Diego Simón López

Escultor

Vida y obra de un escultor autodidacta

Hijo de Esteban Simón Fernández y Carmen López Carmona, nací el 28 de Enero de 1948 cuando vivían en la cortijada de las Huertecicas de Líjar. Como mi padre era cantero, nos trasladamos a la zona del Gasparillo de Chercos cuando contaba con unos tres años, para estar más cerca de las Canteras de Macael. Realmente estuve viviendo poco tiempo allí, porque me mandaron a la Piedra Amarilla con mis abuelos maternos hasta los 13 años, aunque con un pequeño paréntesis de seis meses, en el que me marche con mis padres y mis hermanos a Teruel. A mi padre lo destinaron a las minas de Carbón de Rillo, que cerraron poco tiempo después. Entonces es cuando tomó la decisión de probar suerte en Alemania, pero esta ver se marchó sólo, volviendo nosotros a Cantoria. Como he dicho antes, fue muy poco tiempo y al volver me mandaron de nuevo a la Piedra Amarilla, mientras que mi madre y hermanos se instalaron en una casa alquilada de la calle Tosquilla.

Allí hice todo lo que un zagal de mi edad tenía que hacer en un cortijo, sembrar, trillar, guardar ovejas, cabras... A mis padres los veía poco, antes no habían tantos coches como ahora que hacían cortas las distancias y siempre había mucho trabajo. Pero en 1961 compran una casa en la calle Alamicos y aunque mi padre seguía fuera trabajando, deciden que me tengo que ir a vivir con mi madre. Me busca un trabajo de aprendiz de marmolista en el taller de los Cuéllar, y por las noches recibía clases de don Miguel Gea, que me enseño las cosas básicas para salir adelante, ya que antes apenas había podido ir al colegio y a esa edad era casi analfabeto.

Le tomé el gustillo a esto de aprender y por eso contacté con Juan Miguel del Ranchochico para que me diera algunas clases de dibujo, perfeccionando esta técnica artística a través a través de cursos por correspondencia. Entretenido en estos menesteres cumplí los 19 años, y otras obligaciones mayores llegaron a mí. El año anterior conocí a la que era mi novia, María Parra y ya tenía yo ganas de formar una familia seria, una estabilidad y no andar de allí para ya, que no sabía si mis padres eran mis abuelos o mis abuelos mis padres. Con esa edad contraje matrimonio y a día de hoy doy gracias todos los días por estar con la mujer con la que estoy, la persona más maravillosa del mundo.

Al poco tiempo vinieron los hijos mayores, primero Esteban y luego Pantaleón, cuando me llamaron para hacer el servicio militar con destino en el Sáhara. Corría el año 1970 y dejarlos solos fue para mí la experiencia más dura de mi vida. Cada día, cada hora, cada minuto mi pensamiento estaba con ellos, todo lo que me estaba perdiendo. Cuando llegaba una carta eso era ya, no una fiesta, sino lo siguiente. Con que sólo me nombrara el compañero encargado de repartir el correo me entraban unos tiritones en las piernas de la emoción por saber de ellos. Salvo por eso, la mili no fue demasiado dura, ya pasé más de la mitad de la misma como panadero. Me levantaba muy temprano y luego en compensación nos daban el resto del día libre. Ocupaba ese tiempo pescando en la ría de Oro en la antigua Villacisneros del Sáhara en compañía de Juan, natural de Cullera, que me animó a montar un negocio juntos en su tierra. Maduramos esa idea y decidimos ponerla en práctica una vez nos licenciáramos. Así fue, y en un principio me fui sólo y a los dos años me llevé a mi mujer e hijos.

Por fin todos juntos, con un trabajo del que vivíamos bien, a pesar de tener que montarme por mi cuenta ya que las cosas empezaron a torcerse con Juan, la otra mitad del negocio. Una decisión de la que no me arrepiento y de la que me ha dado muchas satisfacciones. Mi mujer mientras tanto, puso un local con recreativos, y ahí vi que aquello dejaba más dinero que mi duro trabajo de marmolista. No me lo pensé, cerré el taller y empecé a comprar billares y futbolines para alquilarlos a otros negocios de hostería. Empresa que todavía sigue funcionando pero ya gestionado por mi hijo Pantaleón. Ya en Cullera nacen mis otros dos hijos, Carmen María y Diego Pedro. Y como decimos los andaluces, “tengo cuatro hijos como cuatro soles, cuatro nietos que son mi alegría”.

Pasan los años enfangados en nuestros quehaceres y no somos conscientes de las consecuencias del paso del tiempo, deseando que llegaran esos días de fiesta para volver a Cantoria y juntarse con el resto de la familia.

