la falta de hijos impidió su continuidad directa.
El duque de Alba fue un claro ejemplo del aristócrata ilustrado: culto, progresista y defensor de las ideas modernas. Fue miembro de la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País desde 1777 y de la de Sevilla desde 1778. Amigo y protector de Jovellanos, le consiguió un puesto de magistrado en la Sala de Alcaldes de Casa y Corte para facilitar su traslado a Madrid. Melómano y virtuoso de la viola, formó parte del entorno musical del infante don Gabriel y ocupó el cargo de consiliario en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
Entre sus pasiones destacaban la música y la equitación, siendo reconocido como uno de los mejores jinetes de la corte. Como mecenas, mantuvo relación con el compositor Haydn, a quien encargó varias obras, y con Francisco de Goya, quien empezó a trabajar para la familia en 1794 y llegó a formar parte de su círculo más íntimo, especialmente cercano a la duquesa.
Condecorado con el Toisón de Oro y la Gran Cruz de la Orden de Carlos III, el duque fue nombrado en 1793 gran canciller y registrador de las Indias, con voz y voto en el Consejo del mismo nombre. Este cargo, hereditario, estaba vinculado a la casa de Olivares —título que ostentaba su esposa— y había quedado vacante tras la muerte del anterior duque de Alba.
Sin embargo, su carrera política se truncó en 1795 al verse implicado en la fallida conspiración de Alejandro Malaspina contra el todopoderoso Manuel Godoy. El plan contemplaba colocar al duque de Alba al frente del gobierno. Aunque nunca se probó su implicación directa, se retiró temporalmente de la corte y aprovechó el tiempo para visitar sus dominios andaluces heredados de los Medina Sidonia.
No llegó a completar este viaje. Enfermo, falleció repentinamente el 9 de junio de 1796 en su palacio sevillano, sin haber llegado a conocer Sanlúcar de Barrameda, capital de sus nuevos estados. Fue enterrado el 11 de junio en el Monasterio de San Isidoro del Campo, fundado por Guzmán el Bueno y panteón tradicional de la casa de Medina Sidonia. En Madrid se celebraron sus exequias el 4 de septiembre en la iglesia de San Antonio de los Portugueses, sede de la Real Hermandad del Refugio, de la que había sido Hermano Mayor.
Sus títulos y propiedades pasaron a su hermano, Francisco de Borja Álvarez de Toledo Osorio. A la duquesa, sin embargo, se le permitió continuar el viaje por las tierras andaluzas de su difunto esposo.
Don José Álvarez de Toledo
XII marqués de los Vélez. Hermano menor del anterior marqués de los Vélez, Francisco de Borja heredó todos los títulos y señoríos familiares tras la muerte de este sin descendencia. Mientras que a su hermano mayor se le preparó para la vida cortesana, a él se le orientó hacia la carrera militar.
Inició su trayectoria en 1782 como sargento en las Reales Guardias de Infantería y, tras una ascendente carrera, fue nombrado coronel de brigada del Regimiento de la Princesa en 1797. Solo un año después, en 1798, alcanzó el rango de mariscal de campo. Su prestigio le llevó en 1803 a la corte, donde fue designado gentilhombre de cámara del rey Carlos IV y caballerizo mayor de la reina María Luisa.
Con la invasión napoleónica, Francisco se retiró a sus dominios en Almería y Murcia. Desde el castillo de Vélez Blanco organizó su resistencia, asumiendo el título principal de marqués de los Vélez. En un contexto de fervor patriótico, el 26 de diciembre de 1808 fue proclamado por el pueblo comandante general del Reino de Murcia, cargo que fue ratificado poco después por la Junta Central. Asimismo, formó parte de la Junta Superior de Murcia hasta que la ofensiva del general francés Sebastiani, el 24 de abril de 1810, lo obligó a huir a la plaza de Alicante.
En septiembre de ese mismo año fue elegido diputado a las Cortes de Cádiz en representación de la Junta Superior de Observación y Defensa de Murcia. Allí ocupó el cargo de vocal en la Comisión de Guerra, participando activamente en los debates sobre la reorganización del ejército durante la Guerra de Independencia.
