Hasta no hace mucho, Pedro Veraguas era considerado un vecino respetable en nuestra villa. Saludaba con cortesía a todos, ayudaba en las faenas comunes y mantenía su casa con dignidad, aunque con cierta austeridad que no pasaba desapercibida. Su imagen estaba tejida con hilos de discreción y trabajo, y pocos hubieran imaginado que tras aquella apariencia sencilla se escondía una sombra que acabaría por salir a la luz.
Todo cambió una mañana soleada de otoño, cuando Pedro fue visto cruzando la plaza del pueblo entre dos imponentes Guardias Civiles. La escena no tardó en atraer la atención de los vecinos, que salieron de sus casas, se asomaron a los balcones y se agruparon en las esquinas, cuchicheando y preguntándose qué podía haber hecho aquel hombre que parecía tan de fiar. Su rostro, que otras veces mostraba una tímida sonrisa, iba ahora serio, casi desafiante, mientras lo conducían al Juzgado. La noticia no tardó en correr como la pólvora.
El delito, por insólito que pareciera, tenía algo de comedia rural si no fuera por las consecuencias. Pedro, aprovechando la ausencia de un vecino que se encontraba fuera del pueblo, se coló en su corral saltando las tapias con más agilidad de la que su edad sugería. Allí, sin mucho reparo, robó una cabra. El animal, ajeno a los enredos humanos, fue llevado con disimulo fuera del pueblo. Pedro no se detuvo hasta llegar a Albox, el pueblo vecino, donde consiguió venderla por una suma modesta.
Con el dinero obtenido, lejos de pensar en esconderse o al menos actuar con discreción, Pedro decidió darse un capricho: se compró unas botas relucientes, una gorra nueva y una bufanda de lana que contrastaba con su habitual vestimenta sobria. Aquella repentina transformación en su atuendo fue la primera pista que levantó sospechas. No pasó desapercibida para nadie en el pueblo, mucho menos para los agentes de la Guardia Civil, que ya andaban tras la pista del animal desaparecido.
La investigación fue breve y certera. Las huellas, los testimonios y, sobre todo, el cambio repentino en la indumentaria de Pedro, llevaron rápidamente al esclarecimiento del caso. Cuando fue arrestado, aún llevaba puestas las botas nuevas, flamantes y brillantes, como si fueran un trofeo.
Ahora, Pedro Veraguas pasa sus días entre rejas, y aquellos que antes lo saludaban con afecto apenas mencionan su nombre. Su historia se repite entre susurros en las tertulias de la plaza, y su caída sirve de advertencia para quienes piensan que la reputación es una armadura invencible. Bastó una cabra, una bufanda y unas botas nuevas para desmoronar la imagen de un hombre y convertirlo en un mal ejemplo.
Diario de Almería. 3 de diciembre de 1926