Minas de la Cerrá
Registro de la mina Mi Fortuna. Documentación: Miguel Ángel Alonso
Las Minas de la Cerrá en la desembocadura del Arroyo Albanchez
A pocos metros de la desembocadura del Arroyo Albanchez al río Almanzora, se encuentran los vestigios del principal foco minero del municipio de Cantoria. Unas minas en las que se extraía hierro principalmente en las que se intentó emular el sueño minero que estaban viviendo otras poblaciones cercanas. Cosa que no llegó a suceder.
En la Jefatura de Minas hay registradas en Almanzora unas 40, de las cuales sólo 2 llegaron a explotarse, la de la Cerrá llamada Mi Fortuna, que inicia su explotación en 1896 y la de la Cuesta de la Herradura, llamada San Andrés, que inicia su explotación en 1884 y cierra en 1895. Ambas están situadas en la desembocadura del Arroyo Albanchez.
Actualmente por los cerros alrededor de Almanzora, de la rambla la Jata, del Cerro de la Mezquita, el Risco y rambla de Torrobra hay gran cantidad de “catas” del terreno, para saber si merecía la pena su explotación o no.
Seguramente la profesión minera del I marqués de Almanzora unida a la fiebre minera que se desató en la provincia desde mediados del siglo XIX y que fue la gran protagonista de la economía de Almería durante casi un siglo, con Cuevas del Almanzora, Serón, Bédar y la sierra de Gádor como principales focos, animó para poner en producción estas industrias extractivas.
Después de la guerra civil y el cierre de fronteras con la consiguiente escasez de ciertos minerales, se decidió reabrirlas, estando en producción desde 1953 a 1957 a través de la sociedad Minascofe S.L. y con el nuevo nombre de Mina Numancia. Nunca fueron rentables, por eso se abandonaron a los pocos años.
Todavía queda recuerdo lejano en la mente de los mayores del lugar las sirenas que sonaban cuando se iban a tirar barrenos o cuando finalizaba el trabajo. A la media hora más o menos llegaban a Almanzora andando los trabajadores que finalizaban su jornada, completamente llenos de polvo rojo del mineral de hierro, y sólo les blanqueaba lo que las gafas les había protegido.
También cuentan que cuando los niños les llevaban el desayuno a sus padres, al esperar en la entrada a la mina a que salieran, ni tan siquiera los conocía porque iban todos llenos de polvo y con unas gafas para protegerse los ojos.