El Verano en el que el Fútbol hizo leyenda

Diego Uribe Martínez

|. Colección: Rafael Moreno

El verano de 1980

El verano de 1980 no sería como los demás. Las clases en la escuela y en el instituto del pueblo se acercaban a su fin, y los nervios por las notas de final de curso aumentaban por momentos. Un suspenso significaba que tenías que tomar clases particulares para recuperar lo perdido en septiembre. Y, por lo tanto, arruinar tu verano. Sin tus amigos, sin ir al río a cazar ranas (sí, por aquel entonces todavía había ranas) y a darte un chapuzón. El peligro no existía, eran otros tiempos, y tus padres confiaban en ti. Otros, los que subían a los árboles con facilidad, optaban por ir a coger albaricoques o cualquier otra fruta de esa estación del año. Los más laboriosos iban a por tápena (alcaparras) para ganarse un dinero para sus gastos. Y si el calor lo permitía, reunirnos a la caída del sol a jugar un partido de fútbol en la era, el instituto o la puerta de la iglesia. Este último era un lugar estratégico donde nuestras familias daban un grito o un silbido, y ya sabíamos que era la hora de la cena y teníamos que salir corriendo, o eso, o que alguien nos avisaba que venía por la vuelta de la esquina don Francisco Serrano, el eterno párroco de nuestra iglesia y todavía toda una autoridad en Cantoria. Sabíamos que como nos pillara, la que nos podía caer era de las buenas, de las que tenían castigo como se lo dijera a nuestros padres, ya que no soportaba que jugáramos cerca de los muros del templo. 

Llegó la canícula y, pasado el disgusto por las asignaturas que habías suspendido, o la alegría por las buenas notas, todos estábamos preparados para la diversión en pequeñas pandillas. Luego llegarían las fiestas patronales de San Cayetano y más tarde los exámenes de septiembre. La alegría de las fiestas, con la llegada de familias que vivían en otras partes de España o, incluso, de Europa, aportaba una nueva dimensión a nuestro descanso. Los familiares que solo veías unos pocos días al año, esa novia que te echaste el verano pasado o ese amiguito que te hacía tilín un año atrás, volverían por esas fechas.

La familia de Rafael Moreno

Un día me dirigía a las barandillas de la iglesia, donde nos juntábamos a la caída del sol para charlar, compartir rumores, o escuchar las graciosas historias de algunos, y vi a mis padres sentados a la puerta del Casino con una familia que no reconocía, con dos hijas de mi edad y un mozalbete de la edad de mi hermano Rafa. Cuando pasé a su lado, mis padres hicieron un gesto para que me uniera a ellos, pero yo, avergonzado por la presencia de las chicas, seguí al encuentro de mis compadres, cómo dirían en México lindo. Ya sentados en un peldaño de mármol en la Cruz de los caídos, logramos averiguar que se trataban de unos veraneantes de Barcelona, que eran familia de Isidro el del esparto, y que se alojaban en el cuarto piso frente de la tienda de Antonio el de Juanita.

Horas más tarde, ya en casa, mis padres me confirmaron lo que yo ya sabía, y me explicaron que el padre de familia, Rafael Blanco, tenía la intención de organizar un torneo de fútbol sala en el campo del Instituto, donde los estudiantes de secundaria habitualmente hacían educación física.

Recuerdo que en horas la voz, o sea, yo, recorrió las calles, y, pronto, todos los chiquillos del pueblo se habían enterado del acontecimiento. El revuelo que se armó fue morrocotudo. Después de obtener el permiso de las autoridades competentes, el primer paso fue arreglar el terreno de juego que, por cierto, estaba en condiciones lamentables: había piedras como el puño, montones de tierra, zábilas, matorrales…  

Rafael, un señor serio, pero exquisito en el trato, venía preparado para el evento. Del maletero de su Seat 1430 de color blanco sacó varios balones desinflados, camisetas de varios colores y otros aperos futbolísticos. La alegría entre la muchachada no podía ser más grande. Como por arte de magia, se nos cumplía un sueño: un campeonato de fútbol bien organizado, con equipaciones, con porterías (de balonmano) con redes, como en la televisión. Mientras limpiábamos el campo, en medio de apuestas sobre quién ganaría el campeonato, aparecieron sus hijos, Eva, Silvia y Oscar, en compañía de mi hermano Rafa, que ya había hecho migas con el chico, que era de su edad. Del jolgorio pasamos al silencio sepulcral en cero coma con los ojos abiertos como platos. Hasta que de manera tímida empezamos a hacer comentarios al oído, en especial, la belleza de las hijas, de piel muy morena, y encantadoras. Al contrario que el hermano, que se comportaba de manera petulante para un chiquillo de su edad. Aunque con el tiempo, aprendimos a quererlo también.

Mientras llegaba la hora de la competición, nuestros días pasaban en la piscina de la Araucaria, donde la familia Blanco Moreno aparecía cada mañana para darse un baño. Nosotros nos esforzábamos para hacer piruetas en el agua. Perfeccionamos la bomba para llamar su atención, y hacíamos largos para mostrar nuestras actitudes natatorias. Cualquier cosa para atraer sus miradas.

Con el tiempo mi familia se hizo muy amiga de ellos. Salíamos por las tardes al Casino, o cualquier otro bar, a tomar unas tapas, a charlar de fútbol o de lo que fuera. Empezamos a saber cosa de ellos. Rafael, al padre, trabajaba en la Caixa de D´Estalvis de Sabadell que, por aquel entonces, los pequeños no sabíamos qué era. La conexión de esta familia con Cantoria era por parte de su mujer Dolores, pariente como hemos dicho anteriormente de Isidro, y por tanto, tenían pleno derecho a considerarlos de los nuestros al momento en que se conocieron sus “credenciales”. Y no contando con todos los méritos que hicieron en lo deportivo con la juventud, que nos tuvieron entretenidos e ilusionados todo el verano.

El campeonato de fútbol hizo las delicias de los jugadores. En realidad, todo el pueblo sabía del evento. El gozo no podía ser mayor, aunque no recuerdo bien qué equipo ganó, que era lo de menos. En aquel tiempo todas las discusiones, de mayores y pequeños, giraban en torno a a esta simpática familia y al torneo de fútbol. La hora de volver a Barcelona, hacia el final del verano, llegó callando, como un golpe bajo. Una noticia que no por esperada fue menos dolorosa. 

Pero yo fui un afortunado.

Al terminar el torneo, Rafael habló con mis padres para que fuera con ellos, me quedara en su casa y probara con el equipo de fútbol del Barcelona FC. Mis padres asintieron con una condición, que estuviera el primer día del curso escolar en la puerta del Instituto preparado para las clases. Y así fue.

La familia Moreno Blanco abandonó Cantoria una madrugada triste y calurosa. Y, seguramente, sus hijas dejaron algún corazón roto, que tardaría tiempo en sanar.

En octubre de 2018 Quinito López recibió una carta de Rafael Moreno donde le enviaba las fotografías que tomó antes de los partidos y que sin duda es una joya documental para el recuerdo de ese verano. Colección: familia de Quinito López

Galerías de Fotos

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Exhibición en la plaza de la Constitución. De izquierda a derecha, Blasi Osuna, Carmen Osuna, María Victoria Fuentes, Ana Sánchez, Mari Felix Gea, María Ángeles Picazos, Maria del Sol Aránega y Pilar Gambeta. Colección: Rafael Moreno

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|. Colección: Mari Felix Gea

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Agradecimientos: