En Cantoria, un pueblo que dormita entre calles estrechas y viejas fachadas encaladas, la vida suele transcurrir con la lentitud que marca el sol del mediodía y el sonido repetido de las campanas. Pero ni siquiera en los pueblos tranquilos puede contenerse el rencor cuando ha echado raíces profundas.
Desde hacía tiempo, Carmen Moreno Molina y Ginesa Pedrosa Giménez mantenían una enemistad envenenada por antiguas disputas, de esas que nadie recuerda cómo empezaron pero que todos conocen. Sus encuentros eran breves y tensos, y las miradas cruzadas en la plaza hablaban más que cualquier palabra. Aunque no se supiera a ciencia cierta el motivo de su enfrentamiento, bastaba con verlas para entender que entre ambas mujeres no cabía la paz.
Carmen, mujer de carácter fuerte y silencioso, guardaba un odio frío y sostenido que no hacía más que crecer. La falta de ocasión para ajustar cuentas no hacía más que inflamarla por dentro. Hasta que un día, decidida a no esperar más, urdió su plan.
Sabía bien por dónde se movía Ginesa, conocía sus rutinas, los horarios de sus pasos. Aquella tarde, aguardó agazapada junto a una de las ventanas de la casa de su rival. No era una escena improvisada; llevaba tiempo imaginándola. Al oír la voz de Ginesa desde dentro, el pulso de Carmen no tembló. Sacó el revólver que llevaba oculto bajo el mantón, apuntó con decisión y disparó a través del cristal, sin titubear, con la clara intención de matar.
El eco del disparo rasgó el aire del barrio como un trueno seco. Algunos vecinos salieron, otros corrieron a esconderse. Carmen, por su parte, echó a andar con paso rápido, intentando desaparecer entre las callejuelas del pueblo. No llegó lejos.
Fue detenida poco después por la Guardia Civil en la calle de la Ermita. Llevaba aún consigo el revólver, cuya presencia confirmaba lo que los testigos ya habían comenzado a contar.
Tras su captura, fue conducida ante el juez municipal. No opuso resistencia, ni pronunció palabra alguna. Entró en la cárcel con la misma determinación con la que había apretado el gatillo. No gritó, no lloró. Era una mujer decidida, aunque su decisión estuviera teñida de tragedia.
El defensor de Almería. diario independiente de la mañana. 25 de Junio de 1916