En una tranquila tarde de verano, cuando el sol empezaba a ceder su intensidad y los vecinos de Cantoria se refugiaban en la sombra de los portales, ocurrió un hecho que pronto alteraría la calma del pueblo. Teodoro Balazote Giménez, hombre serio y de palabra justa, irrumpió en el cuartelillo de la Guardia Civil con el rostro desencajado y la voz entrecortada. Llevaba una noticia insólita: un desconocido, con aspecto de mendigo y modales inquietantes, había irrumpido en la casa de su hermana.
Según contó Teodoro, el individuo no solo había insultado a la mujer sin motivo aparente, sino que, con una violencia absurda, la había encerrado en su propia vivienda, llevándose la llave que aún colgaba de la puerta. El acto fue tan repentino como incomprensible.
Al enterarse de la situación, Teodoro se dirigió al lugar junto a su hermano Ángel Balazote para exigir explicaciones al agresor. Lo que encontraron fue aún más perturbador: el forastero, al verlos llegar, sacó una daga y trató de agredirlos sin mediar palabra. Afortunadamente, los gritos atrajeron a varios vecinos, quienes lograron intervenir antes de que ocurriera una tragedia.
La Guardia Civil actuó con celeridad. Siguieron el rastro del hombre hasta un paraje cercano conocido como Tanaca, donde lo encontraron en actitud desafiante. El sujeto, lejos de cooperar, se mostró insolente y terminó por agredir a uno de los guardias antes de ser reducido y arrestado.
Durante el interrogatorio, el extraño no dijo ni su nombre ni su procedencia. Parecía perdido entre delirios, murmurando frases sin sentido. Fue solo al registrarlo cuando hallaron una cartilla militar a su nombre: Francisco Manzanares Larios, natural de Lorca, de treinta años.
Ante su conducta errática y violenta, la Benemérita solicitó la presencia del médico local. Tras examinarlo detenidamente, el diagnóstico fue claro y rotundo: aquel hombre no era simplemente un vagabundo agresivo, sino alguien afectado por una enfermedad mental. “Se trata de un loco”, certificó el galeno.
La noticia corrió por Cantoria con velocidad de incendio. Algunos lo recordarán por la daga, otros por la mirada perdida y los murmullos extraños, pero todos coincidirán en lo mismo: aquel forastero trajo el desasosiego a un pueblo donde hasta entonces, la locura solo se conocía en los libros.