La mayoría de las veces el hombre es una marioneta a meced del destino y las circunstancias van marcando las pautas de vida, hasta que llega un momento en el que ocurre algo que nos hace replantear nuestro modo de vida. Nadie puede estar plenamente satisfecho hasta que ese momento llega y a mí me llegó, vamos que si me llegó, con la forma de un gran tronco de madera arrastrado por una riada del río Júcar a su paso por mi pueblo adoptivo. Cuando vi ese madero, no vi algo inerte sin vida, sino una imagen que pedía a gritos salir. No lo dudé y con la ayuda de una grúa me lo llevé a mi taller, vacié el interior esculpiendo una virgen a tamaño real. Las raíces, retorcidas con caprichosas formas, se asemejaban a animales prehistóricos y así lo intenté plasmar. Esta obra marcó el inicio de mi nueva vida y mi gran pasión.

Después de esta obra vinieron otras más pequeñas hasta que llegó el Cristo de La Mercé, bautizado así por el pago donde cogí el gran madero para realizar la talla. Esta pieza ya arrastraba su propia leyenda antes de que empezara a trabajar con ella. Antes de decidirme a sacarlo del cerro donde estaba, cada vez que iba a Cantoria me acercaba a verlo, y así durante varios años. En una de estas veces, me encontré con Rafael el de la Olla, y me cuenta, “más de 60 años, lleva cortado en lo alto del cerro”. Ha soportado a las inclemencias del tiempo, a los leñadores, incluso he visto con mis mismos ojos quemarse a su lado muchos palos y maleza y no tocarle nunca el fuego.

Cuando me decidí a llevármelo, mi amigo Juanjo se ofreció a ayudarme y pidió un tractor a un amigo. Como la empresa no era cualquier cosa, nos juntamos allí aparte de nosotros dos, el hermano de Juanjo y mi sobrino Juan Fortes. Compré una cuerda de cáñamo gruesa para bajarlo, lo amarramos de la parte más gruesa al tractor y empezamos a arrastrarlo monte abajo. Nosotros íbamos detrás y no vimos como se enganchó en una gran piedra que había en el camino, haciendo que se volteara dándole en el pecho con una de las ramas al hermano de Juanjo tirándolo al suelo. En ese primer momento creía que lo había matado, pero se levantó rápidamente. Lo lleve al hospital de Huércal Overa para que lo revisaran los médicos y ante nuestra sorpresa, no tenía nada, ni siquiera un rasguño.

Como si fuese una premonición, empecé a esculpir a base de gubia y formón, y aunque no es una imagen fina y bonita, tiene algo especial. Yo, que he sido su creador, tengo que apartar la mirada por el respeto que me causa. Aunque me tachen de loco, no creo que fuese la casualidad la que me llevó hasta aquel lugar perdido cerca del pago de los Morrones, donde llevaba más de medio siglo esperando. Hace unos cuatro años fue expuesto y bendecido en la iglesia de Nuestra Señora del Carmen ante la sorpresa de los feligreses causando una revolución en el pueblo.

Esta disciplina artística me ha llevado a conocer a Emilio Frejo, Francisco Valencia y a Marga, licenciados en bellas artes en la Real Academia San Carlos de Valencia, a los que considero mis amigos, que cuando vieron el Cristo quedaron fascinados. “Diego, tú no sabes lo que has llegado a conseguir en esa imagen” fue su comentario y que lo tengo grabado a fuego en mi recuerdo.

Hace unos cuatro años, empecé a tocar el campo de la cerámica, muy amplio y fascinante, donde se pueden llegar a hacer cosas increíbles simplemente con juego de tus manos y los movimientos de los dedos. Materiales tan humildes como el barro, la arcilla y el gres se convierten en figuras de delicada belleza.…

Ese verano, mi gran amigo Diego el tostones me animó a montar una exposición en la Caseta Municipal de Cantoria, con motivo de las fiestas de san Cayetano, compartiendo espacio con los cuadros de las alumnas del taller de pintura de Clara Cuéllar. Réplicas de la ermita y los santos patronos fueron las obras mejor valoradas, incluso recibí algún que otro encargo. Fue una bonita experiencia el ver como tus paisanos valoraban mi trabajo y así me lo hacen sentir.

Madera, mármol, barro... cualquier materia es buena para darle forma a la realidad que queremos transmitir, expresar aquello que llevamos dentro, y así me encuentro a día de hoy, aprendiendo cada día un poquito más, porque cuanto más sabes, menos sabemos de nada".

Diego Simón realizó y donó los escudos en madera para la puertas de la cancela de la iglesia de Cantoria. Colección: Decarrillo

La cerámica es uno de sus últimos descubrimientos y en los que ha iniciado un proceso de aprendizaje vital.

Cristo de la Merced. Primera exposición en la iglesia de Cantoria en noviembre de 2011

2ª exposición en la iglesia de Cantoria. En diciembre de 2021 se volvió a exponer el Cristo de la Merced en iglesia parroquial.

Virgen del Saliente. Grabado en madera de la Virgen del Saliente

La Fragua de Vulcano. Grabado cerámico que representa la fragua de Vulcano del genial Velázquez

Inmaculada. Una escultura realizada en una peana.

María Parra, su mujer, su máximo apoyo