Con la restauración absolutista, Fernando VII recompensó su lealtad y servicios: en 1816 fue ascendido a teniente general de los Reales Ejércitos y designado capitán general del Reino de Murcia al año siguiente. También recibió las más altas distinciones del reino: la gran cruz de la Orden de Carlos III, el Toisón de Oro y, en 1819, la Medalla de Sufrimientos por la Patria.
Murió en Madrid el 12 de febrero de 1821, dejando tras de sí una vida marcada por el compromiso político y militar al servicio de España.
Don Francisco de Borja Álvarez
(1803 – 1867). XIII marqués de los Vélez. Fue un diplomático español que tuvo un destacado papel en las relaciones exteriores del bando carlista durante la primera guerra carlista, ya que ostentó la representación de don Carlos en las cortes de Viena y San Petersburgo. Tercero de los hijos de Francisco de Borja. Fue educado junto a su hermano mayor Francisco, duque de Fernandina, cuya muerte prematura en 1816 le convirtió en heredero de la casa de Villafranca. El 25 de agosto de 1819, fue nombrado gentilhombre de cámara con ejercicio y servidumbre.
En 1822, el marqués de Villafranca contrajo matrimonio con Joaquina de Silva y Téllez Girón, hija de los marqueses de Santa Cruz. Sin embargo, su cercanía al pensamiento liberal le pasó factura tras la restauración absolutista de Fernando VII: fue desterrado de Madrid, perdió la distinción de gentilhombre de cámara y no la recuperó hasta después de la muerte del monarca.
Primero se trasladó a Sevilla y, más tarde, se instaló en Nápoles, donde poseía numerosas propiedades. Allí residía cuando falleció Fernando VII. Influido, quizá, por su padrastro, el brigadier José Álvarez de Toledo y Dubois, que también vivía en Nápoles junto a su madre, el marqués se alineó pronto con la causa carlista. Su compromiso fue tal que ni siquiera presentó los documentos requeridos para formar parte del Estamento de Próceres, símbolo de su rechazo al nuevo régimen.
El 4 de noviembre de 1835, escribió una carta a Carlos (el pretendiente carlista), en la que explicaba que aún no se había unido formalmente a su causa porque “no podía ofrecer más que su brazo y su buena voluntad”. En cambio, desde la distancia, podía contribuir “con los medios que le ha dado su nacimiento”. No se trataba de una simple declaración de intenciones: hasta esa fecha ya había enviado al bando carlista más de tres millones y medio de reales y trescientos ducados napolitanos. Además, facilitó a un diplomático cartas para sus administradores en Villafranca del Bierzo y Matilla de Arzón, instruyéndoles para entregar los fondos disponibles al portador.
Finalmente, en 1837 se presentó en el Norte peninsular y, en mayo, acompañó al pretendiente Carlos durante la expedición real. Poco después, al llegar a Solsona, fue enviado en misión diplomática a Rusia, mientras que otros nobles carlistas fueron destinados a Berlín (el marqués de Monasterio) y Turín (el conde de Orgaz). Su correspondencia con el gobierno carlista durante su estancia en Rusia —aún no estudiada en profundidad— se conserva en el fondo carlista de la Biblioteca de la Real Academia de la Historia.
Aunque nunca firmó el Convenio de Vergara, la presión de su hijo, una vez muerto Carlos, le empujó a regresar a España. Se instaló en Sanlúcar, donde retomó la gestión de sus propiedades y se interesó activamente por el desarrollo del ferrocarril y la política. En 1860, ocupó su escaño en el Senado como senador por derecho propio.
Fue el último en ostentar efectivamente el señorío del marquesado de los Vélez, suprimido por la desamortización de Mendizábal, aunque conservó todos sus títulos y numerosas propiedades privadas dentro de sus antiguos dominios.
Don Pedro de Alcántara Álvarez de Toledo
Capilla de los Vélez en la Catedral de Murcia
Escudo del marqués de los Vélez en la Iglesia de la Encarnación de Vélez Rubio
Castillo de Vélez Blanco